Archivo de agosto, 2023

#SeAcabó… ¿también en el mundo LGTBIQ+?

Pablo Morterero (@pabloMorterero)

 

La inaceptable actuación de Rubiales en la final del Mundial de Fútbol Femenino en Australia (y sus posteriores declaraciones) ha provocado una marejada social, deportiva y política que sin duda servirá para que el machismo se cuestione allí donde hasta ahora ha sido muy difícil que llegara la crítica feminista.

Y sería necesario que el “#SeAcabó” que hoy inunda nuestras redes sociales, también llegue al mundo LGTBIQ+. Porque muchas veces sentimos que el machismo es algo ajeno a nuestra realidad, y nada más alejado de la realidad.

Según la definición del Instituto Mexicano de la Mujer, podemos definir machismo como “el conjunto de actitudes, normas, comportamientos y prácticas culturales que refuerzan y preservan la estructura de dominio masculino y hetero normado sobre la sexualidad, la procreación, el trabajo y los afectos. El comportamiento machista ha sido denunciado como una parte sustancial de la cultura patriarcal que discrimina y oprime no sólo a las mujeres, sino a las personas de la diversidad sexual”.

Al ser “actitudes, normas, comportamientos y prácticas culturales” las personas que hemos sido educadas en sistemas heteropatriarcales (es decir, todas las personas) hemos asumido sus postulados y los reproducimos de manera inconscientes (y a veces, lamentablemente, conscientemente). Por eso es importante aceptar que la persona feminista “se hace”, no “nace”. Y que el hecho de ser mujer (hetero, lesbiana, bi, trans o intersex), o ser hombre homosexual, bi o trans, no garantiza en absoluto que no reproduzcamos esas actitudes, normas, comportamiento y prácticas culturales. Hay que esforzarse en usar las famosas “gafas violetas” para tomar conciencia de ello y poder luchar contra esa hidra que nos amenaza a todas, a todes y a todos.

Por eso defiendo que las personas LGTBIQ+ también debemos sentirnos interpeladas por el feminismo, y reflexionar si en nuestros entornos familiares, sociales o laborales reproducimos comportamientos machistas, no solo hacia (otras) mujeres, sino también hacia hombres.

¿Quiénes (hombres intersex, trans, gais o bisexuales, pero también mujeres intersex, trans, lesbianas o bi) pueden asegurar que no reproducen comportamientos machistas con parejas, amigxs, conocidxs, vecinxs, familiares, etc.?

La plumofobia, por ejemplo, es el comportamiento machista más identificado en el mundo homosexual y bisexual masculino (ese “hetero x hetero” que buscan muchos, y que sería de lo más risible si no encerrara tanta homofobia interiorizada).

Pero no es el único. Las relaciones emocionales de las parejas basadas en el poder y el control afectan a todo tipo de parejas o triejas; el uso del femenino como despectivo en el mundo gai; la violencia intrafamiliar; la misoginia de gais y mujeres trans; el abuso dentro de la prostitución masculina (que aprovecha la vulnerabilidad de los chaperos para imponer prácticas peligrosas o degradantes); son muestras también de esa cultura machista que reproducimos en el mundo LGTBIQ+ aunque las ejecuten mujeres, y aunque la padezcan hombres o personas extrabinaries.

Y es que sufrir o ejercer la violencia del machismo heteropatriarcal también nos degrada como seres humanos

Por todo ello, desde el activismo LGTBIQ+ debemos aprovechar el movimiento #SeAcabó para luchar contra una cultura machista y heteropatriarcal poniéndonos también las “gafas violetas” y denunciar no sólo los comportamientos machistas más graves que se reproducen en nuestro seno, sino también esos micro-machismos que tenemos muy asumidos: desde los “toqueteos” no solicitados ni aceptados, a los comentarios sexualizados, pasando por las imposición de modelos excluyentes de sexualidades, afectos o expresiones de género.

Porque esa violencia (de alta o baja intensidad) no puede, no debe ser parte de nuestra cultura LGTBIQ+, por mucho que en el pasado nos haya servido para la creación de vínculos emocionales y sociales lejos de la violencia ejercida por el heteropatriarcado y las personas con homofobia o bifobia interiorizada.

