José Bergamín: ‘Esperando la mano de nieve’ (nº 178)

No escuches el ruido mentiroso
De un mundo estrepitoso y palabrero.
Escucha en el silencio de tu alma
Tu corazón, que también es silencio.
Vienes de un mundo de mortal memoria
Y vas a otro de inmortal olvido.
Entre los dos no sabes en cuál vives
Ni quién eres tú mismo.

Anciano paradigmático. Católico con pinta de hereje En 1982, la Universidad Complutense homenajeó al octogenario José Bergamín. Un año después, fue la izquierda abertzale la que convirtió su entierro en Hondarribia en un auto de fe político. Sus últimos años de vida habían sido más extraños aún que su ya de por sí extraña vida: su misantropía final, ese cabreo terco dirigido hacia casi todo el mundo, no hace justicia -creo- al escritor ingenioso y disparatado que fue Bergamín.

Está, además, la tentación de definirle a través de sus aforismos, que cultivó desde primera hora. Aforismos con un poquito de mala leche, cristianismo heterodoxo, Nietzsche y Unamuno. “El escepticismo es provisional aunque dure toda la vida”. “Existir es pensar; y pensar es comprometerse”. “El aforismo no es breve: es inconmensurable”.

Hay muchos juegos (de metafísica) sobre la muerte en su poesía. Mucho Siglo de Oro también. Paradojas sobre el tiempo, el sueño y el yo. Afirmaciones contundentes sobre la verdad y el silencio. Es una poesía de madurez escrita en la ancianidad. Estrofas cortas, sintéticas, profundas a veces, un tanto repetitivas otras, obsesionadas -siempre- con los mismos temas: los temas únicos.

El tiempo que estás perdiendo
Lo pierdes porque estás vivo.
Vivir es perder el tiempo.
Los que no pierden el tiempo,
Y es porque ya lo han perdido
Para siempre, son los muertos.

IMAGEN: www.fundacionbancosantander.com

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Fonemorama para la muerte de Carlos Edmundo de Ory (1923-2010)

Si canto soy un cantueso
Si leo soy un león
Si emano soy una mano
Si amo soy un amasijo
Si lucho soy un serrucho
Si como soy como soy
Si río soy un río de risa
Si duermo enfermo de dormir
Si fumo me fumo hasta el humo
Si hablo me escucha el diablo
Si miento invento una verdad
Si me hundo me Carlos Edmundo

Por infeliz casualidad, tenía pensado traeros hoy un poema de José Bergamín. Otro de esos poetas atípicos que dio el siglo XX español (y vasco, sí). Un escritor que, como Carlos Edmundo de Ory, cultivó el humor -y su ariete, el aforismo- de una forma insólitamente jugosa.

Carlos Edmundo de Ory murió el jueves. Hacía un año y dos días que aquí publicaba uno de sus muchos sonetos, acompañado de un simpático retrato de dandy provecto sin pretensiones y unas cuantas palabras sobre su peculiar universo poético (aunque aquella vez olvidé mencionar la etiqueta literaria por la que estos días más se le recuerda: el postismo).

Carlos Edmundo de Ory ha muerto, dicen algunos, olvidado por todos. Yo no lo creo. Es cierto que su apellido suena tan lejano como su exilio de décadas, pero CEO no ha muerto para la prensa: en su muerte le han cubierto con los adjetivos (iconoclasta, rebelde, ¡raro!, insurrecto) que vivo en la intimidad le arroparon solo. Porque esto, la vida, trataba sobre la ironía, ¿verdad, Don Carlos?

