Entradas etiquetadas como ‘poesia’

‘La culpa’, de Rosa Chacel (1898 – 1994)

La culpa se levanta al caer de la tarde,

la oscuridad la alumbra,

el ocaso es su aurora…

Se empieza a oír la sombra desde lejos

cuando el cielo está limpio aún sobre los árboles

como una pampa verdeazul, intacta,

y el silencio recorre

los quietos laberintos de arrayanes.

Llegará el sueño: alerta está el insomnio.

Antes que caiga la cortina oscura,

gritad al menos, hombres,

como el pavón metálico que grazna su lamento

desgarrado en la rama de la araucaria.

Gritad con voces múltiples,

piad entre la enredadera,

entre las hiedras y rosales trepadores.

Buscad refugio en las glicinas

con los gorriones y zorzales

porque avanza la onda de la noche

y su ausencia de luz,

y su implacable huésped

de suaves pasos, el peligro.

«Escasamente sociable, pero delicadamente sensible» para Miguel Delibes. «Simpática y celosa de su intimidad» según Soledad Puértolas. «Perspicaz y despiadada, tanto con los demás como consigo misma» en opinión de Javier Marías.

El semblante público de Rosa Chacel parece que fue el de una mujer sincera hasta lo dañino, tierna, juiciosa y al tiempo un punto distante. Adjetivos todos que valen para su poesía, eje de su obra literaria a pesar de su brevedad. «Luz, verdad y forma», dice el último verso de Apolo, poema donde expresa su ars poetica.

Poesía como un molde clásico donde acoplar el espíritu al dictado de las nuevas corrientes literarias -Rosa Chacel fue miembro de la Generación del 27- y siempre con el horizonte implacable de lo culto y lo apolíneo. Así lo dejó escrito ella: «¿Por qué no hacemos versos clásicos, por ejemplo, sonetos cuya forma es intocable, metiendo en su redondez de vaso sagrado las más informes, abruptas e incongruentes imágenes?».

NOTA: La Culpa está incluido en Versos prohibidos (Tusquets; Barcelona, 1978).

FOTO: www.educa.madrid.org

Nacho S. (En Twitter: @nemosegu)



‘Oídme amigos’, de Marcos Ana (1920)

Oídme amigos. He visto

con los ojos soñolientos

algo que quiero contaros.

Es la madrugada. Un preso

enfrente de mí despierta.

Se incorpora sobre un codo.

Lía un cigarro. Se sienta.

Mientras fuma tiene ausente

la mirada, como dormida la frente

(Sueña el viento en la ventana)

Tira el cigarro. Se inclina.

Saca un pedazo de pan,

se lo come lentamente

y después… rompe a llorar.

(Quizás no tenga importancia…

Yo os lo cuento)

Ya sabéis que a mi las losas

me han gastado hasta los huesos

del corazón,

pero ver llorar a un hombre

es algo, siempre, tremendo.

Y este preso no es un árbol

que se ha roto. Sigue ileso.

Pero de pronto ha venido

todo lo «suyo» a su encuentro

en esta noche tranquila…

Con su dolor en mi pecho

le miro. No puede verme.

Sus ojos están muy lejos.

Sus ojos cerca, llorando

tan suave, tan hondamente

que apenas si mueve el aire

y el silencio.

Un «alerta» le estremece.

(Por el patio

se oye cruzar el relevo).

Cuando el miércoles en el Ateneo de Madrid reciba un homenaje, no habrán pasado 15 días desde la fiesta de cumpleaños –90 de edad, 67 de vida– que reunió a varios centenares de personas en el Círculo de Bellas Artes. Marcos Ana, poeta comunista y decano de los presos políticos durante el franquismo (23 años y dos condenas a muerte), se ha convertido en un lieu de mémoire (físico, es verdad) para la sociedad civil: premios, películas, reportajes.

Aunque no comparto su fe comunista (ni su trasfondo católico), admiro a Marcos Ana por ser capaz de decir que «la venganza no es ningún ideal político ni revolucionario«. Algunos, como le recordó Camus a Gabriel Marcel, sólo parece que se indignan cuando la víctima comparte sus mismas ideas. Por eso respeto tanto el testimonio de Ana y tan poco el de muchos que le suelen acompañar. Y también por eso me pregunto con pena porqué Jorge Semprún no recibe ni la mitad de homenajes que él, al menos en España. Pero de esa memoria selectiva no tiene culpa Marcos Ana.

