Entradas etiquetadas como ‘Violencia’

Lo vuestro es solo vicio

Viñeta de Teresa Castro (@tcastrocomics)

 

Quién teme a lo queer? – Violencia, cobardía y valor.

Por Victor Mora (@Victor_Mora_G ‏)

 

La violencia, nos dijo Hannah Arendt, aparece allí donde el poder está en peligro, y ese peligro, (pienso yo hoy, todavía temblando) se materializa en los gestos pequeños, y cobra vida según el ejercicio de la más leve e insospechada libertad. Cómo saber, cómo intuir que estamos poniendo en peligro a un poder cuando caminamos al sol, cogidos de la mano, cuando nos damos un beso o se nos cae la pluma por la sacudida de nuestra expresión pública. Cuando hacemos lo que queremos hacer porque queremos, porque somos, porque el espacio que habitamos es nuestro. Toda violencia es disciplinaria, toda violencia es ejemplar. Toda violencia se ejecuta en nombre de un poder. Toda violencia en un espacio se produce para advertir que ese espacio tiene dueño, tiene reglas y jerarquía.

Toda violencia se ejerce en nombre de un poder que no permite existencias o expresiones disidentes a sí mismo. Y esa es, precisamente, la tensión sobre la que sí tenemos la obligación de actuar.

Cada palabra que se articula para sostener o apoyar a ese poder es también la violencia, porque es su brazo, su soporte y su condición de posibilidad. Cada palabra que se articula para proteger a esa violencia, para disfrazarla, para decir que sólo es supuesta, es también la violencia, porque permite su continuidad. Porque no la señala, la identifica y la frena con contundencia. 

Quien defiende el poder no es valiente ni cobarde, quien nos raja la boca y el culo no es valiente ni cobarde, quien nos suelta la hostia, nos insulta, nos grita y amenaza, no es valiente ni cobarde. Ni tampoco yo, ni tú ni nadie, somos valientes o cobardes por enfrentarnos a la violencia, por defendernos o paralizarnos, por tener miedo, dolor o rabia. No podemos seguir juzgando la violencia y sus consecuencias con los parámetros del valor y la cobardía, porque nos quedamos en esa mierda del ser más o menos hombres, de la pobrecita y la que lo buscaba, de la que al menos se defendió o la que iba provocando, la que sí supo decirlo bien alto y claro en las redes, o la que calló, no dijo nada y siguió con su vida, la que pudo a pesar de todo, la que, con todo, no pudo más. Basta. Es tan insoportable como el mosaico de casos aislados que han crecido hasta tejer un nuevo mapa sobre el que nos movemos, sobre el que caminamos. Los casos aislados de violencia contra nuestros cuerpos dibujan las baldosas que pisamos todes. No nos acuséis de valientes, no nos digáis que somos algo que nadie quiere ser.

No podemos combatir la violencia con valentía, porque la violencia no es cobarde. No se trata de eso. Se trata de comprender que esa violencia que nos desgarra es la punta visible de un enorme iceberg que está helando poco a poco toda la superficie. Se trata de asumir la gravedad de las palabras y tomar responsabilidad. Se trata de entender de una vez por todas que las palabras que nos deshumanizan se transforman en acciones de violencia física. El lenguaje es acción, ni valiente ni cobarde, es tejido que determina las condiciones del espacio público, de cualquier espacio, y marca la pauta lógica de la jerarquía, los límites y la agresión. 

El absurdo en nuestro contexto ha crecido hasta considerar “muy demócrata” defender el derecho de expresión de posturas antidemocráticas. Somos «tan tolerantes» que no cuestionamos que las palabras que deshumanizan a determinados cuerpos deban tener un legítimo espacio, y esa es la trampa. Porque no se trata de enzarzarnos en la discusión de la libertad de expresión, ni de decir que yo “no estoy de acuerdo con usted, pero defenderé siempre su derecho a decirlo”, ni de seguir con el mantra obsoleto (sí, lo siento, obsoleto) de “en su modelo de país no quepo yo, pero en el mío sí cabe usted”. No. Por lo mismo que la violencia en sí misma no es valiente ni cobarde, cuando hablamos del discurso público no hablamos de libertad o censura de palabras en sí mismas. No combatimos la “libertad de hablar”, combatimos el poder que esas palabras representan, combatimos las palabras que son el brazo, el soporte y la condición de posibilidad de ese poder, de esa violencia supremacista. No combatimos en favor de una censura, combatimos en contra de la supremacía racial, de género, de sexo, binaria, patriarcal, funcional y clasista.

