Habiendo llegado al tiempo en que
la penumbra ya no me consuela más
y me apocan los presagios pequeños;
habiendo llegado a este tiempo;
y como las heces del café
abren de pronto ahora para mí
sus redondas bocas amargas;
habiendo llegado a este tiempo;
y perdida ya toda esperanza de
algún merecido ascenso, de
ver el manar sereno de la sombra;
y no poseyendo más que este tiempo;
no poseyendo más, en fin,
que mi memoria de las noches y
su vibrante delicadeza enorme;
no poseyendo más
entre cielo y tierra que
mi memoria, que este tiempo;
decido hacer mi testamento.
Es este:
les dejo
el tiempo, todo el tiempo.
Para poner el punto y aparte al sucinto recorrido por la poesía cubana del siglo XX, tras Heberto Padilla y Reinaldo Arenas, no se me ocurre nada mejor que traer un poema de Eliseo Diego.
La poesía de Diego (de su política no hablaré, puesto que él parece que tampoco lo hizo mucho) es un afán por catalogar el mundo, tanto exterior (Voy a nombrar las cosas) como interior (Mi rostro).
En sus versos aparecen con bastante frecuencia referencias al sacrificio siempre salvífico de la escritura (Sobre una minúscula palabra), una característica cuanto menos curiosa en un escritor caribeño, la eternidad y el tiempo (como en Testamento).
De un poeta que vivió de y para la poesía nada mejor que una estrofa en la que aclara su visión poética de la realidad, muy hölderliniana, por cierto:
Un poema no es más
Que una conversación en la penumbra
Del horno viejo, cuando ya
Todos se han ido, y cruje
Afuera el hondo bosque.
Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.
Aquí si que tengo que inclinarme ceremonioso y honrar la memoria con un alago a este gran poeta surgido de la penumbra de un tiempo que nos dejó de herencia , un tiempo de crispaciones y sombras en un mundo que venia cargado de crisis para nosotros y que parece que ya está aquí para muchos años.Clica sobre mi nombre
30 noviembre -0001 | 00:00