PD: Sobre la historia de sus poemas Marcos Ana ha dejado testimonio en muchas entrevistas. Sirva este parrafito como ejemplo para acompañar al publicado hoy: «Empecé a escribir poemas en la cárcel en 1954. Nunca he tratado con las editoriales. Mis poemas salían clandestinamente de la prisión y los echaba a andar por el mundo. (…) Mi voz era la de muchos cautivos».

Nacho S.



‘Los ojos llenos de alegría’, de Ralph Waldo Emerson (1803 – 1882)

Los ojos llenos de alegría de ese muchacho caprichoso y salvaje

Dibujan su órbita como meteoros, bordeando la oscuridad

Con su rayo secreto. Saltan sobre la línea del horizonte

En pos del privilegio de Apolo: miran a través del hombre

Y de la mujer, del mar y de las estrellas: miran la danza

De la naturaleza y miran más allá, a través de las lenguas

Y de las razas y de los confines del tiempo. Esos ojos

Miran el orden musical y la armonía de los poetas

Que en el Olimpo cantaron a las divinas ideas.

Esos ojos nos hallarán siempre jóvenes;

Siempre nos mantendrán así.

ORIGINAL EN INGLÉS

A moody child and wildly wise

Pursued the game with joyful eyes,

Which chose, like meteors, their way,

And rived the dark with private ray:

They overleapt the horizon’s edge,

Searched with Apollo’s privilege;

Through man, and woman, and sea, and star,

Saw the dance of nature forward far;

Through worlds, and races, and terms, and times,

Saw musical order, and pairing rhymes.

Olympian bards who sung,

Divine ideas below,

Which always find us young,

And always keep us so.

Otra deuda poética, esta vez -u otra vez- con Shepora (¡para estar al día ya sólo me queda traer a Garcilaso!). Vaya por delante que nunca he sido un lector ávido ni demasiado constante de Emerson (lo advierto, excusatio non petita, por todas las superficialidades que desde ahora pudiera contener este post).

El mensaje cifrado de El poeta, el librito donde Ralph Waldo registra su ansia inefable de Belleza, evoca lo que para muchos todavía hoy sigue consistiendo la poesía: una profesión ascética, incorrupta, alejada del comercio con lo cotidiano, pero al mismo tiempo el único vínculo fiable entre la Naturaleza y la Verdad (siempre en mayúsculas).

El ‘Poeta’ para Emerson es poco menos que un sumo sacerdote de lo Sublime, perfección que en ningún caso uno alcanzará con atajos -drogas, alcohol- sino a través de la pureza del alma. ¿Ingenuidad? ¿Deslizamiento naïve por la ladera de lo recóndito y lo virgen? Bueno, un poquito de todo eso hay, claro.

Los jóvenes del siglo XX que se miraron en su espejo (y en el de Thoreau) se vieron primero encantados y luego confundidos. El mundo no conservaba ya ese territorio primigenio hacia el que dirigirse con mirada limpia. Territorio que en la Norteamérica del siglo XIX, la de Emerson, recibía -también en lo espiritual- el nombre evocador de La Frontera.

NOTA: He seleccionado precisamente el poema de Emerson que encabeza su librito teórico más conocido porque dice casi todo sobre el valor que otorga a la poesía: voluntad redentora más allá de lo que el resto de los mortales ven, y reveladora del secreto.

NOTA 2: Traducido por Jorge Rodríguez Padrón

Nacho S.




‘Mutis por el foro’, de Antonio Martínez Sarrión (1939)

De modo que tú intérnate,

piérdete (y te hallarás)

al otro lado

de esa lisura desasosegante.

Como la dama que, mano en mejilla,

va concertando sin mover un músculo,

mas con respiración parsimoniosa,

el juego de la llama decrece,

y el templado reflejo.

Una conjugación

que avisa descendencia:

ese instantáneo acorde

antes de que la sombra definitiva anuncie

que la función pasó

y un bis no está previsto,

aun cuando los aplausos,

a escenario vacío,

sonasen, sonasen y sonasen.

Los que visitáis un poquito este blog quizá no os cueste recordar otros poemas con cuadro: el de Gregory Corso sobre una escena bélica de Paolo Uccello o aquel de Robert Walser y La caída de Ícaro de Brueghel. Ambos, sobre todo el segundo, ejercicios de verdad y profundidad.

