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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Comer fruta y verdura nos hace más felices

El 71% de los españoles que consumen fruta y verdura a diario declara sentirse más feliz desde que ha adoptado esta alimentación frente a otras dietas más carnívoras y menos variadas.

Así lo revela una encuesta elaborada recientemente por la empresa Florette, con el objetivo de profundizar en la percepción que tienen los españoles sobre cómo su alimentación puede influir en sus emociones. El estudio revela que el 57% de los encuestados es consciente de que los vegetales no solo les hace sentir mejor en el plano físico, sino también en el emocional. Lee el resto de la entrada »

Nuevas tecnologías y consumidores modernos revolucionan la agricultura

Centro de Innovación Agronómica (CIAM) en Monserrat.

¿Cómo alimentar a una población en aumento exponencial con un planeta finito? Las nuevas tecnologías adaptadas a la agricultura pueden ser la solución. Y España es su principal banco de pruebas. La despensa que surte de alimentos a Europa tiene una potentísima industria agroalimentaria en permanente modernización.

Hasta ahora se había apostado por aumentar producción y reducir costes, pero las últimas exigencias de los consumidores europeos la están llevando a minimizar el uso de pesticidas y fertilizantes, acercándola cada vez más a la que hasta ahora se veía como su antítesis, la agricultura ecológica. También a reducir la distancia entre lugar de producción y de consumo, dando cada vez más importancia a lo regional y hasta lo local. Lee el resto de la entrada »

Me rindo. No habrá Navidad vegetariana

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© Wikimedia Commons

Los vendedores de fruta y verdura lo saben y aceptan con resignación la llegada de unas semanas de incomprensión generalizada hacia sus productos. Por mucho que se empiece a notar en España una leve recuperación en el gasto alimenticio navideño, lo verde sigue teniendo poco espacio en la cesta de la compra de estos días de contenido derroche. De hecho, la Navidad es para fruteros y verduleros su peor época del año.

Mariscos, cordero, merluza, pavo, jamones, besugo, bacalao o ternera han desbancado de las mesas de Nochebuena y Año Nuevo a todo producto vegetal. De aparecer alguno será, a lo sumo, como guarnición o en ensalada. Y salvo las uvas en Nochevieja y alguna que otra piña tropical, los polvorones, turrones, mazapanes y chocolates mandan rotundos en los postres.

Quizá aparezca algún cuñado vegetariano, el rarito de la familia, poniendo caras y pidiendo plato especial, pero lo tradicional es y ha sido siempre relacionar una buena comida con abundantes manjares de origen animal. Porque como recuerda el sabio refrán castellano, “de un cólico de acelgas nunca murió rey ni reina”. Y para un par de días que nos vemos todos al año, tampoco es cuestión de enredarse en discusiones sobre el impacto ambiental de consumir tanta carne y pescado, los peligros para la salud de toda esa medicación con la que los atiborramos o el inmenso sufrimiento infringido a las ocas para producir el denostado foie. O proponer un cambio de dieta a la familia. ¡Ni se te ocurra!

Por todo ello me temo que, una Navidad más, mi militancia ecologista deberá decretar el temporal cese de las hostilidades. Y puesto que «no hay más alta virtud que la prudencia«, prometo eludir las discusiones sobre política, religión, fútbol o vegetarianismo. No se me vaya a enfadar el personal y descubra aquello tan terrible de “tripa vacía, corazón sin alegría”.

Pues eso, que ¡Feliz Navidad!

Pregunta para el debate: ¿Alguno de vosotros tiene problemas en las comidas navideñas por ser vegetariano? Contadnos, contadnos.

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Carnismo, el nuevo palabro de los vegetarianos estrictos

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Me acabo de encontrar con un palabro, con un nuevo concepto, que no deja indiferente a nadie: carnismo. Dícese de aquel sistema de creencias que nos condiciona a comer determinados animales, a alimentarnos básicamente de carne.

Lo han adoptado los vegetarianos estrictos, los veganos, como contraposición a su elección, más que alimentaria, vital. Abstenerse del consumo o uso de productos de origen animal. No sólo comerlos. También usar pieles, lanas, aromas, tintes o cueros.

Yo no soy ni lo uno ni lo otro, pero he de reconocer que ambos términos me hacen pensar.

Melanie Joy, profesora de Psicología y Sociología en la Universidad de Massachussetts, es una de las que más están publicitando el carnismo por todo el mundo. Tiene la culpa su último libro, titulado: “Por qué amamos a los perros, nos comemos a los cerdos y nos vestimos con las vacas” (Editorial Plaza y Valdés, colección Liber Ánima).

Porque así se ha hecho toda la vida, dirá más de uno. Pero no es verdad. Hay mucho de cultural en los hábitos alimentarios; perfectamente lógico comerse un perro en China e inadmisible matar una vaca en India.

En nuestra cultura fue siempre así, justificará alguno. Pero tampoco. Hace apenas un siglo la carne era un aderezo en los platos de verduras y legumbres, en pequeñas cantidades, y ahora ocurre exactamente lo contrario, las verduras son un acompañamiento poco más que decorativo del filete.

Al margen de éticas y conceptos, la actual y planetaria tendencia social hacia el carnismo o como lo queramos llamar tiene efectos demoledores sobre el medio ambiente y nuestra salud. A más carne, más ganado y más cultivos de forraje. También más contaminación.

¿Solución? Quizá apostar por otro palabro: locávoro. Comer productos cercanos, apoyar a nuestra agroganadería más sostenible. Incluso en Navidad, cuando nos convertimos en consumidores compulsivos de todo: ¿Totalvoros?

Foto: Retrato de Rudolf II. Giuseppe Arcimboldo (circa 1590).

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