Archivo de la categoría ‘Víctor Mora’

Barco a Venus. Onyx y los ángeles.

Por Victor Mora (@Victor_Mora_G)

 

La venusiana de seis tetas dejaba Drag Race España, después de 5 programas y una legión de fans en aumento (con bautismo incluido) y, si es cuestión de confesar, las tentaculonas, es verdad, ayer lloramos un poquito.

No importa discutir si ha sido o no ha sido justo, (hija, es televisión y en televisión nada lo es), lo que sí es importante, creo yo, es hablar de la brecha que artistas como Onyx abren en los imaginarios populares, cuando atracan con su barco en los puertos de lo mainstream. ‘Atracan’, digo, mejor que ‘aterrizan’ (que sería más apropiado, quizá, en el caso de esta extraterrestre), porque es algo así lo que sentimos las pocas veces que vemos entrar por las puertas de un espacio cultural masivo a una de las raras, a una de las freaks, de las que desbordan lo imaginable por imposibles, por anómalas y excesivas.

Ni qué decir tiene que Onyx (como todas las chicas, que os veo venir), no está ahí por casualidad ni ha atracado a nadie. Su enorme talento y constancia a la hora de perseverar en la creación de un universo propio queerizando lo alien, lleno de purpurina cyborg y de tentáculos de moco brillante y extensible, conecta además con multitud de referencias. Desde los club kids neoyorkinos de los 90 y los 2000 hasta la reina Juana encerrada por loca, desde la Lolita kitsch inenarrable que deviene muñeca de Lladró hasta el Ángel Caído en su versión más dramática, iracunda y erótica. Onyx nos ha hecho soñar durante semanas, porque sus pasarelas no eran únicamente looks muy trabajados, sino que abrían, más bien, puertas a narraciones paralelas.

Onyx es un puente al otro lado, al over the rainbow, al espacio exterior. A ese lugar donde a las raras nos cogió de la mano una alienígena una vez, y nos dijo ‘pasa, encuentra tu ficción, aquí estarás segura’. Onyx es esa ficción, esa alienígena y esa acción artística comunitaria de supervivencia que significa pasar el testigo. Porque a muchas nos ha salvado la ficción, lo excesivo y lo maravilloso, lo camp y lo kitsch, lo cyborg y lo trascendente. A muchas nos ha salvado un brillo que ha cruzado nuestro camino por accidente, un destello que nos ha hecho seguir, tirar del hilo y descubrir todo un submundo extraordinario, donde otra existencia era posible, fuera de los confines taxativos de la normalidad. Necesitamos la señal, el destello, la bengala disparada al aire, para entender que hay más mundos y que están en este.

Ayer pensé que para muchas y muches Onyx ya es la mano tendida a lugares que aún no imaginan, y que sólo intuyen como espacios de libertad; y también pensé que para otres es el impulso del recuerdo vivo de los mundos que, en nuestro propio devenir, a veces parece que hemos olvidado.

Hace unos meses hablamos sobre el potencial revolucionario de lo alienígena, de la inclinación hacia el romper la forma, sobre las posibilidades de lo cyborg y el construirnos a través de múltiples ficciones en simbiosis. Sin embargo, creo que nunca te conté que, siendo yo niño (y niña y ángel), me explicaron lo que era la soledad con la misma metáfora que has utilizado tú en el programa. Me dijeron que la soledad no tenía nada que ver con estar o no rodeada de gente, sino con sentirte marciana en todas partes. La Onyx venusiana, la que hemos visto con cuernos fluorescentes afilados y saliendo de huevos de anime, es también la que hemos visto partida de risa, desbordando talento y creando comunidad. La que ha sido puente a otras ficciones interestelares cargaba a la vez sobre sus capas con su propio niño (y niña y ángel), y así de consciente y abierta se nos ha mostrado.

Onyx desatraca, barco a Venus, pedazo de arco iris, en realidad el viaje acaba de comenzar.

 

Hablamos con Iván León, autor de ‘Oh, feliz culpa!’

Por Victor Mora (@Victor_Mora_G ‏)

 

Oh, feliz culpa! es la primera novela de Iván León, y es también el primer testimonio sobre las llamadas “terapias de conversión” que, dentro de la Iglesia Católica, se realizan a personas del colectivo LGTBI+. Este libro es una experiencia novelada, un relato del presente que expone hechos, situaciones y consecuencias que, erróneamente, muchos creen que forman parte únicamente del pasado. Hablamos con su autor.

 

– ¿Qué nos vamos a encontrar los lectores en ¡Oh, feliz culpa!?

Creo que una de las notas principales de este relato sería su normalidad. Y ese, precisamente, es su punto fuerte. Me explico. Cuando se habla de estos temas (terapias de conversión y cosas por el estilo) solemos pensar en cosas terriblemente obscenas: campamentos al estilo norteamericano, terapias de aversión de los años cincuenta y cosas así. Y es un error. A día de hoy estas cosas suceden entre bambalinas, discretamente. Son, en la mayoría de casos, machaques constantes, discursos funestos y una fuerte presión social. Por eso, creo que cualquiera que se acerque a este relato podrá comprobar como, sin apenas darse cuenta, ha ido introduciéndose en un bucle del que es difícil salir. Otra característica es que, partiendo de esa misma normalidad, genera una gran intimidad. ¿Quién no ha experimentado la incertidumbre en sus propias carnes? ¿O quién no se ha enfrentado a un cierto cuestionamiento? En ese sentido, creo que es fácil que haya una cierta empatía entre narrador y lector, lo que facilita mucho la tarea de inmersión. Y, por supuesto, eso mismo permite definir imágenes mucho más vivas para que también sea posible disfrutar del relato.

 

– ¿Qué te llevó a decidirte a escribir tu historia?

Supongo que el independizarme, en sentido amplio. El salir de casa me exponía a grandes preguntas. Ya no era un yo metido en una estructura, sino que me enfrentaba en soledad a un montón de experiencias nuevas. Necesitaba construir un relato que respondiese a quién era. Un relato que me permitiese tomar posesión de mí mismo y presentarme ante el mundo. Un relato sobre el cual poder edificar. Y eso pasaba por integrar algunas experiencias complejas. El escribir sobre esta etapa fue, por decirlo así, algo providencial. Durante una visita a la UCM, donde me formé, estuve charlando con un profesor y le comenté lo que me rondaba por la cabeza, las dudas sobre ese proceso de construcción de la identidad. Y su respuesta fue sencilla: “Escribe. Somos filólogos, ¿no? La formación que os proporcionamos no es únicamente académica, sino que podéis aprovecharla para vuestra vida.” Y realmente aquella conversación fue lo que, durante el confinamiento, me animó a escribir toda esta historia.

 

– ¿Cómo fue el proceso de escritura?

Terrible. Algo más en serio, diría que ha sido un proceso complejo, lleno de baches. Uno de los primeros problemas fue encontrar el tono adecuado. ¿Desafiante? ¿Lastimero? ¿Algo más neutro? Sin embargo, una tarde, durante una charla, se me ocurrió una idea sencilla: presentar mi experiencia subjetiva como una suerte monólogo interno. Algo así como permitir al lector acceder a mis vivencias, aunque con la distancia que proporciona la retórica. En términos algo más mundanos, hubo días y días. Algunos días fueron una auténtica catarsis y otros, simplemente, rellenar el espacio literario. Supongo que, para entendernos, debe ser similar al proceso de creación de una pintura: hay días que das vida a la figura principal y otros, te limitas a iluminar el fondo. En resumen, ha sido un proceso largo, aunque he contado siempre con ayuda y referentes.

