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Un poquito de amor, humor y reflexión: desvelando identidades no binarias

Por Nieves Gascón, (@nigasniluznina), la cuentista de nuestro refugio

 

Hace un par de meses que no escribo para vosotres, lectores y lectoras de 1decada10. Me parece mucho más tiempo, quizás porque en el mientras llegó 2022, en el continúa el vertiginoso contagio de Omicrón, que aunque nos pille vacunadas en este privilegiado lado del mundo, nos agota por la constante incertidumbre en la que vivimos desde hace dos años. Les echaba de menos y espero que no sea demasiado tarde para desear un 2022 más generoso de inversión en gasto social, sanitario y garantía estatal de derechos humanos para los colectivos LGTIB+.

No se me olvidará el final de 2021, en concreto el 27 de noviembre, día en el que perdimos a Almudena Grandes, a la que quisiera rendir un pequeño homenaje recordando a uno de sus personajes, un hombre homosexual y superviviente de la novela Las tres bodas de Manolita (2014, Editorial Tusquets): Francisco Román Carreño conocido como “La Palmera”, bailaor que entabla amistad con una chica vulnerable de barrio, a la que bajo su influencia, se transforma en una exótica bailaora. En el mundo de la farándula y los tablaos, antes, durante y después de la Guerra Civil Española (de 1936 a 1939), sus integrantes sobreviven en un contexto de violencia, permitiéndose pequeñas licencias de excentricidad, debido a que en este mundo del espectáculo con el que “coquetean” los fascistas, permite la supervivencia de personas de sexualidad y reputación “dudosa”, no exentas de riesgo de poder ser represaliadas, torturadas, abusadas o asesinadas en cualquier momento. También es un lugar donde se ocultan republicanos perseguidos o un ambiente propicio para el espionaje. Pero mejor lean esta fascinante novela y si me apuran, todas las que conforman estos Episodios de una Guerra Interminable de la grande Almudena Grandes. Se congeló el tiempo en el que nos dejaste. No podemos olvidar una obra tan brillante y trayectoria tan valiente, a la vez tan reparadora con nuestra memoria histórica.

 

También perdimos a Verónica Forqué, una de las mejores actrices de nuestra escena. En uno de sus últimos trabajos encarnó una mujer lesbiana en la película Salir del Ropero (2019), donde es la pareja de la también desaparecida Rosa María Sardá. Ambas hacen un tándem insuperable, tan tierno y romántico que llegan a lo más hondo de nuestros corazones mostrando que el amor no tiene edad, ni identidad sexual ni de género, y que es una enorme satisfacción el poder encontrarlo.

Sin más preámbulo y para recuperar pilas, paso a recomendar dos publicaciones estupendas para adolescentes en adelante: Del Otro Lado de – vivencias en cómic de mujeres trans de aquí y de allá, edición coordinada por nuestra compañera de blog Teresa Castro, y Paty Ortiz de Zárate, editado por las ONGs Mugen Gainetik y Gethiu, en octubre de 2021, y otra segunda recomendación: Más puta que las gallinas, y otras animaladas machista, de Luis Amavisca y Sonia Pulido, editado a finales de 2021 por NubeOcho, de la colección NubePimienta.

Centrémonos primero en Del Otro Lado de- vivencias en cómic de mujeres trans de aquí y de allá, segunda publicación tras Viñetas de tortas y bollos- Cómic lésbicos desde dos orillas, primer trabajo recopilatorio de relatos de diferentes artistas gráficas de España y Latinoamérica, que ya comentamos en este espacio tras su publicación en 2018. De entonces ahora, nos consta que Teresa Castro ha continuado trabajando sus tiras e historias con un sentido del humor inteligente, a modo de microrrelatos o escenas que ponen de manifiesto tanto el activismo por la defensa de los derechos de las mujeres lesbianas y colectivos LGTBI+, con una visión crítica y personal de nuestra sociedad, aún insoportablemente heteropatriarcal y de imposición de género binario propio de una concepción arcaica y negadora de una realidad diversa.

