Entradas etiquetadas como ‘mexico’

‘Reloj de sol’, de Gabriel Zaid (1934)

Hora extraña. No es

el fin del mundo

sino el atardecer.

La realidad,

torre de Pisa,

da la hora

a punto de caer.

RESPLANDOR ÚLTIMO

La luz final hará

ganado lo perdido.

La luz que va guardando

las ruinas del olvido.

La luz con su rebaño

de mármol abatido.

ALUCINACIONES

El vio pasar por ella sus fantasmas.

Ella se estremeció de ver en él sus fantasmas.

Él no quería perseguir sus fantasmas.

Ella quería creer en sus fantasmas.

Montó en ella, corrió tras sus fantasmas.

Ella lloró por sus fantasmas.

El puntiagudo Gabriel Zaid está defendiendo su modus vivendila invisibilidad mediática– cuando dice: «El éxito se ha vuelto una vocación religiosa, indiferente a los oficios particulares. Lo importante es tener éxito, no importa en qué, ni cómo». La línea que hoy separa oficio y vocación es casi tan difusa como la que separa gloria de fama. Ay.

Zaid, a pesar de su eufónico apellido palestino, relativamente exótico en su México natal, nunca será famoso. Su prosa, ha escrito el gran Enrique Krauze, «es una lección moral de pulcritud, objetividad y decencia«, pero él nunca será famoso. Sus ensayos son virtuosos y penetrantes, lúcidos y audaces, pero él nunca será famoso.

Su poesía es sorprendentemente imaginativa e irónica (he leído por ahí que ha llegado a crear un antolómetro, para establecer de una vez y para siempre la ecuanimidad en las antologías -je, je-). Pero Zaid quiere la gloria de Pound, no la fama de… (introducir ahora y aquí un nombre).

NOTA: Zaid dice que no necesita ser fotografiado porque todo lo que de interesante hay en él está en sus textos. Estas son las portadas de algunos de sus libros.

Nacho S. (En Twitter: @nemosegu)





‘La semilla en la ceniza’, de Gilberto Owen (1904 – 1952)

Angustia sin edad de alguien quemándose entre tus cabellos

Hay demasiado trópico en la nieve de la colina de la almohada de tu seno

Mañana que me den un alna de limón de perfil lívida

Y sabré la última curva de tu geometría de espumas

Entonces creceré hasta esa rígida soledad que se afila los gritos

En un paisaje de irrespirables fábricas

Qué mensaje seremos yo y ese pájaro sin voz ni atmósfera

Ahorcados de ceniza en el alambre sobre el árido río de la vía

Qué amarilla palabra mortal para qué gozo prohibido

De alguien de pie en el humo del pecado llamándonos para nacer

Semáforo a la boca del túnel antes de la catástrofe

Alguien si por completo sin edad y sin soñar del mar sin sueño

Como esos camarotes sin ventanas que sólo han oído hablar de él a las olas

Hijo nonato que sólo nos sabe por la roja marea de la madre

Así nosotros a Dios por lo que de él nos preguntamos

Apaga tu vigilia y bébeme de llama triangular de tu incendio

Alarga en chimenea tus cúpulas sin empleo y sea humo su leche

Este otoño serán cúbicas todas las frutas y en claro oscuro

Y yo no estaré presente a la cuadratura de tus ojos

Y mañana habrá otra vez escaleras con un ángel en cada estación

Y qué haré para recordar el baile de mis serpientes capicúas.

Es como si Gilberto Owen no hubiera estado muy seguro de su inmortalidad como poeta. O tal vez es que quiso, haciendo de su biografía una nebulosa de malentendidos, imitarse en un verso suyo: «El campo abierto y árido que lleva a todas partes y a ninguna«.

Las vanguardias literarias en Hispanoamérica se subdividieron en decenas de ismos, como se puede comprobar en algún post pasado. Para lo que hoy interesa, Owen perteneció a la corriente mexicana de los Contemporáneos, coetánea a la muy efímera del estridentismo de Maples Arce, y la todavía más fugaz y minoritaria del agorismo.

Según se les define en algún que otro manual, los Contemporáneos se caracterizaron por su apoliticismo, esteticismo y tendencia europeizante, postura que les hizo la vida más o menos imposible en México, pero que les permitió gozar de reconocimiento allende las fronteras. Su revista, llamada como ellos, Contemporáneos, es un canto a lo universal, y en ella publicaron sus textos los nombres más ilustres de la República de las Letras.

