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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Acabemos con el despilfarro de tirar alimentos a la basura

Basuras

La crisis nos ha traído terribles escenas inéditas. Como el rebusque de comida caducada en contenedores de los grandes supermercados. Algunos los cierran con candados para evitar la mala imagen.

Cada año, sólo en España  más de 50.000 toneladas de comida fresca de las tiendas de alimentación (dañada, fea, desigual, cercana a su fecha de caducidad) acaban en la basura.

Miles de personas podrían comer si se prohibiera ese derroche, pero el problema no es donar los alimentos desechados. El problema es distribuirlos, hacerlos llegar a quien los necesita. Porque la legislación obliga a que esa comida cuente con todos los controles sanitarios, sea manejada por personal acreditado, transportada en vehículos homologados y almacenada en espacios refrigerados. Al final lo más barato y sencillo es tirarlo todo a la basura.

Ocurre lo mismo con alimentos como la pasta, el arroz o las latas. Solo el 20% de los distribuidores donan habitualmente este tipo de productos, lo que implica desechar otras 357.000 toneladas de alimentos al año.

En Francia es diferente. País famoso por la importancia que allí se da a la cocina, está causando furor el reciente movimiento de “Les Gueules Cassées” (Los Rostros Rotos). Una alusión a los soldados franceses desfigurados por la Primera Guerra Mundial que fomenta el consumo de productos feos, destinados a la basura sólo por su aspecto. Igual de sanos, pero más baratos y sostenibles.

Además, una reciente Ley exige a los supermercados galos donar toda su comida sobrante.

Siguiendo el modelo francés, casi medio millón de europeos han firmado una solicitud reclamando que en la futura “estrategia de economía circular” promovida por la Comisión Europea se incluya la obligación de donar los alimentos desechados. Y se sancione a las empresas que no lo hagan.

Sólo así acabaremos con tan insolidario despilfarro.

Foto: Editorial J / Flickr

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Perdemos felicidad y ganamos papel mojado

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Uno de cada cuatro pasos que damos por España lo hacemos dentro de un área protegida, aunque eso de que esté protegida es mucho decir. Hay carteles anunciadores, pero poco más en ese 27% de la superficie nacional considerado por la ley y los ciudadanos como nuestras joyas naturales más valiosas.

Según el último informe de Europarc-España, principal foro profesional de las áreas protegidas, la mitad de los parques naturales carecen de un plan de gestión décadas después de su creación y sólo un 15% de los pertenecientes a la Red Natura 2000 cuentan con planificación detallada de ordenación y uso.

Abandonados a su indefinida suerte, la crisis económica se está cebando con rapiña de ellos. Si la Sanidad y la Educación ha quedado en lo que ha quedado, si la Cultura languidece asfixiada, imagina cómo han dejado al medioambiente. Raquítico. Tan pelado como las cabezas (por dentro y por fuera) de algunos de sus responsables.

Un par de datos lo confirman. La inversión en parques nacionales fue en 2012 de 91 euros/ha frente a los 248 en 2010. Y en 10 años hay una cuarta parte menos de trabajadores velando por su conservación.

Hoy existen en España 15 parques nacionales, 149 parques naturales, 291 reservas naturales, 328 monumentos naturales, 53 paisajes protegidos y 1 área marina protegida, además de otras figuras utilizadas sólo en algunas comunidades autónomas, hasta sumar un total de 1.905 espacios naturales protegidos. La Red Natura 2000 está compuesta por 1.802 lugares y es la más importante de Europa. Contamos además con 45 Reservas de la Biosfera.

Y todo ello ¿para qué? Pues para vivir mejor, pues una naturaleza sana es un indicador de calidad de vida de nuestras sociedades.

Desgraciadamente el papel mojado no da la felicidad. Y consume inútilmente demasiados árboles.

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¿Quieres pagar menos en el recibo de la luz?

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Te habrá llegado la carta, como a todos. Muy amablemente, nuestras compañías eléctricas tratan de explicarnos ese galimatías del nuevo recibo de la luz con el que supuestamente pagaremos el precio exacto del mercado en cada momento en lugar del mismo durante meses. Incluso nos ofrecen una tarifa plana, como en los teléfonos móviles.