Toda violencia es disciplinaria y ejemplar. Toda violencia se produce como una señal a futuro que quiere recordar de quién es el espacio, y qué cuerpos pueden habitarlo. Las palabras, todas las palabras que deshumanizan unos cuerpos frente a otros, que despojan, cosifican, ridiculizan o estigmatizan, son la génesis de un tejido, de un camino, de un mapa. Las palabras no rajan el culo ni los labios. Las palabras indican que hay cuerpos erróneos, menos válidos, enemigos o incorrectos. Las palabras hacen del terreno político una cartografía donde rajar unos labios y un culo con una navaja sea posible, pueda ocurrir. Y ocurre.

Ojalá poder cerrar el texto con esa rabia transformadora que he visto en redes estos días. Ojalá acertar con la palabra justa de certidumbre puesta en lo colectivo (que es, sigue siendo, como siempre fue, nuestra única esperanza).

Ojalá no tener que ser nunca valientes ni cobardes.

 

 

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Lo normal y lo extraordinario de la violencia hacia las personas LGTBI y sus familias

Pablo Morterero (@pabloMorterero)

 

Una reflexión que últimamente comparto bastante es que, en mi opinión, la violencia no es algo puntual o reducido a determinadas acciones u omisiones, sino que nuestras sociedades se han estructurado históricamente sobre la violencia.

Cometemos el error de definir exclusivamente como violencia aquella que produce daños corporales, amputaciones o muerte. Estas son sin duda las más terribles, pero no necesariamente las que a largo plazo sean las más dolorosas e inhabilitantes.

Pero la realidad es que las violencias van mucho más allá. Pero son tan habituales que pasan desapercibidas hasta para el ojo más prevenido.

Existe grandes hechos violentos, como el terrorismo, el asesinato, la violación. Ahí sí somos capaces, como individuos y como sociedad, de detectar rápidamente la violencia y nuestra respuesta por lo general es de severa condena y apoyo a las víctimas.

Pero existen violencia igual o más dañina para nuestra integridad física, social y emocional que no son tan evidentes y en las que no solemos reparar.

La violencia nos rodea. Se ejerce violencia en la pareja, en la familia, en los grupos de iguales, en el colegio, en la Universidad y en la empresa. Se ejerce violencia en las guarderías, en las residencias de ancianos y en los hospitales. Y se ejerce violencia en la política y en los medios de comunicación. No hay espacio de nuestra vida cotidiana donde esté exenta la violencia, a veces de baja intensidad, que adquiera formas de burlas, chantajes y apodos.

En el mundo anglosajón, tan dados a poner nombre a cualquier cosa o situación, los denomina bullying si se da en la escuela, o moobing, si ocurre en el trabajo, por ejemplo. Pero si leemos la prensa vemos las denuncias sobre las violencias obstétricas sobre las mujeres embarazas o parturientas, la violencia de las redes sociales, etc., algunas todavía sin nombre, pero igual de reales, dolorosas e incapacitantes.

Haber nacido, y ser educados y formados en medio de esa violencia de baja y media intensidad, hace que pasen desapercibidas o bien sean calificada de bromas, cosas de niños, asuntos de pareja, tradiciones, estrategias de motivación, cotilleos, etc.

Incluso nuestro refranero popular ensalza la violencia como práctica no solo tolerable sino recomendable: quien bien te quiere, te hará llorar; la letra con sangre entra; etc. son claro ejemplo de ello.

Y para afrontar esta violencia es fundamental tomar conciencia que cualquiera de nosotros somos a la vez ejercitadores de violencia y víctimas de ella. Porque los violentos no son necesariamente los que van embozados al final de una manifestación y portan cócteles molotov. Puede tener la apariencia de una amable abuela, de un joven responsable, e incluso de un atractivo presentador de noticias.

Y sin este paso, sin asumir que al estar educados en un sistema social que se articula sobre las relaciones de violencia y que nos convierte a la vez víctimas y verdugos, cualquier avance en este campo es muy limitado.

Como nos advertía Freidrich Schiller hace casi 200 años en su opúsculo “Sobre lo sublime”, “Nada es tan indigno del hombre, pues, como sufrir violencia: la actitud violenta lo aniquila. El que la ejerce nos disputa nada menos que la humanidad. El que la sufre cobardemente se despoja de su humanidad”.

Por desgracia, cada día las personas homosexuales (gais y lesbianas), bisexuales, no binarias o de género fluido, trans, intersex y queer, somos noticia por la violencia que sufrimos y que solemos denominar LGTBIfobia. Asesinatos, mutilaciones clínicas, palizas, amenazas, discriminación, etc, que llevan a muchos de los que lo padecen a las enfermedades mentales como la depresión, la adicción al sexo, el abuso de sustancia politóxicas o al intento de suicidio, en demasiadas ocasiones con éxito.

Por eso desde el activismo LGTBIQ debemos responder de forma contundente, coordinadamente y con valentía, ya que, si la sufrimos cobardemente, permitimos que nos despojen de nuestra humanidad.

Pero también debemos no solo ser capaces de detectar las violencias que nos aniquilan, en palabras de Schiller, sino también ser conscientes de aquellas violencias que ejercemos y que sin darnos cuenta despojamos de humanidad a nuestras víctimas.

