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La vuelta al cole y a la LGTBIFOBIA

Juan Andrés Teno (@jateno_)

 

En sólo unos días toda la población escolar iniciará un nuevo curso lectivo. Parece ser que, debido a la situación de evolución positiva de la pandemia, las clases van a retomar la normalidad que se vivía en los centros educativos tras dos años extraños de ausencias y virtualidad. Esto significaría que se acabaría la educación a distancia y el cuerpo a cuerpo será la novedad de septiembre a junio.
Volverán las criaturas, de 3 a 16 años, a poblar las aulas, los pasillos, los patios y las zonas comunes. En mayor o menor medida volverán los contactos físicos, los abrazos, el mirarse a la cara. Y también lo hará la LGTBIfobia.

Unos de los principios docentes en este país en la educación en valores. Los colegios e institutos no son solo proveedores de conocimientos científicos si no de transmisión de comportamientos democráticos que hagan posible que esta sociedad siga evolucionando y que se haga más amable y respetuosa, especialmente hacia las minorías.

Todavía existe una parte de la ciudadanía, y por ello de madres y padres, que siguen afirmando alegremente que “en la escuela se enseña y que en la casa se educa”. Es inoperante que un docente muestre a su alumnado como sumar, hacer una raíz cuadrada o despejar una ecuación si no transmite también conceptos éticos y de convivencia. Hasta sobran las explicaciones, por que si algo han mantenido las distintas normas que los gobiernos han ido dictando en las últimas décadas ha sido el principio básico de la educación en valores.

Por mucho que nos pese seguimos viviendo en un país machista, racista, adultocéntrico y LGTBIfóbico. Sigue molestando que la mujer tenga los mismos derechos que el hombre, que los inmigrantes sin recursos puedan incorporarse a la sociedad, que se escuche la voz de la infancia y la adolescencia y que las personas LGTBI tengan los mismos derechos que sus coetáneos heterosexuales y cis.

Esta violencia que sufren las personas LGTBI y sus familias empieza a ser asfixiante. Frente a un reciente informe europeo que revela que España es el país europeo con mejor aceptación social a gais, lesbianas, bisexuales y personas trans, en este país se ha constatado un importante crecimiento de la violencia hacia este colectivo con agresiones casi diarias, incluyendo el asesinato del joven Samuel. Y eso partiendo del hecho de que solamente se denuncian en torno al 10% de los casos de LGTBIfobia.
Se tendrá que analizar el porqué de este incremento de la violencia. Pero es evidente que se ha dado apariencia de legalidad a la LGTBIfobia al ser sostenida por la tercera fuerza política del país que ha situado a 52 diputados y diputadas en el Congreso. Esta irracionalidad democrática de la extrema derecha siempre ha existido, pero no contaba con un altavoz organizado y amparado por las reglas democráticas. Consecuencia directa es que se confunda un delito de odio con la libertad de expresión o de acción. Además, recientemente, desde la izquierda política, y a través de una parte del feminismo, se ha propagado un discurso tránsfobo, que poco a poco va tiñéndose de homofobia. Ellas son las TEFRS.

Sorprende la juventud (aunque las haya de todas las edades) de las personas que ejercen la violencia verbal y física contra lesbianas, gays, bisexuales y personas trans. Su edad evidencia un sistema educativo que no ha sabido afrontar la educación en diversidad y que no ha podido frenar discursos de odio procedentes de las familias, amigos o cualquier otro escenario de socialización.

Esta violencia social es inevitable que se cuele en las aulas a lo largo del mes de septiembre y durante todo el curso 2021/2020. Y lo es porque inevitablemente se está gestando también en los centros educativos, donde puede permanecer larvada o estallar en episodios de acoso escolar.
Son muchas las voces que, desde hace años, reivindican la enseñanza en los centros de la diversidad afectivo sexual, familiar y de género. Demandas que son ignoradas o que llegan a las aulas con cuentagotas.

No se puede pedir al profesorado que hable de orientaciones e identidades a su alumnado cuando no ha sido formado previamente en estas materias. Por ello se sigue necesitando la participación de entidades y activistas LGTBI para que esta información llegue a las aulas, sobre todo ahora tras dos años de casi total ausencia de las mismas en los centros educativos.

