Entradas etiquetadas como ‘poema’

‘¡Qué barullo en la herida!’, de Gloria Fuertes (1917 – 1998)

¡Qué barullo en la herida!…

¡Qué suerte si esto que siento fuera sed

y se me quitara bebiendo un vaso de agua!

Es entonces cuando llueve tristeza

para ahogar en mi boca

la palabra imposible.

Intento gritar,

y sólo consigo un cobarde silencio.

Una tarde al llegar a casa

me encontré con la sorpresa de quererte,

fue una bomba en mis manos.

Y yo, por si te hiere,

esperando a que explote estando sola

aunque me parta el pecho la locura.

No hay dos sin tres… poemas de Gloria Fuertes. Escaso de fuerzas y limitadísimo de tiempo, por fin hoy he encontrado el momento para hacer realidad la entusiasta insistencia de Shepora y Unadeposguerra.

De la de Lavapiés, un poema de amor de Pecábamos como ángeles.

Nacho S. (En Twitter: @nemosegu)



‘Me aflijo’, un poema náhuatl

Lloro, me aflijo,

Sólo recuerdo que dejaremos

Las bellas flores, los bellos cantos.

Ahora gocemos, cantemos,

Del todo nos vamos y desapareceremos en su casa.

¿Quién de vosotros, amigos, no lo sabe?,

Mi corazón sufre, se irrita.

No dos veces se nace, no dos veces se es joven,

Sólo una vez pasamos por la tierra.

Que aún por breve tiempo estuviera con ellos.

¿Nunca será, o nunca tendré alegría, nunca estaré contento?

¿Dónde vivía mi corazón?

¿Dónde está mi casa, dónde mi hogar perdurable?

Aquí en la tierra solamente sufro.

Sufres, corazón mío,

No te angusties en la tierra.

Ése es mi destino, sábelo.

¿Dónde merecí yo nacer,

En la tierra engalanarme?

Grata cosa donde se vive,

Sólo dice esto mi corazón.

La lengua indígena mexicana, el náhuatl, no es una lengua muerta como habitualmente se cree: más de dos millones de personas la siguen hablando en distintas regiones centroamericanas. Sí que es cierto que el náhuatl, como vehículo para el estudio de las culturas precolombinas, se conserva felizmente en bellos códices repartidos en museos y bibliotecas de Estados Unidos, México, España y algún otro país europeo.

El náhuatl es una lengua ardua de aprender (yo comencé un curso de iniciación en el Museo de América de Madrid con el gran Batalla Rosado y no pasé de los verbos irregulares). Tiene los dichosos inconvenientes de ser aglutinante y estar repleta de prefijos, sufijos y afijos que le confieren esa grafía tan característica, que se percibe en las pocas palabras que han traspasado el restringido ambiente de los eruditos: Quetzalcoatl (Dios serpiente emplumada), Popocatépetl (montaña que humea)….

El eminente americanista Miguel León Portilla, que ha dedicado toda su vida al estudio de los vencidos, recopiló y tradujo de nuevo hace un año un compendio de poesía náhuatl de gran valor literario: pasajes fundacionales sobre el origen del mundo, la relación del hombre con la naturaleza, la fugacidad de la vida o la exaltación de la guerra. Me he decidido por un lamento titulado Me aflijo (Nicnotlamati), que me recuerda mucho al tópico latino del memento mori, y que forma parte de los conocidos como ‘Cantos de privación’.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado



‘Epitafio’, de Malcom Lowry (1909 – 1957)

EPITAFIO

Malcom Lowry

difunto del Bowery

su prosa era florida

y a veces reñía

vivió, de noche, y bebió, de día,

y murió tocando el ukelele.

TRAS LA PUBLICACIÓN DE ‘BAJO EL VOLCÁN’

El éxito es como un terrible desastre

peor que tu casa ardiendo, los ruidos del derribo

cuando las vigas caen cada vez más deprisa

mientras tú sigues ahí, testigo desesperado de tu condenación.

La fama como un borracho consume la casa del alma

revelando que sólo has trabajado para eso.

¡Ah!, si yo no hubiera sufrido su traidor beso

y hubiese permanecido en la oscuridad para siempre

hundido y fracasado.

Malcom Lowry murió de la misma muerte natural del alcohólico que Cabrera Infante diagnosticó a Joseph Roth: el alcoholismo. Cuenta uno de los traductores al español de sus poemas que su primera esposa, Jan Gabrial, le abandonó tras darle a elegir entre ella y la bebida… y preferir la segunda.

Lowry, ilustre borracho como Fitzgerald, ha pasado a la historia de la literatura por una sola novela, Bajo el volcán, uno de los escasos libros que publicó en vida y que Javier Memba, en su imprescindible repaso a los malditos que en el mundo han sido, considera el resultado de la ingesta continuada de hectolitros y hectolitros de alcohol.

