Archivo de junio, 2010

‘Petrificado’, de Wilhelm Müller (1794-1827)

Busco en vano en la nieve

Las huellas de sus pasos

Allí por donde, juntos,

Cruzábamos el prado.

Quiero besar el suelo,

Traspasar hielo y nieve

Hasta alcanzar la tierra

Con lágrima ardientes.

¿Dónde encontrar un pétalo,

Dónde una hierba verde?

Las flores están muertas

Y el prado palidece.

¿No hay por aquí el más leve

Recuerdo que llevarme?

¿Quién me hablará de ella

Cuando mi dolor calle?

Su imagen se refleja

En mi pecho menguante;

¡si el pecho se deshiela

Derretirá su imagen!

Quienes decían, yo sin ir más lejos, que el movimiento romántico era refractario a la ironía, se equivocaban (me equivocaba). En este post está la prueba.

(Primero, el lugar común) Lo insondable -o el negocio de lo insondable: alguna metafísica y alrededores- abusa con desagradable frecuencia de la seriedad. El camino al volkgeist es áspero y plúmbeo. El sentimiento grave de la vida encaja en todos los manuales decimonónicos.

(Ahora, la excepción) Wilhelm Müller y sus poemas de Viaje al invierno. ¡El metaromanticismo antes de que triunfara el Romanticismo! Estos versos, tan exactos en la parodia de la esclerosis de la calavera doliente: “¡Qué horror mi juventud / qué lejana la tumba!”, “¡Mi única conquista es el engaño!”, “Ella me habló de amor, su madre hasta de boda”.

Cuando Müller murió apenas había pasado poco más de un lustro desde que Lamartine publicara sus Meditaciones poéticas. Su Winterreise, que los melómanos conocerán por la música de Schubert, es un viaje deliciosamente leve, contradictorio y moderno. ¿O es que esto no suena a dialéctica de la ilustración al más sabroso estilo Kritische Theorie?

Una luz amigable me corteja,

Allí por donde va, yo la persigo;

La persigo feliz, y me doy cuenta

De que esa luz engaña al peregrino

VÍDEO/AUDIO: El poema en la música de Schubert (interreise, D 911, Erstarrung)

TRADUCCIÓN: Andrés Neuman

Nacho S. (@nemosegu)

‘Canción de cuna para Stefan’, de Peter Hartling (1933)

Donde los sueños siguen circulando
en cáscaras de nuez y tras ventanas
esperan seres mágicos, una cuna
una azul cuna, una cuna roja,
nube que va meciéndose y un bote
de mimbre…
puede viajar sobre y en torno a ellas,
a las estrellas, puede con su sueño
demostrar el de gnomos y enanos…
y en el sueño procede cual si fuera
el día algo imposible, dime, Stefan,
¿dónde es el mundo aún tan redondo?, dime.

He tenido que escalar a una antología de poesía alemana (las antologías no se leen, se escalan, y más las alemanas) para poder dar cumplimiento a una promesa.

No es que Peter Hartling, un autor conocido sobre todo por sus libros de literatura infantil, sea un poeta extraordinario (o quizá sí, no lo he leído tanto para emitir un juicio ecuánime), pero tiene un poema exacto y tierno, a modo de nana, que me da pie para publicar una ansiada foto de Salzburgo.

El poema se titulan Stefan. Como el gran Stefan Zweig (¿verdad @elbecario?). El autor de los divertidos Momentos estelares de la humanidad y de las frenéticas biografías históricas de Fouché o Montaigne, no nació allí (lo hizo en Viena), pero tras la Primera Guerra Mundial, que rompió su idilio con el mundo de ayer, regresó a Salzburgo como quien regresa de un mal sueño.

