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‘Dios’, de Fernando Pessoa

Sigo sin encontrarle morada al verso que mencionaba la semana pasada: «Senta-te ao sol. Abdica e sê rei de ti próprio». En alguna dirección andará de esa intrincada urbe de espejos y heterónimos que era la personalidad de Fernando Pessoa. Sí he dado, tras golpear una puerta al azar en la rua da saudade, con un interesante poema sobre las cambiantes formas en que nos percibimos.

DIOS

A veces soy el Dios que traigo en mí

y entonces soy el Dios y el creyente y la oración

y la imagen de marfil

en que ese dios se olvida.

A veces no soy más que un ateo

de ese mi dios que soy cuando me exalto.

Veo dentro de mí todo un cielo

y es un mero hueco cielo alto.

Seleccionado y comentado por Hernán Zin.

‘La niña/el grito’, de Mahmud Darwish

Coincidencias de la vida: al tiempo en que el gran poeta palestino Mahmud Darwish escribía los siguientes versos en la ciudad de Ramala, yo me encontraba en Gaza entrevistando para este periódico a los niños supervivientes de la familia Galia. Corría el mes de agosto de 2006. La guerra se sucedía tanto en la franja como en el Líbano.

Tratando de huir del calor del campo de refugiados de Yabalia, dos meses antes, la familia Galia se había dirigido a la playa. Una patrullera israelí disparó desde el Mediterráneo matando a dos miembros de otra familia. Asustados, los Galia se pusieron de pie y emprendieron la huída hasta que un nuevo proyectil terminó con la vida de siete de ellos dejando sus cuerpos esparcidos por la arena.

Un crimen brutal, sin explicación, que estremeció a millones de telespectadores en todo el planeta gracias a las imágenes grabadas por mi admirado colega Zakaria Abu Harbid, de la agencia Ramattan. Un cámara valiente, gravemente herido en 2001 y ganador en 2006 del prestigioso premio de la fundación Rory Peck.

Claro que no faltaron los pseudo informadores que desde la cómoda distancia de sus redacciones intentaron negar lo ocurrido, en una abierta ofensa a la profesión y, sobre todo, a los muertos. Ya lo habían intentado con el pequeño Mohamed Durra y lo volverían a intentar con la segunda masacre de Qaná, pues la capacidad para la infamia parece no tener límites. Una investigación realizada en el terreno por Human Rights Watch descubriría, otra vez, sus mentiras.

Las imágenes de la pequeña Juda Galia gritando junto al cuerpo sin vida de su padre sacudieron las conciencias del mundo, aunque no lo suficiente, pues en estos tres años una y otra vez los gritos cargados de horror se han levantado hacia el impasible cielo de Gaza.

LA NIÑA / EL GRITO

En la playa hay una niña, la niña tiene familia

Y la familia una casa.

La casa tiene dos ventanas y una puerta…

En el mar, un acorazado se divierte cazando a los que caminan

Por la playa: cuatro, cinco, siete

Caen sobre la arena. La niña se salva por poco,

Gracias a una mano de niebla,

Una mano no divina que la ayuda. Grita: ¡Padre!

¡Padre! Levántate, regresemos: el mar no es como nosotros.

El padre, amortajado sobre su sombra, a merced de lo invisible,

No responde.

Sangre en las palmeras, sangre en las nubes.

La lleva en volandas la voz más alta y más lejana de

La playa. Grita en la noche desierta.

No hay eco en el eco.

Convierte el grito eterno en noticia

Rápida que deja de ser noticia cuando

Los aviones regresan para bombardear una casa

Con dos ventanas y una puerta.

Seleccionado y comentado por Hernán Zin.

‘Niño y trompo’, de Octavio Paz

Le dieron el premio Nobel de Literatura en 1990 por “su escritura apasionada de amplios horizontes, caracterizada por una inteligencia sensual y una integridad humanística”.

Brillante ensayista y poeta, describió con maestría a las mitologías precolombinas en Piedras de Sol (1957), un ambicioso poema de 584 versos endecasílabos; desmenuzó con pasión y lucidez la identidad de la sociedad mexicana en El laberinto de la soledad (1950); y, de su experiencia como diplomático en Asia, surge el Mono Gramático (1974), obra inclasificable sobre nuestro lenguaje con la India como protagonista y escenario.

El maestro Octavio Paz nació en México en 1914 y murió en 1998. De su vasta y compleja obra, un breve poema perteneciente al libro Piedras sueltas (1955), que creo que tiene la grandeza de definir en apena doce palabras lo que significa ser niño. O, al menos, lo que significaba hace treinta años, porque no sé si los niños de ahora tienen esa sensación de paz, de soledad, de ser el centro del universo, cuando se sientan en una esquina a soñar con sus juguetes.

Niño y trompo

Cada vez que lo lanza

cae, justo,

en el centro del mundo

Seleccionado y comentado por Hernán Zin