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‘Ahora, ¿adónde?’, de Heinrich Heine (1797 – 1856)

Ahora, ¿adónde? El torpe pie

quisiera llevarme a Alemania.

Mas la razón, prudente, mueve

la cabeza, como diciendo:

Es cierto que acabó la guerra,

pero quedan cortes marciales,

y dicen que escribiste antaño

cosas que te hacen fusilable.

Eso es verdad, poco agradable

sería verme fusilado.

No soy un héroe, me faltan

los patéticos ademanes.

Me gustaría ir a Inglaterra,

de no haber humos de carbón,

¡y los ingleses!… Ya su olor

me produce espasmos y vómitos.

A veces tengo la ocurrencia

De embarcarme hacia Norteamérica,

gran cuadra de la libertad

con sus brutos igualitarios.

Pero me da miedo un país

de gentes que mascan tabaco,

que, sin rey, juegan a los bolos,

y sin escupidera, escupen.

Rusia, ese imperio tan hermoso,

posiblemente me agradase,

pero en invierno no podría

soportar allí los azotes.

Con tristeza miro a lo alto,

donde hacen guiños miles de astros;

sin embargo, mi propia estrella

no la diviso en parte alguna.

En el áureo laberinto

del cielo se perdió tal vez,

como yo mismo me he perdido

en la terrena agitación.

Cuenta Eric Hobsbawn, en su clásico Las revoluciones burguesas, que durante la primera mitad del siglo XIX «todos los revolucionarios se consideraban -no sin razón- como pequeñas minorías selectas de la emancipación y el progreso». Un poco así debió de sentirse Heinrich Heine, hijo de la revolución, como él mismo se denominó, admirador del socialismo utópico y hegeliano heterodoxo.

Me interesé tarde por la obra literaria y política de Heine por culpa de mi pereza… y de mi profesor de filosofía de COU, que lo despreciaba. Con el tiempo comprendí porqué. Heine se enfrentó políticamente a los reaccionarios de la Restauración y a la vez dio con su poesía la puntilla al romanticismo. De origen judío, se acabó convirtiendo al protestantismo. Entre sus cualidades no estaba, al parecer, la de desprenderse de la vanidad.

Haine sobrevivió en varias décadas a los genios del idealismo alemán: a Hegel (de quien recibió clases en Berlín) y a Goethe. Durante los convulsos años desde la revolución de 1830 en adelante, se convirtió en el poeta alemán más famoso, polémico e incómodo para las autoridades prusianas.

El poema de hoy refleja, creo, un poquito de esa incomodidad del insumiso. Alejado por propia voluntad de una patria hacia la que había sido tan crítico en los periódicos, el poeta no se decide a ser del todo él en ningún sitio. Por otro lado, llamar a EE UU «una gran cuadra de la libertad con sus brutos igualitarios» me parece una descripción maliciosa pero genial (y, en el fondo, muy elogiosa).

NOTA: Traducción del alemán a cargo de Feliu Formosa

Nacho S.