NOTA: Traducción de José M. Mínguez Sénder

Nacho S. (@nemosegu)

‘Viaje nocturno sobre el puente del Rin en Colonia’, de Ernst Stadler (1883-1914)

El expreso avanza a tientas en tanto cruza por la oscuridad.
Ninguna estrella quiere asomarse. El mundo entero no es
Sino la estrecha galería de una mina encarrilada en noche.
En la que, a veces, pozos de un azul resplandor desgarran
Horizontes repentinos: un círculo de fuego
De faroles, tejados, chimeneas, chorreando, humeando…
Tan sólo unos segundos…
Todo es negro otra vez. Como si descendiéramos, cuando es
Nuestro turno, hasta la misma entraña de la noche.
Ahora oscilan las luces, extraviadas, desesperadamente
Solitarias. Se agrupan. Se adensan.
Los esqueletos de las fachadas grises se muestran al
Desnudo, muertos en la penumbra mientras palidecen.
Algo debe pasar. Con pesadez lo noto en mi cerebro.
Canta en la sangra una opresión. Luego retumba en el suelo.
De pronto, como el mar:
Volamos, regiamente elevados por un aire que se arrancó
A la noche, my altos, sobre el río. Curvatura de luces a millares
Callada vigilancia
Ante cuya revista de centellas las aguas pesadamente ruedan.
Filas interminables, formadas en la noche para saludar.
Antorchas, al ataque. Alegre. Salva de barcos sobre el mar azul.
Fiesta estrellada.
Rebosantes, fluyendo con luminosos ojos. Hasta donde las
Últimas casas de la ciudad despiden a su huésped.
Luego, la larga soledad. Las riberas desnudas. Quietud.
Noche. Retorno. Recogimiento. Comunión. Y ardor y ansia
Hacia el final, la bendición. La fiesta de los sexos. Hacia
La voluptuosidad. Y la oración. Y el mar. Hacia el ocaso.

Así, a ojo, van más surrealistas que románticos; más existencialistas que creacionistas; más impresionistas que expresionistas. No es que lo quiera tratar de arreglar ahora: uno es uno y sus preferencias (y nada de sus circunstancias) y a estas alturas me va a ser difícil hacerme pasar por lo que nunca fui.

Hoy traigo a Ernst Stadler, un poeta alsaciano (de cuando la Alsacia era alemana, claro) admirador de Hofmannsthal y de Péguy (esto explica la parte del todo). Decir Stadler es algo así como decir el expresionismo en carne viva, en su más hiriente disconformidad.

Un verso suyo de otro poema que no es este de hoy dice: «Hasta que te embriagó lo repugnante«. Supongo que ahí está la más exacta definición, para los que gustan de ellas (tiempos indefinidos con definiciones para todo), de este movimiento que si tuvo más de radical que de irracional fue por los pelos.

Viaje nocturno es una oda al reverso tecnológico del espíritu de la modernidad; a su más despiadada consecuencia, la deshumanización. La paradoja fue que los expresionistas alcanzaron a captar su impureza desde la fascinación, lo grotesco y lo oscuro. La paradoja o, visto lo visto, la única posibilidad.

NOTA
: Traducido del alemán por Jenaro Talens

IMAGEN: ‘Rheinbrücke in Köln/Bridge Over the Rhine at Cologne’, de Ernst Ludwig Kirchner, 1914.

Nacho S. (@nemosegu)

‘A Aristómenes de Egina, vencedor en la palestra’, de Píndaro (522-448 a.C)

(…) Pero los éxitos no dependen de los hombres; la divinidad los da,
lanzando unas veces a uno a lo alto, y aplastando a otro.
Avanza con mesura. Tienes el premio ganado en Mégara,
y el del valle de Maratón, y en el certamen local de Hera
tres victorias, Aristómenes, conquistaste tu empeño.
Sobre cuatro adversarios arremetiste
desde lo alto, planeando su daño.
Para ellos no se decidió de igual modo que para ti
en Delfos un regreso jubiloso,
ni al llegar de vuelta junto a su madre una suave sonrisa
suscitó el regocijo. Por las callejuelas,
a escondidas de sus enemigos
se deslizan temerosos, desgarrados por su fracaso.
pero quien ha obtenido algún reciente triunfo
muy airoso se eleva
impulsado por su gran esperanza
sobre los alados poderes de su hombría,
y tiene una meta superior a la riqueza.
En breve espacio crece la dicha de los mortales. E igual
de pronto cae por tierra, zarandeada por un designio ineluctable.
¡Seres de un día! ¿Qué es uno? ¿Qué no es? (…)

