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Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera. (Pablo Neruda)

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Los grandes árboles nos descubren el secreto de la eternidad

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Lo aseguraba hace muy poco en El País Semanal Manuel Rivas, nuestro escritor naturalista por antonomasia: «Los árboles son buena gente«.

Y añadía, con la genialidad que le caracteriza:

La sensación que tenemos ante un árbol, y más ante un viejo árbol, es que es una expresión de lo humilde y lo sublime a la vez. Hay una gran verdad en comparar la arquitectura de un buen árbol con una catedral. Hay una voluntad de unir cielo y tierra.

Qué razón tiene. Como eterno admirador de árboles singulares, a los que he dedicado ya tres libros y una larga serie periodística, publicada precisamente en El País Semanal, no puedo estar más de acuerdo con Manuel Rivas. Por eso acuñé hace mucho tiempo una frase que resume perfectamente mi fascinación hacia los árboles monumentales:

Tan antiguos como una catedral, tan bellos como un paisaje y tan frágiles como una flor.

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Adiós a los que se quedan y hola a Labordeta

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Mi querido amigo Paco Berciano tiene un blog en 20 Minutos que muchos leen pero él ya no escribe y una columna de opinión en el Diario de Burgos que él escribe y muy pocos podemos leer. Me siento, nos sentimos, huérfanos de esa clarividencia suya que sólo los muy inteligentes son capaces de sintetizar en una literatura de calidad.

Paco es uno de los máximos expertos en vinos y viñedos de Europa. Comparte con los grandes bodegueros un amor intenso por el paisaje agroforestal, por el terruño. También comparte con ellos una sentida preocupación por el derrumbamiento del mundo rural, por la pérdida de reconocimiento de los urbanitas a nuestros últimos guardianes del territorio.

Su columna de esta semana me llegó a lo más profundo del corazón. Está dedicada a José Antonio Labordeta y a esas personas que luchan contra el abandono de pueblos y aldeas, contra la incomprensión de quienes hace ya demasiado que no sentimos la fuerza y la dureza de abrir la tierra con un arado. Somos, como diría el llorado bardo aragonés, «como esos viejos árboles batidos por el viento que azota desde el mar». Es verdad, «hemos perdido compañeros, paisajes y esperanzas en nuestro caminar». Pero aún queda esperanza. La que te insuflan los viejos amigos en esas impagables conversaciones, pocas pero siempre cercanas, íntimas, auténticas. La próxima muy pronto, «que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero«.

Hace años, décadas ya, Paco y yo gustábamos de escribir artículos conjuntos en el Diario 16 de Burgos. «A pachas» lo llamábamos, una expresión cheli que evidencia el paso inexorable del tiempo. Lo recuperaremos pronto, seguro. Pero mientras tanto, os dejo íntegro el artículo publicado la pasada semana por Paco Berciano en el Diario de Burgos. Espero que lo disfrutéis tanto como yo.

Esta semana ha abierto sus puertas la Fundación José Antonio Labordeta, un homenaje que su mujer, sus tres hijas y un buen grupo de amigos ha querido rendirle. Labordeta fue maestro, escribió alguna de las canciones más bonitas de amor y de lucha que nunca se han escrito en castellano, recorrió los pueblos de Aragón y cantó su muerte diaria. Después hizo un programa diferente de televisión, de los que ahora no se llevan porque no había gritos sino gente hablando, contando paisajes e historias. Fue político de los que honró esa palabra.

Cuando leía la noticia, además de enormes ganas de visitarla, sentía una gran nostalgia. Nostalgia por el hombre que nos falta, por sus versos, por su voz profunda, por su honradez enorme.

Pero también nostalgia como castellano porque nosotros nunca hemos tenido la suerte de tener un hombre tan grande como él para cantar y contar y, sobre todo, para defender nuestros pueblos, nuestra vida rural.

Burgos es la provincia con más pueblos de España y una gran mayoría de ellos están muertos o a punto de morir entre el silencio y la indiferencia de todos. Cada año desaparece alguno, cada año se quedan más piedras vacías, sin nadie que las mire.

