La crónica verde La crónica verde

Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Los grandes árboles nos descubren el secreto de la eternidad

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Lo aseguraba hace muy poco en El País Semanal Manuel Rivas, nuestro escritor naturalista por antonomasia: «Los árboles son buena gente«.

Y añadía, con la genialidad que le caracteriza:

La sensación que tenemos ante un árbol, y más ante un viejo árbol, es que es una expresión de lo humilde y lo sublime a la vez. Hay una gran verdad en comparar la arquitectura de un buen árbol con una catedral. Hay una voluntad de unir cielo y tierra.

Qué razón tiene. Como eterno admirador de árboles singulares, a los que he dedicado ya tres libros y una larga serie periodística, publicada precisamente en El País Semanal, no puedo estar más de acuerdo con Manuel Rivas. Por eso acuñé hace mucho tiempo una frase que resume perfectamente mi fascinación hacia los árboles monumentales:

Tan antiguos como una catedral, tan bellos como un paisaje y tan frágiles como una flor.

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600 millas buscando chapapote entre delfines y pardelas

La Crónica Verde

Acabo de pasar cuatro días seguidos navegando por la costa de Gran Canaria en una patrullera de la Guardia Civil. Ha sido una experiencia dura pero extraordinaria. Al final hemos recorrido más de 600 millas por un mar increíble trufado de pardelas, delfines, ballenas y tortugas. Un extraordinario paraíso en peligro.

Como os conté la semana pasada, formo parte del equipo de especialistas de SEO/BirdLife que evalúa el impacto ambiental del vertido provocado tras el hundimiento del pesquero ruso Oleg Naydenov a 24 kilómetros al sur de Maspalomas. Desde el 14 de abril en que se fue a pique está liberando las más de 1.400 toneladas de tóxico fuel de sus depósitos.

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Mucho cuidado con los zopencos con motosierra

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Zopenco, mostrenco, bruto, ignorante, mentecato, zote, tonto, memo, tarugo, pedazo bestia (esto último no, que los animales tienen su corazoncito), abrutado, bodoque y no sé cuántos adjetivos descalificativos más de nuestro rico idioma podría usar para señalar al espécimen que responde a las iniciales G.M. y vive a 12 kilómetros de la ciudad de Burgos, en las proximidades de un pueblecito por nombre Hurones. Quiera o no quiera, su historia está ya vergonzantemente ligada a la de un pobre roblón centenario al que está empeñado en matar y, casi por los pelos, también a la mía, la de un periodista curioso que a punto estuvo de contar su última historia cuando se dio de bruces con este salvaje a la sombra del sufrido árbol.

Empezando por el principio debo hablaros del robledal de Las Mijaradas. Se trata de un pequeño bosquete de roble albar (Quercus petraea) de incierto origen al que desde niño profesé una especial devoción. La granja de tan peculiar nombre también tiene una increíble historia, pues según algunos especialistas haría referencia a la presencia allí de un miliario romano, un mojón pétreo que marcaba la distancia recorrida en la calzada romana que pasa justo a su lado, el ramal hispano de la famosa Vía Aquitania. En el siglo X, en pleno proceso de avance cristiano por el Duero, y a pesar de las continuas luchas contra los musulmanes, ya estaba poblado el lugar, entonces conocido como Milieratas. En 1150 el rey Alfonso VII dona Las Mijaradas al convento agustino de San Cristóbal de Ibeas, momento en el que se hace referencia a la existencia de una dehesa próxima, seguramente mi querido robledal, que a mediados del siglo XVI será repoblada de nuevo con bellotas de roble y encina. Luego llegará la Desamortización del siglo XIX, aunque el bosque seguirá (y sigue) en manos de la Iglesia, del arzobispado de Burgos en concreto.

