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‘Mutis por el foro’, de Antonio Martínez Sarrión (1939)

De modo que tú intérnate,

piérdete (y te hallarás)

al otro lado

de esa lisura desasosegante.

Como la dama que, mano en mejilla,

va concertando sin mover un músculo,

mas con respiración parsimoniosa,

el juego de la llama decrece,

y el templado reflejo.

Una conjugación

que avisa descendencia:

ese instantáneo acorde

antes de que la sombra definitiva anuncie

que la función pasó

y un bis no está previsto,

aun cuando los aplausos,

a escenario vacío,

sonasen, sonasen y sonasen.

Los que visitáis un poquito este blog quizá no os cueste recordar otros poemas con cuadro: el de Gregory Corso sobre una escena bélica de Paolo Uccello o aquel de Robert Walser y La caída de Ícaro de Brueghel. Ambos, sobre todo el segundo, ejercicios de verdad y profundidad.

Este Mutis por el foro de Antonio Martínez Sarrión, inspirado (o expirado) en La magdalena penintente de Georges de la Tour, no tiene nada que envidiarles. La lisura desasosegante es una descripción precisa y bella de la exquisita técnica de De la Tour. Y la elección cuidadosa de las palabras, imitando los trazos sobre el lienzo, consiguen trasmitir la serena majestad de la muerte.

A Martínez Sarrión no le hace justicia la humorada que Gil de Biedma le soltó tras leer algunos de sus poemas: «¿Cómo, coño, puedes ser tan decadente, habiendo nacido en Albacete?». Su poesía es a veces difícil, sí, pero sin llegar nunca a la oscuridad total («Pretendo aún ser de aquellos que a lo claro se orientan»). Empezó siendo un novísimo, como mandaban los cánones (nunca mejor dicho), de collage cultista y cinemateca. Ha acabado como un poeta sin generación, ocupado en lo que a todos preocupa:

Lo demás es penumbra, griterío,

la deformante grieta del espejo,

los años desecando tanto aljibe

para, al cabo, encontrar monedas de latón.

PD: Allá por mayo de 2009 Antonio Muñoz Molina escribió un artículo precioso sobre este mismo cuadro: «La luz es la fugacidad de la vida; la calavera, el recordatorio de la cercanía de la muerte; los libros cerrados, la vanidad del conocimiento humano».

Nacho S.