Esta segunda publicación se trata de una preciosa edición de diseño en tapa blanda, algo más rígida que la anterior, con estupendas portadas bilingües en castellano y euskera, sin contraportada, en la que disfrutamos de nuevo de relatos gráficos de diferentes artistas que nos describen la vivencia transexual, visión necesaria para poder conocer cada vivencia variada, concreta, y tan puesta en tela de juicio y debatida en el proceso de elaboración del proyecto de ley trans en España, e incluso atacada tanto por parte del colectivo feminista (el más institucional), como por las ideologías más conservadoras. En definitiva y una vez más, esta edición reúne a autoras españolas y latinoamericanas, en concreto a Teresa Castro, María José Manzano, Susanna Martín, Sydney Hilton, Amalia Darien, Estuarda Recinos, Catalina Parra, Elsa Ruiz, Sara Soler, y Xulia Vicente, cada una con su propio estilo e influencias, todas interesantes y sobre todo, con una forma de relatar muy especial.

No se pierdan este diseño de edición en el que la mitad del libro está en un sentido en castellano, y girándolo en sentido contrario, ciento ochenta grados, la otra mitad está en euskera.

Cabe señalar que desde los escenarios de fondo de Donosti en la primera página, hasta la última historia de imagen en un estilo más manga, cada uno de los relatos son absolutamente diferentes, sorprendentes, y nos hacen reflexionar explorando emocionalmente experiencias trans diferentes entre sí. Un gran trabajo y colaboraciones absolutamente brillantes.

Volviendo a nuestra segunda recomendación, Más puta que las gallinas, y otras animaladas machista, y después de La perra, la zorra y la loba, primer álbum ilustrado de la colección NubePimienta, tanto el escritor Luis Amavisca y la ilustradora Sonia Pulido realizan en esta ocasión, un repaso a dichos populares machistas que relacionan a las mujeres de forma peyorativa y sin sentido, con animales, atribuyéndoles cualidades y características absurdas, basadas en prejuicios y estereotipos.

El relato es una sucesión de escenas que en su desarrollo desmontan cada expresión o dicho, como Más puta que las gallinas, Más pintada que una mona, ¡Menuda loba!…, dándoles la vuelta desmontando este imaginario popular de atribuciones despectivas e insultantes hacia las mujeres, y en definitiva, manifestaciones de una cultura de violencia de género absolutamente asimilada e instalada en las relaciones sociales de forma reductiva, caduca, con perspectiva de género exclusivamente binario, patriarcal y represivo. El lenguaje es un claro reflejo de ideología y manifestación de las relaciones de poder.

Este álbum ilustrado combina una obra gráfica impresionante, cuidada, colorida, y que en relación al texto, se complementan en cada una de las ideas y audaces críticas a estas formas de definir el rol de las mujeres, guiadas por ideas estereotipadas que en definitiva sostienen un orden social de privilegios masculinos.

Espero que ambas publicaciones les hagan reflexionar y analizar la sociedad en la que vivimos y que a todas luces requiere y necesita un cambio absolutamente viable de relaciones de poder, un orden social mucho más justo y coherente con la realidad social, cada vez más visiblemente diversa.

Pero sobre todo lean y disfruten.

¡Hasta pronto!

 

 

 

El cerebro de una TERF

Viñeta de Teresa Castro (@tcastrocomics)

 


Esas mujeres poco mujeres…

Mar Tornero.
Vicepresidenta del Colectivo GALACTYCO, Cartagena. 

 

No estoy muy segura de escribir este artículo, pero lo voy a intentar.
Una vez escuché a Miquel Missé decir que las mujeres lesbianas masculinizadas teníamos mucho que decir al respecto de la realidad trans. Y sí, es cierto.

Nosotras, esas mujeres “poco mujeres” que crecimos en entornos en donde el género estaba marcado a fuego, tuvimos que lidiar con la violencia establecida que dirimía y juzgaba sin pudor cuándo estabas dentro de los cánones establecidos y cuándo te salías de la norma en cuanto a ser mujer se refiere: chicazos, marimachos, envidiosas del pene y otras lindezas fueron expresiones que tuvimos que soportar demasiadas veces mientras construíamos nuestra personalidad. Y no ya porque desearas ser amante de otra mujer, no. Era porque tu modo de estar en el mundo no cumplía con unas normas sociales inventadas para ser mujer o ser hombre. “Vistes como hombre, montas en bici como hombre, conduces como hombre, trabajas como hombre, llevas el pelo como hombre, y hasta deseas como hombre….”, ¿pero esto qué mierda es? Entonces no les bastaba mi genitalidad…

Si pudiera decir en un artículo “estoy hasta el coño”, lo diría, pero no lo voy a decir. Aunque hablando de coños, diré que estoy muy orgullosa del mío, que jamás envidié un pene, y que si sigo siendo una mujer es porque aprendí a librarme de cuantos estereotipos de género me marcasteis, sociedad en general. Aprendí a ser como soy amando el cuerpo que tengo y mi manera de hacer vida con él, a pesar de todos esos mensajes que pretendían hacerme creer que había algo erróneo en mí.

