Padre nuestro que estás en paradero
desconocido, líbranos de Ti.
No nos llenes el tiempo con tu ausencia.
Tú utilizaste el fuego del infierno
para encender el sol de nuestra infancia.
No nos des certidumbre de tus ojos
después de que los nuestros ya no puedan
mirar la rosa negra de la vida.
Oh cordura de Dios que catas
el pecado del mundo,
dispendia tu bondad con los cobardes,
los que te encuentran en cualquier fenómeno
de meteorología, los que imponen
tu Nombre en leyes y oraciones.
Confórmate con ser un huésped
de nuestra infancia rota en mil pedazos.
Vacíanos de Ti,
regresa a tus orígenes
a aquella inmensa noche de tormenta
en la que el miedo de unos monos te inventara.
A un tú poético llamado Dios se le puede interrogar a la manera de Unamuno en La Oración del ateo: “Oye mi ruego Tú, Dios que no existes, / y en tu nada recoge estas mis quejas”. O a la manera de Juan Bonilla: “Padre nuestro que estás en paradero / desconocido, líbranos de Ti”. La de Unamuno es la exaltación de la crisis de fe de un deísta de corazón y racionalista de mente. La de Bonilla es el dictamen de un ateo que, en la mejor tradición de Bertrand Russell, no soporta ya una enfermedad nacida del miedo.
En opinión de algunos críticos y escritores, a Juan Bonilla le sobra aquello con lo que tantos otros sueñan: ingenio. Demasiado ingenio mata. Y así parece aceptarlo el propio escritor cuando juzga retrospectivamente su obra: “He de reconocer que esa veta irónica le dio muchos quebraderos de cabeza al que fui: servía para etiquetar lo que hacía uno como ingenioso, cuando el ingenio sólo era parte del brebaje que uno destilaba”.
El Bonilla poeta es, en comparación con el Bonilla cuentista o novelista, un artista relativamente anónimo. Su poesía inicial, casi un divertimento, un punto de fuga improvisado y provocativo, se fue haciendo con el paso del tiempo y los versos, más consciente, seca y madura.
NOTA: El poema de hoy esta cogido De Partes de Guerra.
Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.