Archivo de junio, 2010

‘Mercado negro’, de Frederick Hollander (1896 – 1976)

Mercado negro.
Merodeando la esquina
de Budapester Strasse.
Mercado negro.
Mirando con disimulo la esquina.
La police qui passe.

¡Ven! Te enseñaré cosas que no puedes conseguir en otro sitio
¡Ven! Haz las ofertas y obtendrás tu parte.

Mercado negro.
Leche en polvo por bicicletas.
Almas por cigarros.
¿Algo por los ideales fracasados? ¿Anillos de boda?

¡Sh! De puntillas. Canjea tus cosas.

Te lo cambio por tus golosinas.
Algunos maravillosos productos.
Mi cámara; es chic.
Seis por nueve. Justo tu talla.
¿Quieres la figura de porcelana de Potsdam?
¿Un reloj? ¿Un submarino?
¿Un Rembrandt? ¿Salami? ¿Lencería fina de Viena?
Venderé mis productos
Detrás de la cortina.
Sin límites ni sentimientos. Una rutina cómoda.
Tu compras los artículos, son finos, chico.
Mercado negro.
Encajes para damas, chicles por besos.
Relojes de cuco y tesoros,
miles de pequeños tesoros.
Mercado negro.

Ven y mira mis binoculares de esta semana.
¿Precio? Sólo seis cartones, una calada un vistazo.
Mercado negro.
Leche y un microscopio por embutido y sopa.
Echa un vistazo, tengo muchos juguetes.

No seáis tímidos
Acercaos chicos.

¿Te gusta esta primera edición?
Es tuya. Así soy.
Una definición simple
Tu consigues arte, yo spam*.
Para ti, por tus raciones K, compasión y quizá
un presentimiento, un centelleo o simpatía real.
Estoy de liquidación, llévate todo lo que tengo.
Ambiciones, convicciones, obras.
¿Por qué no? Disfrutad de estos artículos, chicos,
¡son un éxito!

Hace unos días comentaba con Juan Carlos, un compañero de la redacción, las rebajas de Frau Merkel, que afectarán entre otras cosas a la reconstrucción del Palacio Imperial de Berlín, que ahora no es más que una inmensa explanada próxima a la catedral y donde un día se levantó el -para mi gusto bello- Palast der Republik de la DDR.

Una cosa llevó a la otra y acabamos hablando de cine. Alemania Año cero, las ruinas, la propaganda… Mientras prometía que le grabaría A Foreign Affaire de Billy Wilder, me acordé de una de sus escenas: la angulosa cantante de cabaret de turbio pasado nazi Erika von Schlütow (Marlene Dietrich) cantando Black Market, una burlesca cantilena sobre los corrompidos negocios de los soldados aliados con los berlineses tras el derrumbe del Tercer Reich. Una escena que, como el resto de la película, no debió de sentar nada bien a las autoridades estadounidenses de la época (1948).

Black Market es Marlene Dietrich y también Frederick Hollander. Actriz y compositor, inseparables, hicieron posible algunas de las más bellas canciones de la historia del cine, empezando por Falling in love again de El ángel azul.

NOTA: Hoy he vuelto a romper con mi promesa no escrita de trasgredir el género poético. Aunque en mi defensa alegaré que la interpretación es tan sublime que asumo el riesgo de ser crucificado por impío.

*Spam: Lo podía haber traducido como jamón en lata. Spam era una famosa marca conservas con la que los ejércitos estadounidense, ruso y británico alimentaron a sus soldados durante la Segunda Guerra Mundial. Aquí, lo de los Monty Python.

Nacho S. (@nemosegu)

‘La historia del Sur’, de Natasha Trethewey (1966)

Antes de la guerra eran felices, dijo citando

el libro de texto. (Secundaria, el último año,

clase de Historia). Esclavos vestidos, alimentados,

y sin duda mucho mejor al cuidado de un amo.

En la página las palabras se desvanecían.

no hubo quejas, ninguna mano. Tampoco la mía.

Aún nos faltaba por ver la Reconstrucción antes

del examen y, pese al retraso, si había suerte

también las tres horas de ‘Lo que el viento se llevó’.

La historia del viejo sur -dijo nuestro profesor-

es el relato fiel de las cosas en otros tiempos.

En pantalla, realista, un esclavo: labios gruesos

y ojo saltón, la prueba y burla del libro de texto,

ficción que el profesor guardaba, como yo, en silencio.

Teletipos y algún corresponsal informaban, hace unas semanas, del resultado de una votación que modifica el contenido de los libros de Historia escolares en Texas. La nueva historia oficial que deberán aprender los alumnos tejanos tiene un sesgo marcadamente conservador y más bien benévolo hacia los rincones oscuros que jalonan la historia del país, del Imperialismo a la ‘caza de brujas’.

Pero más allá de esta burda y por lo tanto inocua tergiversación, hubo un detalle que me sorprendió de casi todos los artículos. La afirmación de que «por lo menos» la esclavitud «seguirá siendo parte de la historia» del República de la Estrella Solitaria. ¡Pero si es precisamente sobre la esclavitud negra en el Sur donde la amnesia selectiva ha campado a sus anchas durante años! La raquítica memoria histórica es, en los Estados sureños, una pátina dulce que embellece monumentos de la guerra de Secesión a mayor gloria del hombre (blanco, por supuesto).