Este Mutis por el foro de Antonio Martínez Sarrión, inspirado (o expirado) en La magdalena penintente de Georges de la Tour, no tiene nada que envidiarles. La lisura desasosegante es una descripción precisa y bella de la exquisita técnica de De la Tour. Y la elección cuidadosa de las palabras, imitando los trazos sobre el lienzo, consiguen trasmitir la serena majestad de la muerte.

A Martínez Sarrión no le hace justicia la humorada que Gil de Biedma le soltó tras leer algunos de sus poemas: «¿Cómo, coño, puedes ser tan decadente, habiendo nacido en Albacete?». Su poesía es a veces difícil, sí, pero sin llegar nunca a la oscuridad total («Pretendo aún ser de aquellos que a lo claro se orientan»). Empezó siendo un novísimo, como mandaban los cánones (nunca mejor dicho), de collage cultista y cinemateca. Ha acabado como un poeta sin generación, ocupado en lo que a todos preocupa:

Lo demás es penumbra, griterío,

la deformante grieta del espejo,

los años desecando tanto aljibe

para, al cabo, encontrar monedas de latón.

PD: Allá por mayo de 2009 Antonio Muñoz Molina escribió un artículo precioso sobre este mismo cuadro: «La luz es la fugacidad de la vida; la calavera, el recordatorio de la cercanía de la muerte; los libros cerrados, la vanidad del conocimiento humano».

Nacho S.




‘Vino, primero pura…’, de Juan Ramón Jiménez (1881 – 1958)


¡Intelijencia, dame el nombre

exacto de las cosas!

…Que mi palabra sea

la cosa misma,

creada por mi alma nuevamente.

Que por mí vayan todos

los que no las conocen, a las cosas;

que por mí vayan todos

los que ya las olvidan, a las cosas;

Que por mí vayan todos

los mismos que las aman, a las cosas…

¡Intelijencia, dame

el nombre exacto, y tuyo,

y suyo, y mío, de las cosas!

2

Vino, primero pura,

vestida de inocencia;

y la amé como un niño.

Luego se fue vistiendo

de no sé qué ropajes;

y la fui odiando sin saberlo.

Llegó a ser una reina

fastuosa de tesoros…

¡Qué iracundia de hiel y sin sentido!

Mas se fue desnudando

y yo le sonreía.

Se quedó con la túnica

de su inocencia antigua.

Creí de nuevo en ella.

Y se quitó la túnica

y apareció desnuda toda.

¡Oh pasión de mi vida, poesía

desnuda, mía para siempre!

Una de posguerra , lectora fiel, nos pedía ayer, amablemente y casi como disculpándose, poesías de Juan Ramón Jiménez. En los archivos del blog, olvido injustificable, no había todavía ninguna. Delicada elección, donde se mezcla lo aprendido en el colegio con las lecturas que llegaron después; los imborrables gustos inculcados por aquel profesor sabihondo y las rectificaciones del juicio fruto de nuestra deriva -a veces dejeneración– personal.

Aún recuerdo de memoria poemas de Juan Ramón, en concreto Octubre y El viaje definitivo. Los dos conocidísimo, citadísimos y excelentes. Pero, será la misma irrevocable madurez que influyó en el poeta, ya no me dicen tanto como estos otros dos que he elegido para publicar hoy.

El primero comienza con dos de los versos más felices del poeta de Moguer, emblemas de la reflexión pura y el ascetismo sentimental: «¡Intelijencia, dame / el nombre exacto de las cosas!». El segundo es una síntesis sencilla y elegante de su autobiografía poética. 18 versos que exponen mejor que cualquier manual de literatura la evolución de Juan Ramón como poeta, de la inocencia primera al purismo final.

Seleccionados por Nacho Segurado (en Twitter: http://twitter.com/nemosegu.)



