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‘En los años del hambre’, de José María Valverde (1926-1996)

En los años del hambre -como dicen
los que no la han saciado todavía-,
estudiantillo imberbe, acompañé
algún tiempo, en mañanas de domingo,
a los visitadores de los pobres,
sencillos caballeros, casi todos
profesores modestos y abstraídos,
de raído gabán y claras gafas.
Entre el barro o el vaho, avergonzados
de dar un duro en vales para pan,
tomados por algunos como agentes
de la Embajada nazi, comprobaban
lo mismo, año tras año, consternados:
la familia entre latas, con el cerdo,
padres y niños, todos sifilíticos,
menos la mayorcita, que era de antes
que el marido… «los malos compañeros,
¿sabe?» -casi en defensa, la mujer-
«lo que le pasa a un hombre»; y en la esquina,
un muchacho tullido -«y menos mal»,
según la madre, «que al fundarse el chico
yo estaba muy robusta»-; éste pedía
libros, pero ¿cuál darle a un pobre inmóvil?
(yo le llevé María Chapdelaine);
y, como única baja, la gallega
muerta de hambre, dejando dos hijitas,
pero con gran entierro de un Seguro
que, en nuestras mismas huellas, les cobraba
más de nuestra limosna, porque el pobre
quiere morir en grande, por el miedo
de seguir siendo pobre al otro lado…
Luego, en la fría sala parroquial,
decía el presidente, en grave rito: .
«¿Se aprueba el acta ?» y todos, abrumados,
bajaban la cabeza: «Sí, se aprueba».

La poesía religiosa de José María Valverde tuvo su momento hace más de un año en este blog gracias a Manolo Saco. Ayer, cuando recordaba una cita sobre Unamuno de uno de sus libros de divulgación filosófica más reconocidos, caí en que nada había de su obra poética posterior.

Carlos París, su compañero de generación y sin embargo amigo, recordaba hace unos años al “gran poeta” que fue Valverde, sobre todo en su madurez, cuando los versos de sacristía fueron dejando paso, entre oposiciones políticas varias, a otros más coloquiales y humanos, comprometidos con la realidad social e influidos por los de siempre -Machado, Vallejo- y por los más recientes, como Gabriel Ferrater.

Visita a los pobres es uno de los poemas más significativos de su giro social (y moral). Está incluido en el libro Años inciertos, que fue publicado en 1971, cuando el autor todavía permanecía en el exilio solidario tras la purga universitaria de mediados de los sesenta que apartó de la docencia a compañeros suyos como Aranguren o Tierno Galván.

IMAGEN: www.escritoresdeextremadura.com

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‘Elegía para mi muerte (II)’, de José María Valverde (1926-1996)

Más conocido por sus trabajos como traductor de Shakesperare, Hölderlin, o Joyce, José María Valverde, comprometido antifranquista, renunció a su cátedra de Estética en la universidad de Barcelona (1964) cuando el régimen expulsó de la universidad a los profesores Enrique Tierno Galván, Agustín García Calvo y José Luis Aranguren.

Poeta temprano, publicó su primer libro a los 19 años.

Cuando leí esta “Elegía para mi muerte” (de la que os traigo la parte II) me llamó la atención que alguien se hiciese una pregunta que me perseguía desde mi niñez y que pensaba era una locura mía, un desvarío muy personal. Pero ya somos dos. Cuando las cosas no las vemos, ¿se quedan quietas o tienen vida propia? ¿Qué hacen cuando no las vigilamos? En el primer verso ya lo dice todo. Son tan mías, tan hechas a mis costumbres y manías, que cuando falte definitivamente de este mundo “se quedarán mis cosas sin mí desconcertadas”. Sin tragedias. Simplemente desconcertadas por la falta de dueño.

Se quedarán mis cosas sin mí desconcertadas.


Seguirá mi tristeza paseando


por rincones de sombra.


En mi amada ventana del sillón y la mesa


seguirán los ocasos cayendo como siempre,


y el chopo del jardín, crecido ante mis ojos,


morirá y volverá como cuando yo estaba.


En penumbra, mis versos hablarán en voz baja.


Se secarán mis libros poco a poco,


oliendo a fruta vieja.


Diminutas reliquias de mi vida


-una flor en un libro, un verso en alguien-


seguirán, como piedras disparadas,


conservando mi fuerza en este mundo


cuando yo me haya ido.


…Y os quedaréis vosotras, muchachas, pero un día


os marcharéis también


y en el mar de la muerte se hallarán nuestras olas,


morirán vuestros labios, vuestra piel, vuestra carne.


Pero siempre habréis sido.


Ser una sola vez, ¿no es ya bastante?


Mientras dure el espacio guardará vuestros huecos,


mientras quede una brisa llevará vuestro aroma.


…Pues habéis sido un día, seréis siempre.

Seleccionado y comentado por Manuel Saco