Sobre esto, las trampas de la memoria (que nunca es lo contrario del olvido, como ya advirtieron los griegos), habla el último poemario de la estadounidense Natasha Tretheway. Guardia nativa es una elegía, un canto a los combatientes -que bebe a partes iguales de la history from below de Howard Zinn y de su propia experiencia como mestiza sureña- de los regimientos negros aliados de la causa Unionista, y que más de un siglo después han sido borrados -como por arte de magia- de la historia institucional.

Los poemas de Trethewey denuncian la idealización de un pasado sesgado, repleto de “muertos selectos” y “lápidas toscas” conmemorando el silencio sin inscripciones. Además es una compleja urdimbre de sentimientos familiares, recuerdos infantiles y maternos. Un precioso ejemplo de cómo la poesía puede servir a la verdad (histórica).

NOTA: Traducido del inglés por Luis Ingelmo

VIDEO: Tretheway, en una conferencia sobre Poesía, Historia y Justicia Social.

Nacho S. (@nemosegu)

‘No digáis’, de Jean Móreas (1856 – 1910)

No digáis que la vida es un festín alegre;

Lo dice un alma tonta o bien un alma baja.

No digáis sobre todo: es desdicha sin fin;

Lo dice un alma débil que temprano se cansa.

Reíd como las ramas en primavera agítanse,

Llorad como los vientos o la ola en la playa,

El placer y el dolor padeced y gozad; y decid:

Es mucho todo esto y es la sombra de un sueño.

En aquellas reuniones un tanto amorfas del Vachette y la Closerie des Lilas, había quien simplemente bebía y escuchaba -para luego contarlo- y quien participaba frenéticamente del debate intelectual y artístico parisino, que no tenía más finalidad que rellenar las horas y los egos.

Manolo Hugué, Manolo, el escultor catalán, aunque artista era más bien de los que se decían espectadores. Él, por persona interpuesta, legó a la causa de la historia de los movimientos literarios del siglo XX alguna deliciosa anécdota de tipos tan acuosos como André Salmon o Max Jacobs. También del protagonista del post de hoy: Jean Móreas.

Móreas, como todo buen simbolista, tenía su rincón oscuro, que exageraba a voluntad, y que debía hacerle parecer un excéntrico entre excéntricos. Cuenta Hugué que un día un joven poeta trató de leerle sus composiciones. Móreas se levantó, le cerró el cuadernillo en su cara y le dijo: “Voyons, Monsieur, il faut être sérieux”. Todo un carácter.

Móreas se tomaba tan en serio el simbolismo que hasta escribió un manifiesto. Fue en 1896. La poesía simbolista, escribió, debía buscar la Idea de una manera sensible, como una aspiración nunca satisfecha. Además, como los manifiestos artísticos se publicaban en parte para dejar claro quienes eran los enemigos, la poesía simbolista, la verdadera, era enemiga declarada de la enseñanza, la declamación, la falsa sensibilidad y la descripción objetiva. Cinco años después, descontento con la deriva del simbolismo, publica el Manifiesto de la Escuela Romana, en el que pide el retorno a la métrica y el estilo clásicos. Más enemigos.

Móreas tuvo bastante influencia en la poesía latinoamericana de comienzos del siglo XX así como en la de Grecia, su país de origen. Si no recuerdo mal, en España el modernista (Manuel) Machado le dedicó alguno de sus poemas.

NOTA: Traducido del francés por el también poeta Miguel Frontán.

IMAGEN: www.wiu.edu/Apollinaire/Promenade_interactive.htm

Nacho S. (@nemosegu)

‘Parque Monceau’, de Kurt Tucholsky (1890 – 1935)

Aquí se está bien. Puedo soñar tranquilo.
Aquí soy un hombre… y no sólo un paisano.
Aquí puedo ir por la izquierda. Bajo el verde tilo
no hay carteles: está prohibido.

Una pelota grande está en el cesped.
Un pájaro picotea una hoja tierna.
Un niño pequeño se mete el dedo en la nariz
y se alegra si encuentra algo.

Cuatro americanas comprueban
si Cook tenía razón y aquí hay árboles.
París por fuera y París por dentro:
no ven nada y deben verlo todo.

Los niños alborotan por las piedras de colores.
El sol luce y resplandece sobre una casa.
Estoy sentado en silencio y dejo que me acaricie
y descanso de mi patria.

Tucholsky y su continente, peninsulilla de Asia, casi un año después…¡de mi debut! Europa hoy sigue anestesiada por la retórica autojustificativa y se despeña por el precipicio de la miopía política. El sábado por la noche, en una cena de cumpleaños con amigos, salió la cuestión, que antes nos llenaba -la esperanza era la culpable- de alegría. Qué tiempos.