Ahora, esa sociedad en general, siempre tan empática, se pone a opinar sobre si es apropiada la autodeterminación del género para todas aquellas personas a las que habéis tratado de domesticar sin éxito con vuestros estereotipos artificiales, esos que hunden sus raíces en creencias fantasiosas e irracionales. Y cuestionan su legitimidad, su dignidad, sus derechos y hasta su sufrimiento. Y de todo esto lo peor es el desprecio que cotidianamente me llega de mujeres supuestamente feministas, e inteligentes, que enarbolan la bandera de la disolución del género, como si esto fuera la panacea para acabar con la violencia contra las mujeres. Y para ello han puesto en la diana especialmente a las mujeres trans.

¿Por qué no vais a por todos aquellos que nos han hecho sentir y creer que tener un coño o un pene llevaba implícito una caterva de disparates que nada tienen que ver con nuestra biología? Todos aquellos que consiguieron que el “sexo varón” disfrutara de privilegios frente al “sexo mujer”, y que nos construyó con infinitas características que tanto muchas mujeres como muchos hombres hemos desmontado, TRANSgrediendo los mandatos de quienes los dictaban y de quienes los asumían.

Siempre tuve problemas para “hacer de mujer” cuando las convenciones sociales así lo exigían. Y eso sí que fue violencia contra mi persona: nadie me dijo que era una mujer perfecta tal y como era, nadie me aportó un ápice de empatía y comprensión sobre la clase de mujer que yo he sido. Y muy al contrario, fueron cientos los mensajes que cuestionaban mi ser como mujer. Su mirada sobre mis características biológicas pretendía obligarme a ser una mujer que yo nunca supe cómo ser. Y disfrazarme, como ahora le gusta decir a alguna académica del feminismo, era ir a la sección de mujeres de El Corte Inglés para vestirme con ropa extraña para mí, teniendo como alternativa la sección de hombres, tan extraña como la anterior. ¿Y ahora vais y arremetéis contra quienes piden la autodeterminación del género?

No os entiendo. Ahí tenéis a toda una cultura que nos ha oprimido, arremeted contra ella, y dejad a las personas trans que vivan en paz, reconocedles su derecho a ser con la misma naturalidad que habéis asumido vuestras “feminidades absolutas”, y vuestras “masculinidades perfectas”. Y si de lo que se trata es de disolver los mandatos de género, mirad hacia otro lado, ahí donde se construyen y alimentan: en cada escuela, en cada partido político, en cada comercio, en cada libro de texto, en cada universidad, en cada parlamento, en cada entorno laboral, en cada vecindad, en cada familia, en cada pandilla de adolescentes, en cada expresión cultural. Tirad del hilo de la Historia y del montaje social establecido en ella hasta llegar a nuestro presente, y ahí es donde podéis empezar a lanzar improperios a diestro y siniestro dejando a las personas trans en paz. Aunque sea por honestidad, aunque sea por respeto. Un mínimo de empatía, por favor.

Frente al enemigo común

Por Tomás Loyola Barberis (@tomasee)

 

Cuando se pone sobre la mesa el hecho de que el reconocimiento de los derechos de las personas trans está negando el sexo como una fuente de desigualdad, significa que algo estamos haciendo mal. El sexo puede ser incuestionable, pero la construcción del género se puede poner en duda desde el momento mismo en que es un constructo social que, durante siglos, ha favorecido la perpetuación de roles desde la subordinación para unas y las posiciones de poder para otros.

La genitalidad poco tiene que ver con la masculinidad o la femineidad de una persona como algo intrínseco (ni el tamaño ni el grosor, ni siquiera su presencia); al contrario, es el factor que se ha utilizado histórica y culturalmente para separar y educar a las personas de acuerdo a ella: si tiene pene, será educado y socializado como hombre; si tiene vagina, será educada y socializada como mujer. Y así con todos los estereotipos y preconcepciones en cuanto a gustos, comportamientos y actitudes asociados que arrastramos por siglos.

Esa concepción del género es el problema, porque es el origen de la desigualdad que ha favorecido la brecha entre mujeres y hombres, y también de la violencia estructural ejercida por ellos, del acoso y las agresiones, de la responsabilización de los cuidados que recae en ellas, etc. Es decir, es la que ha sistematizado y legitimado los estereotipos que han favorecido al cisheteropatriarcado, convirtiéndolos en la norma e intentando eliminar cualquier corriente de pensamiento que pudiera ponerlos en duda.

