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‘La casa en ruinas’, de Gastón Baquero (1918 – 1997)

Hoy he vuelto a la casa donde un día

mi infancia campesina conociera

el pavor y la extraña melodía

de encontrar otra vez lo que muriera.

Ya nada atemoriza, nada altera

el ritmo de la sangre. Aquí vivía

(cuando era mi vida primavera)

la que a los niños en dioses convertía.

Vacío el caserón, rotas las jarras

que las rosas colmaron de belleza,

en vano vine en busca de mí mismo:

todo es inútil ya, perdidas las amarras,

y vencedoras las ruinas, es la pobreza

la única rosa nacida en el abismo.

Cierta herencia moral de las Luces, hoy -dice Todorov- un tanto olvidada, nos advierte de que los seres cultos no son necesariamente buenos. Gastón Baquero fue un humanista, un «intelectual poderoso» que primero medró en la Cuba de Batista (a pesar de su negritud, su pobreza y su homosexualidad) y que tras la llegada de los barbudos se estableció con razonable desahogo y bienestar en la España de Franco, donde publicó vitriólicas tribunas -‘con pluma cubana‘- en La Vanguardia Española sobre el «vanidoso diabólico» Castro o el «doctor Guevara».

Baquero fue un poeta enorme, luminoso, de una «suntuosa sensualidad», dijo de él una vez María Zambrano. Pero quizá, como han insinuado por ahí quienes llegaron a conocerle, tenía todas las de perder. Su obra, respetada desde muy temprano, cuando aún era integrante del grupo Orígenes, cayó en un largo olvido debido a la antipatía política que el personaje causaba en los escritores de izquierdas, y el discreto entusiasmo que ponía la dictadura en reivindicarla.

Con la Transición, Baquero comenzó a ser más frecuentado por jóvenes poetas y, hasta su muerte, acaecida en una residencia de ancianos de Madrid en 1997, su talla literaria (esa escultura efímera tan difícil de ser tasada) no dejó de aumentar.

IMAGEN: www.penultimosdias.com

Nacho S. (En Twitter: @nemosegu)