Archivo de septiembre, 2010

‘Profesora’, de Leticia Bergé (1991)

La profesora llega al colegio
¡Ay, la profesora de pelo rizado,
rubio, como un haz de paja!
¡Profesora de literatura! ¡profesora de las grandes lenguas!
Pensar que esta mujer
Haya alzado un verso de Dante
A la tarde muerta y sola.
Su fuera un poco más suave
Y nos trajera un buen poema
En vez de hacernos repetir la vida de Lope.
¡Ay, la profesora rubia,
y el rizo que cae de su coleta
de falsa Emily Dickinson!
¡Cómo le gusta suspender a los soñadores
que en su clase escriben poemas!

La precocidad es mediática. En el deporte y en su sucedáneo, la política. En literatura también, sobre todo si puede adornarse con algún tipo de tragedia o escisión. Para no alterar el ritmo de las cosas, no deberían existir adolescentes irónicos ni desasosegantes; seres cuya madurez deja en ridículo los esfuerzos de los adultos por explicarla.

Pero existen. Y triunfan. Los poetas consagrados los alaban. Los suplementos literarios los exhiben como especímenes de una feria de bestias. En algunos -lo más- el fulgor se apaga con la edad legal; en otros -los menos, Leticia Bergé entre ellos- la literatura acaba triunfando por encima de tópicos y adjetivos.

Profesora merecería un sobresaliente por sarcástico y refinado, por anticonvencional y elegante. Un poema así vale por mil exámenes de Selectividad sobria y convencionalmente contestados. Dame tu llave (AMG, 2006), el libro al que pertenece, recoge los poemas escritos por Leticia Bergé hasta que cumplió los 15 años. Poemas enigmáticos como Canción del escalador y otros inusitadamente clásicos, como los fechados en Roma. Este Pocos es una joya de humor y distanciamiento:

De mi currículum
Mortis destacaría
Una sonrisa que pocos han visto

Nacho S. (@nemosegu)

‘Cántico del sesentón’, de Carl Schmitt (1888-1985)

Tasqué el freno a montura del destino,
victorias y derrotas, revoluciones y restauraciones,
inflaciones y deflaciones, bombardeos,
denuncias, crisis, ruinas y milagros económicos,
hambres y fríos, campos de concentración
y automación:
todo lo atravesé. Todo me ha atravesado.
Conozco los muchos estilos del terror,
el de arriba, el de abajo,
el terrestre y el aéreo.
El legal y el sin ley,
el pardo, el rojo, el terror variopinto,
y, el peor, en que nadie se atrevería a hablar.
Sí. Todos los conozco y, de sus garras, sé.
Conozco los coros aullantes,
los altavoces falsarios,
las listas negras, con nombres y más nombres,
y los ficheros de los perseguidores.
¿Qué debo, pues, cantar? ¿El himno de Placebo?
¿Me dormiré en la paz de las plantas y animales?
¿Me elevaré pánicamente en el círculo de los paniscos?
¿Beato, con giróvago mosquito?
Tres veces, me he encontrado en el vientre del pez.
Tres veces, vi la muerte en ojos del verdugo.
Dos poetas sibilinos prestáronme custodia.
Y un santo abrió la puerta, un Santo del Levante.
Hombre, ungido por esta iniciación, no temas,
está atento y padece.

En Ex captivitate salus, el librito de memorias que contiene este el poema, Carl Schmitt se nos aparece como un semidiós jurista, como un clérigo de Benda trascendente y a la vez temeroso, un príncipe del espíritu que asiste solo al derrumbe de la razón en el mundo. Tiene algo de melancólica la defensa de sí mismo en términos religiosos en alguien tan inteligente.

La probada -como en Heidegger– relación de Carl Schmitt con la jerarquía del nacionalsocialismo y su brumosa personalidad a medio camino entre el genio iluminado y el villano inclemente no ha impedido que sus obras -en especial El concepto de lo político– sean ya clásicos de la filosofía política del siglo XX.

