Archivo de noviembre, 2023

Rock & Roll

Por Sara Levesque

 

¡Qué sorpresa cuando me dijo que le encantaba el rock and roll! Se la veía tan delicada y grácil… Como si a las personas como ella no pudiera gustarles el estilo musical más puro que existe.

Me asombré de mi propia comparación, avergonzada. Y deduje, una vez más, que era maravillosa, única. Y me volví a aficionar al rock una temporada, dejando el blues para cuando no estuviera. Así tendría algo de qué hablar con ella mientras buscaba los términos adecuados para decirle «qué guapa estás» en vez de pensarlo a hurtadillas.

Me gustaba porque era sencilla.

La conocí y en mi mente se abrieron los vínculos necesarios para que apareciese cada vez que cerraba los ojos. Si mañana me quedase ciega, seguiría percibiéndola porque ya no existe en mi cerebro sino un poco más abajo, en un rinconcito alrededor del cual sopla siempre mucho aire. Deduje que era tan preciosa que debería estar prohibida; que si alguien pretendiese arrestarla sería yo encerrándole la boca con mis labios.

Los días avanzaban. Dejé pasar uno tras otro, convenciéndome de que al siguiente sería valiente y le diría que me gustaba. Que quería invitarla a un café y perderme en su mirada ilegal. Que ambicionaba el deseo de ser la protagonista de sus poemas más sensuales y de los más desgarradores. Que me gustaba porque era sencilla. Sencilla, que no simple.

Iría, alegre y viva, hacia ella, y le diría de todo menos quejas. Sabía que no soportaba a los quejicas. Le sonreiría; eso era fácil cuando nos mirábamos. La luz de sus parpadeos siempre me invitó a ello, incluso cuando una vez soltó no sé qué historia acerca de una chica que le llenaba el estómago de mariposillas ––y no era yo––. Hasta en esa situación me nacía sonreírle, a pesar de que los celos me pudrían las entrañas. Y cuando reía, le brillaba el sol entre los dientes, ¿lo sabías?

Me sedujo su calma. Y su espontaneidad… Era como saltar al vacío sin importar dónde caer ni si va a doler mucho. Como cuando movía la mano al gesticular y tiraba el objeto con que se topaba, rompiéndolo. Con ese ademán involuntario armaba un desorden que a cualquiera le daría ganas de desarmarla a gritos. A mí no. Yo me rompía, pero en carcajadas.

Me hacía reír incluso cuando miraba mi teléfono y veía que la llamada que esperaba seguía perdida; cuando el silencio de mis proyectos era lo único que me sonaba; cuando estaba de inmundicia hasta las cejas y con la toalla escurriéndose de mis dedos muy despacio, tan despacio que afligía; o cuando mi único deseo era encarcelarme bajo la sábana y quitarle el corcho a La Rioja para bebérmela.

Me atraía que solo alzara la voz para desternillarse a gritos, con esa risotada infantil que exteriorizaba como si le hubieran golpeado la espalda, escupiéndola. ¿Por qué mis labios no caminaron con decisión desde sus mejillas hasta el hogar donde viven sus besos? Porque tenía miedo. Muchos miedos diferentes. Me daba respeto e intimidaba su posible respuesta. Me asustaba dejar pasar esa ocasión y que la vida se hubiese cansado de tenderme su mano, saturada de oportunidades. Recelo de acabar siendo esa que siempre va con la hora a destiempo. Espanto de perderla antes de saber lo que era tenerla en mi vida como algo más que una amiga. Temía querer invitarla a algo y que no pudiera porque tenía prisa o algo mejor que hacer… Quise ser valiente por una vez, lo prometí. Lo malo fue que me creí mi mentira. Una vez más.

Pensé que debía darle un giro a mi conducta con ella. Olvidarme de este constante desgranar de bobadas. Quizá el resultado hubiese sido otro si rompía las leyes y ese giro lo daba con /j/. Porque me cautivaba. Porque era sencilla. Porque me cautivaba su sencillez. Y el jiro que provocaba en mi día a día.