Aquel oficial preso de los alemanes en La gran ilusión, cuya finalidad en la vida no era escapar a toda costa sino traducir a Píndaro pese a la mofa de sus compañeros de cautiverio, tenía más fe en la victoria que ninguno. Píndaro cantó a los triunfadores de las pruebas atléticas en la Grecia arcaica con suntuosidad y respeto aristocráticos (también con la sumisión debida a los dioses, que en su tiempo eran muchos y variados).

No sé si aquella lírica coral, de la que Píndaro fue excelso representante, tiene hoy sucesores dignos en himnos y cánticos deportivos. En cualquier caso, lo de menos en las odas pindáricas es el triunfo deportivo. Lo realmente importante es la lección moral, el encaje de la victoria en un orden natural. Nada muy distinto a nuestro deporte. En el fútbol como en la guerra, escribió la Sontag.

NOTA: Por su extensión, publico sólo un fragmento de la Pítica VIII, dedicada a Aristómenes de Egina, una de sus últimas composiciones y de las más sencillas.

TRADUCCIÓN: Carlos García Gual.

Nacho S. (@nemosegu)

‘Abandonada por su pie’, de María Wine (1912-2002)

Abandonada por su pie
queda la huella sola
con su vacío interrogante.
Tú puedes verla en todas partes:
En el bosque
en los caminos rurales
en los senderos nevados
o congelada en el hielo.
En todas partes llama tu atención
Se te presenta con su leve profundidad
De oscuridad y vacío.
Me da pena de la huella
que añora su pie
porque ningún pie añora
volver a su huella.

La antigua colección de poesía de Plaza&Janés, descatalogada hace años y que únicamente sigue viva en librerías de lance, me parece una joya, más allá de esos pequeños defectos que sin duda tiene… muchísimo más perdonables ahora que hace 35 años.

Aquellas selecciones de poesía universal dieron a conocer por primera vez en España a autores como Carl Sandburg, Hart Crane o Victor Segalen. Libritos con un estampado geométrico, de tapa dura y colores planos. Hace unas semanas me hice con uno: la antología de María Wine.

Sabía de María Wine por su deuda con la obra de otra poetisa nórdica -Wine no era sueca, sino danesa, aunque tras casarse adoptó la lengua y creo que también la nacionalidad- que ya tuvo su momento aquí: Edith Södergran.

Cuando Södergran murió Wine apenas era una niña, pero su futura madurez artística conectará con los temas y el estilo -la presencia de la naturaleza, la espiritualidad, el amor femenino, el tono melancólico y metafísico- de la poesía de Södergran.

Comprobadlo vosotros mismos.

NOTA: Traducido por el poeta Justo Jorge Padrón.

Nacho S. (@nemosegu)

‘Mundo mágico’, de Emilio Westphalen (1911-2001)

Tengo que darles una noticia negra y definitiva
Todos ustedes se están muriendo
Los muertos la muerte de ojos blancos las muchachas de ojos rojos
Volviéndose jóvenes las muchachas las madres todos mis amorcitos
Yo escribía
Dije amorcitos
Digo que escribía una carta
Una carta una carta infame
Pero dije amorcitos
Estoy escribiendo una carta
Otra será escrita mañana
Mañana estarán ustedes muertos
La carta intacta la carta infame también está muerta
Escribo siempre y no olvidaré tus ojos rojos
Es todo lo que puedo prometer
Tus ojos inmóviles tus ojos rojos
Es todo lo que puedo prometer
Cuando fui a verte tenía un lápiz y escribí sobre tu puerta
Esta es la casa de las mujeres que se están muriendo
Las mujeres de ojos inmóviles las muchachas de ojos rojos
Mi lápiz era enano y escribía lo que yo quería
Mi lápiz enano mi querido lápiz de ojos blancos
Pero una vez lo llamé el peor lápiz que nunca tuve
No oyó lo que dije no se enteró
Sólo tenía ojos blancos
Luego besé sus ojos blancos y él se convirtió en ella
Y la desposé por sus ojos blancos y tuvimos muchos hijos
Mis hijos o sus hijos
Cada uno tiene un periódico para leer
Los periódicos de la muerte que están muertos
Sólo que ellos no saben leer
No tienen ojos ni rojos ni inmóviles ni blancos
Siempre estoy escribiendo y digo que todos ustedes se están muriendo
Pero ella es el desasosiego y no tiene ojos rojos
Ojos rojos ojos inmóviles
Bah no la quiero.