La plumofobia, el edadismo, la gordofobia, etc. son algunas de esas lacras de violencia de baja y media intensidad que se viven entre las personas LGTBI, pero también la gaifobia, lesbofobia o la transfobia interiorizada, que nos llevan a ser víctimas de ella a la vez que verdugos de otras personas homosexuales y trans.

Incluso en ocasiones, la utilización desmedida de la acusación de homofobia o transfobia hacia los demás esconde una forma torticera de violencia.

La lucha contra esa violencia debe partir desde dentro hacia fuera. Para afrontar con éxito esa batalla, debemos primero analizar como desde nuestra vida cotidiana ejercemos violencia y la padecemos. Detectar los vínculos emocionales de esa violencia e intentar cambiar es fundamental en esta lucha.

Así estaremos realmente dando la batalla a las violencias.

 

Foto: Global Panorama

 

No cabe duda: una nueva ola de odio LGTB+ se está extendiendo por el mundo

Fernando Alvaro. Periodista Independiente

 

La conmoción que generó el vil asesinato de un joven gay en España no tiene precedentes. Este es uno de los mejores países para vivir siendo gay, pero los ataques de los últimos días muestran que, quizás, ningún país es realmente seguro. Lo ocurrido recientemente en Turquía y Georgia, donde los desfiles del Orgullo fueron interrumpidos brutalmente o incluso cancelados, representan un aterrador resurgimiento del odio LGTB+.

 

La policía turca dispersa la marcha del Orgullo de Estambul

En Turquía, la policía antidisturbios dispersó la marcha del Orgullo de Estambul del pasado mes de junio utilizando gases lacrimógenos y pelotas de goma contra los manifestantes. Después del desfile, un grupo de asistentes sufrió el ataque homofóbico de una multitud de 30 hombres mientras dejaban el evento. Estos hechos son consecuencia de la creciente hostilidad y discriminación contra el colectivo LGTB+ promovida por el gobierno de Erdogan en los últimos años.

La marcha del Orgullo de Estambul está prohibida desde 2015 y la policía reprime con violencia y realiza detenciones arbitrarias entre los que se manifiestan de forma pacífica. Estas medidas van acompañadas de una retórica homofóbica que defiende que los desfiles constituyen una vulneración de la moral pública.

Sin ir más lejos, en marzo de este año, Erdogan anuló la ratificación del Convenio de Estambul, un acuerdo del Consejo de Europa para combatir la violencia contra las mujeres. Desde el 1 de julio, Turquía está fuera del convenio y una de las razones aducidas para esta salida es que este promovería la homosexualidad, un pretexto para seguir promulgando el discurso discriminatorio contra el colectivo LGTB+.

 

La violencia de la extrema derecha impide la celebración del Orgullo LGTB+ en Georgia

El pasado 5 de julio, la Marcha de la Dignidad por los derechos LGTB+ en Tiflis, capital de Georgia, tuvo que ser cancelada por los propios organizadores debido a los actos violentos provocados por la ultraderecha y la Iglesia ortodoxa.

Una multitud violenta y homófoba arrasó la sede del Orgullo de Tiflis el mismo día en el que se iba a celebrar la marcha. Escalaron el edificio hasta el balcón y vandalizaron lo que encontraron a su paso, incluidas las banderas arcoíris. Mientras tanto, en otros lugares, se produjeron ataques a varios periodistas a los que les destrozaron las cámaras.

Ante estos hechos y la pasividad del gobierno, los organizadores decidieron cancelar el evento por motivos de seguridad. El Primer Ministro de Georgia, Irakli Garibashvili, culpó de estos sucesos al evento en sí mismo, que había calificado de inapropiado, y a los propios organizadores por incitar a la violencia convocando la manifestación en un lugar público en donde se podía generar confrontación. Los activistas consideran esto un ataque a los derechos sociales y valores democráticos por parte del gobierno georgiano.

 

Un joven gay es brutalmente asesinado en España

España sigue conmocionada por el asesinato homófobo del joven de 24 años Samuel Luiz el sábado 3 de julio en la ciudad de A Coruña. Samuel salió de un pub con una amiga sobre las tres de la madrugada y, ya fuera, hicieron una videollamada a otra persona. Un grupo de chicos que pasaba por allí interpretó la videollamada como que los estaban grabando y, tras proferirle insultos homófobos, comenzaron a golpear a Samuel hasta provocarle la muerte.

El vídeo de la brutal agresión salió a la luz el pasado 7 de julio y en él se puede ver como el asesinato fue un linchamiento propinado por un número indeterminado de agresores. De momento hay seis detenidos, tres de los cuales ya han ingresado en prisión y la policía mantiene varias líneas de investigación abiertas.