Lo que deseaba, más que amor, era hacerle reír hasta que se le durmiera la mandíbula. Porque así era como me imaginaba la felicidad: a través de su risa. Y eso tan sencillo me gustaba…

© Sara Levesque

La ficción de un mundo inmune

Fundación 26 de diciembre

 

La Fundación 26 de Diciembre, entre sus objetivos fundacionales, contempla la atención especializada a personas mayores LGTBI con VIH/ SIDA y el fomento de la investigación. Partiendo de estos objetivos, consideramos que tocaba dedicar el VI encuentro de investigación, memoria y experiencias LGTBI al VIH/SIDA, aún muy presente en nuestra comunidad.

‘La ficción de un mundo inmune. Salud sexual, VIH y envejecimiento’ es el VI encuentro de investigación, memoria y experiencias LGTBIQ+, una jornada de carácter interdisciplinar organizada por la Fundación 26 de Diciembre.

Durante la jornada del día 1 de diciembre, en la sede de la Fundación, contaremos con profesionales del ámbito sociosanitario, activistas y artistas, con el objetivo de poner en común los trabajos más novedosos relacionados con el envejecimiento, la salud sexual y el VIH.

Contará con la ponencia inaugural de Vicente Estrada, y las intervenciones de Josep Maria Tomás de SuperVIHvents, José Fley de GtT. Por la tarde tendrán lugar la mesa redonda ‘Artivismo y Comunicación’, con las intervenciones de Andrea Galaxina, Daniel Cortez y Débora Álvarez y, para finalizar la jornada, se ofrecerá la lectura dramatizada de la obra de teatro ‘Dancing Queen. Amar en tiempos del SIDA’.

Para consultar el programa detallado e inscribirse en estas jornadas utiliza este enlace.

 

La Fuente de Trevi

Por Sara Levesque

 

Nunca se lo he confesado, pero si me duelen las heridas, me las curo entre sus versos. Yo escribo del género bohemio, que todavía no se ha inventado, como tal. Ella escribe con el alma a flor de piel, y aún me cuesta armarme de valor para hacerle saber, sin acobardarme demasiado, que quiero que acaricie de cerca mi corazón con cada poema suyo. Que le haga temblar de rabia o de emoción, que lo engrase con su prosa y se la entregue desde cualquier dirección. Que sigamos adelante donde lo dejamos aquella tarde que tan tarde se nos hizo. Porque mis sueños sin ella, nada son.

Nunca se lo he reconocido, pero deseo desde siempre arrancarle una sonrisa o la ropa en vez de ansiar huir de ella por el espanto que me tengo, aunque suene a incongruencia. No supimos saborear los momentos con los ojos cerrados a tiempo. Me arrepiento de lo que pasó, no por ello volveré a dejarme arruinar por la desazón. Quien manda en lo que a ella se refiere es mi corazón. Y si sigue latiendo su nombre con pasión solo es por una razón.

No sé a qué estamos esperamos para dejarnos abrazar por nuestras sonrisas. Sí sé que cuando estoy en la calle, ante el papel o en la cama, ya sea sola o acompañada, mis sueños sin ella, nada son.

No fue fácil alejarla. Odiarla sí. Pero alejarla hasta el olvido… Eso ya es otro cantar. En su caso se podría decir «otro recitar», que va más con ella. Con la escritora que se olvidó de escribirme.

Reconozco que alguna vez la he odiado. Y también que viví momentos en que era incapaz de distinguir a quién despreciaba más: a su indiferencia o a mi timidez. Aun así, querer alejarla no es mi sentimiento más fuerte. El que gana la batalla también empieza por /a/. Y si se gira la palabra luce el paradero de la Fuente de Trevi.