Uno de estos cuestionamientos es el que se hace desde las teorías queer respecto al sexo biológico, en fin, a la genitalidad. Reduciendo al mínimo y a lo fundamental esta discusión, se trata de separar el género y el sexo del aparato reproductivo del todo: hay niños que tienen vagina y niñas que tienen pene, abriendo paso a representar a todas esas minorías que no encajan en el binarismo de base, hombre-mujer, y que expresan libremente su identidad de género. Perdonadme la simplificación, pero al final es la mejor forma de explicarlo. Sobre todo, por el escozor que ha causado esta frase entre determinados grupos.

Una organización defendía, a través de un autobús que recorría las calles, su mensaje: “Los niños tienen pene. Las niñas tienen vulva. Que no te engañen”, que resume de manera muy burda el posicionamiento de quienes acusan a lo queer de ser un peligro para la igualdad.

Lo sorprendente es cuánto ha calado ese mensaje en ciertos sectores del feminismo, los llamados más radicales, que han puesto el grito en el cielo con el argumento transexcluyente (tránsfobo) de que las teorías queer desdibujan y ponen en peligro de muerte la lucha por esa desigualdad estructural que viven las mujeres por el simple hecho de serlo, difuminándolas como sujetos políticos en sus reivindicaciones históricas, presentes y futuras. El debate se centra, sobre todo, en el caso de las personas trans y su autodeterminación de género, en el que las argumentaciones tienden a recurrir, como siempre, a la medicalización del debate (donde las personas que “son” fuera de la norma parecen necesitar un diagnóstico que valide o invalide el ejercicio de su ser), reduciéndolo a cuestiones quirúrgicas (si se ha operado u hormonado, o no), o directamente utilizando como arma arrojadiza ficciones policiales y jurídicas de cosas que podrían ocurrir: ¿qué pasaría si?

Uno de los argumentos que se utilizan en contra es la criminalización; es decir, ¿qué pasaría si un hombre, agresor, decide cambiarse a mujer ante una acusación de violencia de género? Yo no sé qué pasa cuando no nos damos cuenta de lo absurdo de este planteamiento, que pone la expresión y la identidad de género a la altura de una decisión arbitraria e inmediata, que no implica ningún proceso interno previo, relativizando las problemáticas individuales y quitándoles toda relevancia en la historia de vida de cada persona.
No olvidemos que nadie se hace o se convierte en trans. Y decir que lo hace para disfrutar de privilegios muestra que tiene una idea muy alejada de otras formas de opresión mucho más profundas. Más cuando, en casi todos los casos, esa crítica viene de los sectores más privilegiados entre los todavía oprimidos: mujeres blancas, occidentales, en posiciones de poder (o no), independientes y formadas. ¿Cuál es la verdadera amenaza entonces? ¿La violencia probable surgida de esa potencial y ficticia criminalidad o la amenaza de tener que hacer un ejercicio de introspección para darse cuenta de que los privilegios obtenidos quizás están enturbiando su mirada crítica al sistema con el que lucharon en el pasado para llegar al lugar que ocupan actualmente? Esa posición nunca resulta cómoda y amable, sobre todo a la hora de los cuestionamientos y las renuncias.

Las personas trans se enfrentan a situaciones mucho más extremas que otras del colectivo, y eso sin entrar en interseccionalidades (raza, edad, situación socioeconómica, discapacidad, etc.) que hacen todavía más precaria su situación: invisibilización, discriminación, altos índices de violencia, cerca de un 80% de tasa de desempleo en España, etc. ¿De verdad podemos trivializar con este asunto? Me parece de una falta de sensibilidad muy peligrosa y, sobre todo, de una ignorancia supina, de esa que es capaz de enfrentarnos con quienes están de nuestro lado para ponérselo todavía más fácil al contrincante. ¿Tan amenazante resulta para ciertas corrientes feministas el reconocimiento de las mujeres trans dentro de la lucha?

La carga contra las minorías

Utilizar ciertos argumentos como los mencionados en párrafos previos me parece casi igual de indecente que, cuando en los años en los que se luchaba por el matrimonio igualitario, se recurriera a afirmaciones tales como primero se querrán casar entre ellos, pero luego con niños o con animales. Quizás me he pasado, pero esto me sirve para sostener lo ridículo que resulta basar una decisión política, jurídica y social en ficciones criminales o en amenazas irracionales, ya que esto pone en peligro algo tan fundamental como la igualación de derechos.