‘No es que la etapa fuera estéril’, de Saint-John Perse (1887 – 1975)

No es que la etapa fuera estéril: durante la marcha de los animales sin acoplamiento (nuestros caballos puros, ante los ojos de los mayores), muchas cosas fueron realizadas en las tinieblas del espíritu –muchas cosas agradables en las fronteras del espíritu- grandes historias seléucidas en el silbido de las hondas, y la tierra entregada a la lucha…

Algo más: esas sombras –prevaricación del cielo en detrimento de la tierra…

¿Jinetes entre tales familias de hombres, donde el odio cantaba a veces como un abejaruco, levantaremos el látigo sobre las castradas palabras de la dicha? Hombre, calcula tu peso en trigo. Un país como éste, no es el mío. El mundo, además de este ondular de hierbas, ¿qué me ha dado?…

ORIGINAL FRANCÉS

Non que l’étape fut sterile: au pas de betes sans

alliances (nos chevaux purs aux yeux d’anés),

beaucoup de choses entreprises sur les ténèbres

de l’esprit- grandes histoires séleucides au

sifflement des frondes et la terre livrée aux

explications…

Autre chose : ces ombres -les prévarications du ciel

contre la terre…

Cavaliers au travers de telles familles humaines, où

les haines parfois chantaient comme des

mésanges, lèverons-nous le fouet sur les mots

hongres du bonheur? Homme, pèse ton poids

calculé en froment. Un pays-ci n’est point le

mien. Que m’a donné le monde que ce

mouvement d’herbes?…

El otro día, mientras trabajaba, escuché -en el microespacio Archivo Sonoro de Radio 5- la primera declaración pública del historiador y político Claudio Sánchez Albornoz el día de su regreso a España, 23 de abril de 1976, tras un exilio de casi medio siglo.

Con una preciosa dicción de antiguo parlamentario inexperto frente los focos y los micrófonos, Sánchez Albornoz (Sánchez Toalla, como le llamaba cariñosamente Vázquez Montalbán) hablaba de sí mismo, el tiempo y su país: «España ha sido para mí todo en la vida. No he salido de España porque he estado toda la vida trabajando en su historia; mi negocio era España, a eso he estado dedicado los 40 años que he estado en el exilio».

El exilio de un historiador cuyo tema obsesivo de estudio es precisamente aquel del que se ha visto obligado a huir. El exilio como tema. Hay tantos ejemplos en el siglo pasado, que no me ha costado decidirme poéticamente por uno.

He elegido Saint-John Perse, forzado a abandonar la Francia ocupada por los nazis. En 1944 le dedicó al exilio un libro entero. Un exilio donde lo individual, su propia biografía, está ausente. El poeta encara su destierro recurriendo a la epopeya universal, implorando al destino humano.

Perse y Albornoz, dos modos diferentes de enfrentarse al mismo drama.

NOTA: Traducido del francés por Agustín Larrauri.

NOTA 2: Podéis escuchar a Sánchez Albornoz aquí.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado (en Twitter: http://twitter.com/nemosegu.)




‘La semilla en la ceniza’, de Gilberto Owen (1904 – 1952)

Angustia sin edad de alguien quemándose entre tus cabellos

Hay demasiado trópico en la nieve de la colina de la almohada de tu seno

Mañana que me den un alna de limón de perfil lívida

Y sabré la última curva de tu geometría de espumas

Entonces creceré hasta esa rígida soledad que se afila los gritos

En un paisaje de irrespirables fábricas

Qué mensaje seremos yo y ese pájaro sin voz ni atmósfera

Ahorcados de ceniza en el alambre sobre el árido río de la vía

Qué amarilla palabra mortal para qué gozo prohibido

De alguien de pie en el humo del pecado llamándonos para nacer

Semáforo a la boca del túnel antes de la catástrofe

Alguien si por completo sin edad y sin soñar del mar sin sueño

Como esos camarotes sin ventanas que sólo han oído hablar de él a las olas

Hijo nonato que sólo nos sabe por la roja marea de la madre

Así nosotros a Dios por lo que de él nos preguntamos

Apaga tu vigilia y bébeme de llama triangular de tu incendio

Alarga en chimenea tus cúpulas sin empleo y sea humo su leche

Este otoño serán cúbicas todas las frutas y en claro oscuro

Y yo no estaré presente a la cuadratura de tus ojos

Y mañana habrá otra vez escaleras con un ángel en cada estación

Y qué haré para recordar el baile de mis serpientes capicúas.

Es como si Gilberto Owen no hubiera estado muy seguro de su inmortalidad como poeta. O tal vez es que quiso, haciendo de su biografía una nebulosa de malentendidos, imitarse en un verso suyo: «El campo abierto y árido que lleva a todas partes y a ninguna«.

