La crónica verde La crónica verde

Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

Los grandes árboles nos descubren el secreto de la eternidad

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Lo aseguraba hace muy poco en El País Semanal Manuel Rivas, nuestro escritor naturalista por antonomasia: «Los árboles son buena gente«.

Y añadía, con la genialidad que le caracteriza:

La sensación que tenemos ante un árbol, y más ante un viejo árbol, es que es una expresión de lo humilde y lo sublime a la vez. Hay una gran verdad en comparar la arquitectura de un buen árbol con una catedral. Hay una voluntad de unir cielo y tierra.

Qué razón tiene. Como eterno admirador de árboles singulares, a los que he dedicado ya tres libros y una larga serie periodística, publicada precisamente en El País Semanal, no puedo estar más de acuerdo con Manuel Rivas. Por eso acuñé hace mucho tiempo una frase que resume perfectamente mi fascinación hacia los árboles monumentales:

Tan antiguos como una catedral, tan bellos como un paisaje y tan frágiles como una flor.

HayaEl último «dinosaurio verde» lo acabo de descubrir, observar y admirar en el corazón de un bellísimo bosque de Jaramillo de la Fuente, en la burgalesa Sierra de la Demanda. Se llama el Haya Grande.

No llegué a ella solo. Tuve la suerte de contar con tres inmejorables compañeros de viaje: Vicente, natural del pueblo y quien se conoce cada trocha de estos montes como la palma de su mano, mi amigo el escritor Elías Rubio, entusiasta enamorado de la vieja Bardulia y mi inseparable hermano Toño.

Grande, muy grande, es este haya, cuya localización me guardo para garantizarle visitas no queridas. Y es vieja, muy vieja, como enseguida pudimos comprobar al darnos de bruces con ella.

Nacería de un pequeño hayuco u obe, como todavía se conoce en el norte español a las semillas de la Fagus sylvatica. Uno de los tantos cientos de miles producidos cada temporada por el hayedo hace quizá 600 años. El árbol pasaría por las típicas fases de crecimiento de todo ser vivo (infancia, juventud, madurez), en ese anhelo vegetal por aumentar el espacio colonizado y su eficiencia fotosintética. Se haría cada vez más alto y con las ramas más grandes, para replegarse luego y llegar con sabio orgullo a la vejez, a la senescencia, donde la hemos conocido ahora.

Es el milagro evolutivo de los árboles. Con los años son capaces de detectar que su etapa de expansión ha llegado al final; que después de darlo todo por tratar de tocar el cielo, lo que ahora toca es exactamente lo contrario, el atrincheramiento (retrenchment).

Lo hacen por la razón de siempre, para facilitar la llegada de agua y nutrientes a las hojas. Y como con la edad alcanzar esas alturas resulta cada ve más costoso, toman una decisión terriblemente eficaz: se automutilan. Por inanición empiezan a dejar secar sus ramas más alejadas, concentrándose en mantener la vitalidad de las partes más cercanas al tronco, que es su corazón, a pesar de tenerlo ya hueco y horadado por los insectos.

Reducen así, poco a poco, su gran estructura de gigantes para adecuarla a la cada vez más mermada capacidad de obtención de recursos de las raíces. Se encogen cual viejecitos.

Así está ahora esta fenomenal haya, menguando con sabiduría. Sus grandes ramas aparecen ya secas pero no están muertas. Acogen una extraordinaria biodiversidad en forma de insectos, murciélagos, aves forestales (como el pico picapinos que le está dejando como un queso emmental o los carboneros palustres que hacen los nidos en estos mismos huecos), plantas, helechos, hongos y líquenes.

Algunos brotes verdes de la primavera se han secado este verano. La culpa no la tienen ni plagas ni enfermedades, pues a sus años ya está inmunizada contra todos esos males. Es la edad.

Nunca ha tenido más vida, aunque ya no sea toda suya. Se ha convertido en un planeta en miniatura, en un micro cosmos tan único como la propia haya centenaria de la que, por desgracia, cada vez quedan menos en nuestros bosques.

¿Morirá pronto? Nadie lo sabe. Atrincherada sobre sí misma, replegada, ha logrado fortalecerse, hacer virtud de su debilidad.

Mi apuesta es que aún le quedan muchos años por delante, quizá más de un siglo, y que nosotros no veremos su final. Porque el suyo es el ritmo de los árboles. Y el nuestro, pobres mortales, resulta tan rápido como efímero.

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6 comentarios

  1. Dice ser nekane

    Siento una gran debilidad por los árboles, me fascinan, en todos los tipos, formas y colores, de hecho soy de las que los abrazan por casi todo y nada!, a la vez me inspiran mucha ocmpasión, puesto que siendo yo tan amante de la libertad y las libertades me resulta duro verlos anclados al suelo al mismo lugar durante tantíismos largos años, tienen ellos una misión increible!, pero ellos mismos no se sentiran como cumplidores de penas?; en La Zubia había una encina milenaria decían, centenaria dícen hoy, setecientos años díce wikipedia, el caso es que se rumorea que la mató un podador inexperto, la pobre luce peor que el verdadero árbol de Guernica, enramada de enredaderas, triste y fea en medio del parque del pueblo recordándonos lo mal que compartimos vida con nuestro entorno y que como en tu caso haya que esconder el lugar exacto de su vida por temor a dañársela, pero dando el dato justo para que el lugar se vea lleno de visitantes, turistas curiosos y con dinero para soltar!
    venga señores, que el mundo se mueva!
    Yo también leí el domingo a Manuel Rivas!, un placer!