 

– Hablas en varias ocasiones de la tentación de ceder al olvido, ¿crees que eso es posible? Creo que en tu novela hay un enlace muy bonito entre la historia personal y la memoria colectiva, sobre todo para quienes entendemos que la memoria es algo vivo, es decir, que afronta problemas y situaciones que aún están lejos de haber quedado atrás. ¿Qué piensas sobre este tema?

Olvidar. En cierto sentido, olvidar sería algo similar a negar. Negar un hecho o una experiencia concreta. Y negar no es más que una forma, respetable, de gestionar algún aspecto concreto de la realidad. Aquí que cada uno gestione como pueda, que bastante tenemos con lo que tenemos. Aunque creo que, en la medida de lo posible, hay que afrontar las experiencias vitales con cierta osadía. Tratando de hacerlas nuestras para poder sacar algún partido de ellas, si es que fuese posible. Y si no, para, al menos, poder revisitar aquellos lugares sin aquel terrible estrés que provoca el trauma. Por otra parte, creo que la relación entre el individuo y la colectividad es muy estrecha. Uno no puede ser si los demás no le ayudan a ser. Y, por supuesto, la colectividad no puede constituirse si cada uno de los individuos no se integran en ella. Hay que acabar con el mito del self-made-man, porque nos aísla y nos impide establecer vínculos de confianza y apoyo. Y, precisamente, sin estos vínculos, sin esta confianza, creo que nos veríamos abocados al desastre porque una de las principales estrategias de supervivencia siempre ha sido la comunicación de saberes. Algún humano comunicaba a otro tal o cual saber, o amenaza, y así el grupo podía valerse de ese conocimiento para sobrevivir. Creo que aquí ocurre algo similar: la experiencia personal de cada uno puede ayudarnos no sólo a constituirnos como colectividad, como sociedad, sino que además puede ayudarnos a desarrollar estrategias adaptadas a la realidad que se nos presenta.

 

– “Yo tampoco sé ser un hombre, pero ¿a quién le importa?” Cuánto pesan los estándares del género, cuánta violencia pueden crear… algunas ideas presentes en tu novela. ¿Es que lo hacemos mal, es que no lo somos, o es que nadie tiene la potestad de decir quién es qué salvo uno mismo?

Creo que habría que empezar por el principio y preguntarse qué es eso de ser un hombre. Porque dependiendo de quién plantee la pregunta, fijará un estándar u otro. Y, en cualquier caso, creo que ese estándar seguiría sin ser universalmente válido. Porque definir un ideal así resulta extremadamente complejo Algunos podrían apelar a los cánones y cosas así, pero, ¿a qué cánones nos apegamos? Porque hay tantos hombres como momentos históricos y grupos culturales, cada uno de los cuales tiene una pretensión de verdad y universalidad que resultan soeces en conjunto. Así que, ¿con qué hombre nos quedamos? En cualquier caso, creo que muchas veces es una obsesión social más que un problema real. Si uno es funcional y consigue articular un relato que le sirve para encarar la realidad, ¿cuál es el problema? Creo que la verdadera preocupación debería ser el poder construir relatos cercanos y prácticos y que tengan un gran potencial explicativo para la propia persona. Tratar de definir una masculinidad y una feminidad hegemónicas e inmutables me parece un burdo intento de categorizar y cauterizar la realidad para poder etiquetarla y hacerla manejable.

 

“Aquel pasillo parecía no tener fin. Avanzaba penosamente, sin tener aún claro qué sucedería a continuación. Y, sobre todo, seguía sin tener la completa certeza de que aquello fuese a funcionar.” Así comienza “Vorágine”, la primera parte de tu libro, unas líneas que marcan el inicio de aquellos encuentros… desde el ahora, ¿qué te gustaría decirle a tu yo de ese entonces?

Creo que no sabría bien qué decirle. Seguramente lo mirase en silencio con cierta simpatía y lo dejase marchar. Aunque es probable que le viniese bien saber que, en realidad, todo va mucho menos en serio y mucho más en serio de lo que aparenta. Sería, simplemente, una cuestión de afinar la comprensión. Pero claro, eso es algo que te da el tiempo. Así que es normal que cometamos ciertos errores de ese tipo.

Oh, feliz culpa! de Iván León, editada por Egales y con prólogo de Víctor Mora, ya disponible en librerías y en la web de la editorial.

Género y violencia: sobre la abolición, las fronteras y les hijes de otres

Por Victor Mora (@Victor_Mora_G ‏)

 

A propósito de la afirmación tan contundente como poco específica de la “abolición del género”, se despliegan de tanto en tanto tormentas de críticas y agresiones en red (que más pronto que tarde, como sabemos, pueden transformarse en otra cosa). El uso de ‘todes’, por ejemplo, como marca de género neutro, se critica hasta la náusea por parte de ‘abolicionistas del género’. Es frecuente también ver el enfrentamiento violento contra personas o familias que optan por una crianza crítica con los estándares del género. Una crianza crítica que puede ir desde cuestionar los elementos tradicionales asociados al género y ponerlos en disputa, hasta posicionarse políticamente en el uso lingüístico de ese neutro en lo que refiere a sus hijes, para generar con ello un espacio de habitabilidad del género más libre y, en fin, respirable. Quienes se enfrentan y tratan de ridiculizar estos posicionamientos hablan como si utilizar las marcas de género binarias y tradicionales no fuera también un posicionamiento político que, por demás, es continuista de la violencia que la estructura misma del género contiene. Pero, ¿de qué hablamos cuando hablamos de abolición del género?

Hasta hace unos años afirmar que el género era una cuestión cultural, una construcción (esto es: no natural) era algo común salvo, claro está, en reductos conservadores. Las implicaciones de la naturaleza quedaban atrás desde el consabido “no se nace mujer” para comenzar un nuevo camino en la desarticulación de la subordinación de las mujeres, sometidas a una opresión política, social y cultural, que nada tenía de natural (o ‘biológico’). Mucho ha llovido desde entonces.

La desvinculación de la “naturaleza” del sexo de sus devenires políticos supuso una revolución epistémica que sigue siendo difícilmente rebatible, aunque de unos años a esta parte, no obstante, se haya pretendido desmantelar todo el trayecto en nombre, paradójicamente, de la lucha contra la misma opresión. Quizá, lo más difícil de desmantelar era la propia noción de género, por lo que se ha pretendido afirmar que como tal ‘construcción cultural’ no era, pues la ‘opresión verdadera’, que pasaría a ser, entonces, el sexo (ese natural, ese biológico). Lo único cierto es que el hecho de que unos genitales sean visibles y tangibles y la normatividad de género no sea algo medible en los mismos términos no quiere decir, evidentemente, que el género no exista o exista menos. La primera opresión que se administra al sexo es, efectivamente, el género, como conjunto de códigos sociales, culturales y políticos que se administran simbólicamente a cada criatura que nace con unos genitales determinados.

