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‘La carta entera’, de Luis Rosales (1910 – 1992)

Vivimos arrojados en el mundo y nuestra piel

Se encuentra ardiendo;

Pon en orden tus llagas y disponte a escribir;

Ésta es tu rebeldía,

No tienes otra cosa que llevarte a la boca;

Desde hace muchos años nadie puede vivir y nadie vive,

Pero la vida continúa,

La noria sigue andando con el caballo muerto.

Esto es lo que nos pasa,

Hablar sinceramente es una forma de castración pero

Tienes que hablar,

Tienes que hablar sinceramente hasta la extenuación y

Has de hacerlo con humildad,

En rigor basta ser minucioso para ser objetivo

Y yo pretendo hacer un libro minucioso y absurdo sobre

El hombre actual,

Y su creciente desamparo.

He empezado a escribirlo sin darle ningún orden porque

La desesperación lo ordenará,

Pero no te preocupes,

Un minuto es tan grande como un ciego,

Y ya sabes que un ciego llena la calle por completo en el

Momento de cruzarla,

Llorar en cambio es muy pequeño: siempre queda corto.

Por lo tanto no es preciso elegir,

No tengo que elegir la desesperación, ni las palabras, ni los

Temas del libro pues quien elige empieza a cuidarse,

No es preciso elegir:

Basta atender.

Hay que prestarle al mundo una atención distribuida,

Esa atención que une a los hombres en la dialéctica de la

Objetividad,

Y me hace ahora mirar con vuestros ojos y amar con vuestras manos,

Pues lo vivo es lo junto,

Y en cada uno de nosotros hay tantos hombres diferentes

Que siempre que te espejas en el mar ves un rostro distinto

En cada ola.

Incluso los que tuvimos como profesores de literatura a enérgicos y ya maduros curas rojos que, entre verso de Machado y estrofa de Juan Ramón, blasfemaban divinamente, llegamos a disfrutar alguna vez con las poesías de Luis Rosales, católico intimista y falangista atemperado por la edad y el sentido común.

Los versos de Luis Rosales tienen una feliz perfección que se acerca al epigrama o la greguería: «Sabiendo que jamás me he equivocado en nada, / sino en las cosas que yo más quería». Y: «Para ser un buen extremista sólo hace falta / simplificar un poquito las cosas». O: «El viento es como un ciego que tocara el violín».

El poema seleccionado es el prólogo de uno de sus últimos libros, La carta entera, de 1980. En él se aprecian perfectamente la fraternal rebeldía intimista, el existencialismo de raíz cristiana, el fatalismo y la búsqueda de perfección formal y moral.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.