Leo todavía a los poetas contemporáneos.
Para digerirlos, o no verlos más.
Espero todavía en el baño
o en la cocina descomponer el viejo
cuerpo, cuerpo viejo. Sería hábil
ahora en escribir versos irreprochables,
pero la muerte acucia, nada me interesa
sino su dura lección cerrada
en mi lóbrego cuarto.
No quiero odiar, escribir poemas
de odio visceral. Lo que resta
es árida concurrencia, desleal
pacto con el Mal.
Así huyo de mi mismo, de ti
solapado poeta que te has vuelto
cáncer de inicuas sanciones
morales, entre denuncia impotente
e impotente odio mortal
contra o hacia quien amabas:
el canto, o la herida, o los torvos
consejos, parándome quizás en la avenida
Vittorio en busca de un bolígrafo
para apuntar versos ridículos
infames, hilvanados de ternura.
El amor son cuatro luces (ojos)
que dan vueltas y lo echo todo
a rodar.
No sé si es cierto, como publica Wikipedia, que la obra de Dario Bellezza permanece inédita en castellano. Hasta hace unas semanas, desconocía la existencia de este poeta. Recientemente, un amigo, un libro abierto para casi todo, me recomendó que buscara algo suyo.
Me puse a ello y encontré El fuego y las brasas (ed. Celeste, 2001), una antología de poesía italiana contemporánea. Allí, entre decenas de escritores que nunca había oído mencionar (cara ignorancia) estaba Bellezza. Traducido y comentado.
Dario Belleza fue discípulo y amigo de Pier Paolo Pasolini (de quien escribió su biografía), homosexual como él, defensor del yo más omnívoro y duro merodeador de la marginalidad sin fachadas. Su poesía, como su prosa, se desenvuelve en la confesión íntima, la teatralidad, la ternura y la meditación. Murió de sida a los 52 años.
Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.