Tú, con tus largas y vacías ubres
Y tu calma,
Tu ropa blanca manchada y tus
Flácidos brazos.
Con dedos saciados arrastrándose
En tus palmas.
Tus rodillas muy separadas como
Pesadas esferas;
Con discos sobre tus ojos como
Cáscaras de lágrimas,
Y grandes lívidos aros de oro
Atrapados en tus orejas.
Tu pelo teñido cardado a mano
Alrededor de tu cabeza.
Labios, mucho tiempo alargados por sabias
Palabras
Nunca dichas.
Y en tu vivir todas las muecas
De los muertos.
Te veremos sentada al sol
Dormida;
Con los más dulces dones que tenías
Y no has conservado,
Nos afligimos de que los altares de
Tu vicio reposen profundos.
Tú, el polvo del ocaso de
Un amanecer húmedo de fuego;
Tú la gran madre de
La cría ilícita;
Mientras otras se encogen en virtud
Tu has dado a luz.
Te veremos mirando al sol
Unos cuantos años más;
Con discos sobre tus ojos como
Cáscaras de lágrimas;
Y grandes lívidos aros de oro
Atrapados en tus orejas.
Estoy seguro de que saldría un entretenido artículo de reunir a los escritores que, habiéndose ganado el prestigio de la posteridad con otros géneros, consagraron sus esfuerzos privados a la poesía. Pienso en Nabokov. O en Kingsley Amis. O en Djuna Barnes, protagonista del post de hoy.
Djuna Barnes dedicó los últimos cuarenta años de su longeva, espirituosa y trasgresora (de verdad) vida a escribir poesía. En su caso no fue el aliento artístico de la madurez: su primera obra publicada -a principios de siglo XX- fue ya un libro de poemas. Después vendría el periodismo (para sobrevivir) y la novela (para inmortalizarse). La poesía entonces corría subterránea, en discreto segundo plano, como un compromiso inquebrantable pero íntimo. Después de la primera vejez, ya en su retiro solitario y definitivo de Greenwich Village, volvió a esa cosa “conmovedora, densa, dulce” que es el poema.
He elegido Ocaso de lo ilícito, una obra de juventud, porque al contrario que sus poemas últimos, endiabladamente crípticos, presenta temas universales -el declive físico, en este caso- con un lenguaje al tiempo simbolista y transparente, con algo de belleza sombría y, por qué no, de deleite decadente.
NOTA: Traducido del inglés por Osías Stutman y Rosa Lentini.
Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.