Pero no he leído tanto de Carl Schmitt como para escribir sin equivocarme (aunque sí lo justo para saber que algunos artículos que hablan de él, como éste de Manuel Rivas, son muy inexactos). Si os he traído aquí un -y creo que el único- poema suyo es porque, obsesionado como estoy con el testimonio del siglo XX, sus primeros versos me parecen una definición exacta y cruda –todo lo atravesé, todo me ha atravesado– de lo que dio de sí el terror de una era.

PD: Os recomiendo, si tenéis interés en cómo algunas de la tesis schmittianas fueron retomadas por estudiosos de izquierda, este artículo de la politóloga Chantal Mouffe, que es imprescindible. Asimismo, en este blog del profesor Gregorio Luri encontraréis unas notas muy exactas sobre su compleja figura y su disperso legado intelectual.

TRADUCCIÓN: Eugenio D`Ors (hay también otra traducción, que data de 1950, de Enrique Tierno Galván)

IMAGEN: www.carl-schmitt.de/

Nacho S. (Twitter: @nemosegu)

‘Las ciudades de la sed’, Antonio Ferres (1924)

Las aspas chirrían con el viento
Y el agua sube desde la tierra en sombra
Hasta el charco de luz
Donde apagar la sed
La siesta interminable
Mis ojos y yo mismo en el espejo
Ofreciéndome caminos
Hacia ciudades nuevas
Aún no nacidas
Relámpagos en el cielo nublado
De la tarde
Allá donde tú existías
-tan joven-
Llegada de otra parte
Como el recuerdo de otra vida
Donde andábamos sedientos.

Me ha pasado lo mismo con Joaquín Soler Serrano, de quien vi casi todos sus A fondo con la convicción de que ya estaba muerto. Antonio Ferres es, junto con Armando López Salinas, el autor de Caminando por las Hurdes, un clásico de la literatura de viajes de los sesenta (que fue reeditado en 2006).

Resulta que hace un par de veranos tuve una boda en dicha comarca. Mi padre me habló del libro, del que conservaba la primera edición, y como hice con Marañón y Buñuel, lo digerí precipitadamente antes del viaje. Era un libro de rojos, es cierto (creo que Sartre lo publicó por entregas en Les Temps Modernes). En cualquier caso, yo lo leí creyendo que Antonio Ferres había muerto hacía mucho, a una edad indefinible y en un lugar no menos brumoso. Este verano no sólo he descubierto que sigue vivo sino que es el autor de una poesía más que meritoria.

Parece ser que Ferres, admirador de Italo Calvino y Ángel González, es un tipo doblemente tardío: exiliado tardío -salió de España en los sesenta y regresó con la democracia- y poeta tardío -comenzó a escribir versos a finales del siglo XX, con más de 70 años. He leído su París y otras ciudades encontradas, donde juega a tasar nostalgias y crepúsculos, y he seleccionado este Las ciudades de la sed. A ver qué tal.

IMAGEN: http://www.elimparcial.es/contenido/16605.html

Nacho S. (Twitter: @nemosegu)

‘Elegía de madera, núm.2’, de Miguel Labordeta (1921-1969)

¿De dónde surgió la impía Voz

del Hombre que desvela el secreto Ojo

que no tiene orilla?

Lo que no tiene cielo

¿de dónde alimentó

el sueño de los soles perdidos

y el torrente de las historias?

A pesar de todo, vivimos.

A pesar de todo, ansiamos.

Las dulzuras que arrebatan

el momento siniestro

en que los párpados se desmayan

prometiendo el olvido.

A pesar de todo, me enamoro y me monto en los tranvías.

A pesar de todo, tú tienes hijos y preguntas la hora.

A pesar de todo, aquella muchacha azul tarde

se despide por fin, pálida ya, inacabable.

¿Para qué las grutas de la luz

y el oculto resplandor de las sangres?

¿Para qué el adiós moribundo

con que cada tormento

nos depara el futuro?

Hollad todos los vientres.

Saquead las violetas.

Una gloriosa tumba entre los huesos del viento

solicita la fe de los destinos.

Y tú estás muerto

Oscuro rayo, amor mío,

tú sigues muerto,

amor mío.

Ya.

Como si nada hubiera ocurrido.

Como si la huella del beso

fuera un vago desmayo

entre miles de siglos y millones de rosas.