El trágico suceso desató una oleada de manifestaciones de repulsa contra el asesinato y defensa de los derechos LGTB+ en todo el país. En el caso de Madrid, se produjeron cargas policiales contra los manifestantes que pedían justicia para Samuel. Mientras en la calle se sucedían las protestas, la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, se desmarcó de la motivación homófoba del crimen y en la sesión de control de la Asamblea de Madrid el día 8 de julio se refirió dos veces a Samuel como “el chico de Galicia”, evitando decir su nombre.

En la misma línea, el presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, rechazó que se tratara de una agresión homófoba. Sin embargo, el asesinato de Samuel no es un hecho aislado, se enmarca dentro de un creciente auge de ataques contra el colectivo LGTB+ en España.

 

Repunte del odio LGTB+ en el mundo

Estos sucesos, ocurridos en diferentes países, muestran que se está produciendo una nueva ola de odio y violencia contra la comunidad LGTB+ ante la pasividad de gobiernos y autoridades. La brutalidad policial utilizada en la marcha del Orgullo de Estambul y las cargas contras los manifestantes en Madrid, así como la ausencia de protección para el desarrollo de la marcha en Tiflis, ponen de manifiesto la discriminación institucional hacia este colectivo.

Ante esta nueva oleada de odio, en parte alentada por los discursos de la extrema derecha, y la vulnerabilidad a la que está expuesto el colectivo LGTB+, las reivindicaciones y protestas son más necesarias que nunca.

 

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Lo que te llaman mientras te matan importa

Por Charo Alises (@viborillapicara)

 

Dice la OSCE ( Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, que un delito de odio es toda infracción penal, incluidas infracciones contra las personas y contra la propiedad, cuando la víctima, el lugar o el objeto de la infracción son seleccionados a causa de su conexión, relación, afiliación, apoyo o pertenencia real o supuesta a un grupo que pueda estar basado en la raza, origen nacional o étnico, idioma, color, religión, edad, discapacidad física o mental, orientación sexual u otros factores similares, reales o supuestos.

Cualquier delito de los contemplados en el Código Penal puede ser considerado un delito de odio si está motivado por un prejuicio.

La consecuencia de calificar una infracción penal como delito de odio es que se producirá un agravamiento de la pena.

La gravedad del delito de odio radica en que no solo afecta a la víctima sino que lanza un mensaje de intolerancia a todo el colectivo al que la víctima pertenece.

Cuando nos encontramos frente a un posible delito de odio, el principal objetivo de la actividad probatoria debe ser acreditar la motivación discriminatoria del hecho punible ya que, solo así, se podrá aplicar al tipo básico la agravante del artículo 22.4 del Código Penal.

Uno de los medios para acreditar la motivación discriminatoria del delito son los llamados indicadores de polarización. Los indicadores de polarización son indicios que señalan que estamos ante un delito de odio:

-Percepción de la víctima.
Siguiendo las recomendaciones de la Comisión Europea contra el Racismo y la Intolerancia (ECRI), la sola percepción de la víctima de haber sufrido un delito por motivos discriminatorios, debe llevar a las autoridades a emprender una investigación para confirmar o descartar la naturaleza discriminatoria del delito. Esta percepción no conlleva la automática consideración de los hechos como constitutivos de un delito de odio pero si compele a las autoridades a realizar las diligencias indagatorias que sean necesarias para averiguar el posible móvil discriminatorio del hecho punible.

-Pertenencia de la víctima a un colectivo o grupo minoritario.
Víctima de un delito por motivos étnicos, raciales, religiosos, de orientación o identidad sexual, discapacidad, etc. También puede ocurrir, que una persona no perteneciente a un colectivo vulnerable sea víctima de un delito de odio, bien por asociación (relación de la víctima con ese colectivo por motivos familiares, profesionales o de otra índole) o por error (víctima percibida como miembro de un colectivo vulnerable sin serlo).

-Expresiones o comentarios al cometer el hecho.
En este caso, se recomienda que sean recogidas con toda su literalidad en las declaraciones de la víctima o testigos y destacadas a ser posible usando letras mayúsculas y en negrita.

-Tatuajes o la ropa
La ropa o los tatuajes del autor de los hechos en muchas ocasiones estarán, por su simbología relacionada con el odio, muy gráficos para acreditar el perfil del autor y la motivación del delito. En este sentido, la policía deberá aportar informes fotográficos incorporados a los atestados que reflejen todos estos datos.

– Propaganda, estandartes, banderas, pancartas etc de carácter ultra.
La propaganda, estandartes, banderas, pancartas y otros objetos de carácter ultra que porte el autor o que puedan ser encontrados en su domicilio, son también indicadores de que los hechos denunciados pueden ser constitutivos de un delito de odio. Todos estos efectos deben ser filmados o fotografiados para su incorporación al atestado. El análisis de estos efectos, requerirá un conocimiento por parte de los investigadores de lo que se denomina la simbología del odio.