 

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Quizá nos parezcamos demasiado

Por Sara Levesque

 

Siempre he pensado que «hacer el amor» es una expresión absurda. Tú no dices «he quedado con una amiga para hacer la amistad». Somos así. Hacer el amor solo es la manera que tienen los sentimientos de practicar ejercicio, de fortalecerse.

Pero si tuviera que profundizar en este tema, diría que mi postura favorita para hacer el amor era con ella. Que el mejor orgasmo que podría disfrutar habitaba en su cuerpo, empezando por su mirada radiante, plena. Y que todos mis gemidos surgirían a través de sus sonrisas. Mis suspiros guardaban en bajito su nombre.

En numerosas ocasiones me estanqué imaginando cómo sería dibujar a besos nuevas rutas por las pecas de sus pómulos. Hablarle con mis dedos sobre los lunares de su cuerpo. Eso era para mí hacer el amor. Hacerle amor. Hacernos amor.

Al momento de escribir estas líneas era de noche. Creo que las dos de la madrugada. Fuera diluviaba, eso seguro. Y yo, para variar, me acordaba de ella porque la lluvia la asociaba con su naturaleza. Una lluvia que, mientras caía, entonaba los versos más espontáneos y sinceros del mundo, capaces de ahorcar hasta a la más cuerda.

Romántica, ñoña, ilusa, cursi, repipi, obsesa, soñadora o bohemia, podía llamarme como le saliese del… Coño, casi escribo una ordinariez. Pero esta confesión era para ella —como casi todo—. Más que poetisa, la alcancé a considerar poesía.

Deseé que volviera para sincerarnos. La distancia nos hace sabios, y tantos años de distancia debieron dejar a los Siete Sabios de Grecia a la altura del betún. Al mirarla a los ojos, podría decirle que la amaba, aunque me echase a temblar por dentro. Podría recuperar el beso que nos negamos cuando la tuve cerca, tan cerca que daba miedo. Un miedo incoherente, como si fuera Halloween todos los días del año menos el que le corresponde. Podría fantasear con la idea de su reacción: quizá me lo devolviera, mutara en una cobra, siguiera con su postura de indiferencia habitual, o acabara palpitándome la mejilla en lugar de la entrepierna. Porque si me avisaba de su regreso, podría dormir por las noches después de todo eso. Ya no estaría condenada a preguntarme qué habría pasado si la comía a besos como una vez nos sugerimos entre parpadeos.

Me inquietaba que nunca quisiera volver. Me inquietaba y mucho. Viví, existí, subsistí, sobreviví afligida por si le cautivaba tanto su viaje al extranjero que, al final, decidiera quedarse allí hasta que encontrase algo mejor. Que ese algo nunca se dejase ver y acabara esperándolo tan lejos para siempre… Me obsesioné por si su nuevo estilo de vida le atraía más que el que podría compartir conmigo en la ciudad de siempre. Temía no volver a verla y que eso le resbalara como su lluvia tan peculiar. Pero, sobre todo, lo que más me ofuscaba era que, después de tantos años, hubiera dejado de importarle y no necesitase verme más. Que me hubiera puesto en el olvido, ignorándome de principio a fin, desde la tarde que nos conocimos en el gabinete hasta estas palabras. Eso me aterraba…

Fuera seguía jarreando. Veía cómo los trasnochadores se empapaban. Y me preguntaba, desde mi imprudente ventana, si les chapoteaba el corazón como lo hacía el mío.

Sara Levesque

 

 

Ausencia y exceso

 

Hoy recomendamos Ausencia y exceso. El arquetipo de la lesbiana y bisexual asesina en el cine de Hollywood y su potencial subversivo, de Francina Ribes Pericàs, publicado por Dos Bigotes

Hace treinta años se estrenó Instinto básico de Paul Verhoeven, película que levantó una fuerte polémica entre la comunidad LGTBIQ+ por la vinculación entre psicopatía y sexualidades no normativas. Catherine Tramell, el personaje que lanzó al estrellato a Sharon Stone, es una de las protagonistas de Ausencia y exceso. Lesbianas y bisexuales asesinas en el cine de Hollywood; un ensayo en el que Francina Ribes Pericàs aborda la paradoja entre la invisibilidad de la homosexualidad femenina en el cine mainstream y la espectacular presencia de escenas lésbicas en el cine comercial contemporáneo.

