Las ciudades históricas, los espacios naturales, los pueblos bonitos, están muriendo de éxito turista. Mientras los territorios se empeñan en una loca competición por atraerse cada vez a más mirones curiosos de las diferencias, vengan como vengan y hagan lo que hagan, este nuevo monocultivo económico arrasa los espacios, se lleva por delante culturas, banaliza los paisajes.
Nos hemos convertido en una sociedad puramente hedonista que no mira más allá de su selfi. En el caso de espacios naturales tan pequeños, exclusivos y frágiles como los de Canarias, el resultado es catastrófico. Mueren de éxito imbécil.