Me gustaría poder hallar mil maneras de convertirla en un recuerdo indoloro. No sé si es mejor que duela un ratito o que escueza para siempre. A pesar de no haberme prometido nunca nada, ni siquiera un insulso «tal vez» de madrugada, lastima mucho más de lo que me convendría; se me desgarra una y otra vez la herida. Eso es maldito, teniendo en cuenta que ella tendrá a otra a la que le prometerá toda su vida, que es lo que se me escurre a mí a medida que pasan los días.

Al margen de eso, mi parte más sádica sigue encantada de que me robe el sueño, que me confunda el pensamiento, que me castigue sabiendo que moriré virgen de ella, que siga paseándose por aquí dentro, en el meollo de este corazón que palpita afónico frunciendo el ceño.

No me voy a sentir mal por mentir, por latir, por ser algo pesada o por quererla de mala manera como si fuese una chiflada. Mi corazón está geométrico, se le marcan las esquinas, y en cada una de ellas brilla su puto nombre; un nombre, Lector, que empieza por /*/ y, joder, nunca termina.

No aguanto más la vida detrás de ella. Quiero adelantarme hasta llegar a su lado. Escribirle y que me responda, encontrarla, hallarla sin buscarla, no imaginarla. No volver a fallarla y sí cambiar la primera /a/ de ese verbo por la cuarta vocal.

Con ella me bastó un instante para enamorarme y toda una vida para aprender a olvidarla. Un sinfín de sus versos con los que calarme y una buena hostia a (des)tiempo para valorar su arte.
Supongo que en eso se basa mi aguante: en saber aceptar su versión más distante.

© Sara Levesque

 

 

En mitad de tanto fuego

 

Hoy recomendamos En mitad de tanto fuego, de Alberto Conejero, publicado por Dos Bigotes.

 

No estoy aquí para contar la guerra de Troya.
Esta es la historia de mi carne,
allí donde coincidieron la muerte y el amor.

 

Tomando como punto de partida el canto XVI de la Ilíada, el dramaturgo Alberto Conejero, ganador del Premio Nacional de Literatura Dramática en 2019, nos brinda una aproximación personal e íntima al poema de Homero, una nueva mirada vivida y contada desde un personaje secundario en el relato habitual, tan discutido como fascinante y misterioso: Patroclo, el «más amado» por Aquiles.

En mitad de tanto fuego —que enlaza diversas épocas y donde aparecen referencias y citas de, entre otros, Safo, Pedro Lemebel, Anne Carson o Luis Cernuda— es un alegato antibelicista y una muestra más de la impotencia del arte ante la guerra; un oratorio por las víctimas que habla de conceptos como el poder, la pasión, la violencia o la patria.

La obra es también un intento de contar la historia de otro modo, que es imaginar el futuro de otro modo. El rescate de una alegría posible. El canto de un personaje que aquí es, ante todo, carne enamorada y deseo. Un deseo libre y disidente.

Porque yo no estoy aquí para hablar del «compañero devoto», ni «del más querido entre los soldados», yo estoy aquí para reventar los eufemismos, para hablar del amante insaciable.

Sobre el autor:

Alberto Conejero López es licenciado en Dirección de Escena y Dramaturgia por la Real Escuela Superior de Arte Dramático y doctor por la Universidad Complutense de Madrid. De su producción dramática destacan: El mar: visión de unos niños que no lo han visto nunca (2022); La geometría del trigo, Premio Nacional de Literatura Dramática (2019); Los días de la nieve (2017, Premio Lorca 2019 Mejor Autor); Todas las noches de un día (2018, ganador del III Certamen de Textos Teatrales de la AAT); La piedra oscura (2015, Premio Max al Mejor Autor Teatral 2016 y Premio Ceres al Mejor Autor 2016, entre otros); Ushuaia (2013-2022, Premio Ricardo López de Aranda 2013); Cliff (acantilado) [nuevo título y versión: ¿Cómo puedo no ser Montgomery Clift?], ganador del IV Certamen LAM 2010; Húngaros, Premio Nacional de Teatro Universitario 2000; Fiebre, accésit Premio Nacional de Teatro Breve 1999. Ha sido también responsable de diversas dramaturgias y reescrituras: Medea (Teatre Lliure); Electra (Ballet Nacional de España y Teatro de la Zarzuela, 2017); Fuenteovejuna (Compañía Nacional de Teatro Clásico, 2017); Troyanas (Festival de Teatro Clásico de Mérida, 2017); Rinconete y Cortadillo (Sexpeare Teatro, 2016); Amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín (Festival de Otoño a Primavera / Metatarso, 2016); Proyecto Homero / Odisea (La Joven Compañía 2016), entre otras. En febrero de 2020 publicó En esta casa, su segundo poemario tras Si descubres un incendio (2017).