Aquí hay dos problemas, el primero es entender que ese “simbólicamente” conlleva toda una estrategia establecida de códigos que se traducen también en elementos físicos (como ropa, adornos, juguetes o libros) y en otros que, nuevamente, no por no ser físicos existen menos (comportamientos, actividades sociales, formas de hablar, etc.). Todo ello está marcado por el género. El segundo problema, y es el más difícil de comprender porque no tiene una respuesta concreta (ni tiene porqué tenerla, pero ya hablaremos de eso), es que si bien todas las existencias en sociedad, todos los cuerpos, están marcados por una relación entre el sexo y el género, es una relación que en muchos aspectos permanece velada para nosotros, es diversa, inesperada, no es siempre binaria, y sigue siendo, en gran medida, misteriosa. Los códigos culturales de la masculinidad y la feminidad se imbrican en los cuerpos de maneras variadas, complejas y plurales. El binarismo es un empeño (contextual, cultural y situado) que no se corresponde con el despliegue de múltiples formas de habitar el espectro que conforma la relación sexo-género. Históricamente hemos tratado de buscar respuestas paramédicas, morales, religiosas… todas han contribuido a la violencia. Y es que el género es la violencia, y en esa afirmación podríamos encontrar un principio de acuerdo, pero, ¿desde dónde/cuándo comenzamos?

Primero, quizá, por asumir que sea cual sea nuestro habitar sexo-género, hubo un principio de imposición de un modelo (patriarcal, cis, binario, heterosexual) que se dio por hecho cuando nacimos y que se nos desplegó encima con toda su fuerza cultural (y toda su violencia implícita).

Decir que el género es la violencia, es afirmar que es una opresión que nos afecta a todes, lo cual no significa que sus implicaciones sean equivalentes. Sí significa, sin embargo, que es una cuestión estructural que atraviesa a todos los cuerpos y que organiza su distribución en el espacio social, y condiciona el acceso a la redistribución y el reconocimiento, como lo hacen todas las opresiones estructurales. Si decimos que el género es la violencia, ¿convenimos en que abolir el género es un objetivo común? De acuerdo, por qué no, vamos a probarlo. ¿Cuáles son las estrategias? Veamos dos de ellas.

Una de las estrategias más recientes en nuestro contexto, en nombre de la abolición del género, ha sido atacar a una minoría vulnerable. Como sabemos el argumento que más se suele utilizar contra las personas trans (concretamente contra las mujeres trans) es que perpetúan los roles de género, y como lo que se pretende es abolir el género, atacar a las mujeres trans se ha convertido en el estandarte de un sector que se autodenomina ‘radical’ y que, desde luego, ha reproducido y esparcido radicales violencias. Sobre el problema TERF, es interesante ver el video que compartió en 2019 la youtuber ContraPoints, titulado ‘Gender Critical’, en el que expone claramente todos los puntos (hasta el absurdo) de este posicionamiento político (porque es un posicionamiento político, que elige la exclusión de cuerpos vulnerables y la violencia sobre los mismos). ContraPoints explica que un buen símil podría ser posicionarse políticamente en contra de la existencia de las fronteras geopolíticas, y como estamos en contra de las fronteras geopolíticas, nos negamos a dar la documentación a los migrantes que las cruzan, porque lo que hay que hacer es abolir las fronteras. Y más allá, en lugar de ir en contra de las instituciones políticas que recrudecen la división fronteriza, elegimos ir en contra de los migrantes que las cruzan, es decir, de las personas que más sufren esta división política. Otra estrategia podría ser la de asumir que las fronteras existen y que, como el género, por más que no sean visibles o tangibles, los parámetros históricos y políticos han levantado estas divisiones que desembocan en situaciones, a veces, de invivible injusticia. Si asumimos que las fronteras, como el género, existen, por más que nuestra intención final sea abolirlas (esto es: que no sean necesarias), el camino que tenemos por delante, el primer paso, el urgente, es hacer que sea lo más habitable, lo más fácil, lo menos violento posible para todas las personas.

A la luz de esta idea (que también es un posicionamiento político), parece que, por ejemplo, una crianza crítica con los estándares del género, que los enfrente, que no asuma el despliegue patriarcal cis heterosexual sobre unos genitales como necesario y dé por hecho una identidad esencial, es un posicionamiento que va, precisamente, contra las estructuras y no contra personas o colectivos. Es un posicionamiento que genera otro espacio posible de desarrollo, no sometido a los estándares que el sexo-género impone, y que tratará de dar la mayor autonomía y libertad posibles sobre el propio reconocimiento. En resumen, parece que las tentativas críticas de agitación de los estándares, la transformación de usos lingüísticos, la reapropiación de conceptos y el intento de generación de espacios de intimidad y desarrollo más respirables, al final, hacen más por deconstruir la estructura del género que ir en contra de las personas que más se perjudican de esta división binaria, construida y cultural (y que no por construida y cultural, insisto, existe menos).

Quizá no se trata tanto de imponer un eslogan contundente que caiga en lo inespecífico (y que sirva como excusa para llevarse por delante a quien te incomoda), sino de tratar de crear más y más espacios de libertad con alternativas posibles para hacer que el género sea (o intentar, al menos, que acabe siendo) un lugar habitable para más personas, menos violento, menos determinista y lo más fluido posible.

 

 

Imagen: «Autorretrato como niña trans», Roberta Marrero, 2018

Ni un paso atrás, etc. (de ampliaciones horizontales, cuerpos urgentes y alianzas queer).

Por Victor Mora (@Victor_Mora_G ‏)

 

El término queer no alude a la identidad de una persona, sino a su alianza
Judith Butler.

 

Me pregunto si merece la pena un balance del año basado en dos columnas de lo bueno y lo malo, de logros y derrotas, como si fueran equiparables los eventos, como si enumerarlos y hacer listas pudiera hacer también que el número más alto gane. No es posible unlance en esos términos porque el dolor y la violencia, como la alegría, no son resultado de sucesos que puedan contraponerse o equipararse y, por demás, no es útil ni realista pensarnos así. Hay cosas que están cambiando, otras que permanecen, emergen nuevas violencias que se superponen y asimilan a viejos fantasmas, como también brotan insólitas formas de resistencia y protesta. Ocurren, como todas las demás cosas, en paralelo. No hay pasos hacia atrás ni hacia delante, porque todo está ocurriendo a la vez, en sincronía. El fin de año y las listas nos invitan a hacer resumen para comenzar de nuevo, como si el año plantease un reseteo, una línea de salida, y así visto no hay, quizá, cosa más absurda, porque parece que es entonces asunto nuestro decidir cuándo y cómo podemos plantarnos y volver a comenzar. ¿Es así?