– Relación de la persona sospechosa con grupos ultras del fútbol.
En este caso, será necesario cruzar los datos de que dispongan los coordinadores de seguridad de estadios de fútbol en aplicación de la legislación de violencia en el deporte.

– Antecedentes policiales de la persona sospechosa.
Es también un indicador el hecho de que la persona sospechosa haya participado en hechos similares o por sido identificado anteriormente en la asistencia a conciertos de carácter neonazi de música RAC/OI, asistencia a conferencias, reuniones o manifestaciones de carácter ultra caracterizadas por su hostilidad a colectivos minoritarios. En este supuesto, se recomienda solicitar estos datos a los grupos de información de los cuerpos policiales.

– Lugar donde se comete el delito (proximidad centro de culto, bar de ambiente LGBT etc.).

-Relación del sospechoso con grupos o asociaciones caracterizadas por su odio, animadversión u hostilidad contra colectivos de inmigrantes, musulmanes, judíos, homosexuales.

-Fecha de comisión señalada para el colectivo afectado (Día del Orgullo LGTBI), o para el autor de los hechos (día del nacimiento de Hitler).

– La aparente gratuidad de los hechos denunciados.

La aparente gratuidad de los hechos denunciados, particularmente si son violentos y la víctima pertenece a un colectivo minoritario, es el indicador más potente de que nos encontramos frente a un delito de odio. Cuando una agresión o unos daños intencionados no tienen explicación verosímil y la víctima pertenece a un colectivo minoritario por su origen, etnia, religión, orientación o identidad sexual, el color de su piel o sus rasgos físicos, es muy probable que nos encontremos frente a un delito de odio y que la verdadera motivación del delito sea la pertenencia de la víctima o su relación con dicho colectivo.

Ahora bien, la presencia de dichos indicadores no demuestra por si sola la existencia de un delito de odio. Los móviles de odio solo quedarán demostrados tras una investigación rigurosa y exhaustiva cuyo resultado sea ratificado por un órgano judicial.

Si se dan los indicadores de polarización, el hecho debe quedar registrado como un delito de odio y se ha de emprender una investigación más profunda sobre el móvil del delito.

Por tanto, son importantes las expresiones proferidas a la víctima durante una agresión para calificar un hecho como delito de odio. Lo que te llaman mientras te matan importa.

 

«Luta contra a Homofobia. Foto: Guilherme Santos/Sul21» by Brasil de Fato is licensed under CC BY-NC-SA 2.0

A mí también por maricón

Por Ander Prol González(@AnderProlGlez) marika, periodista y sexólogo

 

Impotencia, rabia, angustia, tristeza… sobre todo eso, tristeza y frustración. ¿Qué hacemos? ¿Qué hago? Mañana podría ser cualquiera y no podemos permitirlo. Esta semana, en las multitudinarias manifestaciones pidiendo justicia para Samuel y denunciando las agresiones y crímenes homófobos, se ha hecho viral una pancarta que decía lo siguiente «lo que te gritan antes de matarte importa». Y así es.

Todos los miedos que tenemos los maricones desde que nos tildan por primera vez con esa palabra han vuelto a mí de una estacada. Tal es así, que los meses de terapia para combatir toda la homofobia que he vivido en mi día a día, por un momento, parecieron no servir de nada. Pero esta semana no he estado solo. Esta semana ciudades y pueblos se han llenado y, gracias a iniciativas como las de @christocasas, muchas también habéis llenado las redes de ataques homófobos que habéis sufrido. Y creo que, aunque sea doloroso, es reparador y necesario hacer este ejercicio que desde el feminismo llevan años haciendo.

Así, en un acto de empatía y desahogo creo que es un buen momento para relatar toda la homofobia que he sufrido en mis carnes. Por el yo sí te creo, por poner el grito en el cielo pero, sobre todo, porque las personas cisheterosexuales comprendáis que tenéis mucho que hacer si de verdad os consideráis aliades.

Comencemos por el principio. Educación primaria. Ya he hablado de la primera vez que oí el maricón. No me acuerdo exactamente del contexto, pero sí de las consecuencias. Mi cuerpo, mi yo más niño supo entender el por qué se me llamaba esto. No conocía el significado de la palabra, pero sabía que no era bueno. Esto es algo por lo que casi todas hemos pasado y las consecuencias son parecidas. Restringes los movimientos de tu cuerpo, el tono de voz, la manera de caminar, correr, saltar… Se trata de un autocontrol terrible del que a día de hoy incluso me cuesta desprenderme.

Afortunadamente, por decirlo de alguna manera, mi padre era el entrenador de futbol de todos mis compañeros de clase, por lo que, aunque no fuera por respeto a mí, sino a mi padre, fue de las pocas veces que escuché que me lo llamaran. Esto, en comparación con otros compañeros fue un alivio porque como todos sabemos siempre tiene que haber un maricón en la clase. En este punto, aunque se que no es necesario, me gustaría volver a agradecer a mi padre y a mi madre haberlos tenido de aliades reales creando un entorno totalmente seguro en el hogar.