Mucho cuidado con esas ofertas, pues el ahorro no es lo que parece. Entre otras cosas, porque la mayor parte de la factura se la lleva “el mínimo”, lo que pagamos al mes usemos o no esa electricidad. Y ahí nos las han dado con queso y ricino. El año pasado, la parte fija de la factura eléctrica era el 35% del total y ahora supone casi el doble, el 60%. ¡A tomar por saco la crisis! Da igual apagar obsesivamente las luces del pasillo o poner bombillas de bajo consumo. El ahorro eléctrico está penalizado.bombilla-euro-thinkstock

¿Y si en vez de quejarnos y pagar, cambiamos las reglas? Es lo que Greenpeace, junto con otras 23 organizaciones ecologistas, de consumidores y profesionales, te proponen: bájate la potencia eléctrica contratada. Pagarás menos y será una manera elegante, la elegancia del bolsillo rascado, de mostrar tu descontento con la actual política energética.

Es muy probable que no necesites tanta potencia como ahora mismo tienes contratada. La mayoría ni sabemos cuál tenemos. Si nunca te han saltado los plomos en casa cuando enciendes a la vez varios electrodomésticos, tienes margen suficiente para bajarte la potencia al menos un tramo. Las compañías te cobrarán 11 euros por el cambio, pero con descender un solo peldaño te ahorras más de 50 euros al año. Merece la pena ¿No crees?

En la web de la plataforma “Bájate la potencia de la luz” tienes toda la información. Porque vamos a ahorrar energía y dinero aunque al monopolio eléctrico no le guste.

En este vídeo te lo explican con toda claridad. No dejes de verlo y difúndelo entre tus contactos.

Foto: pixabay.com

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¿Te apetece un selfie junto a un animal de zoológico?

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Los zoológicos lo están pasando mal. Mucha gente, por suerte cada vez más, rechaza esa exhibición indigna de animales encarcelados a mayor gloria de nuestra curiosidad. El resto, achuchado por la crisis, se lo piensa dos veces antes de pagar una entrada para hacer fotos con el móvil a un aburrido león entre rejas. Así se explican los nuevos productos ofertados en los zoos para cubrir su cada vez mayor agujero económico. Interactúe con los lemures, dé de comer a los loros, acaricie los monos, cuélguese las serpientes, nade junto a delfines y leones marinos. Disfrute de sensaciones nuevas muy salvajes. Hágase un selfie (autofoto) junto a un animal de zoológico. Todo por una módica cantidad extra de dinero.

¿Experiencia única? Que alguien me explique qué tiene de emocionante sobar animales medio sedados o directamente adormilados, seres salvajes convertidos en dóciles mascotas. Que alguien me explique qué tiene de educativo ese manoseo. Qué tiene de valiente, como no sea el peligro de pillar una enfermedad o recibir un mordisco.

¿En qué ayuda el toqueteo a la conservación de las especies amenazadas, muchas de ellas en peligro de extinción precisamente por su masiva captura y venta ilegal? En nada.

Lo queremos tocar todo. Vale muy bien. ¿Y después? Que el pobre bicho vuelva a su jaula. Ah no, que hay otra modalidad nueva. Llévese el animal a casa. Como hizo hace poco el conocido Kiko Rivera. Ameniza tus fiestas más chachis con cachorros de león. ¡Es super cool! Unas risas entre whiskys y gin tonics, fotitos con flash y devolución del bicho al zoo tras haber pagado la correspondiente tarifa. ¿Dejarán llevar cocodrilos a las piscinas? Vaya juerga con los colegas.

Por algo José Saramago, que era un hombre sabio, pedía cerrar los zoológicos de todo el mundo. Pero en lugar de eso los hemos abierto al espectáculo de los bobalicones. Ya lo decía Albert Einstein:

“Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro”.

El proyecto InfoZoos.org ha denunciado la creciente moda en los zoos andaluces de prestar animales salvajes como reclamo publicitario o como préstamo a particulares. Tienes más información en este enlace.