Las protagonistas de títulos tan populares como Mujer blanca soltera busca…, Lazos ardientes, Juegos salvajes, Criaturas celestiales o Monster son, por lo general, mujeres fuertes que exhiben una sexualidad ambigua a la vez que ejercen la violencia y el asesinato. Se impone así el arquetipo de la lesbiana o bisexual asesina, que cristaliza durante el auge del neo-noir en el Hollywood de los ochenta y noventa y que es encarnado por feminidades excesivas, herederas de la femme fatale clásica y cercanas a la figura de la vampira lesbiana.

En su libro, la autora indaga en la semilla de este arquetipo desde los orígenes del cine y analiza también cómo ha trascendido el género en el que se definió para adquirir nuevas connotaciones, preguntándose cuál es el significado de este personaje recurrente que nace marcado por la misoginia y la homofobia, pero que esconde un inequívoco potencial subversivo.

 

Lesbianas en la Historia: La reina Ana de Inglaterra

Por Charo Alises (@viborillapicara)
#MujeresLesbianas

 

Reina de Inglaterra, Escocia e Irlanda desde el 8 de marzo de 1702 y de Gran Bretaña e Irlanda desde el 1 de mayo de 1707, Ana Estuardo nació en Londres el 6 de febrero de 1665.
Mujer de carácter reservado y con muchos problemas de salud, la reina Ana no estaba preparada para regentar la monarquía. Su padre, Jacobo II, perdió la corona en favor de su hermana mayor, María. Cuando María y su marido Guillermo fallecen sin descendencia, la corona pasó a manos de Ana que se convirtió de esta forma en la última Estuardo.

La historiadora Anne Somerset en su obra Queen Anne: The Politics of Passion, señala que la reina había sido educada de forma muy pobre. Gozaba de una salud muy mala, probablemente con una enfermedad autoinmune y algún tipo de artritis. Su estado de salud y su sobrepeso motivaron que tuviese que ser trasladada a su ceremonia de coronación en una silla sedán especialmente diseñada para ella, ya que no era capaz de realizar a pie la tradicional ruta procesional desde el Westminster Hall hasta la Abadía de Westminster.

Ana Estuardo contrajo matrimonio con el príncipe Jorge de Dinamarca con el que tuvo diecisiete hijos de los cuales solo cuatro nacieron con vida y fallecieron pocos años después. Guillermo fue el que más tiempo vivió, llegando a cumplir once años.

El reinado de Ana se caracterizó por un sistema bipartidista. Fueron tiempos convulsos, con cambios políticos y geoestratégicos. Durante su mandato se firmó la unión entre Inglaterra y Escocia en Gran Bretaña.

Alrededor de 1673 Ana conoció a Sara Jennings, que se convertiría en una de sus consejeras más influyentes. Sara más tarde se casaría con John Churchil, futuro duque de Marlborough. Investigaciones históricas señalan que entre la reina y su consejera existió una relación sentimental. La correspondencia entre ellas apunta a una profunda unión de amor. Por deseo de la reina y en base a la relación que las unía, las dos damas se llamaban la una a la otra señora Morley y señora Freeman.

Parece ser que Sara fue una mujer de carácter fuerte y dominante que influyó en las decisiones políticas de la reina. Finalmente Ana apartó de la corte a Sara cuando empezó a pensar que su amante la manipulaba. Hay quien sostiene que la causa de la ruptura de esta relación se debió a la aparición en la corte de Abigail Marsham, quien se convirtió en la nueva consejera de la reina. Ana culpó a Sara de difundir rumores sobre su relación con Abigail.

El director Yorgos Lanthimos en su película La favorita llevó al cine la historia de Ana de Inglaterra y sus relaciones con Sara Churchil y Abigail Marsham.