Las vanguardias literarias en Hispanoamérica se subdividieron en decenas de ismos, como se puede comprobar en algún post pasado. Para lo que hoy interesa, Owen perteneció a la corriente mexicana de los Contemporáneos, coetánea a la muy efímera del estridentismo de Maples Arce, y la todavía más fugaz y minoritaria del agorismo.

Según se les define en algún que otro manual, los Contemporáneos se caracterizaron por su apoliticismo, esteticismo y tendencia europeizante, postura que les hizo la vida más o menos imposible en México, pero que les permitió gozar de reconocimiento allende las fronteras. Su revista, llamada como ellos, Contemporáneos, es un canto a lo universal, y en ella publicaron sus textos los nombres más ilustres de la República de las Letras.

Gilberto Owen fue, junto a Xavier Villaurrutia, el principal poeta de este movimiento. Su obra literaria es breve, manierista y oscura, o breve, original y misteriosa, dependiendo del talento que se le reconozca. En 2004, con ocasión del centenario de su nacimiento, México le tribuyó honores de poeta nacional.

Se recordó entonces su vida a caballo entre la poesía y la diplomacia (como tantos otros escritores latinoamericanos), sus apuros económicos, su don exuberante para la palabra (del que el poema de hoy es una muestra) y el intento estudiado de convertirse en «fantasma». Como dice otro verso suyo: «Mañana inútil: pájaros y flores sin testigos».

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado (en Twitter: http://twitter.com/nemosegu.)



‘¿Qué he visto pues en Italia?’, de John Hervey (1696 – 1743)

¿Qué he visto pues en Italia?

Orgullo, astucia y pobreza,

grandes cumplidos, poca nobleza,

y mucha ceremonia;

la extravagante comedia

que a menudo la Inquisición

quiere que se llame religión,

pero que aquí llamamos locura.

La naturaleza vanamente bienhechora,

quiere enriquecer esos lugares encantadores;

La mano asoladora de los curas

ahoga sus más hermosos presentes.

Los monseñores, supuestamente grandes,

solos en sus palacios magníficos,

son ilustres haraganes,

sin dinero y sin criados.

En cuanto a los pequeños, sin libertad,

mártires del yugo que les domina,

han hecho voto de pobreza,

rezando a Dios por puro ocio

y ayunando siempre por escasez.

Estos hermosos lugares, benditos por el Papa,

parecen habitados por diablos,

y sus miserables habitantes

están condenados al paraíso.

Decía Voltaire, el introductor de este poema del aristócrata John Hervey en la Francia ilustrada, que cada vez que se lee un texto traducido se debería de recordar que éste no es más que una débil estampa de un bello cuadro. Una opinión que, con matices, es la mayoritaria (todavía) hoy mismo.

Las Cartas filosóficas fueron uno de los aldabonazos más sonados del ya de por sí vehemente filósofo de las Luces. Impregnado del empirismo inglés y del funcionamiento armónico de sus instituciones políticas, Voltaire escribió a su vuelta del país vecino una serie de encomiables retratos de sus grandes hombres (Locke, Pope, Newton) que llegaron a sentar tan mal en París que acabaron siendo quemados públicamente por orden del Parlamento.

En una de esas cartas, la dedicada «a los hombres que cultivan las letras», aparece el poema de Hervey. En la misiva, el díscolo habitante de Ferney hace una defensa amable de la cultura y la libertad inglesas al tiempo que lanza una aguda pulla a sus compatriotas de los cenáculos parisienses: «Quizá dentro de poco vuelva la moda de pensar: no tiene más que quererlo un rey».

El poema fue traducido al francés y publicado por Voltaire con una indisimulada satisfacción anticlerical. Pero, aunque le philosophe alaba los versos por su «fuerza y buen humor», se distancia cucamente de su ‘hereje’ autor con el argumento de que «un traductor no debe responder a los sentimientos de su autor«. A mí el poema, sin ser una maravilla me hace muchísima gracia, supongo que por su -en el fondo- humorismo tan típicamente british.

NOTA: Traducción del inglés al francés de Voltaire, y del francés al castellano de Fernando Savater.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado (en Twitter: http://twitter.com/nemosegu.)



