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‘Une semaine de bonté’, de Guillermo Carnero (1947)

En la página en blanco tus piernas son un dique,

una red que desciende sobre un bosque quemado,

que rastrea con zarpas precisas como plumas

las cavernas del fondo y sus tinieblas grávidas

y regresa a la luz combada de rumores,

con una negra carga de lamentos botánicos.

Por ellas te obedece la bóveda de herrumbre,

descerrajas la cripta que condena el sonido,

liberas las esclusas entre las que el lenguaje

se pudre sin la sierpe del color y del tacto.

Sin ti vago en la noche de los sentidos ciegos,

entre los uniformes y los focos blindados,

mientras la ciudad hiede con resuellos de engrudo

y sobre las veletas el Fuego de San Telmo

crepita con chirridos de escalera mecánica,

y doseles de alambre fermentan los terrores

vertiendo su espejismo de peces degollados

entre el resplandor vítreo de las palabras muertas,

que dejan en los labios un reguero de polvo

o huyen bajo mis pies a pozos oscuros,

untuosas y opacas como ratas sinónimas.

Mientras arriba riges desde los cuatro vientos

El ondear policromo de tu vocabulario.

La poesía de Guillermo Carnero lo tiene todo para espantar al lector ansioso que prefiere que los versos vengan ya cómodamente triturados antes que enfrentarse él al fastidio de tener que masticarlos. Carnero, un rupturista novísimo para los manuales de historia de la Literatura, escribe una poesía culta, ensayística (Meditación de la pecera es, en este sentido, un poema muy característico), con grandes dosis de escepticismo y muy inclinada a la reflexión sobre el propio arte de componer versos.

En los departamentos de filología a esto se le llama metapoesía, y supongo que en dichos santos lugares el hallazgo querrá decir algo (incluso algo posmoderno). En las composiciones de Carnero tal vez signifique ‘imposibilidad de’:

El poema es un complejo artesanado, un gran reloj de cuco;

conocemos su engranaje y cómo da la hora

que es, con todo, un enigma: también nos duele confesar

una secreta admiración por Donizetti.

IMAGEN: www.cervantesvirtual.com

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.



‘Las últimas cenas’, de Antonio Colinas (1946)

Lo que ahora nos une es una fecha

pactada cada mes, poco más que un esfuerzo

por seguir la amistad. Lo que ahora nos une

no es aquel entusiasmo, esa antigua alegría de estar juntos.

y cuando os digo esto me salís

con que las cosas cambian, con que a todos nos pesan

otra edad y otros frenos: las mujeres, los hijos,

madrugar, el trabajo…

Ha llegado muy pronto ese momento

que juramos mil veces retrasar, el momento

en que estar entre amigos es hablar con nostalgia

de lo que fue en su día ser amigos;

y en estas cenas frías de los jueves

todo el mundo recuerda aquellas cenas

gloriosas de los sábados. Se iluminan los ojos

con las viejas historias, esas locas hazañas,

con alcohol y mujeres, que hoy parecen ajenas y propician

una dulce arrogancia en las voces de todos,

y renace el orgullo en cada uno

por la amistad del otro cuando recuerda a alguien

aquel honor de hombres agraviados

que defendimos juntos ciertas noches

peleando. Y entre tantas victorias

-recordamos ahora con la sonrisa triste-,

llegamos a pensar que también venceríamos

sobre el destino incluso, sin saber que el destino

no se rinde a la fuerza ni al empeño,

ni que tantos propósitos en las cenas del sábado,

todo aquello que íbamos

a hacer con las mujeres y la vida,

sería más bien esto que los jueves

no deja de asombrarnos que hayan hecho

la vida y las mujeres con nosotros.

Cuando algún amigo me dice que gracias a Facebook puede que vaya a quedar, que ha quedado o que quedará con sus ex compañeros de colegio recuerdo (aunque no lo exhiba) este poema de Antonio Colinas (también, una columna de Manuel Vicent que hablaba de un sótano, máscaras y profesiones ridículas, y que empiezo a dudar de que exista porque no doy con ella en ninguna hemeroteca) y pienso y no le digo: sic tibi cena levis.

Antonio Colinas, etiquetado como novísimo, ha fusionado con inteligencia la tradición poética heredada de la Generación de los 50 (“No concibo un mundo sin poesía y no concibo, por ello, que ésta no vaya estrechamente unida a la experiencia cotidiana”), con una voz propia, clásica, madura y celebrativa.

Antonio Colinas, ofreciendo un recital en el XI Festival Internacional de Poesía de Medellín (2001).

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.



‘En las cabinas telefónicas’, de Pere Gimferrer (1945)

En las cabinas telefónicas

hay misteriosas inscripciones dibujadas con lápiz de labios.

Son las últimas palabras de las dulces muchachas rubias

que con el escote ensangrentado se refugian allí para mo-

rir.

Última noche bajo el pálido neón, último día bajo el sol

alucinante,

calles recién regadas con magnolias, faros amarillentos de

los coches patrulla en el amanecer.

Te esperaré a la una y media, cuando salgas del cine

-y a esta hora está muerta en el Déposito aquélla cuyo

cuerpo era un ramo de orquídeas.

Herida en los tiroteos nocturnos, acorralada en las esqui-

nas por los reflectores, abofeteada en los night-clubs,

Mi verdadero y dulce amor llora en mis brazos.

Una última claridad, la más delgada y nítida,

parece deslizarse de los locales cerrados:

esta luz que detiene a los transeúntes

y les habla suavemente de su infancia.

Músicas de otro tiempo, canción al compás de cuyas viejas

notas conocimos una noche a Ava Gadner,

muchacha envuelta en un impermeable claro que besamos

una vez en el ascensor, a oscuras entre dos pisos, y te-

nía los ojos muy azules, y hablaba siempre en voz

muy baja-se llamaba Nelly.

Cierra los ojos y escucha el canto de las sirenas en la noche

plateada de anuncios luminosos.

La noche tiene cálidas avenidas azules.

Sombras abrazan sombras en piscinas y bares.

En el oscuro cielo combatían astros

cuando murió de amor,

y era como si oliera muy despacio

un perfume.

En las cabinas telefónicas fue una de las aportaciones poéticas de Pere Gimferrer a la archiconocida (y archidebatida) antología de los Nueve novísimos poetas españoles, publicada en 1970 por el crítico José María Castellets y que supuso una plataforma de lanzamiento para jóvenes escritores como Félix de Azúa, Guillermo Carnero,Vicente Molina Foix o el mismo Gimferrer.

La obra poética de Gimferrer, una de las más fecundas y premiadas de la poesía contemporánea española, ha transitado por el castellano y el catalán. En 1998, Vázquez Montalbán (también presente en la antología de Castellets) le dedicó una sentida columna en la que hablaba así del ahora académico de la lengua: «Es algo más que un poeta. Es el guardián del patrimonio de las palabras, así en la Academia como en el lugar secreto donde la palabra urde un nuevo orden del mundo, la poesía como Teología del Verbo».

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.