Además, resulta muy sospechoso que siempre se culpe a las minorías: los cuestionamientos de género ponen en peligro los avances del feminismo, dicen. No, no. Lo que pone en peligro los avances del feminismo es el machismo, ese que históricamente ha maltratado y dejado de lado a más de la mitad de la población, y que todavía, pese a todo, campa a sus anchas en la mayoría de los espacios de poder, los hogares y el trabajo. Incluso en el amor. La verdadera amenaza de cualquier movimiento social está en negar aquellos cuestionamientos necesarios que permitan cambiar las cosas y en el temor a las corrientes que ponen en duda el sistema, dos habituales herramientas de lo establecido para mantener su posición de poder. De esas corrientes y de esos cuestionamientos es, precisamente, de donde nace el reconocimiento legal y social de los derechos que se han conseguido hasta ahora.

No podemos caer en la trampa y enfrentar luchas que históricamente han tenido un adversario común. Porque el enemigo del feminismo no son las personas trans ni viceversa (ni el colectivo LGTBIQ+ en general), sino que es el cisheteropatriarcado, ese que se vale de las leyes, las religiones, la historia e incluso del arte para imponer su ideario. Y esto va más allá de feminismo radical o liberal, porque realmente es un problema que afecta a todas las corrientes que defienden la igualdad y el necesario abandono del dominio de las ideas patriarcales. Pero estamos tan acostumbrados a esa imposición ideológica, que su incidencia en nuestras vidas y en nuestros pensamientos resulta sutil y prácticamente imperceptible. Pero está ahí y su ataque es permanente.

Si el heteropatriarcado fuese como un consejo de sabios, me los imagino disfrutando con algarabía de estas discusiones y de los dichos tránsfobos de ciertas corrientes feministas y del gobierno: divide y vencerás, dirían con regocijo.

Flaco favor nos estamos haciendo. Espero que no nos demos cuenta demasiado tarde de que la transfobia no es más que una herramienta para hacernos perder el foco de nuestra lucha y, sobre todo, de nuestro enemigo principal. Porque, ¿quién gana con el discurso tránsfobo? Claramente, las mujeres trans no. Pero tampoco las mujeres cis, porque el hecho de rechazar o condenar a las trans no las hace más mujeres, sino menos humanas y, claramente, menos coherentes con su historia y sus luchas.

 

Soy Luisa, la monstrua

Juan Andrés Teno (@jateno_)

Soy Luisa la Monstrua, vieja, fea y pobre; aunque hace muchos años fui un niño guapo que jugaba, feliz, saltando la espuma del mar. Tuve una madre con manos impregnadas en jabón que me abrazaba y me llenaba de besos y un padre que me incrustó la plancha ardiendo en la cara cuando me sorprendió vistiendo las enaguas de mi hermana. Alcancé la madurez con el golpe y supe quien era buscando la causa de las quemaduras.

Un día de primavera robé los ahorros de mi casita marinera y me planté radiante en una Barcelona que creía me daría la oportunidad de ser lo que siempre fui y nunca me dejaron ser. Aunque cantaba y baila como la que más, mi deformidad facial me vomitó directamente a la noche del barrio chino, a los abrazos de veinticinco pesetas y al sexo no deseado de hombres oscuros.

Mi dinero de puta de calle me procuró las primeras hormonas y, años más tarde, muchos años más tarde, una operación clandestina que me robó cualquier placer en la cama, pero que me devolvió la dignidad plena de mujer que nunca deberían haberme negado.

Pasé por la cárcel, como muchas otras, no por vender mi cuerpo, sino por ser un peligro social en un país que estaba enfermo. Lloré mucho hasta ser una mujer reconocida por todas y cuando lo tuve en mis manos supe que seguiría sufriendo por no ser hombre y perder privilegios.

Un 26 de junio, en año 77 del siglo pasado, me lancé a Las Ramblas con mi pancartita de puta feliz, soñando con un país más amable para quienes apenas salíamos a pasear al sol y derretíamos nuestro futuro en sábanas usadas de miserables pensiones.

Esa España de libertad, que me metió en las venas un chico rubio del FAGC, llegó, pero lo hizo demasiado tarde para mi. Es cierto que puede adoptar con orgullo el nombre mi madre en mis papeles oficiales. Sí, ya era Luisa, aunque nunca dejé de ser La Monstrua. 