Cuando recorro Francia siento envidia por cómo ellos han sabido defender e integrar la vida en el campo. Sus pueblos son bonitos, tienen vida. En las calles hay flores y en las casas hay internet a toda velocidad. Trabajar y vivir en el campo en Francia es motivo de orgullo. En nuestra Castilla perdida es motivo casi de vergüenza, como si no se supiera hacer otra cosa.

Nos une con Aragón muchas cosas, desde el Camino del Cid hasta los pueblos despoblados y muertos que llenan su paisaje y el nuestro. Nos une la enorme historia que han tenido nuestros pueblos y la indiferencia de los que pueden actuar para evitar que esa historia se pierda para siempre. Muchos pueblos, llenos de pequeñas joyas que conservar, demasiado dinero que gastar para poder hacerlo en una época en la que el dinero no sobra. Y pocos votos que ganar haciéndolo.

No hemos tenido un Labordeta, aunque hemos tenido gente como Enrique del Rivero, César-Javier Palacios o Elías Rubio. La lástima es que su voz se ha oído menos y que nunca han tenido una plataforma importante para hacerse escuchar.

Pueblos muertos, formas de vivir acabadas, productos agrícolas que nunca volverán a ser iguales, panes cocidos al horno de leña en peligro de convertirse sólo en un recuerdo. ¿Quién te cerrará los ojos tierra cuando estés callada?

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Un lugar que no puedes dejar de visitar

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No hay nada más fantástico que parecerse a los amigos. O al revés, que los amigos se parezcan a nosotros, tanto da. No por la proximidad del roce, cada día más complicada, sino por la afinidad de gustos y pasiones.

Es lo que me pasa con Elías Rubio. Sus ilusiones son las mías. Y viceversa. Así que a nadie puede extrañarle que este verano haya inaugurado en el pueblecito serrano de Jaramillo de la Fuente una exposición fotográfica dedicada a los árboles singulares de la provincia de Burgos. Yo habría hecho lo mismo. De hecho, tengo publicado un libro sobre este tema prologado precisamente por Elías, con dibujos del que fuera otro gran amigo, el siempre recordado José Luis Larrosa.IMG_20140802_114842

La visita era obligada. Y mereció la pena. Vaya si mereció. A la sombra de la impresionante iglesia románica, muy cerca de donde se levantara una centenaria olma “de concejo” bajo la que se reunía el pueblo desde tiempo inmemorial para discutir de los problemas del común, hoy tristemente desaparecida, allí estaban, en apretada formación gráfica, esos seres formidables supervivientes del pasado: el roble de los borrachos, el de la verruga, los morales de Santa Lucía y de Villoviado, castaños centenarios del Valle de Sotoscueva, la encina de Tordueles,… Árboles con tantas historias como hojas, que por sí mismos darían para pasar horas recordando su larga vida y hasta milagros, que alguno también hubo.

En realidad no. Decía que Elías y yo nos parecemos, pero qué va. Él me gana por goleada de entusiasmo. La prueba la tienes ahí mismo, en esas antiguas escuelas de Jaramillo de la Fuente donde se expone su obra más imposible: el mapa de las tierras de Burgos.

Ya os hablé hace tiempo de ello. Con la ayuda de cientos de voluntarios, un buen día Elías decidió recoger muestras de tierra de cada uno de los 1.233 pueblos de esa extensa provincia que él conoce tan bien como la palma de su mano. Introducidas en reducidos tubos de ensayo, las fue colocando en un mapa gigante. Y no paró hasta tenerlas todas. El primero fue Viérgol (Valle de Mena) el 22 de mayo de 2008 y el último Perros (Valle de Valdevezana) el 6 de marzo de 2009.

Pero el proyecto, producido por Espacio Tangente, tenía una segunda parte. Alimentar con todas esas tierras multicoloristas y multiculturales un árbol muy especial: el árbol de la provincia.