 

Afroqueeridades

 

Hoy recomendamos Afroqueeridades, de Yolanda Arroyo Pizarro publicado por EGALES.

A través de sus páginas, nos sumerge en la vida de personajes que resisten al cistema y al patriarcado como mejor pueden: con sus propias armas. La poderosa historia de la resistencia en Puerto Rico se redescubre entre relatos inspiradores que demuestran un colectivo de «todes» que desafía adversidades y lucha por la justicia y la igualdad en una sociedad marcada por la opresión y la discriminación. Cada cuento es una ventana hacia el pasado-presente, hacia lo afroqueer, hacia el no binarismo para tejer el hilo de la venganza, la esperanza y la determinación. El libro celebra los atinos y defectos de la rica cultura y la indomable esencia de un pueblo que se niega a ser silenciado.

Afroqueeridades rinde homenaje a les héroes anónimes que forjan un camino de libertad y empoderamiento desde sus intimidades de amor, desamor, derrotas y pérdidas, que trascienden fronteras y que dan voz a una nueva épica merecedora de ser contada y recordada.

Sobre la autora

Yolanda Arroyo Pizarro  es escritora y se considera lesboterrorista. Ha publicado libros que denuncian y visibilizan las relaciones entre personajes antihegemónicos, sexodiversos e interraciales. Entre sus apasionados enfoques literarios también promueve la discusión de la afroidentidad, la poliamoría, y la confrontación al opresor. Ha ganado el Premio Nacional de Cuento PEN Club 2013 y el Premio del Instituto de Cultura de Puerto Rico 2012, además del Premio Nacional del Instituto de Literatura Puertorriqueña 2008. Fue seleccionada en 2007 como una de las escritoras latinoamericanas más importantes por el Hay Festival en el Bogotá 39 de Colombia. Ha sido traducida al inglés, italiano, francés, alemán y húngaro. En el año 2013 participó en el congreso literario OWWA, Organization of Women Writers of África en Accra, Ghana. La Editorial Egales ha publicado también «Caparazones» (2010) y «Lesbianas en clave caribeña» (2012).

 

La Paz

Por Sara Levesque

 

Al final comprendí, demasiado tarde, que hacernos daño era mejor que no hacernos nada. Sé que estaba de paso por mis días. Pero sus pasos eran tan bonitos… Y todavía hoy, años después, me pregunto si encontraré alguna vez una mirada que tenga la vista tan linda como la suya.

Ya no distingo qué es felicidad y qué es Musa. Cualquier mujer que pase por mi lado, por mi cama o por mi vida la acabaré comparando con ella y siempre perderá. No es ella, soy yo; nunca logré a olvidarla del todo. Lo único que me queda en el tintero para decirle por escrito es que la sigo queriendo como nunca llegué a quererla.

No existe un final para nuestra historia. Por eso continúo escribiéndola. No se puede cerrar una historia que no comenzó.

Hui hacia delante. Y quise encontrar paz acurrucada entre sus pechos, cobijada por su protector busto. Pero esa paz vivía a miles de kilómetros de mí. Existe un atajo: estas palabras, como una escalera muy alta y robusta que no se me rompa si intento abrazarla desde tan lejos.