Fui joven y alegre y tuve un novio alto y fuerte, un toro azul que me bebía la vida en cada mirada. Besaba mis cicatrices con pasión y en sus brazos era una diosa inmaculada y pura. En sólo tres años el sida me lo robó lleno de llagas y terriblemente delgado. A él le dediqué todos mis ahorros en un entierro maldito al que no quiso acompañarme nadie. Con mis lágrimas aboné una tumba de margaritas que nunca pude olvidar.

Me lancé de nuevo a la calle y seguí amando mentiras y mojando camas que no eran la mía, soñando siempre con aquel hombre joven que seguía susurrándome versos al oído. Crecieron cicatrices en mi espalda y el sudor y el olor a tabaco de hombres ajenos me envolvían día y noche mientras devoraba todos los libros que caían en mis manos, libros que me llevaban a otros lugares y otros destinos donde poder ser feliz.

Se hizo una luz catódica en nuestro camino. A mis compañeras de calle las entrevistaban periodistas sedientas de otra Veneno en el chino barcelonés, pero mi cara quemada y las inyecciones baratas de silicona clandestina me hacían imposible reivindicar ante una cámara, aunque fuese la que más había leído, la que más sabia: seguía siendo Luisa la Monstrua.

Una mañana de invierno tuve que llorar a mi madre muerta en la puerta de la iglesia, primero, y tras la verja del cementerio, después, porque mi padre me negó la entrada y me zarandeó entre insultos y amenazas policiales. Dos años después, fui yo, sola, la que le limpió los últimos humores y la que lo amortajé con el triste y raído traje de su boda. Acaricié sus nervadas manos no queriendo olvidar las tardes de otoño en las me enseñó a pescar mientras acariciaba mis rizados cabellos. Supe que tenía que perdonarle para poder seguir viviendo.

Me llegó la vejez y la acepté plácidamente, pero seguía trabajando con mi cuerpo, ya agrietado por los años, frio, casi inerte, siempre suspirando por aquel novio joven que me envolvió en sonrisas durante tres veranos. Mi esfuerzo era intentar ahorrar para que cuando mis huesos se quebrasen pudiera comer, aunque fuera una vez al día. Sólo tenía a mis queridas amigas de la calle, con quienes compartía el chocolate caliente en el que mojábamos nuestras lágrimas y regábamos con carcajadas estruendosas antes de volver a las esquinas.

Hace unos meses escuché en la radio que nos llaman mutantes, que abusamos de los niños, que lo nuestro sólo es un deseo, que no es real. Ese no es el feminismo que he leído y la sororidad que he practicado en las calles. Me levanto, me miro al espejo y las cicatrices me recuerdan lo mucho que me ha costado llegar y que no puedo claudicar. Mi dolor no pueden heredarlo las que vienen detrás, ni los golpes, ni las zonas oscuras… Nunca, nunca renunciaré, aquel chico del FAGC me lo inoculó y mi activismo durará siempre.

Tengo la alacena de mi pequeño piso del Raval llena de lentejas y arroz. Vivo en cuarentena constante y no es la pandemia lo que me preocupa sino que no haya nadie que me cierre los ojos cuando todo acabe. He tenido la triste suerte de cumplir demasiados años y ver morir, una a una, a todas mis amigas del Chino. A todas las maquillé dentro de su ataúd, todas volaron guapas y lloradas. Pero para mí no habrá lágrimas.

La semana pasada salí por última vez de la casa y una chica que se ofreció a llevar mis bolsas hasta la casa me dijo “señora”. En 95 años era la primera vez que lo oía: “señora”, “señora”, “señora”.

Hace dos días que no puedo levantarme a hervir arroz, el único alimento que ingiero desde el martes. Sólo tengo fuerzas para manejar este lapicero que brinca desbocado entre reglones.

Las persianas están bajadas y no sé si es de día o de noche.

Tengo sueño, mucho sueño.

A veces creo que veo amanecer desde la casita de mi infancia.

Siento que el sol y la brisa acarician mi rostro.

Oigo que me llama mi madre.

Huelo sus manos.

Tengo sueño

Soy tu hija, mamá ¿dónde estás?