En su libro Selected Poems, de donde se han extraído los dos poemas presentados hoy, se observan rasgos de la personalidad literaria de Lowry: la autocompasión, la ironía hiriente, las tendencias autodestructivas y el miedo al éxito, una de las formas caprichosas -como decía Cioran- que adopta el malentendido.

Seleccionados y comentados por Nacho Segurado.




‘El tiempo’, de Luis Cernuda (1902 – 1963)

Llega un momento en la vida cuando el tiempo nos alcanza. (No sé si expreso esto bien.) Quiero decir que a partir de tal edad nos vemos sujetos al tiempo y obligados a contar con él, como si alguna colérica visión con espada centelleante nos arrojara del paraíso primero, donde todo hombre ha vivido una vez libre del aguijón de la muerte. ¡Años de niñez en que el tiempo no existe! Un día, unas horas son entonces cifra de la eternidad. ¿Cuántos siglos caben en las horas de un niño?

Recuerdo aquel rincón del patio en la casa natal, yo a solas y sentado en el primer peldaño de la escalera de mármol. La vela estaba echada, sumiendo el ambiente en una fresca penumbra, y sobre la lona, por donde se filtraba tamizada la luz del mediodía, una estrella destacaba sus seis puntas de paño rojo. Subían hasta los balcones abiertos, por el hueco del patio, las hojas anchas de las latanias, de un verde oscuro y brillante, y abajo, en torno de la fuente, agrupadas, las matas floridas de adelfas y azaleas.
Sonaba el agua al caer con un ritmo igual, adormecedor, y allá en el fondo del agua unos peces escarlata nadaban con inquieto movimiento, centelleando sus escamas en un relámpago de oro. Disuelta en el ambiente había una languidez que lentamente iba invadiendo mi cuerpo.
Allí, en el absoluto silencio estival, subrayado por el rumor del agua, los ojos abiertos a una clara penumbra que realzaba la vida misteriosa de las cosas, he visto cómo las horas quedaban inmóviles, suspensas en el aire, tal la nube que oculta un dios, puras y aéreas, sin pasar.

Además de los justamente reivindicados poemas de La realidad y el deseo, en la bibliografía de Luis Cernuda hay un librito de poesía en prosa, primoroso e impecable: Ocnos. En él, el Cernuda del exilio cartografía líricamente su infancia recurriendo a temas intemporales: la eternidad, el miedo, la biblioteca, la luz, el destino. Mi favorito es El tiempo, quizá porque en el recuerdo va asociado a los 20 años que tenía cuando lo leí.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.






‘El vendedor del libro del mundo’, de Raymond Carver (1938 – 1988)

Mantiene una conversación sagrada

aunque sea un arte moribundo. Sonríe,

por turnos es en parte adulador hoy,

en parte Oberfüher. Sabe cuál

es el secreto.

De la delgada cartera de mano salen

mapas de todo el mundo:

desiertos, océanos,

fotografías, obras de arte-,

allí está todo, todo allí

para la pregunta

cuando las puertas se abren violentamente,

o se cierran de un portazo.

En las vacías

habitaciones todas las noches cena

solo, ve la televisión, lee

el periódico con una lujuria

que empieza y termina en las puntas de sus dedos.

No hay Dios,

y la conversación en un arte moribundo.

No es el primer poema de Raymond Carver que aparece en el blog. Hernán Zin seleccionó hace ya unos meses el titulado Miedo y trazó un sucinto y acertado perfil de la vida y obra del genial cuentista.

El vendedor del libro del mundo forma parte del puñado de poemas que Carver escribió -a contrarreloj del cáncer que acabaría con su vida- en compañía de su mujer, la poetisa Tess Gallagher. El libro se titula Un sendero nuevo a la cascada, y en él se conjugan los homenajes a sus autores predilectos (Chéjov, Milosz, Seifert) con versos sencillos, de una intimidad exenta de morbosidad, donde da cuenta de su ahora y agradece la propina de los años y de la compañía.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.



‘De nuevo ha llegado un día sombrío’, de Patxi López

De nuevo ha llegado un día sombrío

Hemos oído el ruido de una bomba

El asesino vasco nos ha matado a un ciudadano

Han matado a Eduardo Antonio Puelles para doblegarnos a todos

Qué caro se hace el camino de la libertad

Pero no ganarán

No saben que no somos como ellos.

No aceptamos a los asesinos

Somos mejores que ellos

Ahí radica nuestra fuerza y su debilidad

Tenemos lágrimas amargas en la cara

El dolor nos rompe el corazón

Pero las manos de la libertad nos unen

Con las fuerzas de todos unidas

Juntando las voces

Para decir todos a una, «ETA no».