Desapareció de las redes porque su entusiasmo debía ser pleno. Porque su gozo no me extrañaba en absoluto. Y yo tenía demasiado tiempo libre para pensar en nuestro tacto en bruto. Mi alegría sí la echa de menos. Yo sí continúo en las redes, pero atrapada, asfixiándome por el recuerdo de sus ojos color impreciso, siempre infinito.
Hui de mis sentimientos por miedo. Miedo a no saber hacerla feliz. Miedo a expresar lo que sentía. Miedo a desaprovechar todas sus sonrisas. Un miedo atroz, un miedo suicida. Fui presa del peor de los pánicos; una estúpida también. Pensaba que me conocía bien hasta aquel día. El día en que guardé silencio para ver cómo se alejaba. El día que, en realidad, era una noche. Con mi secreto le expresaba: «adelante, ve a buscar a otra que haga lo que yo quiero hacerte: feliz». La alejé tanto que llegó a cruzar el océano.

Y cuando miro su foto, no puedo evitar tocarme los labios —los de la cara—. No sé si porque recuerdo así mi silencio, o porque anhelo su beso. Un beso que debía ser nuestro y acabó perdido en el tiempo. Dando vueltas atrapado en una red.

La experiencia vivida con mi musa interminable es como uno de esos eventos que solo pasan una vez en la vida, y por casualidad. Vino de rebote, porque se encontraba en el lugar adecuado y en el momento más oportuno. Y yo pasaba por allí. Era de esas personas que crea adicción cuando la pruebas. Al saborearla, aunque sea con la mirada, vuelve yonqui hasta a la más impasible. Y después, cuando decide marcharse sin mirar atrás, deja a la adicta desquiciada, gastando sus días buscando su mirada en los ojos de los demás, comprando parpadeos a cambio de ilusiones.

Una toxicómana de su ternura, esa soy yo. Con el corazón agarrado a las costillas porque no puede sostenerse en pie por sí solo. Un corazón que ha vuelto a ser la versión más pura de una víscera, herido, resquebrajado, despedazado. Podría herirla con alguno de ellos que saltase con suficiente fuerza.

Mi boca vuelve a ser capaz de sonreír, pero con la forma de cicatriz que le dejó antes de marcharse a otro lugar más exótico, con más paz. Una paz que no quiso compartir conmigo, y aquí sigo, envuelta en la misma nube de la que no deja de llover. La nube que me entregó sin ser consciente la tarde de los tapones. Una paz que para su alma es vital, sin ella no sabría respirar. La paz que siempre le ensanchaba la sonrisa cuando la recuerda. La Paz… Qué ciudad tan irónicamente tormentosa para mí.

© Sara Levesque

 

Rafiki

Por Charo Alises (@viborillapicara)

#CineLGTBI

 

Esta cinta keniata dirigida por Wanuri Kahiu, se estrenó el año 2018 en Cannes y compitió por la Palma Queer, distinción que se otorga al mejor film LGTBI del festival. Rafiki fue la primera cinta procedente de Kenia que se exhibió en Cannes. El film muestra las consecuencias de ir contra la norma en sociedades poco amigas de la diversidad. El argumento gira alrededor de la relación de amor que surge entre las jóvenes Kena y Ziki, cuyos padres son rivales políticos, y las dificultades a las que se enfrentan las dos jóvenes debido a la situación de las personas LGTBI en Kenia.

La película se inspira en Árbol de Jambula, un cuento de Mónica Arac de Nyeko. Rafiki significa amiga que es como se presentan las parejas de lesbianas en Kenia debido al rechazo a las personas LGTBI que existe en el país africano. La producción corrió a cargo de Europa, Líbano y Estados Unidos ya que en Kenia resultó imposible encontrar financiación. Sobre esta cuestión Kahiu denunció que para conseguir dinero que te permita hacer cine en Kenia tienes que hacer películas sobre aquello que las ONG estén financiando en ese momento, como el SIDA o la mutilación genital femenina. Según la directora, estas imágenes ayudan a construir África como lo Otro. Wanuri Kahiu se define como una cineasta que hace películas sobre África. Ella hace películas para las próximas generaciones: Porque tenemos niños que estamos criando, y porque hay personas aquí que ya existen (mi hija existe ahora), a las que le estamos contando historias: necesitamos mensajes muy claros.

