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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Los grandes árboles nos descubren el secreto de la eternidad

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Lo aseguraba hace muy poco en El País Semanal Manuel Rivas, nuestro escritor naturalista por antonomasia: «Los árboles son buena gente«.

Y añadía, con la genialidad que le caracteriza:

La sensación que tenemos ante un árbol, y más ante un viejo árbol, es que es una expresión de lo humilde y lo sublime a la vez. Hay una gran verdad en comparar la arquitectura de un buen árbol con una catedral. Hay una voluntad de unir cielo y tierra.

Qué razón tiene. Como eterno admirador de árboles singulares, a los que he dedicado ya tres libros y una larga serie periodística, publicada precisamente en El País Semanal, no puedo estar más de acuerdo con Manuel Rivas. Por eso acuñé hace mucho tiempo una frase que resume perfectamente mi fascinación hacia los árboles monumentales:

Tan antiguos como una catedral, tan bellos como un paisaje y tan frágiles como una flor.

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¿Unos Sanfermines sin encierros… ni toros?

Corredores

Manifestación antitaurina en Pamplona. © PETA

Durante estas fiestas de San Fermín sufrirán y morirán cruelmente 48 toros bravos. ¿Muchos, pocos? Siempre serán demasiados.

La justificación a este matadero se apoya en la tradición. Toda la vida se han corrido los Sanfermines, dirán los pamplonicas. Pero no es verdad. En esta fiesta la tradición salió corriendo a partir de 1926, espoleada por la fama de una novela, Fiesta, que igualmente hizo famoso a su autor, Ernest Hemingway. Hasta entonces era una sencilla festividad local de origen ganadero. Hoy atrae a casi un millón de personas.

Lo cierto es que ni San Fermín es el patrón de Pamplona, como piensan muchos (el patrón oficial y olvidado es San Saturnino), ni su fiesta es el 7 de julio, sino el 25 de septiembre. Pero da lo mismo. También que estemos en pleno siglo XXI, una época donde los derechos de los animales forman parte de las exigencias morales de toda sociedad moderna. Salvo los toros en España.

La fiesta no debe estar unida nunca a la crueldad. En San Fermín diviértete, por supuesto, pero no corras los encierros. Si tú corres, los toros mueren. Te conviertes en un corredor de la muerte.

Un año más, pañuelos negros han pedido fiestas de San Fermín libres de sufrimiento animal. El mío, virtual pero sincero, es uno de ellos.

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Un búho se come al Matusalén de las golondrinas españolas

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Ya os lo he contado aquí en otras ocasiones. Las aves poseen el secreto de la eterna juventud. No son eternas, es verdad, pero nunca envejecen. Da igual la edad. En cuanto adquieren el plumaje de adultos su semblante no cambia jamás.

¿Y cuánto tiempo pueden vivir? Depende de especies y de si viven en cautividad o en su medio natural, esto último mucho más peligroso. Algunas son de larga vida, como águilas, buitres o loros, y pueden llegar a los 40 años. Otras apenas sobreviven 2 ó 3 años, como nuestras golondrinas y aviones.

Pero respecto a estos últimos siempre hay quien rompe los esquemas a los científicos. Como un avión común (Delichon urbicum) de Badajoz al que los ornitólogos han bautizado como Matusalén, el personaje bíblico al que se le supone que llegó a cumplir 969 primaveras. En el caso concreto del pájaro pacense vivió 8 años,  más del doble de lo normal, todo un récord para esta especie de pequeño tamaño que cría en nuestras latitudes y pasa el invierno en África. Si fuese un ser humano tendría 150 años.

Pero esta buena noticia lleva asociada la mala noticia de su descubrimiento. El pajarito (sus restos) apareció en el interior de la egagrópila de un cárabo (Strix aluco), un búho de amplia distribución en España. La egagrópila, por si no lo sabes, es la pelota de huesos, plumas y pelos que las rapaces y otras aves vomitan después de haberse tragado a sus piezas enteras. Analizando sus contenidos es fácil conocer los detalles alimenticios del animal. Y en el caso concreto de este búho, los estudiantes de Biología de la Universidad de Extremadura descubrieron que se había cenado al venerable Matusalén. Una presa poco habitual para una rapaz nocturna.

¿Qué cómo sabían que era él? Porque entre plumas y huesos apareció la anilla metálica con la que en esa misma Facultad, apenas a 400 metros de donde apareció la egagrópila, había sido anillado el avión común como pollo en su nido en 2005. Desde entonces hizo largas migraciones entre África y Europa de miles de kilómetros de distancia. Tanto moverse para venir a morir al mismo lugar donde nació. Como diría el latino: Omnia mors aequat. La muerte lo iguala todo.

Puedes leer la noticia completa de este hallazgo en la página de SEO/BirdLife.

Foto Wikimedia Commons. Autor: Ómar Runólfsson

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