Gilberto Owen fue, junto a Xavier Villaurrutia, el principal poeta de este movimiento. Su obra literaria es breve, manierista y oscura, o breve, original y misteriosa, dependiendo del talento que se le reconozca. En 2004, con ocasión del centenario de su nacimiento, México le tribuyó honores de poeta nacional.

Se recordó entonces su vida a caballo entre la poesía y la diplomacia (como tantos otros escritores latinoamericanos), sus apuros económicos, su don exuberante para la palabra (del que el poema de hoy es una muestra) y el intento estudiado de convertirse en «fantasma». Como dice otro verso suyo: «Mañana inútil: pájaros y flores sin testigos».

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado (en Twitter: http://twitter.com/nemosegu.)



‘Me aflijo’, un poema náhuatl

Lloro, me aflijo,

Sólo recuerdo que dejaremos

Las bellas flores, los bellos cantos.

Ahora gocemos, cantemos,

Del todo nos vamos y desapareceremos en su casa.

¿Quién de vosotros, amigos, no lo sabe?,

Mi corazón sufre, se irrita.

No dos veces se nace, no dos veces se es joven,

Sólo una vez pasamos por la tierra.

Que aún por breve tiempo estuviera con ellos.

¿Nunca será, o nunca tendré alegría, nunca estaré contento?

¿Dónde vivía mi corazón?

¿Dónde está mi casa, dónde mi hogar perdurable?

Aquí en la tierra solamente sufro.

Sufres, corazón mío,

No te angusties en la tierra.

Ése es mi destino, sábelo.

¿Dónde merecí yo nacer,

En la tierra engalanarme?

Grata cosa donde se vive,

Sólo dice esto mi corazón.

La lengua indígena mexicana, el náhuatl, no es una lengua muerta como habitualmente se cree: más de dos millones de personas la siguen hablando en distintas regiones centroamericanas. Sí que es cierto que el náhuatl, como vehículo para el estudio de las culturas precolombinas, se conserva felizmente en bellos códices repartidos en museos y bibliotecas de Estados Unidos, México, España y algún otro país europeo.

El náhuatl es una lengua ardua de aprender (yo comencé un curso de iniciación en el Museo de América de Madrid con el gran Batalla Rosado y no pasé de los verbos irregulares). Tiene los dichosos inconvenientes de ser aglutinante y estar repleta de prefijos, sufijos y afijos que le confieren esa grafía tan característica, que se percibe en las pocas palabras que han traspasado el restringido ambiente de los eruditos: Quetzalcoatl (Dios serpiente emplumada), Popocatépetl (montaña que humea)….

El eminente americanista Miguel León Portilla, que ha dedicado toda su vida al estudio de los vencidos, recopiló y tradujo de nuevo hace un año un compendio de poesía náhuatl de gran valor literario: pasajes fundacionales sobre el origen del mundo, la relación del hombre con la naturaleza, la fugacidad de la vida o la exaltación de la guerra. Me he decidido por un lamento titulado Me aflijo (Nicnotlamati), que me recuerda mucho al tópico latino del memento mori, y que forma parte de los conocidos como ‘Cantos de privación’.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado



‘Estampida de poemínimos’, de Efraín Huerta (1914 – 1982)

PASEO I

Ahorita

Vengo

Voy a dar

Un paseo

Alrededor

De

Mi

Vida

Ya vine

***

DISTANCIA

Del

Dicho

Al

Lecho

Hay

Mucho

Trecho

***

MANDAMIENTO EQUIS

No

Desearás

La

Poesía

De

Tu

Prójimo

***

CINISMO

Ayer

También

Tengo

Ganas

De

Emborracharme

***

PROTAGÓRICA

El

Hambre

Es

La medida

De todas

Las

Cosas

***

AY POETA

Primero

Que nada:

Me complace

Enormísimamente

Ser

Un buen

Poeta

De segunda

Del

Tercer

Mundo

Para Efraín Huerta, el DF era una ciudad «donde todo parece morir, agonizar, todo parece polvo mil veces pisado». A Efraín Huerta, una mujer ebria le hacía recordar «la noche grávida de sangre y leche» y las «fúnebres gardenias despedazadas en el umbral de las cantinas». El amor poético de Efraín Huerta era «la palabra que ya se dijo ayer, que hoy no se dice».

Este poeta mexicano, admirador de Kafka -del que escribe, como es natural, un fantástico poema- y de Stalin -al que dedica, como es natural, hórridos versos-, vivió obsesionado por la ciudad, la política y el amor, vértices sobre los que pivota la mala baba de la vida en común y la tensión acre que se instaura en las relaciones humanas.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.