Pues el hombre,

decidme: el hombre,

¿para qué existe?

Salvo la asfixiante vida de provincias y la enseñanza de la Historia, los mundos de Miguel y José Antonio parecen tan diferentes entre sí como el legado artístico que cada uno de ellos dejó. José Antonio, el juglar cercano, el moralista sin ira, el hombre público, íntegro, afable y para nada dado a la misantropía. Miguel, el poeta tímido, el solitario radical cuyo existencialismo primario era parte indiferenciable de su biología. Los hermanos Labordeta. José Antonio falleció el otro día; Miguel hace 40 años.

«Un animal tierno aterido por los estremecimientos cósmicos de los seres terrestres». Es decir, un hombre frágil, con vocación para el desamparo, osadamente libre en un tiempo en el que serlo te convertía no sólo en marginado sino en sospechoso. El retrato que hace Labordeta –nuestro Labordeta- de su hermano mayor es su némesis. Miguel, además, por lo cuentan sus biógrafos, trasegó las vanguardias, fue compañero de los mejores y más radicales (Cirlot) y coqueteó en las tertulias zaragozanas del Niké con -entonces sí tenía justificación llamarlo así- lo políticamente incorrecto.

A la manera de Gil de Biedma, también escribió su propia elegía («Si acaso preguntasen por él / decidles que nunca dijo que existiese»). A la manera de Pessoa o Machado se fabricó sus propios heterónimos (como el genial Valdemar Gris). En uno de sus primeros poemas, en el que se define como ser y artista efímero, se lee este verso genial: «La estatua de humo y hueso que siento que soy».

IMAGEN: www.ctv.es/USERS/cpralcoben/antologia/miguellabordeta.htm

Nacho S. (Twitter: @nemosegu)

Los ‘yo me acuerdo’ de George Perec (1938-1982)

143
Yo me acuerdo que pensaba que las primeras botellas de Coca-Cola -las que
los soldados norteamericanos bebieron durante la Guerra- contenían benzedrina
(me sentía orgulloso de saber que ese era el nombre científico del “maxiton”)

112
Yo me acuerdo que Colette era miembro de la Real Academia de Bélgica

42
Yo me acuerdo de que me preguntaba si el actor americano William Bendix era
hijo de los de las lavadoras

2
Yo me acuerdo de que mi tío tenía un 11CV matrícula 7070 RL2

167
Yo me acuerdo de que los Platters fueron implicados en un asunto de drogas, y
también corrió el rumor de que Dalida era agente del F.L.N.

211
Yo me acuerdo de un queso llamado “La vaca seria” (“La vaca que ríe” demandó
y ganó)

291
Yo me acuerdo que la primera película de Jerry Lewis y Dean Martin que vi se
llamaba Hammer of the Sailors

346
Yo me acuerdo de “Pilas Wonder se gastan sólo si las usa”

451
Yo me acuerdo de Robert Mitchum diciendo “Children…” en el film de Charles
Laughton The night of the hunter

480
Yo me acuerdo

George Perec fue uno de aquellos escritores, llamados experimentales, que adoraba la superficie del mundo y que rellena cuartillas y cuartillas de morosas e ingeniosas descripciones en apariencia banales. Como alguno de sus compinches de OuLiPo, Perec prestaba la máxima atención a la materia y escribía con una convicción siempre presente: aunque lo cotidiano no tenga historia merece ser detallado.

Así parió libros como La vida instrucciones de uso, Las cosas o Intento de agotar un lugar de París. Hay quien los encuentra aburridísimos. “No sucede nada”, suelen decir. Es verdad. Es una gran crítica esa. En las novelas de Perec no se pretende más que narrar el tránsito que lleva de la incoherencia a la coherencia, de lo inabarcable a lo irreductible. Y, todo eso, sin brusquedad, sin alteración del flujo corriente de los hechos, sin hecatombes ni atajos.

Hace unos años se tradujo al castellano sus me acuerdo. Yo aquí los he hecho pasar por poemas -o micropoemas- aunque en realidad son breves apuntes, más de 400, que comienzan por un je me souviens seguido de recuerdos minúsculos de su biografía y de su siglo.