 

Diablos Azules

Por Sara Levesque

 

—¿Nos vemos en Ibiza? —le pregunté.
—Prefiero Portugal —fue su respuesta.
—Me refiero a la parada de metro.

Uno de los primeros recuerdos que tengo con ella fue esa conversación de besugos que me hacía sonreír por los andenes madrileños. La gente me miraba con mala cara, como si fuese una excéntrica o estuviese prohibido reír. A mí me resbalaba por completo. Porque iba a verla.

Soy muy puntual y siempre suelo llegar con media hora de antelación a donde sea que he quedado. Mi entretenimiento favorito era esperarla en la boca del metro. Camuflarme entre la multitud a observar cómo me buscaba. Me deleitaba unos momentos y entonces salía de mi escondrijo, tocándole el hombro con suavidad para no asustarla. Cuando nos encontrábamos, yo me perdía en el color de sus ojos, tan bonitos como el mejor de los amaneceres.

No era la chica más divertida, ni tampoco la más espontánea. Ni siquiera le gustaba el reggae de Mishka, ni las pelis de miedo o el bluegrass. Pero al sonreírme, solo quería que el mundo la mirara para que se sintiera tan pletórico como yo.

Nunca supe cómo lo hacía. Qué secreto escondía. Ni cómo cambió mi vida a mejor en la época en que nacía mi amor.

Por supuesto, no necesité las respuestas.

También recuerdo cuando recitaba poesía. La propia y la ajena. La leía con cierta entonación. Lenta, acentuada, cadenciosa… A mí, que por aquel tiempo apenas sí había escuchado un poema en voz alta, todo aquel adorno vocal me parecía algo ridículo. Luego, la ridícula fui yo con mi monótona forma de hablar de cada día. Años después, solo puedo sentir de verdad un poema si le añado el eco de su voz. Eco que empezó aquella noche entre los diablos azules de un bar que se fue al infierno. Junto a una cerveza, me mostró un mundo nuevo repleto de estrofas y versos cantados. Allí descubrí los más especiales: los suyos.

Escribir sin pelos en la lengua me lo enseñó también, cuando a mí me temblaban las palabras en la boca. Y ahora, cuando llueve, no me importa que las gotas me picoteen o termine calada. Para mi cuerpo es como si ella le recitaba una poesía más o menos extensa, depende de la cantidad de agua. Rimas nada frías ni aburridas. Solo estrofas y versos cantados.

En el escenario de ese mismo bar la he visto alguna vez, con el jersey de punto que tanto resaltaba su figura. Un pañuelo de cuadros le abrazaba siempre los hombros. Parecía su seña de identidad —al igual que para mí, la boina francesa—. Un complemento que no combinaba para nada con el resto de su ropa, pero la hacía especial. Sujetaba los poemas con ambas manos, como si quisiera retenerlos para siempre a su lado. Derrochaba seguridad desde tan alto. Me imponía respeto e infinidad de emociones que se enmarañaban todas y aún sigo intentando desenredarlas.

Allí, en aquel pub con las paredes de ladrillo al descubierto y el público prestándole atención, oteando su mirada y su boca al recitar, yo contemplaba también las mismas zonas intentando tocarle el corazón a través de mis pupilas, entregándole el mío antes de cada parpadeo. Con el hilo musical propio de las tertulias poéticas, la conjunción que sostenía con el mundo en esos momentos era mágica. Única. Inigualable. Y cada segundo que pasaba, me enamoraba más de la vida a la que sus versos entonaba. Maldita sea… ¡Qué hermosa era! Hasta su más completa indiferencia me atrapaba. Un sinfín de diablos azules fueron testigos de mi amor por sus palabras regaladas, por sus miradas murmuradas, por su presencia desenfadada siendo ella misma, sin importarle lo que la gente opinara acerca de cualquiera de sus movimientos.

Pero claro, nunca lo supo a tiempo.

© Sara Levesque

Todo era campo

 

Hoy recomendamos Todo era campo, el poemario de Pink Chadora publicado por Letraversal.

