Y ahí, sobre cojines de sangre oscura, descansaba
La nuca rubia de una mujer blanca.
El sol le ardía en los cabellos,
Ascendía lamiéndole los muslos blancos,
Y se arrodillaba ante sus pechos, más morenos
Todavía no desfigurados por vicio y partos.
A su lado, un negro, destrozados por una coz
Los ojos, la frente. Metía el tipo este
Los dedos de su sucio pie izquierdo
En uno de sus oídos, orejita blanca.
Ella, sin embargo, dormía, echada ahí, como una novia,
Pegada a la dicha del primer amor
Y a la espera de partir hacia múltiples viajes celestiales
De la joven y ardiente sangre.
Hasta que le
hundieron el cuchillo en la blanca garganta,
hasta que le echaron a la cintura
un delantal púrpura de
sangre muerta.
ORIGINAL EN ALEMÁN
Dann lag auf Kissen dunklen Bluts gebettet
der blonde Nacken einer weißen Frau.
Die Sonne wütete in ihrem Haar
und leckte ihr die hellen Schenkel lang
und kniete um die bräunlicheren Brüste,
noch unentstellt durch Laster und Geburt.
Ein Nigger neben ihr: durch Pferdehufschlag
Augen und Stirn zerfetzt. Der bohrte
zwei Zehen seines schmutzigen linken Fußes
ins Innere ihres kleinen weißen Ohrs.
Sie aber lag und schlief wie eine Braut:
am Saume ihres Glücks der ersten Liebe
und wie vorm Aulbruch vieler Himmelfahrten
des jungen warmen Blutes.
Bis man ihr
das Messer in die weiße Kehle senkte
und einen Purpurschurz aus totem Blut
ihr um die Hüften warf.
En unos años, principios del siglo XX, donde provocar era casi una obligación (artística, política y moral), que un libro de poesía convulsionara el mundillo de la bohemia alemana como lo hizo Morgue y otros poemas es ahora, visto retrospectivamente, un fenómeno puntual, feliz e irrepetible.
El expresionismo fue una ruptura con lo convencional y lo canónico a muchos niveles. Aunque como todo movimiento cultural no nació ex nihilo, los zarpazos de los artistas expresionistas le deben mucho a la aparentemente plácida sociedad de entreguerras, con su fanatismo y violencia soterrados.
El cuadro de George Grosz que ilustra este post es una síntesis perfecta de una mirada destructiva y mefistofélica sobre el mundo moderno. Pero el expresionismo no fue solamente un hallazgo pictórico o cinematográfico, sino también literario; y Gottfried Benn fue, en poesía, su primer representante.
La novia del negro pertenece, en efecto, a ese libro que hizo saltar las costuras de la corrección artística. Junto al encanto de lo mórbido y la delectación por lo grotesco, Benn muestra su furia antiburguesa. Una provocación que encima venía revestida de una armonía clásica, de un lirismo todavía más hiriente. Para que a un poeta le dediquen insultos -¿loas?- como “esnob infernal” o “arribista de poco fiar” no basta con vestir como un dandy.
En las siguientes décadas, atrás ya la moda expresionista, Benn, fascinado por la retórica nazi, llegaría a colaborar -al principio entusiastamente- en la puesta en escena de aquel “auto de fe del espíritu”, como lo llamó Joseph Roth.
Su atracción por la biología (su sentido espiritual deformó el darwinismo tanto como en el pasado lo había hecho Spencer) y Nietzsche, dirá alguno, eran afinidades electivas un tanto escurridizas. Lo pagó. Primero con el desprecio de los escritores que padecieron el escarnio de Hitler (Thomas Mann, por ejemplo) y luego con el silencio.
NOTA: Traducción a cargo de Arturo Parada.
Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.