Me escribe J., que siempre está en proceso, y me enlaza un poema del peruano Emilio Westphalen‏. Para tu teoría, me dice. Mi teoría es que la diplomacia es el camino más directo a la poesía. A la autoridad por la potestad, resume él (al revés de Valle Inclán).

Mi autoridad es nula y mi potestad mediocre. Por si fuera poco, tampoco conocía a Westphalen. Poesía de poeta, escribió Octavio Paz (aunque sinceramente no sé muy bien qué quiso decir el maestro con esto).

He leído precipitadamente una decena de poemas de Westphalen. Si todos me hubieran parecido tan extraordinarios como éste que eligió J., ahora me estaría tirando de los pelos por tanto tiempo desperdiciado.

Aunque también hay otros versos suyos rescatables (es decir, revisitables sin la sensación de estar perdiendo el tiempo): «Los malos instintos de libertad danzan su ronda diabólica. ¡Fuera la conformidad, la resignación, la medianía!. En su esputo negro ahóguense».

IMAGEN: Toño Zapata

Nacho S. (@nemosegu)

‘La copa’, de Frederi Mistral (1830-1914)

¡Provenzales, mirad la copa

Que nos viene de los catalanes:

Por turno bebamos juntos el vino de nuestras viñas!

¡Copa santa y desbordante,

Derrama hasta el borde

Derrama a chorros

Los entusiasmos y la energía de los fuertes!

Copa santa…

De una raza que renace

Somos quizá el primer brote;

Somos quizá de la patria

Los pilares y los jefes.

Copa santa…

Derrámanos las esperanzas

Y los sueños de los jóvenes,

Del pasado los recuerdos

Y del futuro la fe.

Copa santa…

Derrámanos el conocimiento

De lo Verdadero y lo bello,

Y las grandes alegrías

Que se ríen de la tumba.

Copa santa…

Derrámanos la Poesía

Para cantar todo lo que vive,

Pues es ella la ambrosía

Que al hombre en dios convierte.

Copa santa…

¡Por la gloria de la tierra

Vosotros, por fin, ser cómplices,

Catalanes alejados, oh hermanos,

Comulguemos todos juntos!

Entre Guillermo de Aquitana y Frederi -o Frédéric-Mistral hay seis siglos de diferencia, una tradición literaria tan rica como olvidada y una lengua, la provenzal (u occitana, depende de quién te hable, y sobre todo desde dónde), mespresada (o, lo que es lo mismo, despreciada).

Mistral, al socaire del espíritu romántico del XIX, fue el artífice del renacimiento provenzal. Con su determinación y genio para tomar partido por una lengua a la que el auge del francés primero y la centralización política tras la Revolución Francesa después habían convertido en una reliquia, logró remover el ambiente cultural parisino, suscitando adhesiones inquebrantables –Lamartine, Sand- y desprecios más o menos disimulados (Zola).

Mistral fue un trovador contemporáneo, preocupado por los aspectos normativos y literarios del provenzal -su estilo y temas se desvían muy poco del estilo y temas de los clásicos- aunque también por su vertiente política-fraterna, como se aprecia en la poesía de hoy.

Sus esfuerzos poéticos le supusieron una miríada de continuadores y un premio Nobel, compartido con el matemático y dramaturgo José de Echegaray (hoy, curiosamente, ambos sólo rivalizan en olvido).