Sucede que la mayoría de las autonomías tiene aprobadas leyes LGTBI que indican que este tipo de materias deben ser abordadas en las aulas, pero también ocurre que, aun existiendo este automandato, las distintas consejerías de educación se lo pasan por el arco del triunfo. Se está comprobando que la normativa LGTBI sólo está siendo utilizada para que los políticos de turno se hagan la foto de rigor con los representantes de las entidades el día de su aprobación, ya que no está siendo implementada en Madrid, Cataluña, Región de Murcia o Andalucía. Y no son los únicos ejemplos, hay más, son casi la totalidad de las autonomías.

Es de recibo reconocer el esfuerzo que se hace desde algunos centros educativos para abordar las cuestiones de diversidad o de centros de formación del profesorado para desarrollar cursos. Pero son tan insuficientes, llegan a un número tan reducido del alumnado que pueden considerarse anecdóticos.
Lo mismo ocurrirá cuando se apruebe, si es que se aprueba, la normativa estatal. Es urgente que las consejerías de educación cumplan con los mandatos parlamentarios, que formen a la totalidad de profesorado, que obliguen a los centros educativos a trasladar estos conocimientos al alumnado y a penalizar a quien no lo haga. Pero, claro, si el consejero o la consejera de turno no acata una ley que le dicta el desarrollo de estas materias, es ilusorio pensar que traslade este mandato a los centros y el profesorado.

Es urgente que desde la Educación Infantil se aborde la diversidad familiar de manera sistemática y que, con el paso de los cursos, se dé información certera y científica sobre diversidad afectivo-sexual e identidad de género. Como esa violencia que está llenando de moratones, heridas y muerte a las personas LGTBI de este país traspase las verjas de los centros educativos los únicos responsables serán los políticos que no cumplen con sus obligaciones.

Y, paralelamente, es importante que todas las universidades formen en estas materias a los futuros docentes, para que una vez asentados en los centros de enseñanza no tengan que esperar su admisión a unos escasos cursos de formación que llegan con escasez y demasiado tarde.

Además, hay que recordarle a las direcciones de los centros que quien dirige sus acciones son las leyes y normas educativas y no la actitud desafiante de padres ultraconservadores o madres TERFS.
De poco sirven los presurosos comunicados de algunas entidades LGTBI exigiendo a los ejecutivos autonómicos la aplicación las leyes LGTBI si luego corren aturdidas a su llamada en los actos publicitarios de presentación de un folletito o un video inocuo con el que lavan la cara ante sus ausentes políticas de diversidad.

La vuelta al cole sigue siendo para una parte de una nuestra infancia y adolescencia un episodio terrorífico del que han podido liberarse durante el periodo vacacional o el inicio de un infierno que les afectará el resto de sus vidas.

Si a partir de la semana que viene un niño, una niña o un niñe, un adolescente o un joven vuelve a su casa, tras la jornada educativa, con lágrimas en los ojos, insultos en su dignidad o moratones en su cuerpo, espero que las consejeras y consejeros de educación de las diferentes autonomías sientan el dolor en sus entrañas, porque ellos son los primeros y últimos responsables de que esto siga sucediendo.

JUAN ANDRÉS TENO

Periodista y activista LGTBI especializado en Diversidad Familiar

Cuenta en Twitter: @jateno_ 

Blog: https://familiasdecolores.wordpress.com/

 

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El orden de las cosas

Juan Andrés Teno (@jateno_)

 

Hace ya varios años que se ha abierto una brecha ideológica (conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político, etc.) insalvable entre una parte del feminismo español y el movimiento LGTBI.

Tras un periodo convulso en el que se intentó descabalgar a las mujeres lesbianas del movimiento feminista llegaron unos años de armonía en que estos dos motores sociales caminaban al unísono y compartían luchas en las intersecciones por las que pudieran deambular.

El problema surge en la anterior legislatura cuando se estaba trabajando un borrador de ley estatal LGTBI en el Congreso y desde la Comisión de Igualdad del Congreso, presidida por el PSOE, se empezaron a poner trabas primero, zancadillas después y puñales en la espalda como broche final. Su principal objetivo era sacar de la futura norma la regulación de los derechos de las personas trans y con ello impedir su libre autodeterminación.