Yo este fin de año sigo preguntándome, también, qué nos hace falta para comprender el nexo entre la teoría y la práctica, entre lo abstracto de una reflexión y la conexión necesaria que ésta tiene con la realidad física, inmediata, con los cuerpos a los que esas teorías (o esos abstractos que dejan, entonces, de ser abstractos) atraviesan. Todavía cuesta entender que lo simbólico (por ejemplo, el lenguaje) tiene efectos materiales sobre las vidas que nombra y distribuye, que la violencia verbal carga con todo el peso político del estigma, y que todo ello condiciona los espacios que habitamos (virtuales y no virtuales). No se hace la relación. En otras palabras: no bajamos a tierra lo que tan felizmente transitamos en terrenos simbólicos, como si no fuera unido, como si no fuera «real».

No hay nada de casual en el incremento de la violencia contra determinadas realidades, como no hay nada de inocente en elegir hacer “chistes” sobre unas vidas y no sobre otras, o sobre unos dolores y no sobre otros, sobre dolores ajenos que no se comprenden porque no son los propios. Eso ya lo sabemos. Y lejos de hacer el ejercicio continuo de ver (ver) a ese otro cuerpo que no es el mío, que tiene otras condiciones y que precisa de otras herramientas, parece que, como conjunto, hemos optado por la competición, y estamos, pues, en el más triste de los mapas.

El resumen sería que mi opresión sí que vale y la tuya no, o la mía vale más, o la mía va primero. La cartografía de la competición no permite otro resultado que el binario, el nosotros/ellos; el fatal conmigo o contra mí que impide, efectivamente, la convivencia. Y una vez convertidos en enemigos, qué. ¿Qué hacemos ahora? ¿Cómo vamos a imaginar el futuro? ¿Qué futuro es el que imaginamos? ¿Quiénes imaginamos qué cosas? Si hemos llegado a este punto de atomización sólo nos queda pensar en reconstruir las alianzas, en repensarlas y cambiar de foco. Lo cierto es que aunque el día 1 se parezca tanto al 31, como se parece cualquier día al anterior, siempre estamos ante un posible territorio nuevo, que podemos construir con esperanza. Pero ¿cuál es ese terreno que imaginamos? ¿Hay acaso un nosotros, un nosotras, un nosotres común? Perder, como hemos perdido, el sujeto colectivo desde el que enunciar el horizonte, nos ha devuelto a lugares de violencia que, aunque conocidos, dibujan una realidad que parece más distópica que presente y tangible. ¿Es acaso posible, o necesario, un sujeto colectivo? ¿Cómo configurarlo?

Si el año que termina nos ofrece una oportunidad de resumen para un “nuevo comienzo”, por absurdo que suene, en realidad es un espacio tan bueno como cualquier otro para hacer una reinterpretación crítica de nuestro lugar, que deje atrás las listas de logros y derrotas, es decir, que abandone la lógica ridícula de la organización binaria que contamina toda visión del mundo, toda pregunta y todo posicionamiento, y comencemos a hacernos otras preguntas. Es un momento tan bueno como cualquier otro para pensar en las alianzas. Porque, quizá, algo que sí hemos hecho y nos ha hecho perder mucho (honestamente: mucho) tiempo, es señalar hasta la extenuación a quienes se aliaban con el fascismo, a quienes elegían hacer chistes sobre dolores ajenos, a quienes temiendo por su redistribución eligieron deshumanizar a otres. Sin dejar, evidentemente, de denunciarlo, un buen propósito sería dejar de alimentar con atención inagotable a quienes quiebran la convivencia y enfocar nuestra mirada (y nuestro cuidado más atento) a la reconstrucción prospectiva de una alianza en aumento, una alianza queer que deje atrás (esto sí) la relación binaria con el mundo.

Aliarse no significa, recordemos, ser un grupo homogéneo, un colectivo homogéneo (no existe tal cosa como un ‘colectivo homogéneo’); aliarse significa (al menos en este texto) compartir espacios de lucha y escucha desde la inclinación al cuidado. Aliarse significa incorporar las diferencias como aquello que explica en qué consiste la convivencia y lo común. Las alianzas son, en definitiva, lo que va a delimitar el mapa de lo posible. Es evidente que cualquier persona que se alce como voz de un proyecto (por muy emancipatoria que asegure ser) que establezca alianzas con el fascismo es, desde luego, cómplice de ese mismo fascismo. Es evidente que cualquier persona que se autodenomine feminista, antirracista (o pro LGTBIQ+, signifique eso lo que signifique) y que a la vez defienda una jerarquía discriminatoria y excluyente, únicamente defiende esa jerarquía discriminatoria y excluyente. 2021 ha sido el año en el que el fantasma de la peligrosidad social asociado a nuestros cuerpos ha resucitado definitivamente, pero, ¿qué cuerpos son, entonces, esos que decimos nuestros

Un buen día se anunció que la Comunidad de Madrid iba a derogar las leyes LGTBI y Trans. Era evidente, se dirá entonces, que iba a ser exactamente así. Era evidente que no hay derechas, por lo visto, que no vayan a tener felices encuentros entre sus extremas partes, en lo que refiere al menos a recortes (tanto económicos como sociales). También era evidente que lo que dijo la Presidenta (como lo dijeron antes otros muchos políticos conservadores), era cierto: que no le importa lo que cada uno haga en su cama; y claro está, faltaba más, qué simpática es en las distancias cortas. Las leyes LGTBI y Trans se derogarán, o no, o se “corregirán sus excesos”, como ocurrirá con las de violencia de género… las manifestaciones en contra (y las manifestaciones en general) les importan lo mismo que nuestras camas, es decir, menos que nada, y al final lo mismo da derogarlas que no, ¿verdad? ¿Qué importa si con no cumplirlas es suficiente? Lo triste de nuestras camas (en soledad o en compañía) es que nada tienen que ver, en realidad, con la cartografía política que organiza y distribuye a los cuerpos según condiciones estructurales de derechos, subordinación, redistribución de recursos, privilegios y opresiones. Ya lo sabemos, ya sabemos que lo personal es político. Y ya nos sabemos también lo que hay que hacer cuando se publica en los periódicos que quieren derogar nuestros derechos, que no se negocian, que nos tendrán en frente, que ni un paso atrás, etc. (y nuestra respuesta, por cierto, está más que medida y sopesada).

Era evidente que al final la derecha haría lo que dijo que iba a hacer, era evidente que lo iba a disfrazar de cualquier excusa, de las más tonta que se te ocurra, la que quieras, cógela. Que la violencia hacia nuestros cuerpos está en la cabeza de la izquierda, o que es esa misma izquierda malvada la que quiere colectivizarnos. Que ya somos iguales por ley, que qué privilegios queréis, que lobby x que tal y cual… en fin, decíamos: era evidente que el recorte progresivo iba a ocurrir y que habrá violencia y cuerpos que quedarán en el camino, y así se dirá, sin embargo, cuando haya pasado el tiempo suficiente. Cuando podamos mirar con distancia. Era evidente y así se dirá cuando ya sea tarde para todos los cuerpos que hoy se quedan sin tiempo. ¿Son los cuerpos que se quedan sin tiempo nuestros cuerpos?