‘El superviviente’, de Primo Levi (1919 – 1987)

Retrocede, déjame solo, pueblo sumergido,

Vete. No he desposeído a nadie,

No he usurpado el pan de nadie.

Nadie murió en mi lugar. Nadie.

Vuelve a tu bruma.

No es mi culpa si vivo y respiro,

Como, bebo, duermo y me cubro de ropas.

Leí por primera vez El superviviente en un libro del historiador Tony Judt. Publicarlo aquí y poder escribir sobre el mal radical, la zona gris, la literatura concentracionaria y, en fin, sobre el propio Primo Levi, era un aspiración antigua que no encontraba el momento de satisfacer.

Este post empezó a coger forma el domingo por la noche, cuando supe -gracias al blog de Lluís Bassets– que Tony Judt sufre una variante de la esclerosis lateral amiotrófica conocida como enfermedad de Lou Gehrig. El blog enlazaba al New York Review of Books, donde Judt acostumbra a publicar sus prestigiosos artículos. Un clic amargo me puso delante de Night, el texto donde el historiador da cuenta, con la misma prosa límpida en la que escribe sus admirables libros, de su estado de postración perpetua y las noches terribles sin más horizonte que el triste consuelo de su prodigiosa memoria.

Aunque no os guste la historia u os importe muy poco que Judt sea o no un maravilloso escritor, os recomiendo leer sus palabras, desengañadas, secas y lúcidas, sobre sí mismo: «Loss is loss, and nothing is gained by calling it by a nicer name. My nights are intriguing; but I could do without them».

NOTA: Enlace al artículo de Tony Judt.

NOTA 2: Sobre Primo Levi y sus verdades elementales espero poder escribir otro día. Perdonadme lo de hoy.

(Foto: Tony Judt, REUTERS)

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado (en Twitter: http://twitter.com/nemosegu.)



‘A la llegada’, de Anne Michaels (1958)

Será en una estación

con techo de cristal

tiznado de hollín

de los trenes y

abrazados milla a milla

de la llegada. No se

soltarán en todo el largo viaje,

su brazo en la curva

del deseo de ella. Caminando por una ciudad

que apenas conocen,

observando a mujeres con taleguillas

darle monedas a un cura para los veteranos de guerra;

al encontrarse con la iglesia en un agujero

del viejo muro que cruza la ciudad, la cúpula

ocupando exactamente el agujero,

como un ojo. En la morada

del invierno, bajo una madriguera

de mantas, le hace entrar en calor

cuando salta dentro desde el aire.

Hay camino por el cual nuestro cuerpo

deja de pertenecernos, y cuando él la encuentra

hay posada al fin

para aquellos a los que aman,

en el lugar que él encuentra

que ella encuentra, cada palabra de la piel

una decisión.

Hay tierra

que nunca se suelta de tus manos,

lluvia que nunca cesa

en tus huesos. Palabras gastadas que se desprenden

de nosotros porque sólo pueden

caerse. Ellos no se

soltarán porque hay un tipo de amor

que se desprende del amor,

como las piedras de

de la piedra,

la lluvia de la lluvia,

como el mar

del mar.

Su trabajo minucioso y paciente (su producción es escasa y dilatada en el tiempo) parece hecho de la misma naturaleza física que el tiempo geológico. Anne Michaels posee la rara virtud poética -pero sobre todo moral- de contar con la ciencia, de resultar abrumadoramente cálida a pesar de escribir así: «Si el amor te elige, de repente / tu pasado se convierte / en una ciencia obsoleta. Mapas viejos, / teorías refutadas, un diorama».

Cuando Michaels llama al cerebro «perla rugosa en el lodo negro» o pugna por nombrar «el único momento del día / en que la teoría del quantum parece razonable«, uno se alegra de haberse olvidado ya de cierta poesía pre-preindustrial que no habla «del choque de electrones» para que no la acusen de cientifista o, peor, de falta de sensibilidad.

«Todo amor es un viaje por el tiempo». La poesía de esta canadiense mezcla en una probeta estos tres ingredientes básicos: amor, tiempo y memoria. De la memoria hace estratos de tierra, del tiempo «pasado con la forma de un largo hueso» y del amor un proceso minucioso que desemboca en «una verdad tan pequeña que se palpe con la lengua».

NOTA: Traducido del inglés por Jaime Priede.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado. (En Twitter: http://twitter.com/nemosegu.)