Foto: Wikimedia Commons

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Los jóvenes ya no sueñan con tener un coche

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Lo recuerdo como si fuera ayer. Sonó un claxon en la calle y mi madre, con sonrisa sospechosa, nos pidió a los tres hermanos que miráramos por la ventana. Y allí estaba mi padre, emocionado junto a su flamante Seiscientos recién comprado. Blanco para más señas. Todos saltamos de júbilo como si nos hubiese tocado la lotería. El sueño se había hecho realidad.

Hoy los jóvenes ya no sueñan con tener un coche. Así lo confirma un estudio publicado por la consultora KPMG, basado en una encuesta internacional realizada entre 200 altos cargos del sector del automóvil, donde el 54% de los directivos confiesa su preocupación porque los menores de 25 años no quieren ser dueños de un vehículo.

Tampoco sueñan con tener una casa en propiedad. Lo que quieren es trabajo. Y un móvil de última generación, la nueva herramienta de comunicación global, el verdadero símbolo de estatus e independencia del siglo XXI.

El coche ya no sirve en las ciudades. Resulta caro y aún más caro calmar su voraz sed de combustible; pagar multas, impuestos, aparcamientos, mantenimiento, averías,… Es mucho más sencillo, barato y sostenible moverse en transporte público o en bici. O pillar por Internet chollos de viajes a cualquier lugar del globo sin más ataduras que la mochila. Los mayores de 60 años comienzan a optar por lo mismo. Mi padre, sin ir más lejos, ya no tiene coche.

Los automóviles han dejado de ser la solución para convertirse en el problema. Ruidos, atascos, contaminación, accidentes, robos. Tras décadas de expulsión, poco a poco los peatones empiezan a retomar el control de las ciudades. Pasos de cebra elevados, calles cerradas al tráfico, férreos límites de velocidad, carriles para autobuses y bicicletas, zona azul y verde.

Algo está cambiando en la sociedad y no es por culpa de la crisis. O quizá sí, y haya sido este terrible palo el que nos ha hecho ver que otra manera de vivir menos derrochona y agresiva con el entorno, con nuestro espacio vital, es posible. La cañera “Autopista al Infierno” de los AC/DC pierde atractivo. ¿Quemar asfalto? Mucho mejor quemar zapatilla.

Foto: Wikimedia Commons

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Un pueblo burgalés compite con el MoMA de Nueva York

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Dicen que una mirada al pasado es un paso hacia el futuro. Tengo mis dudas después de haber visitado estas Navidades el MuMO (Museo de Modúbar de la Emparedada), que no el MoMA (Museum of Modern Art de Nueva York), con quien tan sólo compite en similitud nominal.

Modúbar de la Emparedada es un pequeño pueblo de 600 habitantes cercano a Burgos con un museo etnográfico recientemente inaugurado. Allí se exponen perfectamente restauradas más de 300 piezas con las que recorrer la extraordinaria historia de la agricultura desde sus orígenes hasta la radical modernización del campo emprendida hace apenas medio siglo. Emulando con gracia a su casi homónimo museo neoyorkino, la colección de artefactos agrícolas se llama pomposamente “La Recolección”.

Para más lustre, es el propio alcalde de la localidad quien hace de cicerone, pues todo aquí se cubre con voluntariosos voluntarios.

Trillos, guadañas, hoces, carros y bieldas nos recuerdan el gran salto hacia el olvido dado por nuestra sociedad, cada vez más mecanizada y urbanizada, cada vez más eficiente pero también más dependiente y global.

Sus promotores son ambiciosos. Aspiran a inaugurar otros museos etnográficos en otras poblaciones cercanas dedicadas, por ejemplo, al mundo de la lana o al del vino. Atractivos ejes culturales empeñados en mantener viva la llama de la nostalgia bajo el agrupador nombre de “El hombre y los ingenios”.

Sebastián el alcalde y Carlos el coleccionista están convencidos del éxito de tal propuesta, pero se enfrentan a una dura certeza. No hay voluntad política y la voluntad ciudadana también es escasa. La cultura ya no vende. El recuerdo de los tiempos de la escasez y la penuria aún menos.

