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‘Primavera delgada’, de Jorge Guillén

Cuando el espacio, sin perfil, resume

con una nube

su vasta indecisión a la deriva…

¿Dónde la orilla?

Mientras el río con el rumbo en curva

se perpetúa

buscando sesgo a sesgo, dibujante,

su desenlace,

mientras el agua, duramente verde,

niega sus peces

bajo el profundo equívoco reflejo

de un aire trémulo…

Cuando conduce la mañana, lentas,

sus alamedas

gracias a las estrellas vibradoras

entre las frondas,

a favor del avance sinuoso

que pone en coro

la ondulación suavísima del cielo

sobre su viento

con el curso tan ágil de las pompas,

que agudas bogan…

¡Primavera delgada entre los remos

de los barqueros!

Ha pasado una década desde que la UNESCO instauró el Día Mundial de la Poesía el 21 de marzo, equinoccio de Primavera. Hasta entonces, la moribunda había sobrevivido más o menos al borde del abismo sin necesidad del mecenazgo explícito -siempre sospechoso- de las magnas instituciones culturales.

Que la poesía es un género frágil, sempiternamente aquejado de una mala salud de hierro, es una verdad con una tradición de siglos. El mito de la crisis es indivisible del oficio; lo único que parece cambiar es la naturaleza de las amenazas que le acechan.

Hoy es difícil encontrar a un hijo haciendo propósito de enmienda sobre su vicio, como hiciera Ovidio ante su padre cuando le espetó aquello de «iuro, iuro, pater, nunquam componere versus». Por el contrario, la lista de agravios contemporáneos es extensa: la superficialidad de la sociedad de consumo, el culto a lo extravagante, la dictadura de lo visual, el triunfo de lo perecedero sobre lo inmortal…

Aún reconociendo que pudiera necesitar de un pulmón artificial para sobrevivir, encuentro muy poco poético que la poesía deba tener un día para celebrarse a sí misma, aunque hoy -es cierto- la excusa me haya servido para resucitar un domingo estéril. 🙂

NOTA: Estos días he vuelto al gran Guillén. Publico hoy su variación primaveral, que viene muy al hilo.

NOTA 2: En estos enlaces encontraréis información sobre actividades del 21-M en varias ciudades: Madrid, Pamplona, Bilbao, Alcalá de Henares

(Imagen: Sergio Barrenechea / EFE)

Nacho S. (En Twitter: @nemosegu)



‘Coro de burocracia’, de Jorge Guillén (1893 – 1984)

La ley levanta

Frente al oficial cacumen

La sacrosanta

Letra que todos consumen.

No se interprete la Letra.

Su cuerpo mismo es sagrado.

Si una mente la penetra,

Se nos desploma el Estado.

Requisitos y papeles

Eso es lo bueno,

Con sus colas de peleles,

Pies en el cieno.

Cuando un jefe toca un timbre,

Algo nuevo se enmaraña.

Nadie rehúya la urdimbre

De nuestra araña si maña.

Vale candor

Si alguna vez estremece

-¡Señor, Señor!

-Que pase el número trece.

La burocracia ya no es lo que era. Algo cambia para que todo siga igual. La cansina espera tras una ventanilla, el larriano «vuelva usted mañana», ha sido sustituido por los interminables monólogos telefónicos y la pesada maquinaria estatal por la aún más pesada maquinaria interestatal (Europa) o infraestatal (autonomías).

La parálisis burocrática, como fenómeno que las sociedades tecnológicas no han conseguido erradicar, se ha reconvertido en una forma visible de escarnio: acostumbra a perjudicar más los intereses vitales de quien menos tiene… o más difícil lo tiene: el caso de los inmigrantes.

No sé la fecha en que Jorge Guillén compuso este poema, pero probablemente fuera ya en plena madurez. Los que conozcáis de su obra sobre todo su ¿metafísicamente optimista? Cántico, quizá os sorprenda -como hizo a mí, que no había leído su poesía denuncia- encontraros con unos versos tan apegados a lo real, tan satíricos y tan pendientes de alguno de los temas de su tiempo (que sigue siendo, en gran medida, nuestro tiempo).

FOTO: Jorge Paris

Seleccionado por Nacho S.