Fueron muchos los pateos juveniles para llegar a tan interesante bosque «de los curas» en busca de aves y plantas poco frecuentes. Constreñido por un derrumbado muro de piedra, entrar en esa espesura se me antojaba adentrarme en una recoleta fraga gallega o una carbayeda astur; imaginación nunca me faltó. Pero también descubrí viejos árboles centenarios que me maravillaban. Y uno de ellos, precisamente, es el que se ha medio cargado la acémila con dos patas de cuyas coces me salvé gracias a que iba acompañado por mis sobrinos. Porque llegó en zapatillas y con ganas de partirme la cara, caliente con un artículo publicado en el Diario de Burgos donde se denunciaba la atrocidad cometida contra el vetusto árbol.

No fui yo quien lo escribió, pero a él le daba igual. Apaciguador, buscando algo de luces en una persona sin ellas y que por cierto no era muy mayor, unos 40 años, le pregunté:

– ¿Por qué lo ha hecho?

– Porque el árbol es mío, está en mi terreno y hago con él lo que me da la pXXa gana. Además siempre se marcaron.

– ¿Con una motosierra y pintados luego con pintura verde?

-Primero lo hice con el hacha. Pero llegó uno, que ya sé quien es y que como lo pille lo mato, y lo borró y pintó de negro. Ahora que intente borrarlo de nuevo, a ver si tiene coXXXes.

Fin del diálogo. Juiciosamente, volvimos otra vez a la protectora espesura del bosque, lejos de su mirada asesina, antes de salir por patas.

Pobre árbol. Como para hablarle a su indigno dueño de Félix Rodríguez de la Fuente, de la Vieja Tronca, de educación ambiental y de mi proyecto LIFE+ para la protección del arbolado singular. Con un propietario así ese pobre roblón tiene los días contados.

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Me rindo. No habrá Navidad vegetariana

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© Wikimedia Commons

Los vendedores de fruta y verdura lo saben y aceptan con resignación la llegada de unas semanas de incomprensión generalizada hacia sus productos. Por mucho que se empiece a notar en España una leve recuperación en el gasto alimenticio navideño, lo verde sigue teniendo poco espacio en la cesta de la compra de estos días de contenido derroche. De hecho, la Navidad es para fruteros y verduleros su peor época del año.

Mariscos, cordero, merluza, pavo, jamones, besugo, bacalao o ternera han desbancado de las mesas de Nochebuena y Año Nuevo a todo producto vegetal. De aparecer alguno será, a lo sumo, como guarnición o en ensalada. Y salvo las uvas en Nochevieja y alguna que otra piña tropical, los polvorones, turrones, mazapanes y chocolates mandan rotundos en los postres.

Quizá aparezca algún cuñado vegetariano, el rarito de la familia, poniendo caras y pidiendo plato especial, pero lo tradicional es y ha sido siempre relacionar una buena comida con abundantes manjares de origen animal. Porque como recuerda el sabio refrán castellano, “de un cólico de acelgas nunca murió rey ni reina”. Y para un par de días que nos vemos todos al año, tampoco es cuestión de enredarse en discusiones sobre el impacto ambiental de consumir tanta carne y pescado, los peligros para la salud de toda esa medicación con la que los atiborramos o el inmenso sufrimiento infringido a las ocas para producir el denostado foie. O proponer un cambio de dieta a la familia. ¡Ni se te ocurra!

Por todo ello me temo que, una Navidad más, mi militancia ecologista deberá decretar el temporal cese de las hostilidades. Y puesto que «no hay más alta virtud que la prudencia«, prometo eludir las discusiones sobre política, religión, fútbol o vegetarianismo. No se me vaya a enfadar el personal y descubra aquello tan terrible de “tripa vacía, corazón sin alegría”.

Pues eso, que ¡Feliz Navidad!

Pregunta para el debate: ¿Alguno de vosotros tiene problemas en las comidas navideñas por ser vegetariano? Contadnos, contadnos.

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Doña Bellota se convierte en la maestra del bosque

Bellota

© FIRE

El cuento infantil escrito por una científica salmantina descubre a los niños el ciclo vital de una bellota de encina. Un fantástico viaje lleno de peligros y de esperanzas inspirado en el trabajo de investigación sobre el bosque mediterráneo que su autora, la bióloga Victoria González realizó en el Parque Natural Sierra de Cardeña y Montoro, en plena Sierra Morena cordobesa.