NOTA: La traducción del provenzal es de Pilar Blanco, filóloga especialista en Mistral y gran conocedora de la lengua de los trovadores.

NOTA 2: Una versión de poesía en el original occitano acompañada de música.

IMAGEN: http://www.alliance-francaise.nl/meppel/literatuur_bijeenkomsten.php

Nacho S. (@nemosegu)

Horacio, sobre una juventud sin valores

Los desastres dimanados de esta fuente
fluyeron hasta la patria y el pueblo:
la muchacha precoz gusta de aprender danzas jónicas
y, ya desde ahora, se acicala con artificio
y piensa desde su infancia, en impúdicos amores;
luego, busca amantes más jóvenes
durante los convites del marido,
y, marchitos ya sus encantos, no elige
a quien, a escondidas, pueda otorgar prohibidos placeres,
sino que, obediente, a la vista de todos, se levanta
no sin que el marido lo sepa,
ya le llame un mercader,
ya el capitán de una nao española
comprador a buen precio de su deshonra.
Una juventud no nacida de estos padres
colmó el mar de sangre púnica
y destrozó a Pirro y al gran Antíoco y al feroz Aníbal;
era la viril descendencia de rústicos soldados
experta en trabajar la tierra con azadas sabinas
y en trasportar maderos,
cortados a gusto de sus rígidas madres,
cuando el sol desplaza las sombras de los montes;
y quitaban el yugo a los cansados bueyes,
pasando sus ratos libres en su viajero carro.
¿Qué no deteriora el funesto paso del tiempo?
La edad de nuestros padres, peor que la de nuestros abuelos,
nos trajo a nosotros, todavía peores,
que luego engendraremos
unos hijos aún más corrompidos.

Esta semana tuve la deliciosa fortuna de que a mi lado en la redacción se sentara @elbecario, un hombre y joven de los que ya casi no quedan. En un descanso de nuestras labores, bec me preguntó -demasiado confiado en que iba a darle una respuesta convincente- sobre el comentario que una lectora hizo en el blog a su desenfadada reflexión sobre los chavales de ahora (que no son como los de antes). Ariana, así se llama la lectora, recordaba la impresión que le produjo en la infancia la lectura de un texto de época romana que lamentaba la falta de valores de los jóvenes.

“¿Existe algo como lo que ella menciona pero en poesía?”. Balbuceé alguna respuesta rápida, que sí la degeneración de la juventud es un topos literario tan antiguo como la civilización, que si los arquetipos del puer senex o el puer aeternus ayudan bastante, que si Juvenal, que si Catulo… ¿que si Marcial? Le prometí que un día de estos lo consultaría.

Aquí está el resultado de la promesa: Horacio, la oda VI del libro III, una de sus composiciones de tono moralista más vigorosas, donde carga contra una juventud que ni sabe hacer la guerra ni trabajar la tierra (y que, para colmo, es licenciosa en amores y no respeta a los dioses). Por su extensión y para no cansar, la publico decapitada, sólo su segunda mitad. Aunque, claro, este detalle los jóvenes no lo sabrán apreciar, la-juventud-de-hoy-ya-no-lee-por-nada-del-mundo-a-los-clásicos… ¿O sí? 🙂

NOTA: Por cierto, un adulto responsable que no se confunde con la juventud pero que cree en ella, escribe en su -ay- último libro, sobre el compromiso juvenil: “If Young people today are at a loss, it is not por want of targets. Any conversation with students will produce a startling checklist of axieties. Indeed, the rising generation is acutely worried about the world it is to inherit”.