Son pueblos que lo intentan todo por seguir viviendo/sobreviviendo. Sin embargo, la realidad es tozuda y los jóvenes no encuentran la oportunidad para quedarse en las tierras de sus mayores. O quizá sí y éste sea el principio de un gran cambio. La tan ansiada vuelta al campo.

Carro

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Mares de petróleo amenazan al turismo (y la vida) de Canarias

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El comandante Cousteau nos descubrió que el mar no era tan sólo agua y peces. Que era el último mundo sin explorar, desconocido pero bellísimo.

La primera vez que hice submarinismo en Canarias renegué de él. Sus famosos documentales palidecían ante la realidad que en esos momentos se desarrollaba frente a mis gafas de buceo. Lo mismo me ocurrió con la navegación. Adentrarse en el océano en medio de una noche estrellada y sin luna “viento en popa a toda vela” te cambia la vida. Escuchar el lamento fantasmagórico de las pardelas. Surcar las olas en compañía de delfines juguetones. Sufrir una tormenta y sobrevivir para contarlo.

A pesar de tener tan avanzado el siglo XXI, esos mares canarios, a caballo entre Europa, África y América, siguen siendo los grandes desconocidos. Y los grandes amenazados. Las compañías petroleras, sedientas de un oro negro cada día más escaso, han empezado a buscarlo a 60 kilómetros de las costas de Lanzarote y Fuerteventura, en una zona con una profundidad media de unos 1.200 metros.

Dice el Gobierno central que es una gran noticia. Que así reduciremos la dependencia energética española del exterior un 10%, las arcas del Estado ingresarán 700 millones de euros y se crearán entre 3.000 y 5.000 puestos de trabajo. No hablan de abaratar el precio de la gasolina. Tampoco del serio riesgo de contaminación de un territorio que vive exclusivamente del turismo y donde todo el agua potable se obtiene de un mar ahora en peligro.

Es el progreso, imbécil”, nos espeta desdeñoso el ministro de Industria, el canario Manuel Soria. “Si no lo sacamos nosotros lo sacarán los marroquíes y será peor”, apoyan los responsables de Repsol.

Cousteau les habría tapado a todos ellos la boca hace mucho tiempo. Pero nuestra sociedad lleva demasiado tiempo sin comandantes.

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Enseñanzas de las aves para luchar contra la crisis

Pavo real

Lo reconozco. Soy un ateo muy espiritual. Recolector de tradiciones populares, estos días no he podido evitar el recordar muchas de ellas, buscando solución a la actual crisis económica, al pasear por las frondas misteriosas de la Selva de Irati, en el Pirineo navarro, el hayedo más extenso y primario de Europa.

Fue allí donde, embarrado en mitad del bosque, escuché con asombro el poderoso machaqueo sobre un árbol del picamaderos negro (Dryocopus martius), un ave de leyenda. No estaba haciendo su nido. Tan sólo tamborileaba un viejo tronco para advertir a sus semejantes machos que el territorio estaba ocupado, y en la esperanza de ver aparecer alguna hembra dispuesta. Dice la gente mayor que, cuando se oye el golpeteo de un pájaro carpintero, las oportunidades llaman a tu puerta. Aún estoy esperando su llegada, pero no desisto.

Oportunidad la que tuve media hora después, al escuchar en un claro del bosque el inconfundible reclamo del cuco (Cuculus canorus). Recordé que era el primero del año, así que casi maquinalmente hice lo que un viejecito me recomendó hace tiempo. Llevarme la mano al bolsillo. “Si tocas monedas será un año de dinero”, aseguran. Desgraciadamente, sólo llevaba el teléfono móvil y, efectivamente, desde entonces no deja de sonar, pero pidiendo, no dando.

Dentro de mi relación mágico-descreída con el mundo animal la guinda se la lleva el pavo real (Pavo cristatus). En la tradición cristiana es signo de inmortalidad, pero también de vanidad. Siempre ha sorprendido que un animal tan bello emita como único canto un destemplado trompeteo, terrorífico cuando se oye por las noches. Estos días en Gran Canaria, el señor Anselmo me dio una nueva explicación sobre tan estentóreo canto. “¿Lo ves hermoso y ufano?”, me dijo señalando al más elegante. “Pues lo que grita sin parar es ‘A peor, vamos a peor’, así que aplícate el cuento”.

