La crónica verde La crónica verde

Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Escucha sonidos en peligro de extinción: la herrería de Compludo, en El Bierzo

Manuel Sánchez trabajando en la herrería de Compludo. Foto: Ayuntamiento de Ponferrada

En las umbrías boscosas de El Bierzo, en el noroeste de León, se escuchan sonidos en peligro de extinción que ya no existen en el mundo. Músicas de agua y hierro, de yunque y martillo, de un oficio perdido en un entorno paradisíaco, una herrería medieval en medio del bosque y a la vera de un pequeño río.

¿Qué dónde está esta maravilla? En Compludo, una diminuta aldea de Ponferrada con no más de 15 vecinos. La he visitado hace poco y, maravillado, voy a dedicarle una nueva cata de su paisaje. Lo vamos a disfrutar con los cinco sentidos, como se disfrutan todas las cosas buenas. Porque hay lugares donde uno se queda, y lugares que se quedan en uno. Y El Bierzo se queda en el corazoncito de todo el que lo visita.

En este vídeo de mi canal en YouTube podéis ver el sitio y escuchar sus sonidos únicos. Pero comencemos cuanto antes la cata de su paisaje.

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Disfruta de los Carnavales más auténticos en la isla de El Hierro

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Sí. Ya sé que los carnavales más famosos de Canarias (y del mundo) son los de Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria, pero este año yo me he venido a disfrutar los de la isla de El Hierro. Y sobre todo, a divertirme de lo lindo con una fiesta carnavalera prácticamente desconocida incluso para los propios canarios: los carneros de Tigaday. Pura tradición y espectáculo. Lee el resto de la entrada »

Cochinilla, el colorante natural más ecológico

Carmelo Vega y Trinidad Medina, en plena faena en la finca de El Obispo.

Con esto de la alimentación sana, cada vez que vemos algo con colorantes nos asustamos. Y no es para tanto. Sobre todo si el origen de estos tintes es natural. Muy especialmente si se trata de rojo carmín procedente de la cochinilla (Dactylopius coccus). Toma buena nota. Es el conocido como E-120.

La cochinilla es un blanco y regordete pulgón procedente de México y Perú. Animal parásito, para vivir necesita plantas del género Opuntia, las conocidos como chumberas, tuneras o higos picos. Hace más de 2.000 años ya se usaba en América para teñir vestidos y dar color a la comida. En el siglo XVI los españoles la introdujeron en Canarias, donde su cultivo se convirtió en un importante recurso económico para las islas.

La aparición de los colorantes artificiales dio al traste con este comercio. Pero la reciente prohibición o limitación para uso alimentario y cosmético de algunos colorantes sintéticos ha vuelto a dar alas a una actividad que, en la actualidad, se haya relegada en Canarias al norte de Lanzarote.

No te das cuenta, pero yogures y refrescos de fresa, helados, incluso vino, también productos cosméticos, pinturas y ropa, presentan vivos colores gracias al carmín extraído de unos insectos. Un producto natural, sano, ecológico y sostenible, de gran interés para la educación, el arte, la moda, la gastronomía o el turismo. Un mundo por redescubrir, abierto a emprendedores, especialmente a los más jóvenes.

En Fuerteventura, donde vivo, los campos de tuneras están abandonados. Aunque hay interés por recuperarlos. Pero para ello es necesario consultar a los mayores, esos sabios de la Tierra que atesoran en su memoria el manejo de tan curioso producto.

Personas entrañables como Juan Cabrera (‘Juancito’), Eloísa Hernández, Prudencia Peña, Carmen González, Peña Perdomo, Estrella Espinel, Carmelo Vega, Trinidad Medina, José Cabrera o Pablo Cabrera, que este verano dieron clase ¡a sus años! de cómo se recoge la grana de la cochinilla.

Os dejo unas fotos enviadas por el Ayuntamiento de Antigua. Tradiciones populares en estado puro. Pero con un gran futuro.

Eloísa Hernández recogiendo cochinilla en una finca de Antigua

En la imagen superior, Carmelo Vega y Trinidad Medina están en plena faena en la finca de El Obispo (Antigua). Sobre estas líneas, Eloísa Hernández recoge cochinilla con las típicas pinzas de madera.

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Enseñanzas de las aves para luchar contra la crisis

Pavo real

Lo reconozco. Soy un ateo muy espiritual. Recolector de tradiciones populares, estos días no he podido evitar el recordar muchas de ellas, buscando solución a la actual crisis económica, al pasear por las frondas misteriosas de la Selva de Irati, en el Pirineo navarro, el hayedo más extenso y primario de Europa.

Fue allí donde, embarrado en mitad del bosque, escuché con asombro el poderoso machaqueo sobre un árbol del picamaderos negro (Dryocopus martius), un ave de leyenda. No estaba haciendo su nido. Tan sólo tamborileaba un viejo tronco para advertir a sus semejantes machos que el territorio estaba ocupado, y en la esperanza de ver aparecer alguna hembra dispuesta. Dice la gente mayor que, cuando se oye el golpeteo de un pájaro carpintero, las oportunidades llaman a tu puerta. Aún estoy esperando su llegada, pero no desisto.

Oportunidad la que tuve media hora después, al escuchar en un claro del bosque el inconfundible reclamo del cuco (Cuculus canorus). Recordé que era el primero del año, así que casi maquinalmente hice lo que un viejecito me recomendó hace tiempo. Llevarme la mano al bolsillo. “Si tocas monedas será un año de dinero”, aseguran. Desgraciadamente, sólo llevaba el teléfono móvil y, efectivamente, desde entonces no deja de sonar, pero pidiendo, no dando.