TRADUCCIÓN: Alfonso Cuatrecasas

Nacho S. (@nemosegu)

‘Sherry-Brandy’, de Varlam Shalámov (1907-1982)

El poeta se moría. Las grandes palmas de las manos hinchadas por el hambre, los dedos blancos, sin una gota de sangre, y las sucias y crecidas uñas, como cañas, reposaban sobre el pecho, sin protegerse del frío. Antes metía las manos entre la ropa, sobre la piel desnuda, pero ahora su cuerpo no conservaba el suficiente calor. Hacía tiempo que le habían robado las manoplas; para robar bastaba con no tener vergüenza, robaban a la luz del día. El mortecino sol eléctrico, cubierto de cagadas de mosca y herrado con una reja redonda, se hallaba sujeto arriba, bajo el techo. La luz caía a los pies del poeta, que yacía, como en un cajón, en la oscura profundidad de la hilera inferior de una formación compacta de literas de dos pisos. De vez en cuando los dedos de las manos se movían, chasqueaban como castañuelas, palpaban un botón, un ojal, un agujero del chaquetón, barrían alguna brizna y se detenían de nuevo. El poeta se moría tan lentamente que había dejado de comprender que se estaba muriendo. (…)

(Prosa poética. La impresión de que te están dando gato por liebre; párrafos melifluos y llenos de trampantojos, un tono congestionado que trata de llegar a la poesía a través de la impotencia.)

Podría decirse, superficialmente, que esto de hoy es prosa poética, aunque jamás un frívolo ejercicio de estilo. Sherry-Brandy es una de las cientos de historias incluidas en Relatos de Kolimá, la obra cumbre de Varlam Shalámov, donde regurgita –regurgita no es la palabra, pero ya es demasiado intimidante elegir una como para encima elegir justo la correcta- sus varias décadas como esclavo enemigo del pueblo en el gulag soviético.

La comparación de dos horrores es un horror en sí mismo. Pienso en el infierno de Primo Levi y de David Rousset. ¿Fue el de Shalámov tan distinto del suyo? Me siento cínico tasando horrores, sacando la regla de oro del sufrimiento totalitario. Leer Relatos de Kolimá no es un aprendizaje, y esa es una verdad tan triste como escuchar que en la extrema debilidad los humanos no tienen fuerza ni para los sentimientos.

NOTA
: Shalámov dedicó Sherry-Brandy a la memoria del gran Osip Mendelshtam, que desapareció demente y hambriento camino del Norte. Hace tiempo os traje un poema suyo.

TRADUCCIÓN: Ricardo San Vicente

IMAGEN: lacentral.com

Nacho S. (@nemosegu)



‘Hora nocturna’, de Karl Kraus (1874-1936)

Hora nocturna que me consumes,
hora en la que imagino, medito y sigo,
y esta noche va llegando a su destino.
Fuera dice un pájaro: es el día.
Hora nocturna que me consumes,
hora en la que imagino, medito y sigo,
y este invierno va llegando a su destino.
Fuera dice un pájaro: es primavera.
Hora nocturna que me consumes,
hora en la que imagino, medito y sigo,
y esta vida va llegando a su destino.
Fuera dice un pájaro: es la muerte.

Carlos Pardo, simpático y culto librero de la caseta de la editoral Antonio Machado en la Feria del Libro, me explicó las peripecias del traductor del libro de Karl Kraus que acababa de comprarle.

José Luis Arántegui, compilador de Escritos (editorial La balsa de la medusa), se pasó una buena temporada en Viena dejándose los ojos descifrando la minúscula letruja de Die Fackel, el periódico que el satírico periodista vienés -tan suyo que diría que no ha habido otro igual- publicó casi en solitario durante tres décadas.

Me encanta Karl Kraus. Me encanta desde que leí aquel librito de la editoral Taurus, Contra los periodistas y otros contras, traducido por Jesús Aguirre, lleno de lecciones que no se aprenden -afortunadamente y todavía- en las facultades de Periodismo. Píldoras acabadas, inexpugnables, imposibles de no crear fascinación en un joven propenso al mito: “No se debe de aprender nada más que lo que es imprescindible contra la vida”.

De él dijo mi admirado Joseph Roth, otro de los del mundo de ayer, que era un “fanático de la pureza del lenguaje y un apóstol casi inexpugnable del estilo”. ¡Sirva esta pequeña poesía confesional de quien tanto escribió sobre otros como homenaje!

TRADUCCIÓN: José Luis Arántegui

Nacho S. (@nemosegu)