Los procesos de negociación fueron deliberadamente retrasados por las filas socialistas y terminó la legislatura sin haber elevado el borrador de ley ante el pleno del Congreso por lo que el proyecto decayó y hubo que empezar de nuevo el proceso en la legislatura actual.
Con el nuevo gobierno las políticas LGTBI cayeron en manos de Unidas Podemos y desde el Ministerio el Ministerio de Igualdad (que tuvo la habilidad de fichar a activistas LGTBI de gran valía profesional) se negoció un nuevo borrador parta otorgar a la población LGTBI los mismos derechos que a la heterosexual y así blindar sus dignidades. Por segunda vez en la historia (tras la aprobación del matrimonio igualitario) las distintas entidades LGTBI del país hicieron frente común. Se redactaron dos proyectos, uno específico para el colectivo trans y el otro para las personas LGB. La parte socialista del gobierno impone y consigue que las dos normas se fundan en una sola. Aun así, el Ministerio de Igualdad no logra que el Consejo de Ministros eleve el texto al poder legislativo, alargándose de nuevo los plazos. Inesperadamente el Presidente del Gobierno hace una remodelación ministerial y cae del ejecutivo Carmen Calvo. Hay que recordar que es ella una de las firmantes de un argumentario interno de PSOE en el que se afirmada que el denominado “derecho a la libre determinación de la identidad sexual” o “derecho a la autodeterminación sexual” carece de racionalidad jurídica.

Seguidamente se hace público que el texto pasará por La Moncloa con motivo de la conmemoración del Día del Orgullo LGTBI. Pareciera que la primera batalla estaba ganada, pero esta historia promete ser muy larga y el final es imposible vislumbrarlo en estos momentos.
Paralelamente a todo este proceso administrativo una parte del feminismo patrio (vinculada en mayor o menor medida al partido socialista) emprende una titánica batalla contra esta ley a cuenta de las realidades trans. Niegan la autodeterminación de esta parte de la ciudadanía y lanzan mensajes contaminados del contenido de la futura norma que nada tienen que ver con lo redactado y que discurren espléndidamente dentro de los cauces del populismo y la difusión de bulos (fake news) en publicaciones generalistas y especializadas, además de en las redes sociales. Son las denominadas TERFS (acrónimo para Trans-Exclusionary Radical Feminist).
Sería curioso averiguar las verdaderas razones por las que una sección de un movimiento ideológico y social de vanguardia y progresista, de repente, y sin previo aviso, airea posiciones en contra de los derechos fundamentales de algunas mujeres, alineándose de este modo con los sectores más reaccionarios del país.

Desde un principio argumentaron que el movimiento LGTBI había sido secuestrado por la denominada Teoría Queer. Ellas, ajenas a la realidad asociativa, no sólo desconocen lo que predica esta corriente político-filosófica, si no que ignoran la permeabilidad de lo queer en el colectivo, que no es precisamente muy importante.

Uno que es observador (o al menos cree serlo) estima que hay una parte de la mujeres feministas de este país, las de más edad, que, tras el avance social que supuso el 15M y las multitudinarias acciones de calle llevadas a cabo por una nueva generación en torno a los derechos de la mujer, veían peligrar su liderazgo y se amarraron a la transfobia en un acto desesperado. De sus bocas han salido todo tipo de afirmaciones y calificativos hacia el colectivo de mujeres trans que harían sonrojar a cualquier demócrata. Se han despachado a gusto. Han hecho daño y han socavado dignidades. Pareciera el rugir insoportable de una fiera salvaje a que, sabiéndose herida de muerte, quiere acabar con todo lo que se mueva a su alrededor.

El problema de esta transfobia revestida de feminismo es que sus ideólogas son mujeres altamente inteligentes, que saben que están lanzado bulos y mentiras para no perder el cetro de las políticas de igualdad. Y esta carnaza la sirven en platos calientes a un conjunto de seguidoras que la digieren sin pensar y la vomitan a lo largo y ancho del territorio nacional.
Frente a este espectáculo alucinante y surrealista, entidades y activistas LGTBI han respondido con una sola voz y se muestran determinadas a no dar un paso atrás, haciendo suyo un lema, precisamente feminista, si nos tocan a una nos tocan a todas.

