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El modernismo olvidado: Salvador Rueda

Quietud, pereza, languidez, sosiego…
un sol desencajado el suelo dora,
y a su valiente luz deslumbradora
que le ha dejado fascinado y ciego.

El mar latino, y andaluz, y griego,
suspira dejos de cadencia mora,
y la jarra gentil que perlas llora
se columpia en la siesta de oro y fuego.

Al rojo blanco la ciudad llamea;
ni una brisa los árboles cimbrea,
arrancándoles lentas melodías.

Y sobre el tono de ascuas del ambiente,
frescas cubren su carmín rïente
en sus rasgadas bocas las sandías.

La contradicción irresoluble en Salvador Rueda, al decir de Guillermo Carnero, tiene que ver con la forma y el fondo. Una forma modernista sobre un fondo (sin faltar) cateto y banal.

Salvador Rueda fue un poeta menor, un “iniciador superado”, según los manuales de la época. Su poesía dio lugar a un buen puñado de artículos finiseculares sobre el nuevo arte. Pero ya en las primeras décadas del siglo XX se vio que su recorrido era menor del esperado.

Quizá, más que el desdén, lo que enterró definitivamente a Rueda fueron los cariñosos epítetos de sus contemporáneos consagrados. Juan Ramón Jiménez, cuya poesía primera es deudora de la de Rueda, tituló Colorista español un artículo sobre él. Y ahí, implícitamente, está el olvido.

Me topé con unos cuantos poemas suyos en una antología de poetas del 98 preparada por Miguel García-Posada. Rueda, efectivamente, está entre los olvidados de esta (antes llamada) generación: los Fortún y cía.

Imágenes tópicas (“costas que encierran mi niñez”) y referencias al amor sagrado/amor profano. Versos leves y frondosos. Frescos también. De todos, Hora de fuego resume mejor que ninguno su poesía del terruño sin dejarse vencer demasiado por el tópico.

Un poema de Guillermo Carnero en el blog (16 de agosto de 2009)

Un poema de Fernando Fortún en el blog
(5 de abril de 2010)

IMAGEN: www.poetasandaluces.com

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