Gracias a esta publicación, el público infantil al que va dirigido el cuento podrá conocer de una manera didáctica y divertida, a través de las peripecias de la protagonista (una bellota de encina), las fases del ciclo vital de las plantas en los encinares, alcornocales y robledales que conforman las masas boscosas más características de la España mediterránea.Foto 2

En el relato se suceden descripciones y diálogos que muestran la ecología de estos valiosos ecosistemas y la importancia que tienen los procesos de regeneración natural para que se conserven en el futuro. Los dibujos incluidos en la obra han sido cedidos por el ilustrador Carlos Barbieri. La edición del cuento ha corrido a cargo de la Fundación Internacional para la Restauración de Ecosistemas (FIRE).

«Después de mucho tiempo estudiando sobre el terreno cómo funciona y cómo se regenera el bosque mediterráneo, sentía la necesidad de transmitir algo tan fascinante y vital a quienes tendrán la responsabilidad de conservar y restaurar este tesoro en el futuro: los niños», explica la autora a través de una nota de prensa.

La Fundación Internacional para la Restauración de Ecosistemas (FIRE), con sede en Madrid, fue creada en 2006. Su fin es la restauración y conservación de los ecosistemas, transfiriendo el conocimiento académico a proyectos operativos con el máximo rendimiento social posible. Se compone de una red de más de treinta profesores, investigadores, estudiantes y profesionales de distintas instituciones académicas, ONG y empresas de varios países europeos y latinoamericanos.

«Desde nuestra fundación nos importa mucho transferir bien el conocimiento que generamos los investigadores a la sociedad, incluido el público infantil, por eso no hemos dudado en apoyar un cuento como éste», afirma José María Rey Benayas, presidente de FIRE.

El bosque mediterráneo es el ecosistema forestal más característico de la Península Ibérica. Ningún otro ocupa una superficie tan extensa en nuestro país, en una diversidad de ambientes que abarca desde montes cerrados a pastizales adehesados. Tradicionalmente ha sido objeto de una intensa actividad humana para aprovechar los muchos recursos naturales que ofrece, entre ellos la bellota.

FICHA DE LA OBRA

  • Título: “Las aventuras de Doña Bellota”
  • Autora: Victoria González
  • ISBN: 978-84-617-2602-8
  • Nº de páginas: 24
  • Edad: a partir de 8 años
  • PVP: 6 euros + gastos de envío
  • Contacto: info@fundacionfire.org

La receta de la semana: paladea el otoño

Otoño

© Creative Commons

Paladear el otoño, sentirlo, disfrutarlo, caminarlo, tocarlo, olerlo, bañarte en él. Este mes lluvioso y a la vez cálido está siendo espectacular. Especialmente para los aficionados a las setas, colmados como pocos años lo han estado de tan fabulosos manjares. Hasta 130 kilos por hectárea de producción micológica, casi el doble de la media.

Yo también me estoy dando estos días una placentera inmersión forestal en un paraje maravilloso, el monasterio de Poblet, en Tarragona. Participo en un congreso internacional dedicado al tejo, ese árbol mágico y a la vez escasísimo. El lugar no puede ser más acertado, el mismo elegido a mediados del siglo XII por los sobrios monjes cistercienses para fundar uno de los cenobios más impresionantes de Europa, con todo mérito declarado Patrimonio de la Humanidad. Esos ermitaños fueron adelantados ecologistas, pues buscaron bellísimos espacios naturales para aislarse del mundo y dedicarse a la contemplación.

Contemplar. Qué verbo tan fantástico para conjugar en otoño. Precisamente de eso vengo a hablar a Poblet. De que no es posible conservar tejedas, robledales, montañas como cotos cerrados. Sólo si divulgamos sus valores seremos capaces de apreciarlos y, lógicamente, aceptaremos y hasta exigiremos su protección.