La secundaria fue (como para cualquiera) algo más salvaje. Recuerdo que en primero de la ESO fue la primera vez que empecé a sentir deseo y atracción consciente hacia otras personas, hacia otros hombres. El miedo de la primera vez que escuché ese primer maricón volvió a mí, porque ya sabía lo que significaba. Mi reacción fue empezar a afirmar, como los demás chicos de clase, que me gustaba una chica, empecé a barnizar el armario en el que me encerraron cuando solo era un niño. Lógicamente esa chica era de mi grupo de amigas, y digo amigas porque realmente quienes han estado siempre ahí son ellas, no ellos. Gracias a todas ellas por, aun sospechando, no sabiendo o estando confundidas, estar, simplemente eso, estar. Pero no puedo olvidar todo el dolor experimentado en mi desarrollo sexual adolescente. Mientras en clase se hablaba de masturbaciones conjuntas, pornografía heterosexual o las primeras relaciones sexuales, yo me limitaba a llorar cada vez que me masturbaba porque a la cabeza solo me venían hombres.

Aun así, conseguí en los siguientes años engañarme con ser bisexual (afirmo esto como algo personal, se que algunas situaciones que describo son similares entre las personas del colectivo, pero la bisexualidad no es una fase). Esta idea hizo que pudiera desarrollar mi deseo real en la intimidad, sin sentirme culpable por ello y, a su vez continuar pareciendo heterosexual para la sociedad. Estamos hablando de cuando tenía unos 13 o 14 años y mi sueño era ocultar mi supuesta bisexualidad escogiendo solo enrollarme con mujeres.

Por fin en primero de bachiller, con 16 años, conseguí salir del armario, del primero de tantos. La familia y los amigos fueron un entorno seguro para mí en el que me sentí con el confort suficiente para decirles quién era de verdad. Decidí que jamás volvería a esconderme por lo que la noticia se extendió rápido, y más en un pueblo de 16.000 habitantes. Así llegaron los primeros comentarios: “Pues si es gay de verdad a mí que no me hable”; “buáh, estaba claro”; “a ver que nosotros da igual que hagamos comentarios sobre él, si alguna vez tiene problemas somos los primeros que le vamos a defender”.

Gracias a mi carácter y mi aspecto más o menos normativo empecé a ligar con chicos en los entornos en los que salíamos de fiesta, no puedo decir que lo tuviera “difícil”. Pero eso me hacía muy visible en un entorno festivo muy heterosexualizado y un día, volviendo en tren de ese pueblo mientras hablaba con dos conocidas sufrí uno de los peores momentos de mi vida que me ha tocado vivir por maricón.

Un conocido de mi pueblo entró con una piedra de consideradas dimensiones en la mano por la puerta que conectaba el vagón contiguo al vagón en el que nos encontrábamos. En cuanto me vio, se puso entre las conocidas con las que estaba y yo, y empezó el interrogatorio: “Hombre, ¿qué tal? ¿Cómo va todo? – mi mirada solo podía fijarse en la piedra – Tranquilo que esta piedra no es para ti, es para otro maricón, porque tú eres maricón ¿verdad? ¿Te gusta comer pollas? ¿Te gusta que te den por culo?

Mis amigas empezaron a decirle que me dejara en paz, pero las silenció de un plumazo. Quiero creer que por suerte, al fin llegamos al siguiente apeadero donde íbamos a bajarnos para seguir de fiesta y rápidamente note un tirón de mis compañeras del brazo y salimos del vagón. Él no se bajó ahí. Yo estaba congelado, no podía ni hablar y en un abrir y cerrar de ojos, antes de que el tren abandonara la estación, la roca salió disparada por una de las ventanas seguida de varios escupitajos. Al final, la pedrada sí que fue para este maricón. Me sentí sucio, culpable, la pedrada me dejó sin respiración y unido al ataque de ansiedad que me dio solo pude sentarme inundado en un llanto. Las conocidas con las que estaba me consolaron y me acompañaron donde mi cuadrilla. Gracias a todas, de verdad, en ese momento fuisteis mi sanación.

Es lo más fuerte que me ha pasado nunca y lo peor es que me alegro, visto lo visto me alegro de que solo fuera eso. A día de hoy podría mencionar la infinidad de veces que, sobre todo en un contesto festivo, mis amigas se han visto obligadas a defenderme ante ataques verbales. El que se me acercó al oído solo para gritarme “maricón”; los que se peleaban al grito de maricón en una estación como máximo insulto; el grupo del que nos tuvo que proteger a una amiga y a mí el portero de una discoteca de Madrid por pedirles que no hablasen de la manera en la que lo estaban haciendo de las mujeres…

Con las parejas ha sido parecido, sobre todo con las muestras de afecto públicas. Todavía siento las miradas hacía nuestras manos entrelazadas o cuando nos gritaron desde un colegio de primaria «maricones» estando simplemente sentados en un banco del parque frente al edificio.