El gobierno keniata prohibió la película con el argumento de que promocionaba el lesbianismo, teniendo en cuenta que ese país castiga las relaciones entre personas del mismo sexo con hasta 14 años de prisión. Anuri Kahiu demandó al gobierno y el Tribunal Supremo le dio la razón y levantó la prohibición que había recaído sobre la cinta y permitió la proyección de la película durante 7 días.

Rafiki rompe con los roles de género y la heterosexualidad obligatoria. Reivindica el derecho a ser y así lo expresa Kena en el diálogo que mantiene con su amigo Blaksta:

Desearía ir a algún lado donde podamos ser de verdad.

El color, la luz y la vida envuelven esta cinta en la que se percibe calma a pesar de las dificultades. El film nos hace partícipes del empuje de la juventud, que pone todo su empeño en cambiar una realidad llena de prohibiciones que cercenan sus libertades.

La cinta muestra la cultura y el vibrante estilo de vida keniano. La música pop confiere a la historia una enérgica intensidad. La fotografía corre a cargo de Christopher Wessels, que envuelve la historia en una neblina de colores ricos y brillantes. Los colores brillantes se reflejan también en el diseño de vestuario que se basa en la ropa tradicional de Kenia. El diseño de producción está marcado por la riqueza cromática de los edificios y los interiores. El color principal es el rosa, asociado a la feminidad , que palpita en cada imagen, desde el rosa claro del cielo hasta el rosa del cabello multicolor de Ziki y los rosas brillantes de las ropas de Kena y Ziki. Sobre su trabajo en la película, Wessels afirmó: Como sudafricano, me sentí muy similar a las comunidades de mi país y me encantó poder experimentar un poco de la cultura keniana.

Kahiu y Bass, coguionistas de la historia, definen con solvencia a las protagonistas de la historia. Ziki, más decidida en apariencia, apoya a Kena para que reconozca su fuerza. Ziki quiere librarse de las ataduras de la tradición y vivir la vida según sus convicciones y anhelos. La película transmite un mensaje de autoaceptación y amor propio muy empoderador.

 

Qué locura enamorarme yo de ti

«Soy el pecado que te dio nueva ilusión en el amor.

Soy lo prohibido».

Dino Ramos y Roberto Cantoral

 

Hoy recomendamos Qué locura enamorarme yo de ti, de Gabriela Wiener, publicado por Continta Me Tienes.

¿Por qué dos amigas no pueden tirar, por qué no tirar con los maridos o las mujeres de los amigos, por qué no desear a quien no nos desea, por qué no amar y dejarse amar sin condiciones, por qué no enamorar sin estar enamorado, por qué no dormir sin tirar, por qué no tirar sin dormir, por qué no tener una pareja no romántica o no sexual, por qué no amar a más de una persona? Ya lo hacemos, ahora dejémoslo ser.

Gabriela Wiener escribe en primera persona esta pieza teatral en forma de retrato familiar poliamoroso atravesado por los celos, el frenesí y, sobre todo, el amor a tres devenido en cinco.

A la obra le acompañan en este volumen una colección de paratextos o relatos en los que desfilan las grandes obsesiones de su obra: la maternidad, la pasión, las rupturas y la mirada racista de su país de adopción. La autora se desnuda en estas páginas para dejarnos ver las marcas que dejó sobre su piel su esfuerzo para construir otro modelo de amor y de familia, en el que casi fueron felices.

«Cómo alivia saber que hay otras maneras, tantas maneras para el amor. Qué locura enamorarme yo de ti es un balazo de agua fresca: sincero, fuerte y conmovedor».

