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‘Corazón’, de Arquíloco de Paros (650 a.C)

Corazón, corazón de irremediables penas agitado,

¡álzate! Rechaza a los enemigos oponiéndoles

el pecho, y en las emboscadas traidoras sostente

con firmeza. Y ni, al vencer, demasiado te ufanes,

ni, vencido, te desplomes a sollozar en casa.

En las alegrías alégrate y en los pesares gime

sin excesos. Advierte el vaivén del destino humano.

El antimilitarismo en el siglo XXI es una decisión política tan loable y sana como en principio escasamente comprometedora. Salvo unos pocos triunfalistas algo desmemoriados ya nadie cree sinceramente que la guerra es una solución. Somos una sociedad, con matices, pacifista.

No siempre fue así, claro. Y menos en la Grecia arcaica, donde la guerra no sólo constituía una opción práctica irrenunciable, sino que era una obligación moral. Por eso, la fuerza de los versos de Arquíloco de Paros, que plasman la guerra como un conjunto de penalidades y no como un momento heroico y virtuoso digno de ser exaltado, nos remite a un asombroso ejercicio de libertad.

Arquíloco fue lo que llamaríamos hoy un apátrida, un libertino, un mercenario, un siervo de nadie y un cínico (en el sentido filosófico de la palabra). Un moralista avant la lettre que dedicó su vida a corroer las costumbres sociales, a hacer sátira y poner en duda lo que nadie osaba, por costumbre o para no meterse en líos, reprochar.

Algún Sayo alardea con mi escudo, arma sin tacha,

Que tras un matorral abandoné, a pesar mío.

Puse a salvo mi vida. ¿Qué me importa el tal escudo?

¡Váyase al diantre! Ahora adquiriré otro no peor.

En la breve composición publicada, Arquíloco, a quien se atribuye la invención del yambo (verso vulgar, nada aristocrático, pero punzante y satírico), da muestras de una fe de vida mesurada y edonista, de un conocimiento lucidísimo del espíritu humano y de la libertad individual.

NOTA: Traducción a cargo de Carlos García Gual.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.