IMAGEN: Efe

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‘Don Cógito lee el periodico’, de Zbigniew Herbert

En primera página
la noticia de la matanza de 120 soldados
la guerra ya duraba mucho
uno puede acostumbrarse
justo al lado información
de un crimen espectacular
con el retrato del asesino
la mirada de Don Cógito
salta indiferente
la hecatombe de los soldados
para sumergirse con deleite
en la descripción del espanto cotidiano
un agricultor de unos treinta años
en una depresión nerviosa
mató a su mujer
y a sus dos pequeñuelos
con precisión se describen
la ejecución del crimen
la posición de los cuerpos
y otros detalles
a los 120 caídos
inútil es buscar en un mapa
la excesiva lejanía
los oculta como una jungla
no estimulan la imaginación
son demasiados
la cifra cero al final
los transforma en una abstracción
un tema para meditar:
la aritmética de la compasión

Es el cuarto escritor polaco del siglo XX que traigo. Mi trato como lector con él es muchísimo más improvisado que el que mantuve con compatriotas como Milosz o Gombrowicz. Zbigniew Herbert acaba de hacer acto de aparición en mi vida: descubrimientos felices que te hacen retroceder a la infancia de tu literatura. De ahí que escriba con los nervios del primerizo y mantenga intacta la avidez por adoctrinar tan propia del converso.

Tengo delante su libro Informe desde la ciudad sitiada (Hiperión, 2008). Es un deleite absoluto. Todos los poemas -desde los poemas-denuncia de Don Cógito a los poemas de amor– son brutales y densos, intelectualmente demoledores, de una claridad dañina y fatal.

Nada de manierismos absurdos y artificialmente elevados a categoría de arte. Los versos de Herbert son los versos de un hombre intachable que no atiende al miedo de los cultos. Un poeta clásico y proteico que escribe versos como tratados humanísticos: un bárbaro en el jardín.

NOTA: En este magnífico blog -cuyo título es un guiño al poeta- encontraréis más papeles del polaco.

TRADUCCIÓN: Xaverio Ballester

IMAGEN: Anna Beata Bohdziewicz

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‘Médanos de la mente’, de Clara Janés

Médanos de la mente,
Formaciones fugaces de la memoria,
Ahogo y mansedumbre…
El látigo del sol fustiga las horas.
El tiempo alimenta la eternidad
Y no desmaya en su avance,
Pero el olvido es el río oculto
Donde se lavan los días
Para llegar purificador a la muerte.
Nada dicen los astros.
El augur agoniza de deseo.

Como siempre que relaciono la poesía con alguna de las bellas artes acabo hablando de pintura, pensé hoy en expandir un poco en campo. Clara Janés fue durante más veinte años admiradora y amiga de Eduardo Chillida. Por este orden: primero admiradora y luego amiga.

Todo comenzó con un bajorrelieve del escultor que contempló en una galería de arte madrileña allá por los años setenta. Luego, con los años -la madurez y la vejez- fueron llegando las poesías y las ganas de colaboración mutua (como las que, salvandotodas las distancias, tenemos en mente el @elbecario y yo).

Chillida, escultor que nunca rehuyó esculpir para poetas (Brossa) o filósofos (Heidegger), hablaba del arte en los mismo términos que Clara: como una forma de iluminar lo tenebroso y como una vía para preguntarse por el límite de la realidad. Ahí estaba todo.

Chillida murió en 2002. Unos años antes, el sueño de la poetisa de publicar un libro de poemas sobre (y con) grabados del escultor se hizo realidad (tras 11 fructuosos años de espera, eso sí). A mí, pese a que la obra de Chillida me impone respeto y me emociona, reconozco que la metafísica de los poemas de Janés, incluso teniendo delante su inspiración material, me supera.

Aunque algo, algo hay en ellos, ¿no?

NOTA: No he podido escanearos el grabado que acompañaba al poema (dudo también si hubiera podido, por aquello de los derechos de autor). En cualquier caso, si queréis hacer la prueba, aquí tenéis una página en la que aparecen algunos muy similares.

IMAGEN: Isaac Sibecas

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‘Planes de edificación’, de Henrik Ibsen

Tan vivo lo recuerdo cual si hoy pasado hubiese,
El día en que en un periódico vi mi primer poema.
En mi cuarto alquilado, yo fumaba tranquilo
Cigarro en mano, en sueños de placidez sumido.
“Haré un castillo aéreo que en todo el norte reluzca,
Dos alas tendrá: grande la una, pequeña la otra.
Habitará la grande un poeta inmortal;
Y en la otra una doncella me servirá la mesa”.
Yo encontraba en mi plan una hermosa armonía;
Lástima que surgieran luego en él contratiempos.
Al madurar su dueño, vio el castillo ridículo:
Chica era el ala grande; la pequeña hizo ruina.