Y esto con las que se han encontrado en el mismo momento de seguridad que yo para mostrar afecto en público. Porque si antes he hablado de cuando salí del armario por primera vez es porque en diciembre de este año volví salir del armario, también con mi familia y con mis amigos. Salí del armario con mi actual pareja, con la que llevo años; tiempo que se nos ha arrebatado y que nadie nos va a devolver.

Y digo arrebatado porque si alguno de los dos ha sentido inseguridad o miedo para contarlo ha sido porque así nos lo han enseñado. Porque nos llaman maricones antes de que sepamos que lo somos; porque nos hacen ver que ser maricón está mal; porque nos insultan, pegan y asesinan y, sobre todo, porque nos enseñan que debemos merecer ese odio y encima pretenden que nos sintamos culpables.

Ahora mismo siento desahogo, la frustración y la rabia continúan, la impotencia no tanto. Este ejercicio ha sido una mínima muestra de la homofobia que sufrimos desde parte del colectivo, algunas de las agresiones seguramente serán personales, a otres os sonaran algunas de ellas e incluso las habréis sufrido en vuestras carnes. No estoy seguro de qué tiempos vienen, ni de cómo debemos prepararnos para toda esta ola de violencia que vuelve a no tener vergüenza y cada vez es más explícita. Solo deciros que os organicéis, creéis redes, os defendáis y os cuidéis mucho maricones. Y como dijo Yessenia Zamudio en las protestas por los feminicidios en México: «la que quiera romper que rompa, y la que quiera quemar que queme, y la que no, que no nos estorbe».

Por las que no están, las que estamos y las que estarán.

 

Asesinado por maricón

Por Charo Alises (@viborillapicara)

 

Escribo esto desde las tripas, con rabia, desde la impotencia. A Samuel, el pasado 3 de julio lo asesinaron en A Coruña una pandilla de criminales al grito de “maricón”. Ese día tuvo lugar en Madrid la manifestación del Orgullo, acto reivindicativo en el que, precisamente, se exige, entre otras cosas, el cese de la violencia hacia las personas LGTBI. Sí, ese Orgullo que, junto a otros Orgullos: críticos , provinciales y también rurales, tanto molestan a quienes rechazan la diversidad. Cuando volvamos a escuchar con sorna el año que viene- como cada año-, que para cuándo un “orgullo hetero” les contestaremos citando los nombres de todas las personas LGTBI que, como Samuel, han sido víctimas del odio y la intolerancia simplemente por ser quienes son .

Desde aquí, como ciudadana y como mujer lesbiana, exijo a los poderes públicos que cumplan con el mandato del artículo 9 de la Constitución Española y ,en consecuencia, adopten las medidas oportunas para acabar con los crímenes de odio hacia las personas LGTBI. Esas medidas tienen que ser transversales e implementarse en todas las administraciones públicas, porque las personas LGTBI habitamos todos los espacios.
Desde el respeto a las instancias judiciales, no puedo dejar de señalar cómo, desgraciadamente con demasiada frecuencia, parte de la judicatura califica como delitos leves hechos que constituyen delitos de odio ,sin indagar en la motivación discriminatoria del incidente denunciado. Esto, además de ser un error y una injusticia, es un factor que desmotiva a las víctimas que se plantean interponer denuncia, engrosando así las cifras de infradenuncia, factor que tanto perjudica a la lucha contra los crímenes de odio.

Estamos en un momento en el que en este país los discursos de odio hacia quienes son diferentes se han normalizado en la esfera política y social sin tener en cuenta el peligro que esto conlleva. Los discursos de odio son la antesala de los delitos de odio. No es una cuestión de “corrección política”, se trata del respeto a los derechos humanos, porque la LGTBIfobia no es una opinión, es odio.

Frente al odio necesitamos medidas de prevención, educación en el respeto a la diversidad sin vetos, sin censuras, programas de formación dirigidos a todas las instituciones implicadas que capaciten al personal de los distintos organismos públicos para hacer frente a los delitos de odio, son necesarios servicios especializados que presten una atención integral a las víctimas de discriminación, y, sobre todo, exigimos respeto a nuestros derechos humanos.

Las personas LGTBI somos ciudadanía de este país y, por tanto, exigimos al Estado que nos garantice una vida en libertad, en paz, sin sufrir discriminación ni violencia solo por el hecho de ser quienes somos.

El equipo de 1 de cada 10 envía un fuerte y caluroso abrazo a familiares y amistades de Samuel.

Hoy todas las personas LGTBI somos Samuel.