JUAN ANDRÉS TENO

Periodista y activista LGTBI especializado en Diversidad Familiar

Cuenta en Twitter: @jateno_ 

Blog: https://familiasdecolores.wordpress.com/

 

Dos recomendaciones para parar y reparar este precipitado mes de mazo

Por Nieves Gascón, (@nigasniluznina), la cuentista de nuestro refugio

Ya estamos en el mes de marzo y casi no me doy cuenta por la cantidad de cosas de las que estoy pendiente. Tercera ola Covid 19, vacunas e intentos de especulación de las grandes empresas farmaceúticas, pendiente de la campaña de Amnistía Internacional para la defensa de la Atención Primaria de Salud, no podía estar más de acuerdo, gracias me devolvéis la fe en la humanidad y admiro a les, las y los activistas.

Ertes, despidos, elecciones sindicales, aprovecho y saludo a mis compañeras de sección de CCOO. Teletrabajo y redacto documentos sin fin. Tengo una preciosa familia con gata como el gato de Mili Hernandez que va de casa en casa y convive con familias muy diversas, como mi gran familia extensa.

En términos generales esta es nuestra vida, muchas personas pueden identificarse y tiene mucho sentido por dos motivos: internet nos abre puertas al trabajo, activismo, colaboraciones y actividades para todo el día. Llegó el 8 de marzo y dosifiqué fuerzas para disfrutar como otro año más, para que se pintasen las calles de morado. Además, ahora, las redes sociales se nos abrieron más posibilidades de expansión de esta tonalidad tan preciosa y feminista que nos viste a todas en estos días.

Y cuando hablo de todas, incluyo a las mujeres transfeministas, que las hay y desde hace mucho tiempo, a las transgénero y transexuales, por que el feminismo es la lucha por la igualdad, se gestó por este motivo y cabe en todos aquellos lugares donde hay personas discriminadas. Sino es así carece de sentido para mí que el feminismo me ha ayudado tanto a entender a verme y ver de forma sorora a otras mujeres. No puedo creerme la polémica actual en relación al feminismo, más recalcitrante me temo, y en contra de los colectivos de mujeres trans, sobre todo porque no he visto públicamente nada en contra de los hombres trans en ninguna declaración o debate. Lee el resto de la entrada »

Disidentes – Menos Virginia Woolf, más Itziar Ziga

Por Andrea Cay, (@AndCay_)(M

Fotografía: Natalia Vera

Una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir ficción.

Una habitación propia, Virginia Woolf

Quiero ser escritora, es mi sueño desde pequeña. Claro que necesito esa habitación propia, claro que necesito ese dinero. Pero, Virginia, no quiero quedarme ahí, no voy a cuestionar eso.

Hoy me siento con rabia, como muchos otros días, y me encanta canalizar cualquier sentimiento para escribir sobre lo que soy.

Ay, Virginia, gran referente del feminismo, nos has dado mucho no te lo voy a negar. Pero nos has acomodado a encerrarnos en nuestra habitación a leer y leer, nuestro espacio seguro en donde nada ocurre.

Las habitaciones, en su mayoría, cuentan con ventanas, con un solo pequeño vistazo podemos observar la vida de los demás. Concretamente, en este caso, la de las demás. Woolf has conseguido que mujeres se queden encerradas, imaginando que el mundo real no existe. No nos preocupa la señora mayor que va cargada de bolsas, porque no voy a bajar a ayudarla. La señora que se gana su dinero, ese que tanto necesitamos para escribir, limpiando escaleras, a riders con contratos precarios, luchando por subsistir. Lee el resto de la entrada »

Contractivismo: ¿por qué tu opinión vale más que la mía?

Por Marta Márquez (@marta_lakme) escritora y presidenta de Galehi, asociación de familias LGTBI

Foto de Robert Couse-Baker

 

”La normalidad es una ilusión; lo que es normal para una araña es el caos para una mosca»

Morticia Addams

 

Y en esas vive el mundo entero. En decidir qué es la normalidad, qué está bien y qué no. Lo que pasa es que decidir qué es lo correcto para siete mil millones de personas igual se nos va de las manos, ¿no?.

La decisión es algo que se construye a través del conocimiento, o debería ser. Se presenta algo nuevo en nuestras vidas, tratamos de saber qué es y, en base a nuestro aprendizaje anterior, decidimos si es bueno para nosotres o no. Parece fácil, pero es algo que el ser humano lleva tratando de explicar y de entender desde que tenemos conciencia. La filosofía se ha encargado de tratar de devanarse los sesos para conseguir llegar al kit de la cuestión y desde Sócrates hasta Judith Butler las preguntas han sido siempre muy parecidas. Lee el resto de la entrada »

¿Quién teme a lo queer? – Escándalo.

