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‘El ateo del pueblo’, Edgar Lee Masters (1868 – 1950)

Spoon River Anthology es un clásico de la poesía norteamericana. Pronto desde su aparición, en 1915, se convirtió en un éxito de ventas. Y pronto también fue criticado por los puritanos, tanto del verso como del sexo.

Spoon River rememora la historia de los habitantes de un pueblo -un pueblo inexistente, microcosmos de una nación- a través de los epitafios en forma de poemas de sus muertos. Sexsmith (el dentista), Whedon (el director de periódico), Jones (el violinista), Wiley (el reverendo)… y así hasta más de doscientos personajes que evocan para la posteridad sus vidas mínimas.

Hemos seleccionado dos epitafios, el de propio sepulturero que se encargaba de grabar sobre las lápidas las biografías de los muertos y el del redimido ateo del pueblo. El autor de libro, Edgar Lee Masters, fue un abogado liberal estadounidense -contemporáneo de los escritores de nuestra Generación del 98- y un enfermo de la literatura.

RICHARD BONE

Recién llegado a Spoon River

yo no sabía si lo que me decían

era verdadero o falso.

Me traían el epitafio

y, mientras yo trabajaba, se entretenían por el taller,

diciendo ‘Era tan amable’, ‘Era maravilloso’,

‘La más dulce de las mujeres’, ‘Era un verdadero cristiano’.

Yo les grababa lo que querían,

Sin saber si era verdad.

Con el tiempo, ya más hecho a vivir entre la gente de aquí,

sabía hasta qué punto el epitafio que me encargaban

respondía a la vida del muerto.

Pero yo seguía grabando lo que me pagaban que grabara,

y, así, me hice cómplice de falsas crónicas

de las lápidas,

cómo hace el historiador que escribe

sin saber la verdad

o porque le presionan para que la oculte.

EL ATEO DEL PUEBLO

Yo, que yazgo aquí, oh, jóvenes que discutís sobre la doctrina

de la inmortalidad del alma,

fui el ateo del pueblo,

hablador, polemista, versado en los argumentos

de los infieles.

Pero durante una larga enfermedad,

con una tos de muerte,

leí los Upanisshads y la poesía de Jesús.

Y me encendieron una antorcha de esperanza y de intuición

y un deseo de que la Sombra,

que me guiaba rápidamente por las cavernas de la oscuridad,

no pudo apagar.

Escuchadme, vosotros, los que vivís con los sentidos

Y pensáis sólo a través de los sentidos:

la inmortalidad no es un regalo,

la inmortalidad es algo que se gana;

y sólo aquellos que se esfuercen infatigablemente

la poseerán.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado