‘Sí, no tenemos decisiones’, de Ferdinand Tuohy

Sí, no tenemos ninguna decisión
No tenemos ninguna decisión hoy.
Nuestra Sociedad de Naciones existe sobre cimientos
De artimañas, debates y retrasos.
Así que con Europa disolviéndose
Nos sentamos a resolver.
Sí, no tenemos ninguna decisión
No tenemos a ninguna decisión hoy.

Yes, we have no decisions,
We´ll have no decisions today
Our League of Nations Exists on foundations
Of dodging, debates and delay.
So with Europe dissolving
We sit resolving
That yes, We’ll have no decisions
We’ll have no decisions today.

Una de las servidumbres de escribir un blog es el tiempo escasísimo del que se dispone para madurar una idea antes de -con fortuna- acabar haciendo de ella un post. La escritura pública diaria, o casi diaria, es una selección apresurada de destellos útiles. Como el de hoy.

Esta canción satírica la leí hace unos días en un artículo sobre la Europa de entreguerras. Fue escrita en 1923 por el corresponsal en París del diario The New York World. Aparte de su nombre y una breve reseña sobre Vicente Blasco Ibáñez, no he logrado rescatar muchos más datos. (Segunda servidumbre: yo lo quisiera saber ahora mismo todo de ese tío).

Ferdinand Tuohy, así se llamaba el periodista, cambió la letra del ya por entonces conocidísimo Yes! We have no bananas para reírse en cuatro líneas de la parálisis burocrática de una institución, la Sociedad de Naciones, creada con el fin de armonizar el orden internacional tras la Primera Guerra Mundial.

La Sociedad de Naciones, decía el gran historiador Mark Mazower en La europa negra, fue un experimento fallido de la democracia liberal que terminó defraudando tanto a idealistas como a realistas. Pero, como en casi todo, hay un puente hacia el presente. Los males que aquejaban a dicha institución y los males que aquejan a su heredera son tan similares que haríamos bien en seguir tarareando en alta voz el estribillo de la cancioncilla de aquel periodista olvidado.

IMAGEN: www.nps.gov/archive/elro/glossary/league-of-nations.htm

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‘En los años del hambre’, de José María Valverde (1926-1996)

En los años del hambre -como dicen
los que no la han saciado todavía-,
estudiantillo imberbe, acompañé
algún tiempo, en mañanas de domingo,
a los visitadores de los pobres,
sencillos caballeros, casi todos
profesores modestos y abstraídos,
de raído gabán y claras gafas.
Entre el barro o el vaho, avergonzados
de dar un duro en vales para pan,
tomados por algunos como agentes
de la Embajada nazi, comprobaban
lo mismo, año tras año, consternados:
la familia entre latas, con el cerdo,
padres y niños, todos sifilíticos,
menos la mayorcita, que era de antes
que el marido… «los malos compañeros,
¿sabe?» -casi en defensa, la mujer-
«lo que le pasa a un hombre»; y en la esquina,
un muchacho tullido -«y menos mal»,
según la madre, «que al fundarse el chico
yo estaba muy robusta»-; éste pedía
libros, pero ¿cuál darle a un pobre inmóvil?
(yo le llevé María Chapdelaine);
y, como única baja, la gallega
muerta de hambre, dejando dos hijitas,
pero con gran entierro de un Seguro
que, en nuestras mismas huellas, les cobraba
más de nuestra limosna, porque el pobre
quiere morir en grande, por el miedo
de seguir siendo pobre al otro lado…
Luego, en la fría sala parroquial,
decía el presidente, en grave rito: .
«¿Se aprueba el acta ?» y todos, abrumados,
bajaban la cabeza: «Sí, se aprueba».

La poesía religiosa de José María Valverde tuvo su momento hace más de un año en este blog gracias a Manolo Saco. Ayer, cuando recordaba una cita sobre Unamuno de uno de sus libros de divulgación filosófica más reconocidos, caí en que nada había de su obra poética posterior.

Carlos París, su compañero de generación y sin embargo amigo, recordaba hace unos años al “gran poeta” que fue Valverde, sobre todo en su madurez, cuando los versos de sacristía fueron dejando paso, entre oposiciones políticas varias, a otros más coloquiales y humanos, comprometidos con la realidad social e influidos por los de siempre -Machado, Vallejo- y por los más recientes, como Gabriel Ferrater.

Visita a los pobres es uno de los poemas más significativos de su giro social (y moral). Está incluido en el libro Años inciertos, que fue publicado en 1971, cuando el autor todavía permanecía en el exilio solidario tras la purga universitaria de mediados de los sesenta que apartó de la docencia a compañeros suyos como Aranguren o Tierno Galván.

IMAGEN: www.escritoresdeextremadura.com

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‘Me destierro a la memoria’, Miguel de Unamuno (1864-1936)

Me destierro a la memoria,
voy a vivir del recuerdo.
Buscadme, si me os pierdo,
en el yermo de la historia,

que es enfermedad la vida
y muero viviendo enfermo.
Me voy, pues, me voy al yermo
donde la muerte me olvida.

Y os llevo conmigo, hermanos,
para poblar mi desierto.
Cuando me creáis más muerto
retemblaré en vuestras manos.

Aquí os dejo mi alma-libro,
hombre-mundo verdadero.
Cuando vibres todo entero,
soy yo, lector, que en ti vibro.

Se introdujo en mi adolescencia final como un elefante en una cacharrería. Ahí estaba el sobrio de Don Miguel -como quizá le sucediera a Ana, que en un comentario me pedía un poema suyo- con sus enaltecidos versos consagrados a un cristo inquietante y velazqueño; versos temblorosos, divinos y sacrílegos.

Unamuno, todo llama como decía de él Albornoz, imponía respeto desde las páginas casi siempre domesticadas de los manuales de literatura. Sus contradicciones tenían un fondo telúrico e ilustrado. Exhortaban a la vida desde la duda metódica y constante. En Vida y muerte de las ideas José María Valverde escribió que su obra filosófica -y añado yo, poética- es una tensión entre la necesidad de creer y la imposibilidad de creer sin renunciar al racionalismo y la egolatría. Sí, su personalidad debió de ser mostrenca y voraz.

Con la llegada de la madurez la tensión existencial tan a flor de piel desaparece o se transforma en otra cosa para la mayoría de nosotros, mortales. Esa esterilidad o ese cansancio, unidos a que los libros de Unamuno son demasiado explosivos para una época como la nuestra, a la que tanto le repelen las profundidades (somos más de Twitter, qué remedio), quizá sigan conspirando para que hoy sea un escritor tan venerado como poco leído (sobre todo, ay, su poesía).

‘Sueño Primero’, de Jorge Piedrahita

Velas, noches ténebres
en las que la espía fue la pluma
Y el reloj de arena marcaba
los tiempos del amor.

Ruidos, gatos forasteros
en techumbres de rico alabastro
fieros mosquitos hijos del verano
Notas de músicas en jardines vecinos.

Y tu padre, que tose como riéndose,
mientras nosotros traicionamos
su dicha, su honor, su nombre.

¡Malditos somos en este amor de infames!

Me reenvía @Chiqui20m, un sabio con retranca al que todos en la redacción deberíamos hacer más caso (yo el primero), un correo con el asunto “tuyo, por si te vale”. No recibo más de tres de estos cada mes (y me ilusiono con cada uno de ellos). Por lo general se trata de personas interesadas en el blog por diferentes motivos, todos ellos confesables. No suelo publicarlos, pero sí los guardo con celo para cuando llegue el momento (el momento, por ejemplo, de darle un impulso al blog distanciándome de la estéril autocracia, je, je).

En cambio, este último me llamó la atención y escribí al remitente, Jorge Piedrahita, que amablemente me contestó con más información y con una invitación que no pude aceptar porque trabajaba. Jorge es poeta y profesional -creo- de la heráldica. Su intención, por la que me escribió, es la difundir sus versos y al mismo tiempo lograr el récord de una gira poética por 144 ciudades españolas y extranjeras (reconozco que no estoy al tanto de cuántas paradas de media suelen acumular los recitales, pero estoy casi seguro que pocos tienen un título tan largo como el de Andanzas y semblanzas del joven Conde de Ceballos).

Estoy un poco perplejo. En la, por llamarla de alguna forma, nota de prensa (¡ojalá las que envían con puntualidad kafkiana las empresas fueran la mitad de jugosas y divertidas que la suya!), se alude al fondo histórico castellano de sus versos y se pretende tomar distancia con el discurso proselitista del pensamiento aristocrático. He vuelto a escribir a Jorge pidiéndole las fechas de la gira, si las tuviera ya. De momento, y hasta nuevo aviso, os dejo con un fragmento de de su poemario Oníricos.

(Este es el pórtico que lo encabeza: “Un joven trovador, huérfano y sin fortuna, se convierte en el protegido de un viejo duque, viudo y padre de la hermosa Ximena de Viela. El poeta es alojado en un apartado desván del Palacio ducal. Una noche, mientras él ensaya sus versos, es visitado por la joven Ximena que le entrega su corazón y su virginidad: No existe pudor para con el Arte ni honor en la conquista”.)

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‘Mínimo’, Geoffrey Dutton (1924-2010)

Es tan solo la luz del sol
sobre el poste de una cerca
fuera de la nieve.
Y yo vengo a colocarlo derecho
de un simple golpe.
Entonces lo dejo a merced de la luz.
Un poste recto,
nieve pisada.

It is only the simple sunlight
on a fence post
out of the snow.
and I come to set it upright
at the cost
of a single blow.
then I leave them to the sunlight.
one straight post,
trodden snow.

Este verano, ni las secciones de ciencia ni las de cultura -es un misterio, o algo peor, que todavía no sean la misma- de los periódicos españoles informaron de la muerte de Geoffrey Dutton. No pasa nada, sucede a menudo que nuestros muertos queridos no coinciden con los muertos a los que se afana en honrar la prensa.

Geoffrey John Dutton -que firmaba sus poemas como GF y sus artículos científicos como GJ- tuvo, como dice bellamente el obituario de The Guardian, la misma delicadeza para elegir palabras que para sintetizar moléculas. Bioquímico de carrera, realizó importantes descubrimientos para la comprensión de por qué los medicamentos afectan de forma diferente al metabolismo de adultos y niños.

GF comenzó a escribir poesía durante su etapa de estudiante de ciencias y acabó publicándola, con gran repercusión, una vez abandonó su vida académica como eminente profesor en Dundee, a finales de la década de los setenta. Sus poemas son tan ascéticos, de una precisión tan encomiable, que es difícil resistir la tentación de compararlos con la asepsia que reina en un laboratorio. Os dejo este Minimal, del que he perpetrado una traducción de urgencia, para que lo comprobéis por vosotros mismos.

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La canción marinera del oficial Stubb

Oh, qué alegre es la tormenta;
La ballena está contenta
Su gran cola al agitar:
Qué gracioso, hermoso, gozoso, mimoso, cariñoso
Es el mar, es el mar, es el mar.
El nublado va volando,
Con un solo golpe blando
Tanta espuma al levantar:
Qué gracioso, hermoso, gozoso, mimoso, cariñoso
Es el mar, es el mar, es el mar.
El trueno parte la nave:
Se relame y bien le sabe
Al probar ese manjar:
Qué gracioso, hermoso, gozoso, mimoso, cariñoso
Es el mar, es el mar, es el mar.

Este verano, a falta de un buen océano frente al que simular extasiarse, leí de nuevo Moby Dick. También ojeé, qué remedio, suplementos culturales. En algunos se hablaba -y se sigue hablando- de la GNA, que no es un nuevo departamento de la CIA, sino otro más de los mantras que el periodismo pone en circulación cuando la realidad viene yerma: la Gran Novela Americana. Pues bien, ahora parece la GNA ha sido avistada debajo de una losa de varios centenares de páginas y que lleva por título Las correcciones. El hallazgo, además, viene acompañado de una excepcional revelación; a saber: ¡Obama encargó un ejemplar a su librero de confianza!

A diferencia de la muerte de la novela o el ocaso del capitalismo, profecías que sólo la fe puede seguir alimentando, la Gran Novela Americana es un deseo que se cumplió definitiva y ¿fatalmente? hace más de 150 años: los que lleva Ahab persiguiendo –su mal convertido en su más deseada salud– al escurridizo Leviatán. Moby Dick lo contiene todo: el sueño americano, la Frontera, el sustrato religioso, los fundamentos de la ética, la sed de aventura individual por encima de todo y contra todo.

Os traigo la canción ballenera que aparece varias veces a lo largo de la novela. Aquella que cantaba Stubb, segundo oficial del Pequod, porque no era valiente. Creo que esta es la segunda vez que publico una tonadilla marinera (la primera fue la de Jean Vigo). ¡Tan de secano, yo!

TRADUCCIÓN: José María Valverde

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La vida en común es un contrato social

Alguien que a toda hora se queja con amargura de tener que soportar su cruz (esposo, esposa, padre, madre, abuelo, abuela, tío, tía, hermano, hermana, hijo, hija, padrastro, madrastra, hijastro, hijastra, suegro, suegra, yerno, nuera) es a la vez la cruz del otro, que amargamente se queja de tener que sobrellevar a toda hora la cruz (nuera, yerno, suegra, suegro, hijastra, hijastro, madrastra, padrastro, hija, hijo, hermana, hermano, tía, tío, abuela, abuelo, madre, padre, esposa, esposo) que le ha tocado cargar en esta vida, y así, de cada quien según su capacidad y a cada quien según sus necesidades.
(La vida en común,
Augusto Monterroso)

El hombre ha nacido libre, y en todas partes se halla entre cadenas. El mismo que se considera señor de los demás no por esto deja de ser menos esclavo que los demás. ¿Como ha tenido efecto esta transformación? Lo ignoro. ¿Qué puede legitimarla? Creo poder resolver esta cuestión.
(El contrato social, J. J. Rousseau)

La poesía expresa con mayor sutileza que el lenguaje cotidiano conceptos que, como convivencia, tantas veces, por inabarcables, acaban por abrumarnos. Los poetas son capaces de crear imágenes sublimes que engordan la esperanza que hemos depositado en las grandes palabras. Mario Benedetti, Ana Ajmatova, Blaise Cendrars… ¡la lista no tiene fin!

Dicho esto, no creo que la convivencia sea un asunto poético, sino político. Construir un discurso humanitario o exclusivamente lírico sobre la convivencia es minimizar su carga radical.

Esta es la razón de que me haya decidido por dos textos en prosa geniales, uno literario e irónico, el otro filosófico y optimista. El primero desdramatiza las relaciones humanas desprendiéndolas, con una leve insinuación, de su cáscara hipócrita. El segundo marca la guía explícita de lo que -desde la Ilustración- es el único camino para la buena vida.

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‘Memoria futura memoria’, Esteban Martínez Serra (1962)

Existe -y es inevitable- una memoria futura,
Un espacio reservado para lo que será digno de recuerdo
Aunque aún no haya ocurrido y, quizá, nunca suceda.
En ese espacio dispuesto, acondicionado por la esperanza,
No cabe la desidia ni el dejarse llevar por una inercia
Hacia la rememoración, o hacia la mendicidad del pasado.
Si no se llenara ese espacio, si no fuese tenido en cuenta,
Llegarán falsos profetas proclamando la desmemoria
Y usurpando al futuro su derecho a inventarse.
La memoria de lo que habremos podido ser
Es ya evocación en lo que hoy somos.

La fascinación por la materia, por un futuro desangelado e inseguro, por un pasado que siempre tiene un regusto mítico aunque sea lamentable… o a pesar de que no se lamente. “Objetos apátridas” -los llama Esteban Martínez– sobre los que hacer “arqueología íntima”. Todo esto suena demasiado grave, foucaultiano diría un marisabidillo, y quizá asusté.

En el fondo, creo, las razones literarias de Esteban Martínez no son más que una forma sofisticada de nostalgia. Es frecuente, y no es del todo malo, que la poesía se adorne de preocupaciones trascendentes: que si desentrañar los mecanismos de la memoria, que si desguazar la infancia a golpes de adjetivo solemne…

Hay otros poemas en Luces nómadas (Bartleby, 2010) que hablan de todo lo anterior, pero no de una forma tan precisa -y tan teórica- como lo hace Memoria futura memoria. Nada más leerlo me vino a la cabeza aquello de Ernesto Sabato de que la vida consiste en construir futuros recuerdos.

Tanto el poema como el apunte de Sábato me parecen radicalmente optimistas.

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‘Versos grabados en una copa hecha con un cráneo’, Lord Byron (1788-1824)

Ni te sobresaltes ni creas que mi espíritu huyó;
En mí contempla al único cráneo,
Del que, al revés de una viviente cabeza,
Todo lo que fluye nunca es aburrido.
Viví, amé, bebí a grandes tragos como tú:
Morí: que la tierra renuncie a mis huesos;
Lléname: tú no puedes hacerme daño;
El gusano tiene labios más viles que los tuyos.
Mejor es contener a la uva burbujeante,
Que criar la viscosa progenie del gusano terrestre,
Y rodear en la forma de la copa
A la bebida de los dioses, que no al alimento del reptil.
Cuando por casualidad una vez mi ingenio brilla,
En ayuda de los demás, deja que brille;
Y cuando, ¡ay!, nuestros cerebros hayan desaparecido,
¿qué substituto más noble habrá que el vino?
Bebe a grandes tragos mientras puedas: otra raza
Cuando tú y la tuya, como la mía, se haya perdido,
Puede que te rescate del abrazo de la tierra,
Y rime y se deleite con los muertos.
¿Por qué no? Ya que mediante el breve día del vivir,
Nuestras cabezas efectos tan tristes engendran,
Redimidas de los gusanos y de la arcilla desgastada,
Esta posibilidad tienen de ser provechosas.

De persona a personaje y de personaje a actitud. Le Byronisme es una forma -en nuestros días más mítica que real- de descubrirse ante el mundo con ironía y pasión. Lo primero para decir a los poderosos (Epitafio para la tumba de Castlereagh) lo que otros más taimados no se atreven; y lo segundo para luchar por la libertad de un pueblo con la mente puesta en sus virtudes enterradas (Grecia).

Lord Byron creía que el ser humano debe hacer algo más por el mundo que escribir versos. Un desiderátum que sus futuros enemigos literarios se tomaron al pie de la letra, hasta el punto de decir que alguien que no se tomaba la poesía seriamente -¿profesionalmente?- no merecía ser apreciado como poeta.

Fue la juventud romántica de su siglo y del venidero la que se sirvió de Byron -como en otro sentido de Rimbaud– para construir el arquetipo de artista comprometido y cool, vehemente y sibarita. Alguien capaz de cantar al mismo tiempo al horizonte de una tierra sin esclavos y al tempus fugit.

TRADUCTOR: José María Martín Triana

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‘Tengo ansias de espuma’ de Basil Bunting (1900-1985)

Tengo ansias de espuma. Tumultuosa, que venga
con torrencial dulzura hasta la playa amarga
aún sin enjuagar seca y entumecida
de su propia impaciencia. Si al cielo le abruma
ese incesante verbo de un azul siempre igual,
tan inarticulado, su intranquila quietud
envenena las almas, que acaba por caer
en una esterilidad angustiosa y precisa
hasta desvanecerse: cuánto aún el mar debe
perfeccionar entonces alterándose inquieto
este aislamiento nuestro con la hostilidad suya.
La camaradería amable de su amado
ahonda nuestra envidia, mientras su indiferencia
nos empuja al suicidio. Persistentes recuerdos
de días esparcidos extreman su impaciencia
hasta una pasajera rebelión y enfatizan
la azarosa impotencia que siempre padecemos.
Mas cuando, enloquecidas y adornadas de espuma,
se nos lancen las olas con la ira del amor,
gimiendo un nombre extraño, agitando al llegar
súplicas reiteradas, en la euforia vivaz
de un oscuro deseo, bien podremos entonces
olvidar ese triste esplendor y jugar
a gusto hasta el momento en que exijan los dioses
una nueva, forzosa, desesperada calma,
y la espuma se muera, y amainemos de nuevo
en nuestra catalepsia, soñando con espuma
mientras la arena seca aguarda otra marea.

Bajo un epígrafe que se llamara Poesía y nomadismo tendrían cabida un puñado de culos de mal asiento con biografías disparatadas y excesivas. Lord Byron, Richard Burton, Ugo Foscolo, François Villon. Tipos que viajaron sin pausa y casi siempre lejos, ya fuera por placer exótico o porque no les quedaba más remedio.

La vida de Basil Bunting cabe en ambas categorías. Trabajó como carpintero y comandante del Ejército de su Majestad (del que también llegó a ejercer de espía). A sus versos le dedicaba el tiempo exacto entre dos huídas. Residió en Tenerife, Rapallo o Teherán. En todos esos sitios no abandonó la poesía ni dejó de refundirla, lo que no es sino otra forma, escribió, de “atornillar los tablones del propio féretro”.

No es fácil leer a Bunting. Es un representante tardío del movimiento moderno, como lo definió el gran Cyril Connolly. Admirador de clásicos grecolatinos como Lucrecio y de clásicos contemporáneos como Ezra Pound, sus poesías evocan un esplendor efímero, una naturaleza hinchada, corrupta y fascinante. Aunque quizá todo esto sobre. En el prólogo/justificación a su poema biográfico dice: “Briggflats es un poema: no necesita explicación”. Pues eso.

NOTA: Los que leáis alguna vez el blog os habréis dado cuenta de algunos cambios. Llevaba mucho tiempo siendo 10 personalidades, como dice el bueno de Bec, y ya empezaba a acercarme peligrosamente a la locura. El caso es que, aunque nada nuevo ha empezado, sí que me gustaría aprovechar estas pequeñas modificaciones para pediros vuestra ayuda. Quiero abrir una sección que recoja vuestras preferencias, peticiones, autores, poemas o puntos de vista. Un día a la semana, a ser posible siempre el mismo, publicaría un post con ellas. Quién sabe, quizá salga un parnaso digital de todo esto :).

TRADUCCIÓN: Faustino Álvarez y Emiliano Fernández Prado.

IMAGEN
: Derek Smith

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