Una excelente herramienta para lograrlo es el ecoturismo que, es verdad, también tiene su parte negativa de la mano de esos bestias con dos patas (o ruedas) tan dañinas como las pezuñas del caballo de Atila. Aunque hasta para ellos hay solución: educación. Nuestra gran asignatura pendiente.

Por supuesto, hay lugares delicadísimos donde las visitas contemplativas son imposibles. Esos ni tocarlos. Pero para el resto abrámoslos a nuestro disfrute. Al tiempo llevaremos oxígeno económico a esos valientes empeñados en seguir dando vida a los pueblos, en mantener un paisaje y una cultura tan en peligro de extinción como las tejedas.

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Nos quedamos sin túneles de bosque

Olmeda del Maripinar

Olmeda de Maripinar. Cieza (Murcia)

Cuando era niño y salía de viaje con mis padres, las carreteras se me antojaban extraordinarios túneles de bosque. En esos tórridos caminos castellanos hacia la playa, apretujados los cinco en el Seiscientos, larguísimas alineaciones de árboles en las cunetas nos daban protección solar; también entretenimiento.

Recuerdo perfectamente esa gruesa línea blanca pintada en los troncos. En mi imaginación infantil pensaba cómo lo harían los pintores del arbolado. Seguramente, montados en un camión, sacando la mano por la ventana y sosteniendo en ella una gigantesca brocha que chocaría contra los troncos. Plaf, plaf, plaf. Kilómetros y kilómetros de chopos, castaños de Indias y acacias rayados en blanco. Kilómetros de verde frescor para nuestro recalentado automóvil.

¿Lo recuerdas? Quedamos pocos con ese recuerdo. Porque en los últimos 30 años nuestro país se ha empeñado en talar la mayor parte de los árboles de carretera. Dicen que es por seguridad vial. Los sustituyen por quitamiedos, jalones reflectantes, canales y puentes, vallas, gigantescas señales electrónicas, radares, postes SOS, carteles,… Según parece, acero y plástico son menos peligrosos que esos árboles viarios plantados desde el siglo XVI o, muy probablemente, desde la época de las calzadas romanas.

A pesar de su importancia natural, paisajística y cultural, las líneas de árboles en las cunetas de las carreteras están desapareciendo de forma masiva en España por ampliación de las calzadas o justificando razones de seguridad vial.

Pero lo normal no es cortarlos. De hecho, lo normal es protegerlos, como me han explicado en una reciente reunión para expertos en arbolado singular en la que he participado en la ciudad polaca de Breslavia.

Esas avenidas arboladas son estrechos bosques que actúan como excelentes corredores ecológicos entre zonas de gran importancia natural, pero al mismo tiempo forman parte de un paisaje tradicional que nos une con la naturaleza y nos hace mucho más agradable los viajes.

Incluso más. En países como Polonia, Alemania o Chequia se están haciendo nuevas plantaciones de este tipo entre sus fronteras para que las avenidas vegetales unan ecosistemas y personas en lugar de separar pueblos. ¿No te parece una maravilla?

Seguridad vial y naturaleza son compatibles. El manejo cuidadoso de esos árboles, recuperando la señalización de sus troncos con pinturas reflectantes, así como extremando los controles de velocidad, permitirían a los conductores poder seguir disfrutando del placer de circular bajo un dosel arbolado. Especialmente ahora en otoño.

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Las barbacoas no son para el verano ¿O sí?

Barbacoa

Veraniega barbacoa «antichispas» instalada en Burgos.

Cuando vivía en Inglaterra, el único momento en el que tus compañeros de trabajo te invitaban a su casa era para comer carnes a la brasa en la barbacoa del jardín. Como la temporada BBQ no empieza hasta junio y termina en agosto, pero yo había empezado a currar en septiembre, tardé 9 meses en poder traspasar el umbral de las viviendas de mis colegas, algo poco habitual en España.