Este gobierno de Madrid pasará a la Historia, entre otras cosas, como aquél que abandonó a su muerte a miles de personas en residencias, y como aquél que dejó sin acceso sanitario (y sin previo aviso) a decenas de miles de personas, como aquél que resucitó el estigma del VIH para instrumentalizarlo en favor de un nosotros/ellos xenófobo, como aquél que inclinó la balanza y sopesó que dejar morir era más conveniente. La necropolítica, como cualquier estrategia de gobierno, escribe un imaginario que se utiliza para hacer sólida una idea de lo común. Aquí, que hay cuerpos válidos y otros que no lo son. Que hay vidas llorables y otras, las migrantes, en este último caso, que conviene eliminar, eso sí, con la conciencia tranquila porque no son problema nuestro. Esa es la imagen de lo común que se dibuja, y  ha llevado el debate y la atención hacia otro lado.

Pero ¿qué cuerpos son nuestros cuerpos? ¿Qué cuerpos son, efectivamente, nuestro problema? Lo común (lo nuestro) es precisamente el imaginario que está en juego, es el espacio social del reconocimiento y la redistribución. Hay que luchar por mirar hacia los lados, hay que luchar por ampliar lo común, sobre todo, porque el lugar del reconocimiento político (es decir, el lugar social de agencia, autonomía, libertad y derecho a tener derechos), es un lugar móvil, que va cambiando. Si no luchamos por conseguir que cada vez sea más amplio, ese lugar mengua. Por eso tenemos que apostar por una dirección opuesta, de ampliación de espacio, de hacer colectiva la diferencia, la diversidad, una alianza queer. La amenaza de recortes de derechos en Madrid y los casos de violencia extrema, desde las agresiones callejeras hasta el terrible asesinato de Samuel, nos han puesto en guardia porque es una violencia contra cuerpos sobre los que no esperábamos que hubiera tal violencia. Sin embargo esos casos son el extremo de un mapa de violencias que ya ocurrían, que estaban (y están) ocurriendo delante de nuestros ojos, en un régimen de invisibilidad, quizá, ¿por qué?  ¿Porque se producían contra cuerpos no nuestros? ¿Quién es el sujeto colectivo, el nosotros, nosotras, nosotres, quién imagina lo común, para quién? ¿A quién apela el ‘ni un paso atrás’ cuando hay cuerpos que no están siquiera en los parámetros proyectados por el antes y el después? ¿A quién apela el progreso? 

El término queer, en palabras de Butler, “no alude a la identidad de una persona, sino a su alianza” y por su propio significado de anómalo, extraño, torcido, nos inclina también hacia las alianzas impredecibles en la lucha por la justicia social, política, económica y cultural. Quiero decir que, quizá, para protestar contra la imposición de un nosotros/ellos excluyente y violento, hemos caído en la trampa de una contraofensiva en los mismos términos, sin mirar hacia los lados, sin coger a quien estaba ya quedándose atrás. Y probablemente nos hemos preocupado más de responder rápidamente dentro de un marco argumentativo que era en sí mismo el engaño, el cepo. Nos ha atrapado la fuerza centrípeta de lo concreto y la personalización, en lugar de ampliar y ver la estructura, lo complejo del mapa a vista de pájaro.

Esa es la trampa de evaluarlo todo según el antes y el después, esa es la trampa de pensar que “ni un paso atrás” significa que hay una línea de progreso, de avance, en la que todo funciona bien de facto. No. No hay un antes homogéneo en las violencias, como no hay un ahora homogéneo, como no hay tal cosa como un colectivo homogéneo. Lo que sí hay es una posibilidad de empezar a pensarnos horizontalmente, donde no quepa un binarismo que excluya, donde no haya un nosotros/ellos que dinamite toda posibilidad de convivencia. Lo que sí hay es un nuestro inclinado a la escucha, al afecto y al cuidado de la diferencia. Donde entendamos las diversidades y cada necesidad específica como necesidades colectivas, donde nos comprendamos, por fin, como la suma que articula la vida en común, la comunidad.

Feliz sincronía, feliz alianza queer. Feliz año nuevo, etc.

 

‘¿Quién teme a lo queer?’

Reseña por Alberto Poza

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¿Quién Teme a lo Queer?
Victor Mora, Continta Me Tienes, 2021

 

¿Quién teme a lo queer? es un ensayo que hay que leer como si fuera una película de ciencia ficción. Una en la que les personajes han perdido la memoria y se enzarzan en batallas tribales por ocupar el lugar central de representación política en un futuro utópico (queer) que no termina de llegar. La historia transcurre en un mundo que ya no existe, en un lugar ordenado por categorías que cada vez son más incapaces de representar y hacer felices a los cuerpos que lo habitan.

Naturalmente —¿naturalmente?— estos cuerpos se rebelan contra las categorías que los oprimen mientras que, casi sin saberlo, declaran su amor a otras formas de opresión. En muy pocas páginas, Víctor Mora nos coloca a todes en escena, a quienes temen a lo queer y a quienes creíamos encarnarlo. Aparecemos todes al borde del precipicio, tal y como nos habían hecho imaginarnos, batallando en los márgenes del presente por el monopolio de la utopía queer: Los LGTBeros sobre las carrozas de sus patrocinadores, las feministas con el puño cerrado blandiendo rosas como espadas, y les queers de uñas afiladas amenazando con veneno pa’ tu piel. Y en mitad de este jaleo —perdonadme el spoiler— Víctor Mora nos abre el archivo.

Antes de la publicación de este ensayo ya podíamos intuir quién teme a lo queer. Nos habían hecho imaginarnos en bandos como si esto fuera una guerra y sabíamos que desde algunos sectores del feminismo y del movimiento LGTBI+ había reticencias hacia la teoría queer—o temores si queremos— precisamente porque lo queer propone desnaturalizar las categorías sobre las que estos movimientos se han construido. Unas categorías que aunque invisibilizan las realidades que no llegan a nombrar, evidentemente son muy queridas para aquellos colectivos a los que han acercado a su liberación. Lo que quizá no habíamos intuido con tanta facilidad —o habíamos preferido olvidar— es qué teme lo queer.

Afortunadamente, justo después del interludio —porque este ensayo tiene interludio y artistas invitadas— en la segunda mitad del texto, se abre el archivo de sentimientos de los movimientos disidentes y por la liberación sexual para ofrecernos respuestas y advertirnos de que lo queer no es inmune a la tendencia hacia la rigidez que hemos visto en otros movimientos sociales. Basta una mirada atrás para ver cómo lo queer va poco a poco solidificándose en formas que le impiden alcanzar todo su potencial subversivo, formas de las que el matrimonio igualitario o un orgullo/pride totalmente sometido al mandato del capital son sólo un par de ejemplos evidentes. Este ensayo nos viene a decir que, quienes creíamos encarnar lo queer parece que también hemos cultivado, sin querer ser del todo conscientes, una especie de amor hacia ciertas formas estables de ordenar nuestras vidas que, aunque son poco liberadoras, nos son muy apreciadas y nos sujetan a nuestros privilegios impidiendo que éstos se universalicen. Y es que, ¿quién no ha querido, después de una adolescencia gris, participar de la ficción del amor romántico, o incluso casarse? Que levante la mano quien nunca se ha querido imaginar amado dentro de la forma del amor romántico monógamo. Y si alguien ha levantado la mano, que la sostenga alzada sólo si ha concebido la posibilidad de una relación íntima y romántica que no requiera de encuentros sexuales. Efectivamente, todes nos equivocamos constantemente y encontramos la felicidad in hopeless places que diría Rihanna. Al final, lo que teme lo queer es lo mismo que teme cualquiera de quienes aparecemos en esa escena bélica con la que arranca este texto, porque ningune quiere caer por el precipicio, que caerse de boca en el futuro, y perder por completo las formas que organizan nuestra vida, da miedo.