Aunque soñé con labrarme una biografía elegante como enemigo del pueblo, nunca pasé de Henrik Ibsen (me falta, como mínimo, algo de carácter para llegar a ser un Thomas Stockmann). Y de él, de Ibsen, poco más. Uno que no es muy aficionado al teatro y que a veces, sólo a veces, se flagela por ello.

Quizá muchos de vosotros que admiráis las obras del noruego no supierais que, además de dramaturgo, fue un (tímido) poeta. Un poeta como muchos de los que por aquí han pasado: circunstancial, leve, cotidiano. En definitiva, poeta a tiempo parcial. La poesía como un acompañamiento sincero del yo, como un explicarse la vida por escrito, tasándola milemétricamente en versos.

Ibsen sólo publicó un libro de poesía, Digte (Poemas), que fue traducido al castellano por la editorial Losada hace pocos años. Dicho libro, su obra en suma, es una especie de cajón de sastre que alterna composiciones de tono elevado, casi místico, y composiciones -como La muerte de Abraham Lincoln– que dan cuenta de la realidad social y política de su tiempo. Además del poema que encabeza el post, de un pesimismo introspectivo brutal, os dejo para cerrar este otro, breve y genial, titulado Estrofa

Vivir es pelear con brujas
En la cordial y mental bóveda.
Crear es: conservar la espada
De Damocles sobre uno mismo.

TRADUCCIÓN: Jesús Pardo

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‘Noche cerrada’, de León Felipe

Ya no puedo ir más allá.
Tropiezo de pronto en una piedra dura y negra
y no puedo ir más allá.
Tengo que recular…
y camino hacia atrás…
camino,
como un ciego camino…
y tropiezo de nuevo
en algo duro otra vez,
otra piedra negra que no me deja pasar.
Y el cielo se oscurece
y se hace duro también.
Entonces me amedrento
y grito.
No oigo nada,
y no puedo llorar.
¡Oh, niño perdido y solo!
El día no llega nunca,
nunca,
nunca,
nunca.
¿Por qué me dejáis abandonado,
ángeles amigos…?
¡No me abandonéis!
Haced algún ruido
¡moved las alas!
Un ruido de alas…
siquiera un ruido de alas.
¿Dónde estáis, ángeles amigos?

Cuando este blog era colectivo, @ialvar fue el primero -y el último- que publicó poemas de León Felipe. Para desgracia suya ahora nos vemos a diario. Y es casi a diario que me pide que publique algo más del “contradictorio poeta nietzscheano”, como le llamaba Neruda en sus memorias.

Soy sincero: leí a León Felipe hace mucho y no he vuelto hacerlo desde entonces. Nunca me identifiqué con ese círculo crítico que, con Juan Ramón Jiménez a la cabeza, lo consideraba y considera un poeta menor, pero lo cierto es que tampoco me arrebató del todo su terribilidad ni me conmovió las entrañas sus agónicas interrogaciones espirituales.

(No soy un lector de manual. Quiero decir que me importa poco que León Felipe fuera un poeta anacrónico, alejado de los movimientos literarios, inclasificable y a caballo entre generaciones: José Hierro también lo fue y me encanta su poesía).

Como figura insigne del exilio republicano, en cambio, le tengo mucho aprecio. El mismo aprecio que siento por Max Aub o por José Gaos. Cerca del Hospital la Paz, en Madrid, hay un parque con una estatua, un poco afeada ya por el paso de los años y el olvido municipal, dedicada a él: poeta del éxodo y del llanto.

Como vivo no muy lejos, ayer me acerqué y, mientras él leía, yo le tomé esta foto.