Samanta Schweblin

Sobre la autora
Gabriela Wiener

Es escritora y periodista peruana residente en Madrid. Ha publicado los libros Sexografías, Nueve Lunas, Llamada perdida, Dicen de mí y los libros de poemas Ejercicios para el endurecimiento del espíritu y Una pequeña fiesta llamada eternidad. Sus textos han aparecido en antologías nacionales e internacionales y han sido traducidos al inglés, portugués, polaco, francés e italiano. Sus primeras historias se publicaron en la revista peruana de periodismo narrativo Etiqueta Negra. Fue redactora jefe de la revista Marie Claire en España y columnista del The New York Times en español. Hoy escribe una columna para publico.es. Ganó el Premio Nacional de periodismo de su país por un reportaje de investigación sobre un caso de violencia de género. Es creadora de varias performances que ha puesto en escena junto a su familia. Recientemente escribió y protagonizó la obra de teatro Qué locura enamorarme yo de ti. Su libro más reciente es la novela Huaco Retrato. Junto a sus compañeras están construyendo el proyecto de residencia literaria y comunidad artística Sudakasa en Castilla-La Mancha, España.

 

Radical

Por Sara Levesque

 

Le dije «bésame» y me dio el pésame.

No era por hacerle un regalo en persona. No era por acabar existiendo a base de excusas. Olvidaré lo que dijimos antes de que sea demasiado vieja para perdonarlo. Perdonaré todo lo que no nos sugerimos para poder olvidarlo. Mejor relameré el recuerdo de su acogedora forma de ser.

No era por pasear por Madrid con ella para esquivar los mortíferos dientes de la ciudad tras su cálida sonrisa. No era un deseo, era un sueño que se me perdió por el camino. Ni siquiera me lo robaron, lo extravié yo solita con una maestría de lo más asombrosa.

Sí era por dejar de ser RADICAL y pasarme al bando NEUTRAL, ese en el que las rosas que repartía llevaban las espinas de goma y no herían. Sí era por besarle los versos y sanarme la ausencia de su cariño. A día de hoy, sigo pidiendo en la playa de Ojalá la copa que nunca compartimos, que nunca bebimos, porque nunca nos quisimos. Aún doy dos besos en vez de uno en la bifurcación donde se acabó lo que nunca empezó.

La esperé en un lado de la vida y resultó que estaba en el contrario, en una taciturna búsqueda de la que no me percaté por ser ella muda a mis señales y yo ciega a su poesía. Me fui quedando tan invidente del miedo a perderla antes de saber lo que era tenerla, que no tuve ojos en el corazón para poder verla.

Maldita sea, nunca supe encontrarla, solo imaginarla hasta que me dolía el pensamiento. Hasta que llegaba otra mujer y me hacía ojitos para superponer su estampa al recuerdo de mi musa. Cuando me decidía a cerrar los míos, surgía de nuevo con su arte. Eso no le importaba y a mí me afectaba demasiado.

¿Qué tal si le daban por culo a lo que se debía hacer y parábamos de prohibirnos? A mí el protocolo me tocaba un pie y, de paso, el otro.

¿Por qué no decidimos probar a estar juntas un ratito y dejar de ponerlo por escrito?

¿Por qué no podemos ser ahora valientes o, al menos, sinceras, para cerrar el absurdo paréntesis de años en blanco que nos distanciaron, que fueron más difíciles de superar que cruzar el Atlántico de un salto?

Hoy, mi conclusión es que no existen los puntos suspensivos. No sobreviven más interrogantes. Se acabó vivir en un tiovivo la misma huida repugnante. Ya no tendré vergüenza de invitarle a bailar y desafinar con ella una canción que a ninguna nos acabe de gustar.