La idea entusiasmó a todos menos a los políticos burgaleses, lo que seguramente fue una buena señal. Tan sólo el alcalde de Jaramillo de la Fuente, Simón Bernabé, se interesó por el proyecto, y con la ayuda de un puñado de vecinos como Domingo, Servillano, Mateo y Julián, el 14 de marzo de 2009 plantaron una encina que ahora crece vigorosa alimentada con el suelo fértil de 1.233 pueblos. La encina de la provincia.

Árboles singulares, arte, historia, geografía, sensaciones, simbolismo. Jaramillo de la Fuente te lo ofrece todo, y gratis, a un tiro de piedra de la capital burgalesa, en medio de un paisaje único.

Es verano, tiempo de excursiones, de turismo. ¿Te vas a perder tanta maravilla?

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El misterio de la Mona Lisa burgalesa

Todos los amigos del patrimonio cultural y artístico en general, de Burgos en particular, tenemos una cita ineludible en el blog de Elías Rubio ‘Memorias de Burgos‘, mi querido amigo y maestro.

Impecable escritor siempre profusamente documentado, acaba de descubrir un misterio para el que no había explicación. Es la historia de la Gioconda o Mona Lisa serrana, la que descansa en una tumba anónima en la iglesia del pueblo de Tinieblas, en la Sierra de la Demanda:

Todos los días, a media noche, cuando en el reloj del campanario de la iglesia de Tinieblas dan las doce, y la lechuza se dispone a beber el aceite del Sagrario, la mujer del suelo, de rostro impenetrable, sonríe.

La lechuza es vieja, pero no tanto como para saber desde cuándo ese rostro de mujer está grabado en el suelo. Tampoco su abuela Coruja le contó desde cuándo la enigmática cara sonríe. Nadie sabe por qué lo hace y para quién lo hace, ni siquiera lo sabe el viento, que se desliza eternamente por las rendijas y nunca se lo contó.

La mujer del suelo despierta a la media noche en su tumba, por un momento deja de fijarse en la crucería de la bóveda, mira a un lado y a otro y sonríe.

Al poco, vuelve a su estado hierático, de sueño infinito, y no le importa que durante las misas los serranos del Mencilla pisen sus hermosas líneas medievales, nadie ha logrado aún erosionar su sonrisa.

¿Para quién y por qué sonríe la mujer de Tinieblas? ¿Acaso algún caballero enterrado junto a ella le declara su amor siempre a la misma hora?

Localiza en el mapa el pueblecito de Tinieblas de la Sierra, donde la contemplación de su misteriosa Mona Lisa de facciones góticas bien merece un viaje.

Ver mapa más grande

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Un árbol dará vida a la provincia de Burgos

Algunos le tomaron por loco, le tacharon de visionario e idealista, pero otros muchos creyeron en su sueño. Y entre todos al final lo han conseguido.

Elías Rubio tiene prácticamente concluido en la sala Espacio Tangente el Mapa de las Tierras de Burgos, un original proyecto que ha logrado reunir en un mapa gigante muestras de tierras de todos los pueblos de esta gran provincia, que también es la mía. La historia, ya comentada en este blog el verano pasado, ha llegado finalmente a su fin con éxito.

Cuando Elías empezó nadie sabía ni tan siquiera el número exacto de pueblos habitados que tiene este gran territorio de 14.292 kilómetros cudrados y 371 municipios, un dato que incluso había escapado al control estadístico de la propia Diputación. Finalmente son 1.233 pueblos, una cifra asombrosa si se piensa en el trabajo de acercarse a todos ellos para tomar una muestra de tierra de sus campos de cultivo cercanos y llevársela a Burgos para colocarla en pequeños fanales transparentes que a su vez se depositaban cuidadosamente sobre un gran mapa.

