Tres fragmentos de la ciudad de la nada
1
Si no tuvieras
ni dónde ni por qué,
si solamente gris
fueras la resonancia de un olvido
o de un llanto fingiendo
el paso de la nieve entre las nubes,
la desgarrada línea
que marca lo que hubiese
podido ser alguna
imagen, y si no
fueras algo
te pediría, Sombra, que volvieras
la alucinante luz de tu lejano
irte
raudo en la inexistencia de lo que
es.
2
Ven a la habitación lejos del cielo
donde no llegan rosas ni gemidos.
Las olas solamente son las olas,
contémplate en las olas desoladas.
Dos mil doscientos años están vivos.
3
Hablarte no es cantar ni sollozar,
doncella de Cartago.
Te quiero no es decir te necesito,
no es hablar del amor ni de cerrados
éxtasis compartiendo los rosales.
Te quiero es solamente admitir
que te existo.
Que contengo tu ser en esta página
nacida de las ruinas de mis labios.
Si hay un poeta que represente la quintaesencia de lo enigmático en España es Juan Eduardo Cirlot, erudito y crítico de arte subjetivísimo (su Diccionario de símbolos todavía es objeto de estudio en las facultades de Historia de Arte), poeta refractario a cualquier encasillamiento generacional y músico.
Cirlot vivió de y para la vanguardia. Surrealismo, dadaísmo, ismos que nunca abandonó, y que en su madurez armonizó con su interés por el sufismo y la cábala. Su oscurantismo, que en otros no perdonaríamos por deliberado y artificial, da cuenta de un lector obsesionado por Blake, Poe o Nerval.
Para acompañar estos tres poemas, que cronológicamente son la antesala del Ciclo de Bronwyn (conjunto de versos dedicados a Rosemary Forsyth, la actriz de la película El Señor de la Guerra), reproducimos el cuadro Dido building Carthage, de William Turner, que personalmente chifla a quien esto escribe.
Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.