La culpa te sostiene ante la puerta
de los años fingidos, indomables,
y consientes la triste asignatura,
de oficiar mediodías tan silentes
como el fuego tenaz que te consume.
El miedo se derrama solitario
entre las cuatro esquinas de tu aliento
y te vences del lado de la nada,
del lado más oscuro, donde escupen
su indolencia los perros sin edad.
herida la conciencia, la distancia
que separa tu cuerpo de mi cuerpo,
asumes madrugadas, estaciones
que recubren la yerba y el sabor
último del coraje y su costumbre.
Resta domesticar el leve tránsito
que los necios disponen, deslizar
en los ojos la máscara primera
del olvido, la muerte más doliente
que sujeta la lluvia de los labios,
la posible condena que te ciñe
de amor en otros brazos y otra vida.
La indiscreta sensación de comprar un libro de segunda mano y ver en él una dedicatoria ajena. La dura lección de comprar un libro de poesía de segunda mano y encontrar una dedicatoria ajena… de amor.
Lo primero me ha sucedido muchas veces, lo segundo la semana pasada, en la cada vez más fascinante y atiborrada librería Ábaco. «Para Ana, estos versos escritos junto a las tierras calientes del sur al hilo del tiempo enamorado. Firmado: XXX». La dedicatoria es preciosa, como -os prometo- lo es la caligrafía. ¿Y el libro? De fiebres y desiertos es también precioso.
«La dicha es el recuerdo de lo que no se tuvo», dice el primer verso del primer poema. «Tal vez el hombre no es sino un camino», dice uno de los últimos. En medio, un dar forma a la nostalgia, tanto la vivida como la fingida vivir. Los títulos de los poemas lo dicen casi todo: En tiempo de tus labios, Nueve sílabas del corazón, El alfabeto de tus días… Algunos versos, «el exacto rito de no olvidarte», todavía más.
Seleccionado y comentado por Nacho Segurado.