Todo era campo es un texto extraño y queer, y por ello interesante, en el cual los nombres se borran, las pieles engañan y lo que se tensa y arriesga siempre es la existencia. Y hay un tono melancólico curioso que contrasta con la presencia virtual de su autora inexistente: en redes es, sí, la regadora, la cortadora, la trepadora, la planchadora, la conductora, la bloqueadora, la peladora, la bailaora, la cagadora, la tostadora, o la folladora. Pero es que, al no ser, tiene abierto todo el abanico de las cosas, como quien no es y por ello se transforma, como la Rosalía saokiana que es toas las cosas, y en ese no-ser nada fijo florece, se amolda al preguntarse cómo sería meter un cuerpo en una caja y que ese cuerpo sellado fuera, por ejemplo, el cuerpo de una madre. […] Y nos da un ejercicio interesantísimo, que tiene todo que ver con la curiosa intersección entre el drag y cualquier personaje, entre el drag y la folclórica, entre el drag y toda artista. En el fondo, no es tanto un libro sobre el drag como un texto sobre qué sucede cuando nos convertimos en una persona que ya no somos nosotros.

del prólogo de Elizabeth Duval

Pink Chadora, (Campo de Gibraltar / Málaga, 2019). Drag queen y artista multidisciplinar, concursante de la tercera edición de Drag Race España. Su obra gira en torno a lo rural, a la comedia y al cuerpo, todo ello entendido como espacio plástico para moldear nuevas fantasías sobre viejas estructuras. Cree en el drag como en un arte poético capaz de visibilizar desde el asombro nuestras contradicciones y operar como un factor de cambio para propiciar una sociedad más consciente y, sobre todo, crítica.

Por eso, su propuesta artística propone, desde la hipérbole y una estética bimbo, un drag que sale de su zona de confort, del mundo de la noche, para, a través de la parodia, llegar a todo tipo de público, incluso el que normalmente no suele relacionarse con el mundo del travestismo. Todo era campo es su primer libro de poemas.

El cuerpo de Pink Chadora cabe en una caja.
La abro y lo compongo despacio, lo deshago.
Luego lo ordeno de otra manera.

Nunca apareces dos veces de la misma forma.
Cuando algo cambia en ti,
a mí también me modifica.
Dejas siempre el suelo sucio,
siempre algo brillante y pequeño por limpiar.
Entregas a mi mano el artificio
de construir un cuerpo distinto cada día
y llamarlo horizonte.

Meter un cuerpo en una caja es algo bello.
¿Cómo me sentiré cuando la caja
sea otra?
Sellar, por ejemplo, el cuerpo de una madre.

Por favor te pido,
no me sueltes de la mano.

 

Mar de fondo

Viñeta de Teresa Castro (@tcastrocomics)

La Favorita

Por Charo Alises (@viborillapicara)

#CineLGTBI

 

Película de 2018, es una coproducción de Estado Unidos, Irlanda y Reino Unido dirigida por el realizador griego Yorgos Lanthimos. La cinta nos traslada a la Inglaterra de principios del siglo XVIII durante el reinado de la inestable reina Anne (Olivia Colman). Debido a su salud precaria, la monarca, deja en manos de su amante, Lady Sarah (Rachel Weisz), el gobierno del país. La cosa se complica cuando Abigail (Emma Stone), pariente de Lady Sarah, llega a palacio y ve una oportunidad de medrar en la corte acompañando con frecuencia a la reina.

«Muchas personas crecimos aceptando una narrativa de que las mujeres fueron excluidas del poder hasta la larga y difícil lucha por el sufragio del siglo XX. Durante algunos años, bajo el reinado de la reina Ana, las mujeres dominaron la arena política», afirmó Hannah Greig, asesora histórica de la película La favorita, en la revista BBC History

Drama de época, La favorita se apoya en las brillantes interpretaciones de un privilegiado trío de actrices en estado de gracia. A pesar de ser una cinta de factura histórica, con la presencia de decorados y vestuarios del género, Lanthimos no renuncia a impregnar la cinta de imágenes propias de su particular universo. El director pone en escena un palacio real inflamado por la traición, la paranoia y la histeria donde uno de los pasatiempos cortesanos es el lanzamiento de naranjas sobre hombres desnudos. La habilidad del director consigue que estas escenas cómicas no impidan que seamos conscientes del drama que la historia contiene.