Por Victor Mora (@Victor_Mora_G ‏)

 

El conformismo es la certeza obstinada de aquellos que son inseguros

Pasolini

Este río desbordado no se puede controlar

Willy Chirino/Raphael

 

En 1965, Pier Paolo Pasolini realizó el documental Comizi dAmore (traducido como Encuesta sobre el amor), con el que recorrió Italia haciendo preguntas a todo tipo de gente sobre las relaciones, el amor, el género, el sexo y los derechos civiles. Cientos de personas opinan en este film sobre, entre otras cosas, el matrimonio y una posible ley del divorcio. La cuestión flotante es el problema sexual, tesis que sobrevuela la película y que todo el mundo parece sobreentender sin más indagaciones. ¿El matrimonio/divorcio soluciona el problema sexual? Nunca se plantea cuál es, efectivamente, este problema, sin embargo la pregunta hace saltar como resortes de la misma maquinaria toda otra serie de amenazas adheridas. Parece que el problema sexual es un todo en el imaginario común que afecta a las cuestiones más íntimas y, por supuesto, a su deriva pública.

Pero, ¿cuál es el (o son los) problema(s) sexual(es)? En Comizi d’Amore se habla sobre la pareja y sus normas, la infidelidad, la prostitución y sus condiciones, las invertidas, la moral, la identidad, la perversión y sus implicaciones, los derechos, la crianza, el afecto, la segregación de espacios y, en suma, qué significa ser hombre o ser mujer. Todo el mundo entonces, como tú y yo ahora, como cualquiera, tenía una opinión sobre estos engranajes, sobre el problema sexual y sobre cómo debería estructurarse el mundo en función de esa opinión. Testimonios diversos por generación, clase social, orientación, identidad, procedencia, herencias e historias de vida producían, como resultado, un mapa heterogéneo de cuerpos y relatos que, de forma desigual, habitaban el problema sexual.

Como tú y yo, como entonces, ahora. Resulta sorprendente (o quizá no tanto) escuchar argumentos que casi 60 años después se reproducen en nuestro presente, y otros que, si bien han cambiado de contenido, utilizan la misma estrategia de enunciación: el escándalo. Y es que el problema sexual, convengamos, emerge cada tanto en el mapa social y siempre se encuentra con resistencias similares. Hoy por hoy, estamos de acuerdo en que cuestiones como el divorcio o incluso el matrimonio igualitario no suponen (salvo en los reductos más conservadores) ningún escándalo. Sin embargo hay que reconocer, como nos recordó Gayle Rubin, que si bien la sexualidad siempre es política, hay periodos en los que la vida erótica es ampliamente politizada, y esos periodos (los de renegociación) se engarzan entre argumentos progresistas y resistencias conservadoras. Lee el resto de la entrada »

El miedo que siente una madre de una chica (trans)

Por Marta Márquez (@marta_lakmeescritora y presidenta de Galehi, asociación de familias LGTBI y@ Violeta Herrero(@VioletaHerrero3), vocal de COGAM

Foto: istolethetv

Cuando se acerca el 25 de noviembre no puedo evitar pensar en todos los años de lucha que llevo en el activismo. Muchos años en la espalda tratando de conseguir derechos para el colectivo LGTBI. Sin embargo, la T se mantenía en un discreto segundo plano mientras que las personas LGB cis tratábamos de hacer valer nuestros derechos.

No fue hasta que esa misma T me golpeó en la cabeza cuando realmente fui consciente de que existe una realidad de la cual la mayoría no es consciente. Una personita muy cercana a mí me hizo ver que esa realidad llegaba pisando fuerte, al igual que ella, y que no se marcharían hasta salir de esa sombra y ponerse en primera línea. Junto a ella he aprendido la fuerza del ser humano por luchar por su propia identidad, la resiliencia y la madurez de saber que solo cada quien sabe quién es y que da exactamente igual lo que el mundo opine, seguirán siendo quienes son. Nuestra obligación es ponérselo más fácil, no más complicado.

La cuestión es que ese camino, tránsito o cómo se quiera llamar, en algún momento se vuelve espinoso, sobre todo cuando esas personitas salen de nuestra protección y pasan a ser del mundo. Sientes la responsabilidad de su bienestar como una losa encima de tu cabeza y te ves en la necesidad de tratar de conseguir un mundo mejor. Lamentablemente, existen quienes se llaman feministas y luchan por los derechos de las mujeres, con una salvedad: solo por los derechos de aquellas que ellas consideran dignas de tener el carnet de mujeres; dejando así desprotegidas a las mujeres trans. Lee el resto de la entrada »