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‘El lobo en la casa’, de Félix de Azúa (1944)

El resplandor de la nieve. Los cedros como llamas azules.

La luna es un ojo de plata.

El crujir de los huesos del caminante. El rayo lejano.

Como una conversación apagada. El viento es la sábana fresca.

La lluvia instantánea. El tambor bien temperado. El saco.

Los ojos de lluvia dorada

La luna y la nube. Su cara de plata un momento.

El sendero de piedra. El viento es la sábana húmeda.

El trueno lejano. Los pasos ligeros.

La nube empañando el espejo. Su cara de sangre.

El bosque es azul. El trueno al final del camino. El tambor.

La cabaña. El humo mojado. La luz entre los visillos.

El viento es el galope. Los gritos. El alto.

El lobo de la noche. El lobo en la puerta. El relámpago breve.

El dedo señala. El ojo perlado de lluvia.

Su cara de sangre en la puerta. Olor a madera quemada.

La lluvia deshace su velo. Disuelve la gasa en su cara.

La sangre. La lluvia en el cuello.

La persecución entre cedros azules. El pantalón de viento.

El cuchillo en la bolsa. La llaga de agua.

La luna es un ojo de sangre. Los cedros son llamas azules.

El lobo en el bosque. El trueno lejano.

El humo mojado en la casa. La sangre en la nieve.

La casa vacía.

El ojo perlado de lluvia. El viento es la sábana helada.

El cuchillo en la nieve.

Coincido con Félix de Azúa, y esto es más que una declaración de intenciones (puede llegar a ser una defenestración precipitada… y gratuita), en la defensa del artículo periodístico, en la zozobra del Disneyland cultural que acecha en cada esquina (o museo), en el antierotismo que proyecta Lolita, en la necesidad de un nuevo Revel, en la ponzoña nacionalista o en la ligereza de Barthes y cía.

Podría seguir, pero prefiero frenarme, que no tengo ni su verbo ni su rara destreza para el humorismo inteligente y provechoso.

Con su poesía, a la que llegué más tarde, algo menos desencantado aunque ya curtido, la relación ha sido más abrupta, pero con el tiempo igual de beneficiosa. El comienzo de su silencio poético de 20 años coincidió con mi infancia; su regreso, con mi madurez. No creo, después de haberlo leído pacientemente en aprovechados trayectos de tren, que su poesía asuste por su hermetismo, más bien acaba cautivando por su belleza. Pero eso lo tiene que decir el lector, ese mismo lector al que Azúa le brindaba hace años en uno de sus libros este agradecimiento futuro:

Puede que algún día una futura generación de de lectores compulsivos dé lugar a una segunda oleada de revueltas como las que vivimos nosotros, y nos liberen de la actual sumisión a lo correcto, de la humillación ante los resignados administradores de un estado de cosas cada día más cínico.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.