¿Veis por qué es mejor no creer en estas cosas?

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La crisis nos empuja a volver al campo

Huerta canaria

Las ciudades ya no pueden garantizar el bienestar de todos sus ciudadanos. Especialmente, desgraciadamente, de los más jóvenes. Muchos han optado por buscar trabajo en el extranjero. Pero otros, más apegados a la tierra, optan por volver al campo. Allí, mal que bien, nunca les faltará comida y techo.

El efecto empieza a notarse en ese paisaje rural abandonado en las últimas décadas a la espera de subirse al tren de la especulación; de cambiar patatas por chalés adosados. Poco a poco las viejas huertas  reverdecen, las fincas abandonadas vuelven a la vida. Pero con nuevas ideas. Apostando por la calidad, que en alimentación se llama producto ecológico, autoctonía, artesanía. Apostando por la venta directa, la autogestión, los grupos de consumo, internet, las nuevas tecnologías y el márquetin.

El caso de la Comunidad Valenciana es sintomático. Allí la superficie cultivada aumentó el año pasado en 4.000 hectáreas después de haber perdido 83.000 en apenas una década. Lo mismo ocurre en el amenazado Parque Agrario del Bajo Llobregat, la tradicional despensa de Barcelona. Incluso en la turística Gran Canaria acabo de ver esta semana infinidad de campos cultivados por quienes han desistido de buscar trabajos mal pagados en los complejos hoteleros. También hay mucho autoconsumo. Ayuda a reducir gastos y aporta la felicidad de vivir mano a mano con la naturaleza. Hasta en solares o jardines de fábricas abandonadas surgen las huertas. Allí el trabajo se confunde con el ocio y el descanso.

Todos ellos, emprendedores en el campo, necesitan lo mismo: consumidores concienciados. El auténtico Comercio Justo está en logar que los ciudadanos abandonemos la trampa de los grandes centros de alimentación y apostemos con nuestra compra por los productos de cercanía. Ganaremos todos.

En la imagen, tomada la pasada semana, un hombre trabaja en la huerta que tiene en el barrio de Rosiana, Santa Lucía de Tirajana, Gran Canaria.

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Los viejos bosques nos ayudan a luchar contra la crisis

Roble centenario

Los bosques nos ayudan a salir de la crisis. Que se lo digan si no a los miles de españoles que este invierno se han pasado a la estufa de madera o de pellets. Con el gasoil, el gas y la electricidad por las nubes, la leña vuelve a estar de moda. La de esos árboles que durante décadas mirábamos con el desdén de quien no los necesitaría nunca. Hoy es diferente. Ahora los vemos como una fuente de ahorro. De riqueza. Los pueblos deforestados los empiezan a echar de menos.

Pero los bosques nos ayudan mucho más. A comer gracias a la fertilización y mantenimiento de los suelos. A protegernos de los desastres naturales, del avance del desierto. A reducir el efecto de nuestro propio gran desastre no natural, el efecto invernadero. A respirar gracias a su oxígeno. A sentir que respiramos cuando caminamos por ellos, notamos el palpitar la vida en cada pisada, en cada hoja, mariposa o rayo de luz, en cada gorjeo.

Aunque no todos los bosques son iguales. Muchos son meras plantaciones de árboles, monocultivos dedicados a producir pasta de papel o serrín para aglomerados. En ellos falta lo más importante: la biodiversidad. La variedad. Ese “desordenado orden” del que nos hablaba Félix Rodríguez de la Fuente.

Ayer, inicio de la primavera, celebramos el Día Internacional de los Bosques. Una iniciativa de las Naciones Unidas muy matizable, pues a muchos los árboles no les dejan ver el bosque. Los míos son de viejos hayedos, encinares, robledales, tejeras, pinares maduros repletos de vida, casa común de una flora y fauna única. También los bosques de un único árbol, esos asombrosos árboles singulares tan viejos como una catedral y tan delicados como una flor, auténticos ecosistemas en miniatura.

¿Y el tuyo cómo es? Búscalo. Acércate a él y díselo: ¡Feliz día del Bosque!

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