 

1 de mayo interseccional

Por la Plataforma 1 de Mayo interseccional

 

El 1 de mayo, “Día internacional de los trabajadores” se celebra desde hace más de 100 años. Como sabemos se conmemora la huelga que en 1886, exigía la jornada laboral de ocho horas. Sin embargo, lejos ha quedado ya aquél sujeto obrero que durante décadas se evocaba al pensar en la clase trabajadora: hombre, cis, hetero, blanco y operario fabril. Así como lejos ha quedado también la idea de que las feministas son mujeres cis blancas de clase media. Hoy, trabajadoras somos todas, tanto asalariadas  como quienes ejercen los cuidados sin ningún tipo de remuneración. La clase trabajadora somos las amas de casa, las pensionistas, las estudiantes.

Las vidas precarias, migrantes, negras y marrones, gitanas y asiáticas. Las disidentes de género, sexuales y/o cuerpo, las discas, las supervivientes de la psiquiatría. Todas las que no entramos dentro de la idea euroblanca de “sujetos políticos”, todas las que no entramos en sus modelos coloniales, capacitistas, heterosexuales. Somos nosotres, la clase trabajadora, quienes sostenemos la vida en momentos de crisis y somos también quienes más sufrimos las consecuencias del sistema capitalista, que explota y deshecha cuerpos que a sus ojos, no importan. Lee el resto de la entrada »

El armario y las personas trans

Por Marcos Ventura Armas (@MarcosVA91) activista de Gamá, Colectivo LGTB de Canarias

Foto: Ted Eytan

Cuando empecé a hacer activismo lo hice convencida de la importancia de hacer un mundo mejor, pero también siendo consciente de que me arriesgaba a pagar un precio por ello. Ningún cambio sale gratis, todos se consiguen con sacrificio y también, lamentablemente, con sufrimiento personal.

Dado que cada día estoy más firmemente convencida de que lo personal es político, hoy quiero hablarles de un tema que han usado contra mí muy a menudo y que admito que me resulta doloroso, y es el tema del armario.

Ser una persona trans en una sociedad cisexista no es fácil. Ser una persona trans no binaria como realidad aún menos conocida y validada, tampoco lo es. Pero decidir visibilizarte como una persona trans antes de decidir hacer un tránsito, ya sea físico o de expresión de género, supone exponerte a una violencia muy grande. No me arrepiento de haber decidido hacer este activismo, creo que las personas trans que deciden no transitar necesitan tener referentes y que alguien les reconozca públicamente que su identidad es válida. Pero el cisexismo es muy violento en su defensa de que ciertas expresiones de género solo pueden vincularse a ciertas identidades. Lee el resto de la entrada »

Elsa, por supuesto que estamos contigo

Por Marcos Ventura Armas (@MarcosVA91) activista de Gamá, Colectivo LGTB de Canarias

Elsa Ruiz ha destapado la caja de los truenos. Es mujer, joven, trans, y no tiene cátedra ni madrina, solo la respaldan la razón de sus argumentos. ¿Cómo se atreve alguien así a contradecir al Feminismo™? No se podía tolerar, así que había que organizar una campaña de acoso y derribo contra ella. Porque, como todas sabemos, no hay nada más feminista que organizar una campaña de acoso en redes contra una mujer, por no ser lo suficientemente buena mujer (cáptese la ironía). Después dirán que Elsa no puede entrar en los espacios feministas por la violencia inherente a su socialización masculina… Y entre tanto sinsentido, ya no sabremos si reír o llorar. A Elsa Ruiz la han atacado por denunciar en un video reciente lo violento que se había vuelto el acoso organizado por parte de las terfs en redes sociales, pero ¿por qué este nivel de violencia? Porque se saben acorraladas y en minoría.

Varias personas han dejado al descubierto la mentira de que el Feminismo™ haya sido siempre trans-excluyente. Ya no solo por la famosa Simone de Beauvoir, que es seguro se escandalizaría de la posición de esencialismo biológico que adoptan las terfs (no es casualidad que Lidia Falcón haya decidido relegarla a referente de segunda) sino que todas las grandes referentes de la segunda ola apoyaron a las mujeres trans. Lo hicieron de forma no tan directa Sulamith Firestone (quien dijo que había que abolir el sexo) y Kate Millet (que se hizo eco de los descubrimientos de la medicina de los 60 sobre las identidades trans) pero de forma totalmente explícita se pronunciaron Andrea Dworkin (que dedicó todo un capítulo de uno de sus libros a apoyar a las mujeres trans) o Catherine McKinnon, quien dijo expresamente

“Siempre he pensado que no me importa la manera en la que una persona llega a ser mujer u hombre; no me importa, de verdad. Quienquiera que se identifique como mujer, quiera ser una mujer y se presente como mujer, hasta donde llega mi entendimiento, es una mujer.”

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