NOTA: como no tengo el libro a mano he recurrido a una entrada sobre Perec en la inabarcable Balconcillos.

IMAGEN: http://www.todayinliterature.com

Nacho S. (Twitter: @nemosegu)

El romance del conde Olinos, recitado por María Martín del Río

Una mañana de diciembre de este año, María Martín salió a quitar la nieve de la puerta de su casa. Con 93 años y viviendo sola en un pueblecito de la sierra no era la primera vez. Aquel día hacía la ronda por el valle del Lozoya un equipo de Telemadrid en plena alucinación meteorológica. A falta de isobara a la que entrevistar, los periodistas se pusieron a grabar cómo limpiaba María y a preguntarle las obviedades convenidas. Fue la primera alteración del invierno; la segunda, días después, fue un amago de infarto. Hoy, desde que salió del hospital con vagas promesas sanitarias, la mujer vive con su hija y sus nietos en el pueblo vecino al suyo, que es también el de mi familia.

María ha cumplido 94 años este septiembre. Yo la conocí en agosto. Durante unos días vi cómo caminaba con su bastón, a pasos cortos y rápidos, y cómo subiendo la cuesta se protegía del calor con un pañuelo azul y un sombrero de paja. El primer día que hablé con ella me maravilló su voz y su manera precisa y sencilla de expresarse. Su salud -dictadura moderna que no afecta a su biografía- es exhuberante; y su apetito y su memoria, “sin igual en el pueblo”. Como es natural, los nonagenarios no tienen abuela.

“Te acordarás de mí mientras vivas”, me dijo. Acababa de grabar en mi teléfono cómo recitaba, con verbo relampagueante, el Romance del conde Olinos. Seguí grabando. Tres romances más. María me decía “empiezo, empiezo” y yo “espera, espera, cuando le diga”. Miraba con sus ojos azules fijos a la pantalla y empezaba, claro, cuando le daba la gana. “Eso es todo lo que sé”, se disculpó tras regurjitar el último verso de La loba parda. Ese modesto todoloquesé lo había aprendido con 16 años. Cuatro años antes, me informó, de que los mozos de su pueblo despeñaran las campanas de la iglesia y cuatro después, hubiera sido una pedantería informarle yo, de que Menéndez Pidal publicara Flor nueva de romances viejos.

NOTA: Vídeo grabado en Canencia de la Sierra (27-8-2010)

Nacho S. (Twitter: @nemosegu)

‘Viajar es muy útil, hace trabajar la imaginación’, de Céline (1894-1961)

Viajar es muy útil, hace trabajar la imaginación.
El resto no son sino decepciones y fatigas.
Nuestro viaje es por entero imaginario.
A eso debe su fuerza.
Va de la vida a la muerte. Hombres,
Animales, ciudades y cosas, todo es imaginado.
Es una novela, una simple historia ficticia.
Lo dice Littré, que nunca se equivoca.
Y, además, que todo el mundo puede hacer igual.
Basta con cerrar los ojos.
Está del otro lado de la vida.

Viaje al fin de la noche es mucho más que una novela descomunal sobre la experiencia de la guerra y su reseca. Ferdinand Bardamu, su protagonista, es la corrosión del espíritu moderno: un desclasado que se arrastra por las costuras de la vida, de una factoría en un río temible de África a una cadena de montaje -no menos temible- de la Ford en América, y que ha muerto ya lo suficiente para decir secamente que confiar en los hombres es matarse un poco.

La novela y el poema, que le sirve de pórtico radical, salieron de la cabeza inmisericorde de Louis-Ferdinand Céline, escritor colaboracionista y antisemita que perteneció a aquel grupo de “perdedores, anarquistas estéticos reñidos consigo mismo y con el mundo”, en feliz retrato de alguien que conoció muy bien el sindiós intelectual (y moral) de la Francia de posguerra.

Para Adri y Jesús, por otra noche.

TRADUCCIÓN: Carlos Manzano.

IMAGEN: http://louisferdinandceline.free.fr/index2.htm

Nacho S. (Twitter: @nemosegu)