Pero lo mejor estaba aún por llegar. La tierra sobrante de esas 1.233 muestras no se tirará. Alimentará, a la vez que sostendrá, al Árbol de la Provincia. Una joven encina que finalmente será plantada, al medio día, el próximo sábado 14 de marzo en la localidad serrana de Jaramillo de la Fuente, 40 habitantes censados y no más de 10 reales.

Frente al desinterés del Ayuntamiento de Burgos, este pequeño municipio, con su alcalde Simón Bernabé a la cabeza, acogió la idea con entusiasmo. Están además felices de recuperar al mismo tiempo un querido símbolo vegetal perdido, sustituto de la desaparecida olma de concejo que crecía junto a su bella iglesia románica y a la que la grafiosis se llevó por delante hace dos décadas.

La plantación de esta encina será toda una fiesta, además de un justo premio de reconocimiento a la ingente labor desplegada por el escritor, periodista, espeléologo, etnógrafo y ante todo buen amigo Elías Rubio.

Pero lo que más me ha gustado son las dos fotografías que os incluyo a continuación, la de los entregados vecinos de Jaramillo que se han encargado de abrir con picos y palas un gran hoyo para acoger al árbol. Mirar sus caras emocionadas. Ajenos a la edad no pueden ocultar la alegría de sus jóvenes corazones.

ACTUALIZACIÓN. Fotos de la plantación.

Os incluyo tres fotos del emotivo día en el que el Árbol de la Provincia de Burgos fue solemnemente plantado en Jaramillo de la Fuente. Me las envía Elías Rubio. ¡Enhorabuena!

Un mapa hecho con las tierras de 1252 pueblos

Algo así sólo se le podía haber ocurrido a Elías Rubio, investigador, escritor, periodista pero, ante todo, un apasionado de su provincia. Hacer entre todos el Mapa de las Tierras de Burgos. Una gigantesca cartografía donde cada pueblo estará representado no por un punto, sino por un puñado de su tierra más significativa, la más cercana a sus gentes y a su historia, a sus calles.

Instalado el artefacto en una sala del Espacio Tangente, un centro de creación contemporánea, puede parecer una acción artística abierta a la intervención pública, pero como confiesa Elías

«su objetivo es llevar, hasta límites desconocidos, un enamoramiento por la provincia, por su paisaje y sus pueblos, dando por cumplido un sueño de muchos años, que no es otro que el de reunir tierra de los más de 1. 200 pueblos que forman el mapa de Burgos y sobreponerla sobre la toponimia».

Exactamente 1.252 localidades, incluidos sus «pueblos del silencio», los 64 abandonados en el último medio siglo pero a los que aún les sobreviven unos pocos vecinos en otros lugares, escasos supervivientes de un terrible éxodo que en esos años despobló media Castilla.

El autor necesita apenas un puñado de esa tierra con denominación de origen. Como sólo utiliza una pequeña parte, se le ha ocurrido otra genial idea para aprovechar el sobrante: el Árbol de la Provincia. Una encina que quiere plantar en la capital burgalesa, utilizando como simbólico sustrato el millar de puños de tierras vírgenes acopiado.

¡Qué proyecto tan fantástico! ¿No podríamos hacerlo extensivo a todo el Planeta? Levantar un monumento vivo donde uniéramos nuestras tierras, nuestras culturas, nuestras alegrías y nuestros sudores, bajo las ramas de un mismo árbol.

Acaba de empezar y ya tiene más de 400 muestras, la mayoría aportadas por entusiastas, en un particular homenaje a las raíces de sus mayores.

«Lo que más ilusión me hace de este proyecto es ver llegar a la gente con bolsitas llenas de tierra de sus pueblos; para mí ese gesto tiene un valor especial», reconoce Elías Rubio.

La misma ilusión con la que le he acabo de llevar tierra del pueblo de mi padre, Hontoria de la Cantera, recogida a la puerta de la que fuera durante mucho tiempo la casa de mis abuelos.

Me estaré haciendo mayor, pero les confieso que cuando extraje ese grisáceo terrón no pude evitar emocionarme. Tantas historias, tantas memorias, apretadas en el puño del corazón.