La favorita es una historia de la lucha por el poder entre dos mujeres: Lady Sarah, la verdadera regente del gobierno de Inglaterra, y Abigail, que utiliza su atractivo para medrar en la corte acercándose a la reina, desvalida a causa de su inestabilidad emocional. La reina Ana que compone Olivia Colman, es una niña grande, caprichosa, mimada y vulnerable que grita sin motivo a un miembro de su guardia y se da un atracón de tarta hasta caer enferma. Un personaje que, aunque podría resultar cómico, lo cierto es que tiene una existencia marcada por un áurea trágica que deviene claustrófobica.

Yorgos Lanthimos comentaba que La favorita nació como un proyecto de encargo nueve años antes de que la película se estrenase. Es el primer guión que no lleva su firma ni la de su colaborador habitual, Efthimis Philippou. La cinta cambia la manera en que los actores recitan sus diálogos; ya no parecen zombis enunciando retailas de frases. Sobre esta cuestión, el cineasta griego afirmó que este cambio de estilo se debe a que el propio periodo en el que se desarrolla la acción –la corte británica en el siglo XVIII, durante la guerra entre Inglaterra y Francia– hace que la audiencia se distancie de los personajes. Lanthimos deconstruye los códigos del cine histórico con su particular puesta en escena que se apoya en la utilización de líneas deformadas que transmiten la inseguridad de los miembros de la corte que se sienten tan indefensos como los conejillos de la reina ante las veleidades de ésta.

Además destacan los grandes angulares, contrapicados, bailes anacrónicos y toques de estética contemporánea. Su banda sonora es también un canto al anacronismo donde conviven piezas de Bach o Vivaldi con el Skyline Pigeon de Elthon John.

Una finca jacobea de la localidad de Herforshire que acogió a la realeza británica desde el siglo XV, fue la elegida por la producción de la película para recrear el ambiente de la corte de Ana Estuardo. Su estructura actual proviene del siglo XVII y permitió a Lanthimos desarrollar su historia a través de extensos salones, corredores interminables y numerosas escaleras por las que transitan los personajes variopintos de la cinta.

La vida en palacio de La favorita, es una suerte de pasillos plagados de secretos y estancias iluminadas deficientemente con velas que permiten intrigas en las que los personajes tratan de obtener ventajas utilizando la traición, el chantaje e incluso el asesinato. La cinta intenta dibujar un retrato de lo que debió ser la vida en esa época, ya tan lejana, bajo la mirada del siglo XXI. La distancia de los siglos permite que nos adentremos, no solo en los salones y cocinas palaciegas, sino también en la intimidad de la alcoba de la reina Ana y en su propio lecho.

El film de Lanthimos se mueve entre lo dramático y lo cómico, lo romántico y lo grotesco. Es una película divertida y perturbadora a partes iguales.

Hola

Por Sara Levesque

 