    07 agosto 2015 | 10:51

  2. Dice ser khalessi

    Mención especial merece el denominado «Árbol de la vida»:

    http://documentalium.foroactivo.com/t790-el-arbol-de-la-vida-en-el-desierto-de-bahrein

    07 agosto 2015 | 11:29

  3. Dice ser Araceli

    Hola, han escrito mal la palabra encojer, ya que es con G: encoGer. Gracias, hace un poco daño a la vista.

    07 agosto 2015 | 12:14

  4. Ya está corregido Araceli. Muchas gracias y perdona. También a mí me dañó la vista, pero tarde.

    07 agosto 2015 | 13:02

  5. Dice ser EnElRatoDelcafe

    El texto resulta a veces pedante y las citas parecen propias de un niño… ¿cómo puede compararse la fragilidad de un árbol con la de una flor? es absurdo como decir que un elefante es frágil cual hormiga. Y señor mío, un árbol por sí mismo puede ser un paisaje. Que por cierto, un paisaje no es bello per se.

    Tampoco tiene sentido la cita de unir cielo y tierra, dando por hecho que todos los árboles son altísimos. Resulta muy pobre dar una visión generalista de algo que puede sugerir una imagen completamente diferente según la persona a la que se pregunte.

    La enumeración de seres vivos en el árbol con detenimiento en las aves tampoco está muy bien llevada. Más aún al nombrar planta y helecho, pues un helecho es una planta.

    El título habla de eternidad y sin embargo en la entrada apuesta a que el haya morirá en 100 años. ¿Se da cuenta de la incongruencia?

    El estilo bien, pero el contenido se ha derrumbado a las primeras de cambio.

    Por suerte para usted, no creo que nadie más se moleste en leer con atención su entrada.

    07 agosto 2015 | 13:57

  6. Dice ser Paco Porras

    ¿POR QUÉ NO SE ABRAZÓ AL HAYA? ¿CONOCE USTED LA ABRAZOTERAPIA?
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    …Pues sí, amigo César-Javier, los árboles son muy necesarios para nuestra vida. Y en verano mucho más. Reducen el CO2; nos dan sombra, frutos silvestres o nidos de pájaro (mirlos, zorzales, pintos, macucos…); adornan calles, plazas y jardines; inmortalizan nuestro amor cuando tallamos en ellos un corazón atravesado por una flechita; sostienen el tendido eléctrico de las verbenas; y entretienen a los niños en los campings –mientras los padres se toman tranquilos su cerveza– o sanan la mente de muchos adultos, que pueden rascarse con ellos la espalda o mejorar su paz interior.
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    …Usted como persona comprometida con la naturaleza, ecologista, de izquierdas y culta, sabrá que abrazar a un árbol tiene efectos beneficiosos para la salud y nos relaja, fortalece y llena de energía positiva. Nuestros antepasados los homínidos, no sólo buscaban árboles cargados de frutos para culminar las grasientas comidas o para frotarse con ellos la espalda, a fin de desprenderse del incómodo bichito, sino que también los abrazaban y besaban por varias razones: alinean los huesos de la columna vertebral (evitando el abultamiento dorsocervical, o la llamada popularmente ‘joroba frailuna’) y nos curan de posibles trastornos de hiperactividad o depresión. Por ejemplo, ¿usted no se ha fijado en la alegría que experimenta una mujer baja cuando abraza a un infante de marina de 2 metros? Pues esto, querido amigo, tiene una explicación antropológica.
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    …Abrazar a un árbol es la forma más rápida de entrar en comunión y comunicación con la naturaleza (la pacha mama). Para los celtas, los árboles eran portadores de una corriente vital muy grata y de mensajes de la madre tierra conectados con el subsuelo y las estrellas, a través de sus gigantescas ramas. De manera que, cuanto más grande era el árbol, mejor equilibraban su energía o ‘chi’ y su ojo físico, sitiendo seguridad, bienestar, serenidad, satisfacción y confianza. Hoy en día todavía podemos ver a las mujeres del Amazonas recurriendo al Ceiba o al árbol caucho como sustitutos del goce sexual que, en sus relaciones maritales, tienen terminantemente prohibido. (Por eso no es casualidad que los actuales dildos estén hechos de caucho. Aunque qué le voy yo a contar a usted que ya no sepa)
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    …Los naturópatas aconsejan abrazarse a los árboles con todo el cuerpo; es decir, con brazos y piernas, al igual que se abraza el isleño a la palmera para atrapar el sabroso coco. Pero no vale cualquier árbol. Primero hemos de perdernos por el bosque hasta hallar uno que nos llame la atención, bien sea por su fortaleza física o porque nos recuerde a un ser querido (a nuestra linda cuñada, a la vecinita de enfrente o al musculado profesor de natación). Después hemos de acercarnos a él y captar su energía vital, sin dirigirnos directamente a su encuentro.
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    …Cuando estemos seguros de nuestra elección, hemos de observar su salud física, fortaleza y si está bien colocado o no. En esto, querido amigo, las mujeres nos llevan ventaja. Entonces cerraremos los ojos y lo palparemos con la mano izquierda. Le hablaremos y pediremos permiso para absorber parte de su energía, sin siquiera establecer previamente un vínculo emocional. En fin, ya sabe cómo son las relaciones actuales. Pues lo mismo. Cuando termine debe de darle las gracias y despedirte de él poniéndole tu mano derecha sobre su tronco, aún erecto. Pruebe con el haya centenario, querido amigo. Ya verá cómo le relaja.

    10 agosto 2015 | 01:33

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