El uso que hace Víctor Mora del archivo de sentimientos convierte este ensayo ya no en uno de los mejores repasos que se le han dado a la teoría queer en castellano: con profundidad teórica, asequible, pedagógico y con la mayoría de sus fuentes bibliográficas citadas en español y/o de autores nacionales, sino que también consigue hacer del texto un mapa utópico hacia un futuro posible para les que están por llegar. ¿Quién teme lo queer? alimenta un uso crítico de la memoria, nos recuerda que no estamos solos, nos hace conscientes de nuestra vulnerabilidad y nos permite seguir imaginándonos llenos de esperanza al borde de ese precipicio que hay a los márgenes del presente.

Escena con niñe queer

escena con niñe queer. exterior, día.

Por Victor Mora (@Victor_Mora_G ‏)*

 

mientras yo era niño y niña hablaba como un niño y niña
sentía como un niño y niña razonaba como un niño y niña pero cuando
me hice hombre y mujer y ángel dejé a un lado
las cosas de niño y niña y hombre y mujer y ángel.
Berta García Faet.

 

¿Me dejas que me siente aquí, a tu lado en la acera? Venga, un rato, vamos a hablar. No te preocupes y no te de vergüenza, que yo también he estado ahí y aún estoy cada tanto. Ojalá pudiera decirte que el mundo no es un lugar horrible, pero a veces lo es. Y mira, hay cosas que no, pero hay otras muchas (muchas) cosas que sé sobre ti. Qué raro, ¿verdad? Nada me gustaría más ahora mismo que meterte la mano en el pecho y cogerte la herida, sacarla, ponerla delante de ti y sostenerla entre los dos, para que veas que así pesa menos. Pero no puedo. Vamos a hablar.

Yo sé que te han dicho palabras extrañas, que seguro ni sabes lo que son, o no lo sabías al principio. Aunque eran insultos, algo malo, eso sí lo sabías. Lo has visto en televisión y en autobuses, lo han dicho los niños y los mayores. Y de alguna manera has pensado que tenían razón y que eres decepcionante, y eso es mentira. Y has pensado que si te lo gritan tanto es porque es verdad que eres otra cosa, lejos de la una cosa que tú no cumples; que eres diferente, y eso es verdad, pero no como tú piensas, porque tú eres muchas cosas. Yo sé que eres lista y tonto, bueno y mala, que estudiar no te interesa, o sí, y que lees mucho o poco, sé que eres valiente y a veces cobarde, sé que tienes pensamientos increíbles, que eres vulnerable y fuerte, que deseas y odias, que te enfadas y que lloras, que te meas de la risa hasta que te duele el estómago, y que lees poemas y miras fotos y pelis con cara embobada, y que te hacen sentir mucho mucho y luego, a lo mejor, te hacen sentir idiota, y todo eso, esa mezcla extraña, es una combinación única. Eres únique. Y así con todo lo demás, con todo lo que quieras meter, lo que eres y no, o no siempre o casi nunca. Pero hay quien busca diferencias para estigmatizar, que es algo así como señalar a alguien por algo para sentirse superior, para hacer daño. Ojalá pudiera decirte que el mundo no da miedo, pero a veces lo da.

Yo sé que te han dicho que eres demasiado gorda, flacucho, débil, bruta, afeminado, fea, chicazo, nenaza, flojo, mandona, loca… y a lo mejor bollera, maricón, puta, travelo, zorra… y si no, ya te lo dirán, porque te lo van a gritar un día, más pronto que tarde. Pero es que todo viene de lo mismo, ¿sabes?, de esta mierda que es el mundo a veces. Oye, que no estoy aquí para engañarte, eso no sirve de nada, porque tú ya sabes que no es fácil. Estoy aquí para decirte que tengo la edad suficiente para saber que el mundo no es ese lugar pequeño que tú crees que es ahora. El mundo es enorme y está lleno de dimensiones que aún no ves.

Yo sé que te piensas sole. No todo el día, claro, porque también te ríes y juegas, pero sí todos los días un poco. Sé que te has creído invisible, invisibilizade, que quiere decir que eres algo así como un fantasma. Pero no uno de esos fantasmas que dan miedo, sino de los que deambulan solos por la casa sin que ningún miembro de la familia que vive allí lo pueda ver. Y, ¿sabes por qué no pueden verte? Porque en realidad sí eres un fantasma de los que dan miedo. Algunas personas te temen y otras, incluso esas que te quieren de veras, a veces temen por ti. Y el miedo nos hace ciegos a todo, incluso al amor. Y piensas que si no te reconocen es porque no te quieren, y a veces es verdad. Y te parece entonces que no es tu casa, que no es al menos tu hogar, ese que es un espacio seguro, ese al que siempre debes tener ganas de volver. A lo mejor vas creciendo, tienes suerte y tu familia (sanguínea, política, putativa… da igual, son palabras de mayores para organizar el mundo) crece contigo y te ve y te abraza, antes o después, y será un viaje muy bonito. Pero también puede que no sea así. Es verdad, puede que nunca consigan verte (o peor), pero eso no quiere decir que no tengas familia, porque ¿sabes qué? vas a aprender pronto que el hogar es otra cosa. Vas a conocer el hogar en la escucha de personas, en su pecho, y volver a ellas será volver a casa, y escucharlas y amarlas será crear tu propio hogar y tu propia familia. Yo soy tu familia.

Inés y Roberta, mamá, la prima Paloma, Susi y Violeta, Toni, el niño del rincón, la Prohibi, Rodrigo, Leo, las de los tecnoafectos, la colla de Valencia, los Rompemetas, la chica del campamento, Iria, las de Sección Invertida, el chaval del pendiente, las del bloque de verano y las del Umbral de Primavera, la Lore y el Javi, Arianne, Rebe y Loren y las de Cuir Madriz, el amado Daniel, la Megane y el guapo del brillis, Alana, Marta y Pal, Manu y Antonio, Jordan, las de Continta, Carmen y Virginia, Gracia, Federico, Paco y Fefa, Karmen con ‘k’, las Genderlexx, las Sin tu permiso… y muchas otras. Personas que aún no conoces, y que a lo mejor no conoces nunca, somos tu familia. Yo las conocí una noche, una hora, 3 meses o 39 años. Qué raro, ¿verdad? Pues sí. Hay una cosa parecida a familia que se llama red, como esa que usan para pescar, pues parecida la usan en los circos, y parecida se teje entre todas estas manos. Sobre esa red las equilibristas pueden caer sin miedo, no importa desde cuántos metros de altura. Y tú, y todes nosotres, fantasmas en equilibrio a punto de caer al vacío, siempre vamos a estar a salvo cuando caigamos. Porque caemos, ya te lo digo, muchas veces a lo largo de la vida. Pero somos red, niñe, tu red.

