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‘El zorro que piensa’, de Ted Hughes (1930 – 1998)

Imagino el bosque en este instante de la medianoche:

Algo más está vivo

Además de la soledad del reloj

Y esta página en blanco donde se deslizan mis dedos.

Por la ventana veo estrellas:

Algo más cercano

Aunque más profundo en lo oscuro

Entra en la soledad:

Fría, delicadamente como la oscura nieve

El hocico de un zorro toca ramitas, hojas;

Dos ojos siguen un movimiento que ahora

Y de nuevo ahora, y ahora, y ahora

Deja limpias huellas en la nieve

Entre árboles, y con cautela una sombra

Truncada la rellena un tocón y un cuerpo

Hueco que se atreve a venir

Por los claros del bosque, un ojo,

Un verdor basto y profundo,

Brillantemente, concentradamente,

Se ocupa de sí mismo

Hasta que, con súbito y caliente hedor de zorro,

Entra en el oscuro agujero de la cabeza.

Aún no hay estrellas; hace tic-tac el reloj,

La página está escrita.

En enero de 1998, el mismo año de su muerte, Ted Hughes publicó Cartas de cumpleaños, una colección de 88 poemas sobre su relación con Sylvia Plath que le valió el reconocimiento de la crítica y la reconciliación, muy matizada eso sí, con su cohorte de detractores.

Hughes había escrito con sinceridad, ternura y honestidad sobre su ex mujer. Lo que no es poco para un escritor que había sido despellejado por la crítica feminista como arquetipo de la masculinidad egoísta, infiel y miserable.

Aquel poemario postrero y descarnado de Hughes sorprendió no sólo por su valentía biográfica, sino que supuso un renacimiento del escritor, que desde 1984 -y en opinión de muchos- vivía artísticamente esclerotizado en el regio cargo de poeta laureado del Reino.

Hughes escribió una poesía, tan prolífica como irregular, incómoda, de una inusitada fuerza salvaje y violenta (simbolizada, como en el poema publicado hoy, por animales como el cuervo, la nutria o el zorro). En sus momentos más inspirados, supo canalizar como pocos los impulsos más primordiales por medio de palabras secas y concisas.

NOTA: Traducido del inglés por Ángel Rupérez para la editorial Austral

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado



‘Conversación entre las ruinas’, de Sylvia Plath (1932 – 1963)

Cruzando el pórtico de mi elegante casa, entras majestuoso,

Con tus salvajes furias, desordenando las guirnaldas de fruta

Y los fabulosos laúdes y pavones, rasgando la red

De todo el decoro que refrena el torbellino.

Ahora, el lujoso orden de los muros se ha desmoronado; los grajos graznan

Sobre la espantosa ruina; bajo la luz desoladora

De tu mirada tormentosa, la magia huye volando como una bruja

Acobardada, abandonando el castillo cuando los días reales amanecen.

Unos pilares resquebrajados enmarcan este paisaje de rocas;

Mientras tú te yergues heroico, con chaqueta y corbata, y yo permanezco

Sentada tranquilamente, con una túnica griega y un moño a lo Psique,

Enraizada en tu negra mirada, la obra se vuelve trágica:

Después de la plaga que ha asolado nuestra heredad,

¿Qué ceremonia de palabras puede enmendar todo este estrago?

Estoy de acuerdo con Xoán Abeleira, el traductor al español de su poesía completa, en que Sylvia Plath no era una poetisa abocada al suicidio. Leer su obra -deconstruirla, dirían los especialistas en la nada- aislando las pistas que explican su voluntario final de «neurótica incurable» (el mito tan funesto del loco genial) es como mirar el dedo en vez de la Luna. Como zanjó para siempre Alvy Singer / Woody Allen en Annie Hall: «Interesante poetisa, cuyo trágico suicidio fue malinterpretado como romántico por la mentalidad de las niñas universitarias».

Sorprende que los poemas de Sylvia Plath, a veces de un simbolismo tan opaco, sean tan leídos. Por razones que quizá estén en la insatisfacción de su siglo, el abismo interior contradictorio y violento que destilan sus versos golpea en la intimidad del lector, les remueve, les sitúa en el camino de sus propios precipicios. No hace falta compartir el gusto extravagante de Plath y de su marido, el poeta Ted Hughes, por las sesiones de ouija, el chamanismo o El libro de los muertos para emocionarse sinceramente con la belleza melancólica de sus versos.

Sylvia Plath murió a los 30 años. Su evolución como poetisa, lo recuerda el propio Hughes en la canónica edición que hizo de su obra, fue inusitadamente veloz: «Su actitud hacia sus poemas era la de una artesana: si con el material con el que contaba no podía hacer una mesa, se contentaba con hacer una silla». Su poesía fue un canto a lo débil y omnipotente. Su subjetivismo, sin que sirva de precedente, universal.

NOTA: Me costó decidirme por un poema. Al final opté por este Conversación entre las ruinas, de 1956, escrito -según dicen sus biógrafos- a partir de un cuadro del metafísico Giorgio de Chirico. Personalmente me gusta porque habla de una tragedia que aún no ha desbordado.

NOTA 2: Traducido por Xoán Abeleira para la editorial Bartleby.

Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.