Los apellidos (Mazower, Judt, Madariaga, Magris) pesan ahora más que los argumentos, como pasa en la primera fase del cambio histórico, cuando en ausencia de reflexiones profundas brilla el Bronce. A toda generación le alcanza el regusto amargo que deja el pasado de una ilusión. Que la nuestra fuera Europa no lo acabo de asumir.

IMAGEN: www.dialoginternational.com

NOTA2: Traducido del alemán por J. Jané para Acantilado.

NOTA3: Un paseo por el decimonónico parque parisino.

Nacho S. (@nemosegu)

‘La canción de los marineros’, de Jean Vigo (1905 – 1934)

No estamos en los barcos para gandulear.
No navegamos para descansar.
Pegados al timón hacemos malabares
por la sonrisa de una joven, que nos retiene y nos llama.
Y si el tiempo es duro, debemos resistir,
pues tenemos el corazón alegre por ser marineros.
Los jóvenes embarcados durante largo tiempo
tienen el cuello bronceado.
Y los ojos del color del viento,
los marineros se los robaron.

No es de Jean Vigo sino anónima -que algún cinéfilo me lo confirme o desmienta- esta tonadilla marinera que se escucha casi al comienzo de L’Atalante, cuando la pareja de recién casados y sus bizarros y tiernos acompañantes emprenden viaje en la barcaza. [He puesto el nombre del director al título del post a modo de pista]

La música de la escena, que tanto me recuerda a aquella La fille du corsaire del Cuento de verano de Eric Rohmer, es del compositor Maurice Jaubert. Originalmente, por motivos comerciales, fue sustituida por una canción de moda de la época -los años treinta en Francia- hoy olvidada.

Años después, la música original fue recuperada; y con ella, el montaje de la película, más fiel al que hubiera querido Vigo, quien rodó moribundo y falleció sin poder ver estrenada su última y más lírica joya.

NOTA: Aquí podéis escuchar la música de Jaubert (y aquí la de Rohmer). No he encontrado aislada la escena en ningún sitio, así que tendréis que ver la película entera :).

IMAGEN: Un fotograma del film. El camarote del Tío Jules, con su precario gramófono y sus gatos (http://baroqueinhackney.files.wordpress.com)

Nacho S. (@nemosegu)

‘Ícaro’, de Lauro de Bosis (1901 – 1931)

Hombres, escuchad su inspirada canción;
en cualquier lugar del mundo donde un corazón humano arda
de impaciencia y amor, armado contra el Destino,
por siempre oculto, Ícaro lo guarda.

CATULO (LXIII)

(…) Un lánguido torpor va sellando sus ojos
y en el blando reposo cede el furor del alma.
Mas apenas el áureo sol con ardientes rayos
alumbró el cielo, el duro suelo y el mar salvaje
y sus raudos corceles disiparon las sombras,
recobró los sentidos, se le fue yendo el sueño,
y le acogió en su seno la diosa Pasitea.
Al despertar del todo, y apagado el impulso,
cuanto Atis fue cobrando memoria de sus actos
y vio lo que perdiera, y dónde se encontraba,
con alma arrebatada regresó hasta la playa
en lágrimas deshecho, y desde ella, mirando
al mar, con dolorido acento habló a su patria:
“¡Oh, patria que me diste la vida, oh patria mía,
madre que abandoné como el siervo a sus dueños
enderezando el paso a los bosques de Ida:
¿Viviré entre las nieves? ¿Me ocultaré temblando
en las gélidas cuevas donde habitan las fieras? (…)

Escritores que dedican sus libros a poetas (asesinados). Todo un género por explotar. Albert Camus y sus Cartas a un amigo alemán (indispensables en estos tiempos de desilusión europeísta), consagradas a René Leynaud, poeta y partisano fusilado meses antes de la Liberación. La novela Los Idus de marzo, de Thornton Wilder, sobre los estertores de la dictadura de César, dedicada a la memoria del monárquico antifascista italiano Lauro de Bosis, muerto en acto de servicio (si no sabéis cómo, ahora os lo diré).

En La historia de mi muerte, un breve texto escrito un día antes de desaparecer para siempre con su avión en el Mar Tirreno (eso sucedió el 3 de octubre de 1931), Lauro de Bosis explica el qué, el cómo, el dónde y el porqué de la operación que está a punto de llevar a cabo. Después de exponer sus razones para detestar a Mussolini («El Fascismo sólo existe por sus excesos; sus excesos son su lógica»), relata cuál va a ser su acción de guerra: lanzar sobre el cielo de Roma panfletos exhortando al pueblo a despertar del ensueño totalitario. Acaba su testamento heroico con una justificación: «Tal y como uno arroja pan sobre un pueblo hambriento, sobre Roma debe arrojar libros de Historia».

Su único libro de poemas se titula justamente Ícaro, y fue publicado en la década de los Veinte en Europa. Sólo he podido encontrar una pequeña estrofa del mismo (en inglés), así que a continuación de ella os traigo un fragmento -muy al hilo- de Catulo, a quién tanto admiraba y con quien tanto en común tenía.

VIDEO: Un breve fragmento -en Italiano- de un documental sobre Lauro de Bosis.

NOTA: El poema de Catulo en la traducción de José María Alonso Gamo.

Nacho S. (@nemosegu)