Yo sé que tienes miedo. ¡Vaya cosa un fantasma miedoso! Pues sí, pasa. Yo también lo tuve y no te voy a mentir: aún lo tengo. Yo también fui y soy un fantasma con miedo. Yo también lloraba por temor a decepcionar, por ser demasiado o muy poco, por encarnar eso que me gritaban, por ser diferente. Yo también quise vender mi alma por ser como el resto, y deseé tener superpoderes para aniquilar a quien me hacía daño. Yo también me odié. Yo tampoco fui capaz de responder ni de hablar sobre ello. Yo también me equivoqué y me equivoco continuamente. Y, ¿sabes lo peor? Que no puedo darte un “buen consejo”, ojalá supiera. Y es que también sé que tu historia, aunque se parece tanto tanto a la mía, es a la vez muy distinta, y no hay una fórmula mágica universal, no hay una manera de hacerlo bien. Ojalá pudiera meterte la mano en el pecho y sacar tu herida, pero no puedo. Lo que sí puedo decirte es que cogida entre varias manos pesa menos, y que hoy quizá aún no lo sabes pero, cuando caigas al vacío, tienes debajo tu red.

 

 

*Este texto forma parte del libro ‘Quién teme a lo queer?‘ de Víctor Mora, que será publicado por @ContintaMeTienes en septiembre de este año.

 

CRÓNICAS DEL MARGEN – CUIR MADRIZ

Por Victor Mora (@Victor_Mora_G ‏)

 

 Dado que lo líquido, al final, es un contexto por el que moverse y escribirse con otros parámetros, los propios formatos narrativos también han ido fluctuando hacia lugares fluidos, casi gaseosos, desde la instalación de lo social digital como forma de expresión y vía hegemónica de comunicaciones. Y eso sí, convengamos, hay veces  que nos agota y otras, claro está, que se pierde por el camino. La rapidez implacable del contenido digital nos desborda y nos somete a una frecuencia que no es fácil habitar, o para la cual simplemente no siempre hay ganas.

Con todo, podremos convenir que hay solideces que sí nos gustan y que no son, desde luego, las del género y el sexo. Nos gustan las que siguen contra viento y marea habitando, a la vez, la tangente de lo efímero fuera de lo digital, las que nos bajan al suelo con fotocopias y grapas, las que nos invitan a sentarnos a leer con imperdibles y cromos, las que son un tesoro perdurable y dan forma al archivo de la disidencia. Objetos de contraedición limitada que poseen, para el caso, un aura mágica por ser tangibles y exclusivos. Nuestra genealogía se escribe también en fanzines, de forma autogestionada e independiente, y además de leerla tantas veces como queramos, podemos tocarla con las manos. 

Hoy, en Crónicas del Margen, CUIR MADRIZ.

Hablé con las Cuir Madriz hace dos años, para publicar una entrevista que ya no está disponible, precisamente, por estos barridos inesperados que ocurren a veces en el universo digital. Me contaron que surgen de esta visión autogestionada para lanzar un discurso crítico sobre las realidades y experiencias cuir, filtradas por una mirada transfeminista. Hoy siguen en pie  y mejor que nunca después de varios años de eventos, pinchadas, textos, ilustraciones y alianzas fanzineras. El mes pasado asistí a la segunda presentación en la Villana de Vallekas de su cuarto número (que es el #3 porque empezaron por el #0, como no se cansan de repetir para las pazguatas como yo, que nos seguimos liando). 

Marikas, bi y bolleras, cis y trans, binarias y no binarias, provincianas y urbanitas, han (hemos) pasado por ser plumas de Cuir Madriz que, al final, se ha convertido en un archivo fotocopiado de muchas voces de la disidencia coetánea. Plumas maribibollo, transfeministas y antifascistas, que a golpe de palabra, ilustración o diseño, reivindican la memoria del margen combativo.

 

En este número podréis encontrar, entre sus 50 páginas, fotografías y carteles, ilustraciones, narrativas y referentas aliadas. Desde preciosos homenajes a Divine y a Cocó Cielo hasta reflexiones sobre cómo la arquitectura distribuye a los cuerpos cuir en el espacio. Desde un ejercicio disidente de escritura automática hasta un repaso por referentes tecno-pop de la escena queer-punk de la Yugoslavia socialista. Experiencias en verso y muchos más temas de plumas editoras como Lorenzo Romanista o Rebe Kämpfer, o invitadas como Andrea Galaxina (o servidora, que para el caso contribuyó con un texto sobre Elliot Page y el cuerpo en tránsito). 

Cuir Madriz es un flujo sólido, un torrente narrativo de imágenes y formatos poliédricos. No es extraño, por tanto, encontrarse entre las páginas de Cuir Madriz con poemas y dibujos, con repors y posters, el cuiróscopo y, por supuesto, con la colección de CROMAS cuir. Ya advirtieron las artífizas fanzineras que para el próximo encuentro es posible que encontremos un álbum para pegarlas, que las guardemos con cuidado, que las podremos intercambiar como lo hacíamos de peques, (a mí en este número me ha tocado, entre otres, el guapo de Miquel Missé). 

Podéis encontrar los fanzines, también, en la librería Mary Read, nuevo espacio aliade transfeminista del que hablaremos aquí muy pronto… De momento, sigue a las CUIR MADRIZ en redes y no faltes a sus citas:

https://cuirmadrizcom.wordpress.com/

Fb @cuirmadriz

Ig @cuirmadriz

 

Larga vida a la escena antifascista fanzinera, al punk disidente y a las Cuir Madriz!

CRÓNICAS DEL MARGEN – El exilio interior

Por Víctor Mora (@Victor_Mora_G)

Imagen de Asphaltwitch (@asphaltwitch)

 

Habitar, como habitamos, los márgenes de la norma sexual y de género, deja en nuestros cuerpos una huella similar al exilio, una marca original de no pertenencia que se encuentra en tensión permanente para las vidas queer. La huella se intensifica o decrece según transcurren acontecimientos, y el devenir de nuestro propio margen nos hace a veces sentir proximidad y otras, como ocurre últimamente, un profundo distanciamiento. Creo que es importante pensar sobre esas emociones, sobre ese terreno compartido que tiene algo, quizá, de continuidad con episodios del pasado que podemos recuperar para su reinterpretación y, en última instancia, como lugar de encuentro para poner en común sentires y crear alianzas.

’Exilio interior’ fue el nombre que se le dio a la experiencia de quienes se quedaron en territorio fascista, conquistado por los sublevados después de la guerra. Para la resistencia entonces no hubo, desde luego, ninguna opción afortunada o menos dramática. Huir, marchar físicamente al exilio como vía última de supervivencia fue una de esas ‘opciones’ forzosas, y otra, la que habitaron todes les que no pudieron cruzar la frontera, fue la del exilio interior. Convivir con fantasmas y desaparecides, transitar por cementerios cuneta y fosas comunes que multiplicaban sus kilómetros, fueron partes de este singular exilio, del exilio interno que experimenta quien sabe positivamente en su fuero interno que no pertenece a ese contexto. Quien sabe que no forma parte de esa cartografía conquistada por el terror, que su cuerpo y su corazón no pertenecen. El exilio interior es el destierro dentro de casa, el saberse polizón en el nuevo rumbo que se ha impuesto con violencia, el saberse barbarie en la nueva lógica, en la nueva razón. 