EL MISMO POEMA EN EUSKERA

Heldu da berriz egun iluna.

Entzun dugu bonbaren zarata.

Euskaldun hiltzaileak hil digu hiritarra.

Eduardo Antonio Puelles hil dute guztiok makurtu nahian.

¡Zein garesti egiten zaigun askatasunaren bidea!

Baina ez dute irabaziko.

Ez dakite ez garela berdinak,

Guk hiltzailerik ez dugula onartzen.

Eurak baino hobeak garela.

Hor datza gure indarra.

Eta euren ahulezia.

Negar gazia daukagu aurpegian,

Minak apurtzen digu bihotza,

Baina askatasunaren eskuek biltzen gaituzte,

Guztion indarrak batzeko

Ahotsak elkartzeko,

Guztiok batera «ETA ez» esateko

El 7 de abril pasado, Patxi López prometió -no juró humillado ante Dios- su cargo de Lehendakari. En aquella ceremonia junto al Árbol de Guernica el nuevo presidente de Euskadi leyó dos poemas: uno del poeta vasco Kirmen Uribe, titulado Maiatza, y otro de la poetisa polaca Wislawa Szymborska, Nada dos veces.

Han pasado dos meses y medio desde aquel día y ETA ha asesinado de nuevo. Fue el viernes. Un inspector de la lucha antiterrorista. Ayer sábado, al término de la manifestación de Bilbao, López leyó otro poema, uno escrito por él mismo. En comentario de texto poético no sé cómo saldría parado; como declaración de principios política, el verso «El asesino vasco nos ha matado a un ciudadano«, es lo más felizmente lejos que ha llegado nunca un Lehendakari.

Seleccionado por Nacho Segurado.






‘Dios’, de Fernando Pessoa

Sigo sin encontrarle morada al verso que mencionaba la semana pasada: «Senta-te ao sol. Abdica e sê rei de ti próprio». En alguna dirección andará de esa intrincada urbe de espejos y heterónimos que era la personalidad de Fernando Pessoa. Sí he dado, tras golpear una puerta al azar en la rua da saudade, con un interesante poema sobre las cambiantes formas en que nos percibimos.

DIOS

A veces soy el Dios que traigo en mí

y entonces soy el Dios y el creyente y la oración

y la imagen de marfil

en que ese dios se olvida.

A veces no soy más que un ateo

de ese mi dios que soy cuando me exalto.

Veo dentro de mí todo un cielo

y es un mero hueco cielo alto.

Seleccionado y comentado por Hernán Zin.

‘Las calles’, de Jorge Luis Borges

Quizás sea el argentino que con sus lecturas e imaginación fatigara los universos más distantes. Pero el maestro de la palabra exacta y el adjetivo inesperado – allí quedará para siempre su “unánime noche” – tuvo como primer amor a su mundo más cercano: Buenos Aires.

Ciudad en la que conviven codo a codo la modernidad de sus altas torres con la plácida existencia ausente de barreras, de secretos, de sus barrios de casas bajas. Y un común denominador, un elemento de cohesión: esas calles empedradas que los colectivos (autobuses), con sus laterales fileteados, recorren dando tumbos al ritmo de los afilados violines y el melancólico bandoneón de Astor Piazzola.

Ciudad literaria como pocas, en la que aún resuenan las palabras perdidas de los artistas que la vivieron y retrataron. Pablo Neruda, Roberto Arlt, Leopoldo Marechal, Carlos Gardel y Luigi Pirandello en las mesas hoy abarrotadas de turistas del café Tortoni. Juan Carlos Onetti y Ramón Gómez de la Serna en el antiguo edificio del periódico La Prensa. Umberto Eco en la multitud de librerías que pueblan la calle Corrientes. Federico García Lorca en el hotel Castelar de la avenida de Mayo. Ernesto Sábato en la iglesia de la Sagrada Concepción del barrio de Belgrano.

Lo dicho, fue el primer amor de Borges. Su primer libro: “Fervor de Buenos”, que a los 24 años ya le ganó elogios. Y su primer poema:

LAS CALLES

Las calles de Buenos Aires

ya son mi entraña.

No las ávidas calles,

incómodas de turba y ajetreo,

sino las calles desganadas del barrio,

casi invisibles de habituales,

enternecidas de penumbra y de ocaso

y aquellas más afuera

ajenas de árboles piadosos

donde austeras casitas apenas se aventuran,

abrumadas por inmortales distancias,

a perderse en la honda visión

de cielo y llanura.

Son para el solitario una promesa

porque millares de almas singulares las pueblan,

únicas ante Dios y en el tiempo

y sin duda preciosas.

Hacia el Oeste, el Norte y el Sur

se han desplegado -y son también la patria- las calles;

ojalá en los versos que trazo

estén esas banderas.

Seleccionado y comentado por Hernán Zin.