Hola, Lector, ¿qué tal estás?
¿Sabes una cosa? He conocido a una persona increíble. Ya lo daba por perdido.
Sin darme cuenta, me buscó. PORQUE ME BUSCÓ ELLA. Yo no hice nada salvo dejarme encontrar.
Es un maldito desastre, es cierto. Su caos en un desorden constante donde me encanta perder el control, los papeles y la cordura.
A veces, es un poco fría, pero también es dulce sin ser empalagosa.
Sabe lo que es el espacio vital. Para mí, era vital que lo supiera.
Es inteligente sin sentirse superior, y soy feliz por sus cervicales.
Es independiente sin hacer bombas de humo. Esto es raro de encontrar…
Tiene la personalidad suficiente como para haberse atrevido a cortar los hilos del títere y querer seguir siendo buena persona, orgullos aparte.
Es luchadora, aunque se haya dejado las rodillas desolladas cada vez que cayó a los fosos a los que ha intentado hacer frente. Luchadora o cabezota, vete a saber.
Tiene carácter, pero sin rozar los brotes psicóticos, lo cual es complejo de encontrar y algo precioso.
Es tranquila sin llegar a la desidia.
Descalza es muchísimo más alta y ya no tiene nada pendiente con sus orejas de soplillo.
Tiene sus mierdas y sabe cómo cuidar a los que le importan para que las moscas no les hagan daño.
Es buena sin ser estúpida; en realidad, un poco idiota sí es, aunque puede ser parte del encanto torpón que conserva por algún lado. ¿He dicho ya que es un desastre?
Es esa chica tímida que parece una oveja rodeada de lobos y dice con una mirada lo que no se atreve con palabras.
Recula sin que se note cuando conoce a alguien porque es de natural reservado y se hace la tonta para jugar al despiste.
Es de blues suave en cualquier idioma o sin letra. Le encantan los temas poco comunes, como las expediciones polares o los deportes extremos.
Se sale de los esquemas porque quiere estar en todos y en ninguno a la vez. Le fascinan los colores y su favorito es el gris. ¡Como el mío! ¿A que resulta entrañable?
Dice que se enamora de mujeres imposibles y hace todo lo posible para que dejen de serlo.
Me confesó que era de sonreír y callarse los «te quiero» por miedo a las consecuencias.
Era.
Tiene la costumbre de mirarse en el reflejo de cualquier cristal para colocar su pelo desordenado.
Es de bajar las medias enteras y, a veces, es tan bruta que se caga hasta en la puta.
No te figuras lo cabezota, parsimoniosa y taciturna que puede llegar a ser. Una persona solitaria, pero no antisocial, que ama su desorden, meterse en cualquier «fregao» y que la gente respete sus rarezas igual que hace ella.
Es más de invierno que de verano, de sabores de otoño que de recoger flores entre las manos. De decirme que estoy más guapa despeinada recién levantada que con maquillaje enmascarada.
Le encanta sorprenderme en mitad de abril que cuando lo hace todo el mundo en San Valentín.
Es de café solo con mucho azúcar, asqueando a los supuestos auténticos cafeteros. ¡Y de no mojar en él la magdalena! A mí siempre me ha dado mucho asco comerme los bollos blandurrios…
¡Y no le gusta bailar! ¡Eso sí que es un puntazo!
Es muchas cosas y lo que queda por descubrir, siempre con calma.
Y resulta que la quiero. ¡La quiero, Lector!

Se hace llamar Sara Levesque.

Yo me quiero.
¿Y tú a ti?

 

El látigo y la pluma

 

Hoy recomendamos El látigo y la pluma. Homosexuales en la España de Franco, nueva edición del ensayo de Fernando Olmeda que publica Dos Bigotes.

El látigo y la pluma, en cuyas páginas se reivindica el honor robado a cuantos fueron perseguidos y ultrajados durante el franquismo debido a su orientación sexual, reconstruye la realidad de aquella época ominosa, se sumerge en sus catacumbas y, de la mano de las víctimas, nos revela el dolor inmenso e irreparable que causó el régimen de Franco a cuantos consideró sus enemigos, los homosexuales entre ellos.

Junto a Fernando Olmeda, y acompañando a los protagonistas de las historias que se recogen en el libro, el lector se embarca en un escalofriante peregrinaje a los confines del daño sufrido por miles de personas señaladas con un estigma que pretendió aniquilar sus almas. Este recorrido tendrá escalas delirantes: presidios, delaciones, cuarteles, seminarios, pabellones de invertidos, palizas, leyes punitivas, conventos, cines, urinarios…

Convertido ya en un clásico contemporáneo, la reedición de El látigo y la pluma. Homosexuales en la España de Franco revela a las nuevas generaciones los pormenores de aquel viaje terrible al corazón de la infamia.

«Sabrás, gracias a este relato, quiénes somos y de dónde venimos. Te palparás para asegurarte de dónde estamos y entenderás que vivimos en deuda con quienes nos precedieron para configurar una ruta sólida, luminosa, multicolor y diversa» (del prólogo de Bob Pop).