Chica, mujer, chica,
mujer. Oyes el batir
de un metrónomo duro
y velas la alterna
naturaleza que amas.
¿Cuál prefieres,
Chica que se exhala,
Mujer que se recoge?
Urdes la segura
conspiración
de todas las cosas:
abolid a la joven,
traed a la cumplida,
la bien reclamada.
Ahora, de la joven
no sabes ni hablar:
vida anterior,
como de pájaro o fruta.
Mujer instaurada,
la interpretarás.
Tendrás, para contarla,
valores bien entendidos
y tacto, suave
terciopelo de silencios,
y palabras. Tus palabras,
que te van refinando.
Incisivas durante años,
no usas otras
para hablar de ti:
las palabras que te arrancan
la piel de la lengua
cada vez que las dices.
POSEÍDO
Estoy más lejos que amándote. Cuando los gusanos
hagan una cena fría con mi cuerpo,
encontrarán un regusto de ti. Y eres tú
que indecentemente te has amado por mí
hasta llegar al fondo: saciada de ti,
ahora te excitas, te me marchas
tras otro cuerpo y rechazas la paz.
No soy sino la mano con la que vas a tientas.
Qué fastidio, y hasta qué pena, empezar un párrafo sobre Gabriel Ferrater hablando de su suicidio antes que de su poesía, pero la terca idolatría -justificada- que se le rinde se alimenta tanto de sus augustas dotes para la vida (felicidad, mujeres, libros) como de su cerebral pacto con la muerte a sus exactos cincuenta.
Gran amigo de Jaime Gil de Biedma, de quien era, al decir de su biógrafo Miguel Dalmau, el sparring perfecto para aquellas conversaciones cultas empapadas en alcohol y noche, Gabriel Ferrater pasó por la Barcelona de los cincuenta y sesenta bebiendo, traduciendo, follando, leyendo y, de forma condensada, escribiendo una poesía memorable a la que unos pocos rebuscados adjetivos nunca harían justicia.
NOTA: Tanto Metrónomo como Poseído pertenecen a Las mujeres y los días, el volumen que recoge los tres libros de poesía que escribió Ferrater y que fue traducido del catalán por María Angels Cabré en 2002.
Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.