Aquí, lo de las barbacoas veraniegas es algo relativamente nuevo. Cuando ibas al campo lo normal era llevar bocadillos, tortillas y ensaladilla rusa. Algunos hacían fuego para paellas o chuletillas, pero eso te tener fogones en las áreas de recreo para disfrute gratuito del personal no llegó hasta los años 80 del siglo pasado, y como supuesta mejora ambiental. Incluso se hicieron en los Parques Nacionales. Muchos años, y muchas (demasiadas) tragedias después, se ha comprobado el gravísimo peligro de esta «mejora» en espacios naturales. Desde junio o julio, hasta octubre, el uso de barbacoas, hornillos y asaderos está terminantemente prohibido en todo el Estado español. O lo estaba. Justo al revés que en el norte de Europa.

Pero hay un problema. Las barbacoas están cada vez más de moda. Y la culpa, en mi opinión, la tiene la influencia cultural de nuestros admirados norteamericanos. Películas, series, novelas, redes sociales,… Por todas partes nos bombardean con esas barbacoas humeantes símbolo inequívoco del American LifeStyle. Nada malo, por supuesto. Para nosotros. Pero nefasto para el bosque.

Solo el 7% de los incendios forestales registrados en Galicia son provocados por pirómanos. Más de un 25% ( 1 de cada 4) fueron ocasionados por barbacoas, colillas mal apagadas o pirotecnias. En la reseca España interior y mediterránea los porcentajes son seguramente mucho más altos. Así que promocionar el uso de barbacoas públicas en el campo es una temeridad. Pero se sigue haciendo.

En 2005 hubo consenso nacional para prohibir su uso en verano. 11 fallecidos entre los equipos de extinción eran una razón más que suficiente. 7 años después lo hemos olvidado. Nos hemos modernizado y ahora, en Castilla y León, desde donde escribo, me he encontrado con que el Gobierno regional autoriza el modelo de barbacoas con «matachipas». A saber:

  • Ser una estructura fija de obra en buen estado de conservación.
  • Tener campana, chimenea con rejilla en la salida de humos o similar que actúe como sistema matachispas.
  • Tener tres paredes cerradas de obra que impidan la salida del fuego, pavesas o partículas incandescentes.
  • Tener un perímetro libre de combustible de al menos 3 metros.
  • Las barbacoas podrán ubicarse bajo las copas del arbolado cuando la distancia desde el matachispas a la copa sea como mínimo de 5 metros. En caso contrario, deberán ubicarse fuera de la proyección de las copas.
  • Pero se prohíbe en días de viento, cuando éste mueva las hojas de los árboles de forma apreciable (rachas superiores a 10 Km/h), y/o en días muy calurosos, en los que la temperatura supere los 30º C.

El Ayuntamiento de Burgos ha sido de los primeros en instalar las primeras unidades en sus parques de Fuentecillas y Fuentes Blancas. Genial ¿Verdad? Pues yo no estoy de acuerdo.

Primero: No existe seguridad absoluta de que tales barbacoas no puedan provocar algún incendio.

Segundo: Imposible saber cuándo el viento es superior a 10 kilómetros por hora o hace demasiado calor.

Tercero: ¿Quién y cómo se homologan las buenas barbacoas y se precintan las malas?

Cuarto: ¿Quién supervisa a los usuarios de esas barbacoas?

Quinto: ¿Quién se responsabiliza de sus posibles efectos destructores?

Pero ante todo: ¿Es necesario fomentar entre nuestra sociedad la necesidad de hacer fuego en el campo para disfrutar de la naturaleza?

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Los vecinos de un pueblo de León se encadenan para salvar sus encinas

Encina centenaria

Vecinos encadenados en una encina para impedir su tala. © Junta Vecinal de Robledo de la Guzpeña

Robledo de la Guzpeña es un pequeño pueblo de León con apenas 22 habitantes, a las faldas de la colosal Peñacorada, en las estribaciones de los Picos de Europa. Allí, un puñado de valientes se han empeñado en parar la vergüenza de una tala sin sentido, la de decenas de viejas encinas centenarias. Aquellas que, debido a su gran tamaño e importancia ecológica, fueron respetadas cuando se hizo pasar por este venerable bosque una línea eléctrica de alta tensión La Robla – Velilla hace ahora más de 30 años. Las últimas supervivientes de un valioso encinar relicto de alta montaña cantábrica situado a 1.500 metros de altitud. Red Eléctrica Española (REE) está talando decenas de ellas.