Cruzar la frontera geográfica dibujaba una distancia física, medible en kilómetros, pero la vida que quedaba atrás era la misma que la que dejaban quienes se quedaron a habitar el margen interno, el simbólico y obligatoriamente silencioso del exilio interior. Es precisamente en ese margen interno, en ese espacio de deslocalización intramuros, donde creo que hoy, en este contexto tan distinto y a la vez extrañamente similar, podemos volver a encontrarnos. La memoria puede traernos ese terreno obtuso de la marginalidad privada que, estoy convencido, tenemos en común muchas más personas de las que podemos imaginar a priori. Es cierto que no salimos de una guerra (aunque a veces pueda parecer que esa guerra nunca ha dejado, en realidad, de producirse), sin embargo, creo que el sentimiento de desarraigo y no pertenencia es algo compartido por todes les que afrontamos nuestro contexto actual con perplejidad primero, desde la rabia aguda y la profunda tristeza después. El extrañamiento y la distancia fueron un espasmo, una especie de empujón. Nuestro cuerpo seguía dentro del mapa, pero fuera al mismo tiempo, exiliado, en el margen. Es cierto que no salimos de una guerra (aunque a veces pueda parecer que la narrativa bélica contamina todo el texto y que nos envuelve la lógica del golpe y la derrota), sin embargo hay fantasmas que han despertado y que se nos adhieren al cuerpo, como los de la amenaza, como los de la peligrosidad.* Es cierto que no salimos de una guerra, más bien, estamos en plena batalla por el significado, por la narrativa, la memoria y el devenir. Batallas que se liberan en nuestro cuerpo y el de les compañeres, cuerpos expuestos a niveles de violencia que no podíamos recordar, cuerpos que se pretende aislar, señalar, tutelar, ningunear. Una batalla que, si bien se escribe con los modos tradicionales de la propaganda, traza sus renglones mediante estrategias nuevas. El extrañamiento radical se produce cuando nos enfrentamos a esas mentiras que insisten en nuestra peligrosidad, sabiendo que son mentiras, sabiendo que quien las lanza contra nosotres sabe también, perfectamente, que son mentiras. El extrañamiento se produce cuando se disfraza de alarma social, de inseguridad jurídica, de peligro para la mayoría, para 47 millones… lo que no es otra cosa que la pataleta del privilegio ciego, que se resiste a codazos, que se impone como sea, con las mentiras y el desprecio que su mantenimiento exija. 

Como decía al principio, las emociones del exilio que sin duda compartimos, son parte de una tensión en movimiento. No habitamos el margen al que otrora nos obligaba el totalitarismo, no hace falta recordarlo. Sin embargo, sí parece haberse olvidado que hay más similitudes que diferencias con todo texto normativo que pretende jerarquizar unos cuerpos sobre otros, que pretende señalar y deshumaniza experiencias y condiciones. 

Si bien hoy por hoy podemos aseverar sin matices que no se puede vivir de los logros del pasado, y que esos mismos logros instrumentalizados han servido (también) para ampliar privilegios y acrecentar distancias entre márgenes, lo que no haremos, desde luego, es asumir que no podamos reapropiarnos nuevamente del significado, intervenirlo y reescribir el texto del margen, el nuestro, el que nos pertenece y del que somos única autoridad. Hablemos de ello. Desde lo colectivo, desde ese sentimiento compartido de no pertenencia, como hemos hecho históricamente tantas veces, Crónicas del margen se plantea como un espacio para habitar ese destierro y compartirlo. Un lugar para hablar de nuestros espacios, textos, performances, expresiones y propuestas. Las crónicas, en definitiva, de todo lo que también está pasando en este contexto extraño que también es el nuestro y en el que se teje la red que va a escribir (que ya está escribiendo) el futuro que imaginamos. 

 

Imagen de Asphaltwitch (@asphaltwitch)

Texto de Alana Portero – Peligrosidad estatal

 

¿Quién teme a lo queer? – Un cuerpo siempre dice la verdad

Por Victor Mora (@Victor_Mora_G ‏)

«Después de la siesta estival» by Antonio Marín Segovia is licensed under CC BY-NC-ND 2.0

 

       El silenciamiento, la omisión, el armario son dispositivos de olvido,  de desmemoria, de exclusión.

L+s que tenemos sexualidades que se salen  del estrecho marco cis-hetero hemos sido borradas a veces físicamente,  pero también simbólicamente.

Fefa Vila, Javier Sáez.

 

Coetzee nos decía, en Esperando a los bárbaros, que «un cuerpo siempre dice la verdad». Con esta sentencia no trataba de expresar que los cuerpos muestran o exponen una verdad sobre sí mismos,  de manera inmediata, con el mero hecho de aparecer, no. Más bien lanzaba la pregunta hacia ese decir y hacia esa verdad. ¿Qué es lo que dicen los cuerpos y cuál es el régimen de verdad con el que los leemos? Parece que el hecho del decir, del expresar, en definitiva, una existencia, aunque sea en los márgenes de lo entendible, tiene que ver con el discurso, con el texto y el lenguaje, con la producción de lo que puede ser leído y lo que queda fuera de la comprensión. En estos días de batalla sobre los significados adecuados del sexo (los verdaderos), sobre la posibilidad de ampliarlos y la perenne amenaza de borrado, conviene recordar que, precisamente, lo que se pretende es ampliar los espacios de reconocimiento y enunciación para rectificar un régimen de verdad que ha borrado sistemáticamente a los cuerpos disidentes de la economía cishetero. Pero, ¿qué verdad es, entonces, la verdad que siempre dice el cuerpo? Lee el resto de la entrada »

¿Quién teme a lo queer? – En el punto de partida

Por Victor Mora (@Victor_Mora_G ‏)

Foto: Rocío Jurado, por Roberta Marrero IG: @roberta__marrero

 

 

 

Yo quisiera encontrarnos cara a cara.

Retomar desde la herida.

Atrevernos desde cero.

Sin reservas ni mentiras.

Juan Pardo / Rocío Jurado

 

 

“Es cansado”, es lo que más leo y escucho últimamente, “es cansado”, y es verdad. Estamos exhaustes. Como si cada día llegásemos a un nuevo punto de no retorno, al final de un camino equivocado.

Dentro de las disputas por el significado que no dejan de producirse (y cabe recordar, que toda batalla de terror lingüístico se libra en los cuerpos), me llama la atención la especie de comunión implícita que existe desde tantos flancos sobre un sentido compartido de lo queer como enemigo fatal, asociado a la catástrofe (secta queer, dictadura queer, ideología queer, Inqueersición, etc.). Afrontamos un nuevo escenario que, paradójicamente, nos retrotrae a lugares antiguos, al mapa en el que lo queer (como insulto y estigma) servía de cajón de sastre donde aglutinar toda experiencia y expresión disidente de la norma. Conviene, quizá, retomar. Volvamos, ya que nos invitan, a ese punto de partida, y preguntémonos qué ha pasado, pero también qué queremos que pase. Quizá, y precisamente porque no es nada fácil, esa es la pregunta que tenemos que hacernos. Lee el resto de la entrada »