PD: Este Noche cerrada pertenece a su último libro de poemas, escrito un par de años antes de su muerte y titulado ¡Oh, este viejo y roto violín!

IMAGEN: N.S.

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Dos romances de Salvador de Madariaga

Valle oscuro, valle oscuro
Do se cruzan los senderos.
Yo vi pasar al Amor
Del brazo del Pensamiento.
El Pensamiento dudaba,
El Amor iba certero.
De la floresta vecina
Salió el canto de un jilguero.
Entraron en la espesura
Tras el pájaro parlero,
Y Pensamiento y Amor
En la noche se perdieron.
En vano se van llamando
Uno al otro en el silencio
Que es el valle muy oscuro
Y son muchos los senderos
Para que puedan hallarse
El Amor y el Pensamiento.
Y el uno mira hacia fuera,
Y el otro mira hacia adentro,
Y el uno sigue dudando,
Y el otro sigue certero.

El Madariaga público -diplomático, alto funcionario y catedrático- y el Madariaga escritor -novelista, ensayista y poeta- se funden en uno cuando se analiza su honda conciencia política. Madariaga fue un defensor del republicanismo liberal democrático (más liberal que democrático). Un ilustrado europeísta y un reformista aristocrático y conservador. (Con todo esto quiero decir que su tiempo, el mundo que conoció, ya no existe).

Pero hablemos mejor de su poesía. Tengo delante la primera edición de su obra poética completa, editada por Plaza&Janés en 1978. Es un volumen grueso, con poemas muy malos, muy ingenuos, muy barrocos y también otros muy buenos. Hay poemas escritos en francés y en inglés, lenguas que dominaba con una perfección envidiable. Hay traducciones de los grandes, desde Shakespeare a Blake. Y hay, además, romances a la manera clásica castellana.

Son estos, sus Romances de ciego, los mejores, los más sobrecogedores y contradictorios (alma y carne, amor y pensamiento, fe y razón). Un emocionado y ya por entonces trágico Unamuno los calificó de “verdades tenebrosas” y, a su autor, de “ciego vidente”.

El propio Madariaga recuerda que comenzó a escribirlos tras la prematura muerte de su padre, y a publicarlos -tímidamente- en la orteguiana revista España. Cuando se enteró de que el bueno de Don Miguel los recortaba y los guardaba en sus bolsillos, se los envió todos. En  1922 aparecerían como libro. Creo que hacía mucho que nadie los mencionaba. Cierro el comentario con el Romance final:

Cayó la luna en el mar
Y se quebró en mil pedazos.
Cayó el amor en el hombre
Y se quebró en desengaños.
Cayó el hombre en la Natura
Y se quebró en deseos vanos.
Cayó lo Eterno en la Edad
Y se quebró en miles de años.
Cayó Dios, y se hizo trizas:
Son los hombres, mis hermanos.

IMAGEN: www.telepolis.com

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Poesía objetivista (con instrucciones)

al apoyarme sobre la mano izquierda
sosteniendo un cigarrillo
demasiado cerca del oído
perplejo
oí la ceniza
crepitar
como si fuese una fogata
ayer
encendida
y hoy
igualmente olvidada.

Instrucciones para escribir un poema objetivista (como el de arriba):

1) Describe las cosas tal y como las ves
2) Elige temas corrientes, cercanos.
3) Explora la materialidad del lenguaje.

Hay algunas instrucciones más, están aquí. Aunque la principal, la más importante de todas, no aparece: lee a los poetas objetivistas. Tatúate que su deseo era aprehender el mundo con la palabra. ¿Que eso ocurrió hace mucho tiempo? Cierto, pero la claridad no caduca, sigue siendo necesaria, quizá es lo único necesario. Sobre todo en poesía.

Aquí está Louis Zukofsky. Él inventó lo más parecido a un movimiento de vanguardia que conoció EE UU en el siglo XX. Lo que menos merece el olvido de lo que vino después (algunos beatnicks y etcétera) se debe a él, aunque no sólo a él. También a William Carlos Williams, Whittaker Chambers, Charles Reznikoff y otros escritores que formaron parte de esa primera -y no sé si única- antología de poesía objetivista, publicada al comienzo de la década de los treinta.