La excusa para cometer tamaño arboricidio no puede ser más peregrina: tareas de mantenimiento, prevención de incendios forestales. Peregrina excusa, pues están talando viejos árboles situados a más de 200 metros por debajo del tendido eléctrico.

Este fin de semana, el alcalde pedáneo y algunos vecinos se han encadenado a las encinas. Acudieron acompañados por la Guardia Civil, que pidió la documentación a los operarios y al parecer tienen autorización de la Consejería de Medio Ambiente de la Junta de Castilla y León.

Según un comunicado de prensa remitido por la Junta Vecinal, «las tareas de mantenimiento han excedido con muchísimo lo habitual, lo que viene siendo un clareo para evitar incendios». En esta ocasión se han exterminando “a matarrasa” centenares de encinas de incalculable valor ambiental, sin necesidad y sin que nadie dé una explicación al respecto. Algunos de estos árboles tenían más de tres metros de perímetro. 

Desde los despachos de Valladolid la realidad se ve diferente. El consejero de Fomento y Medio Ambiente, Antonio Silván, ha defendido la tala de encinas asegurando que son labores habituales de prevención de incendios y se hacen “cumpliendo la normativa”. He incluso «duda» que algunos de los árboles cortados «puedan tener la edad que los vecinos le atribuyen». No hay más que ver las fotos para comprobar lo equivocado de su duda.

Una ciberacción en Change.org trata de impedir este destrozo. Hemos firmado 700 personas pero nos gustaría llegar al millar. ¿Nos ayudas?

© Junta Vecinal de Robledo de la Guzpeña

© Junta Vecinal de Robledo de la Guzpeña

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Descubierta una trama para aprovecharse de las indemnizaciones por daños del lobo

Lobo

El lobo es malo. Mata el ganado. Arruina a los ganaderos. Hay que exterminarlo. Acabar con él. Sólo trae problemas. No lo quiero en mi pueblo, en mis montes.

A él no, claro, pero a las indemnizaciones por daños al ganado bien que las quieres. Tanto que al menos un 15% de las denuncias por ataques son falsas. Una estafa que pagamos entre todos los contribuyentes.

Como cobrar dos indemnizaciones a la vez por la muerte del mismo animal. Esto último lo han hecho más de 300 ganaderos asturianos. 1.200 casos de 10.000 expedientes analizados por el SEPRONA en lo que ya se ha dado en llamar “la trama del lobo”.

Dicen que no sabían que fuera ilegal, pero las cantidades defraudadas oscilan entre 800 y 65.000 euros por ganadero. Se ve que el millón de euros que cada año les paga el Principado por los daños de lobos y perros asilvestrados les parecen poco.Por eso también algunos cuentan con la ayuda de guardas corruptos que hacen informes falsos a cambio de una suculenta comisión, de un sobresueldo.

Pero a las administraciones regionales les preocupan más los votos que la legalidad. Y el lobo no vota. Así que mientras miran para otro lado respecto a la picaresca de los ganaderos, siguen autorizando matanzas lobunas a mayor gloria del elector, eufemísticamente camufladas como “programas de control”.

46 lobos muertos por la guardería asturiana el año pasado, más los abatidos en cacerías legales e ilegales, para una población total de 37 manadas. Este año serán 50 los lobos eliminados, pero no porque sobre ese medio centenar. El método científico para su cálculo ha sido el habitual: a ojo de buen cubero.

¿Asturias Paraíso Natural? Según para quien.

Para los lobos es un Infierno Natural. La naturalidad de un odio que ni subvenciones, indemnizaciones y estafas logran apaciguar.

Foto: FondosWiki.com

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