Dentro de mi relación mágico-descreída con el mundo animal la guinda se la lleva el pavo real (Pavo cristatus). En la tradición cristiana es signo de inmortalidad, pero también de vanidad. Siempre ha sorprendido que un animal tan bello emita como único canto un destemplado trompeteo, terrorífico cuando se oye por las noches. Estos días en Gran Canaria, el señor Anselmo me dio una nueva explicación sobre tan estentóreo canto. “¿Lo ves hermoso y ufano?”, me dijo señalando al más elegante. “Pues lo que grita sin parar es ‘A peor, vamos a peor’, así que aplícate el cuento”.

¿Veis por qué es mejor no creer en estas cosas?

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Cazadores y taurinos se ponen los huevos de la cultura por montera

¿Qué relación existe entre los toros y la caza? Aparentemente ninguna, pero ésta es una apreciación errónea. Se ha encargado de ratificarla el consejero balear de Turismo, Carlos Delgado, quien el año pasado tuvo el raro placer de matar de un disparo a su primer ciervo.

Defensor de la cultura venatoria, no dudó en confirmar su supuesta hazaña como mandan las viejas tradiciones cinegéticas.

Primer paso, foto sonriente rifle en mano frente al cadáver de imponente cornamenta. Para que quede bien claro. Lo maté yo solito, soy un héroe y éste es mi merecido trofeo.

Segundo paso, bautismo de sangre. Saca el machete de monte y le rebana los testículos para, y ahí llega el guiño taurino, ponerse los huevos por montera. Olé el macho español. ¡Va por todos ustedes! Lógicamente es necesaria una segunda foto con tan peculiar sombrero sanguinolento que mancha su cara de coágulos y semen. Ahí está el político conservador alzando ambos brazos con los dedos en forma de uve, ratificando su victoria sobre el herbívoro.

¿Les suena? En el sangriento Toro de la Vega de Tordesillas el premio siempre han sido los testículos del toro, que igualmente exhibía el alanceador con el signo de la victoria. Y en las plazas el trofeo son las orejas y el rabo de las víctimas.

Las imágenes del consejero, publicadas en su edición dominical por el periódico Última Hora, han provocado una fuerte reacción en contra. ¿Estará arrepentido de su proeza? En absoluto. Quienes protestan personalizan esa cultura defensora del derecho de los animales que los amigos del rifle y el capote tachan despectivamente como “cultura de Bambi”. No se dan cuenta de su error. La nuestra es la cultura de la civilización y la suya, por muchos huevos cortados que le echen a su defensa, es la del incivismo.

Foto: Carlos Delgado, posando con los testículos del animal cazado sobre su cabeza. (ÚLTIMA HORA)

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La tórtola turca, una maldición divina

Ayer salí al campo y pude por fin escuchar el inconfundible arrullo de una tórtola común (Streptopelia turtur). Me llevé una alegría, pues cada vez es más raro oír este símbolo natural del amor y del verano.

La tórtola viuda del romance de Fontefrida tiene muy complicado encontrar pareja. Sólo en Extremadura, sus poblaciones han caído más del 60% en apenas diez años.

Y sin embargo, en las ciudades las tórtolas se están convirtiendo en una incómoda fuente de suciedad y enfermedades. Sin ir más lejos, en Zaragoza llegaron a utilizar hace tres años un “camión trampa” con el que capturaron en pocos días más de 3.000 de estas aves.

¿En qué quedamos, se extinguen o son una plaga?

Las dos cosas, pues hablamos de dos especies completamente diferentes.

La común es campestre, de plumaje marrón, migratoria, y muy asustadiza.

La otra es la tórtola turca (Streptopelia decaocto), grisácea, sedentaria, algo más grande, urbana y muy confiada.

Esta última es una recién llegada a nuestra fauna. Como su nombre indica, procede de Asia Menor. Pero por causas desconocidas, a partir de mediados del siglo XX inició una fulgurante carrera de expansión por todo el mundo que le llevó tanto al Círculo Polar Ártico como a la India, Japón y el Caribe. Algo increíble para una especie no migratoria.

La primera española se vio en Asturias en 1960, y el primer nido se encontró en Santander en 1974. A partir de 1980 conquistó toda la península Ibérica y Baleares. En 1985 saltó a Marruecos y en 1990 llegó a Canarias.

Mientras una tórtola triunfa, la otra se bate en retirada. A los problemas de la caza, la mecanización agrícola, la homongenización del paisaje, el uso de pesticidas y fertilizantes y la sequía, la pobre tórtola común añade ahora la competencia de esta prima lejana suya, que no duda en expulsarla de sus árboles de toda la vida.

Y es que ya desde sus orígenes, la tórtola turca se ha visto como una maldición. De ahí le viene precisamente su nombre científico, decaocto, dieciocho, que es lo que machaconamente parece repetir en correcto griego hablado.

Cuentan en Grecia que cuando Jesucristo agonizaba en la cruz, un soldado romano se apiadó de él y quiso comprarle un cuenco de leche con el que aplacarle la sed. Una vieja vendedora le pedía 18 monedas, pero el centurión tan sólo tenía 17. No hubo manera de regatear. Tan sólo repetía 18, 18. Jesús la maldijo por ello, convirtiéndola en esa tórtola que sólo sabe decir en griego: 18, 18, 18. Cuando se avenga a razones, y diga 17, se convertirá de nuevo en ser humano. Pero si sube el precio a 19, significará que el fin del mundo está cerca.

Sobre estas líneas, un ejemplar de tórtola común, muy diferente en plumaje, tamaño, costumbres y canto a las urbanas tórtolas turcas.