La quise como nunca llegué a quererla. Hubo una vez una época segura en la que paseábamos disfrutando de charlas sin desenlace. Incluso descubrí gracias a ella un restaurante encantador donde cenamos la única vez que cenamos juntas. Allí, nuestra historia cobró una fuerza faraónica. Una historia que nunca se escribió. Ni se recitó. Porque yo soy novelista y ella poeta, por ese orden. Al menos, hasta que llegó de mi mano la música de piano que jamás siguió el guion…

© Sara Levesque

 

 

Siempre nos quedará Alsacia

Por Sara Levesque

 

¿Nos escapamos a Alsacia?

Alcancé a proponérselo. Quise que nos fugáramos un ratito. Existir al límite sin fronteras. Sin pensar. Besarnos sin temores, matarnos de placer. Vivir del cuento, de nuestros cuentos, porque las dos somos escritoras. Que me parase el corazón al llamarme «pequeña» y yo recordarle que seguía siendo un encanto. Que era más cielo que el propio firmamento. Desafinar tarareando una canción, girar en sentido contrario. Y ser testigo de cómo, mientras viéramos amanecer desde el modesto balcón, la brisa revolviera su pelo, desobediente de por sí, alborotando mi interior con su desorden. Poniendo patas arriba mi vida por completo. Y tranquilizarme al comprobar que no pasaba nada por salirse de los esquemas.

Me hubiese gustado desaparecer con ella. A cualquier lugar del mundo, pero si era a Alsacia, mejor. También alcancé a proponérselo. A mí siempre me atrapó el halo bohemio que rodea a Francia. A pesar de ser un país simbólico para ambas, nunca hemos disfrutado juntas de su atractivo.

—Quisiera que nos encontráramos perdidas en el buen sentido de la huida, vencer el miedo a temer. Recuperar el tiempo olvidado que solo encontró el mal camino. El tiempo en que todo eran quejas o excusas. Decir que sí a nuestros corazones una vez en la vida. Consumirnos a besos, tumbarnos en la cama y anudar nuestras pieles hasta que no se sepa dónde empiezas tú y dónde acabo yo. Despertarte por la mañana y que me mires desde un ojo cerrado y el otro dándome los buenos días a medias. Acercarte un café recién hecho, fuerte, con cuerpo ––como tú–– y un croissant, y besayunar juntas. Vernos comer, comernos al ver que queremos comernos. Sentirnos vivas, rescatar nuestros corazones a través del dedo del mismo nombre. Dejémonos llevar sin parar de imaginar. Lo cierto es… que me apetece un poco de ti —fueron las palabras que mi garganta tragó sin masticar.

—¿Nos hacemos un viaje a Francia? —fueron las palabras que logré escupir con torpeza.

—Eres una soñadora, Sara —murmuró.

—Lo sé. Siempre estoy igual. Sé que esto es más real de lo que quiero admitir. Solo… —le tomé de la mano—…, solo déjame soñar un poquito más.

Evoco una y otra vez, sin poder remediarlo, que antes de conocerla subsistía en el boceto de una vida sin sueños. Vuelvo sin descanso al inicio de la partida en busca de las pistas que me salté por ir demasiado deprisa cuando apareció aquella tarde a mediados de otoño, mi estación favorita. Surgió como surgen las buenas ideas: sin avisar. Y mi vida resucitó. Así empezó todo. De la manera más tonta.

Ojeamos tantos atardeceres juntas… Y todos en silencio.

Demasiado tiempo fantaseé con la idea de despertar a su lado, compartir el desayuno, romper nuestra rutina, bailar juntas, reírnos sin vergüenza, discutir por tonterías, reconciliarnos follando… ¿En qué estará pensando en este momento? Espero que no se sienta triste y sola. O sí y se acuerde de mí, que jamás le he dado la espalda, aunque el tiempo haya seguido adelante. Y ojalá supiera que, cada vez que doy un abrazo a quien sea, dejo entre los cuerpos un pequeño hueco que lleva su nombre y nadie más puede ocupar.

Y hasta ahí viajamos.