El poema fue escrito en torno a 1940, en los momentos más duros de la postguerra española. Superviviente en Madrid, ciudad símbolo de la agonía de una población cercada por la destrucción, Dámaso Alonso, católico creyente, pregunta a su Dios por el sentido de tanta destrucción.
Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,
las tristes azucenas letales de tus noches?
El tema de Dios, la duda sobre su existencia, es una de las columnas sobre las que edifica toda su poética. En otro poema, años más tarde, pregunta a su Dios:
¿Estás? ¿No estás? Lo ignoro; sí, lo ignoro.
Que estés, yo lo deseo intensamente.
Yo lo pido, lo rezo. ¿A quién? No sé
¿A quién? ¿A quién? Problema es infinito.
Al final de su vida reconocía que sus poemas “me servían para encubrirme mi vital aflicción”.
Seleccionado y comentado por Manuel Saco