TRADUCCIÓN: Patricia Gola

IMAGEN: jacketmagazine.com

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‘Hace sol en la calle’, de Boris Vian

Hace sol en la calle
Me gusta el sool pero no me gusta la calle
O sea que me quedo en casa
Esperando que venga el mundo
Con sus torres doradsas
Y sus cascadas blancas
Con sus voces de lágrimas
Y as canciones de la gente que está alegre
O a la que pagan por cantar
Y en la tarde hay un momento
En que la calle se transforma en otra cosa
Y desaparece bajo el plumaje
De la noche llena de ‘puede ser’
Y de las canciones de quienes han muerto
Entonces bajo a la calle
Que se extiende allá hasta el alba
Una humareda se estira cerca
Y yo camino a través del agua seca
Del agua que refresca en la noche fresca
El sol volverá pronto.

No sé vosotros, pero yo no he leído tantos libros de Boris Vian como para hacerme una idea completa, rotunda de un tipo como él. Me gustó la Espuma de los días, pero ahí paré. Hace unos días y después de bastante años, retomé su vertiente poética, escurridiza, malhablada y tan tierna.

Vian es sarcástico hasta la médula -como en Si tan tonto el poeta no fuera-; fúnebre hasta decir basta -como en Me moriré con un cáncer de esqueleto-; humorístico sin casi rival -como en Un hombre en pelotas caminaba.

Vian también era un sentimental. “Era algo terriblemente romántico”, dice en una de sus canciones a propósito de algo que he olvidado. Un sentimental canalla, improvisado, insatisfecho y consciente de sus perezas (él era un perezudo) y de sus tan originales “sobras completas”. El libro del que he tomado el poema de hoy es una joya entretenida y visual: No me gustaría palmarla (Demipage. Madrid, 2009). Una obra de traducción colectiva editada en el 50 aniversario de la prematura muerte del patafísico.

TRADUCCIÓN: del francés por Fernando Savater

IMAGEN: Fotografiado en pleno desarrollo de otra de sus pasiones, el jazz.

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Sobre (otro) cuadro de Brueghel el Viejo

Los desesperados juguetes
De los niños
Su
Imaginación equilibrio y
Piedras
Que han de ser
Encontradas
Por todas partes
Y juegos para hacer
Caer al otro
Con los ojos vendados
O echar mano de un
Peso
Bamboleante
Con el cual
Al azar
Golpear las
cabezas acerca
de ellos
Brueguel lo vio todo
Y con su humor
Feroz fielmente
Lo registró.

Ambos tuvieron un día para mostrar su humor feroz en el blog. William Carlos Williams como sujeto; Brueghel el Viejo como objeto. El uno como exponente de una poesía capaz de atrapar la realidad sin manierismos; el otro como maestro de lo irónico, grotesco y humano. Era cuestión de tiempo que acabaran compartiendo post. La feliz actualidad del pintor de La caída de Ícaro me ha proporcionado la excusa.

Esto que tanto me gusta, la descripción con palabras de una pintura (algo que técnicamente se ha dado en llamar écfrasis), fue el camino elegido por el poeta estadounidense en su casi póstumo libro, Cuadros de Brueghel, obra con la que ganó el Premio Pulitzer, para definir en su madurez última el sentido de la belleza.

En su manera de concebir el arte, poesía y pintura tuvieron siempre en común el medio, la mirada, y el fin, la dignificación de la vida. Sólo teniendo presente eso se puede entender la maravillosa precisión y ternura con la Williams retrata en sus poemas el supremo don del maestro flamenco: “La mente alerta insatisfecha con / lo que se exige y no / se puede hacer / aceptó la historia y la pintó / en los brillantes /colores del cronista”.

TRADUCCIÓN:
Juan Antonio Montiel.

IMAGEN: El cuadro Juegos infantiles, en el que está inspirado el poema.

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