En esta algarabía de falsos fuegos artificiales algunas y algunos advertían que esta transfobia escondía algo más, que primero serían las mujeres trans, luego los hombres trans y después alcanzaría gais, lesbianas y bisexuales, en una suerte de movimiento reaccionario que igualaba sus postulados con las ideologías políticas más reaccionarias.

Y parece ser que tenían razón. La primera carta sobre la mesa la ha puesto Doña Amelia Valcárcel Bernardo de Quirós, mujer con un amplio curriculum e integrante del Consejo de Estado del Reino de España. La señora Valcárcel forma parte de los consejeros electivos que son nombrados por Real Decreto.

Valcárcel Bernardo de Quirón lanzó un órdago hace unos días con un mensaje en una red social en la que negaba que los homosexuales pudieran estar perseguidos en el Afganistán reconquistado por los talibanes, para, seguidamente dejar caer de una manera sibilina y artera un paralelismo entre homosexualidad y pederastia. Es el viejo argumento de la derecha no democrática ahora apropiado por una feminista insigne.

Había sido lanzado el primer cañonazo por parte del feminismo ilustrado contra los hombres gais, tras esparcir bombas de racimo sobre las mujeres trans.

Además de las miles de reacciones en redes sociales ante este salvaje mensaje, del rechazo individual y colectivo de activistas LGTBI y de que la red social le suspendiera la cuenta a esta señora, no se ha producido ninguna reacción de la oficialidad de este país. No hay que olvidar que la mencionada forma parte de la esfera más alta de la administración del estado. Silencio, como en las primera horas de las una tarde de verano en la que sólo se escucha el soporífero canto de la chicharra.

Está meridianamente claro que ese alejamiento entre un feminismo ajado y el movimiento LGTBI se irá agrandando en los próximos meses. En unos días se reanudará el trabajo en la cámara baja y tienen que caldear el ambiente hasta que sea sofocante.

Por fortuna deambulo por espacios en el que mujeres feministas se han alejado de estos histrionismos transexcluyentes y que son no solo el presente si no el futuro de una sociedad que prefiere el amor al odio, la diversidad a la uniformidad y la libertad a las cadenas.
La mayor esperanza de todas aquellas personas que habitamos en las siglas LGTBI es que esta ley salga adelante sin vetos ni censuras, pero el horizonte se muestra turbio, en algunas ocasiones descorazonador.

Enfrente estaremos las mujeres, los hombres y las personas no binarias con orientaciones sexuales e identidades de género no normativas. Estamos más que acostumbrados a sufrir ataques verbales y físicos a lo largo de nuestras vidas individuales y colectivas y resultado de ello es una sorprende capacidad de resiliencia. Que no lo olvida nadie, somos el ave fénix de la sociedad y estaremos siempre atentos a establecer el orden de la cosas en un estado democrático.

JUAN ANDRÉS TENO

Periodista y activista LGTBI especializado en Diversidad Familiar

Cuenta en Twitter: @jateno_ 

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No perdono a los asesinos de Samuel

Juan Andrés Teno (@jateno_)

Hay momentos en los que hay que dar un golpe de sobre la mesa y actuar. Hay situaciones que te obligan a no dar un solo paso atrás y negar ante la posibilidad del diálogo y del convencimiento. Hay momentos de hartazgo, de no poder más, de plantarte ante la vida y mantener una postura inamovible.
Siempre he escrito desde el corazón a través del entendimiento, pero hoy me nace hacerlo desde las tripas, desde el dolor de la realidad y con el convencimiento de que aplicar paños calientes ante la violencia sólo genera más violencia y la sensación de impunidad ante quien la ejerce.
Por todo ello:
No perdono a quienes gratuitamente durante las últimas semanas han agredido físicamente a jóvenes por su orientación sexual.
No perdono a quienes han posibilitado que los segundos tipo de delitos de odio que más aumentan en España sean los cometidos contra personas LGTBI.
No perdono a VOX y a la extrema derecha que siguen negando derechos y realidades del colectivo.
No perdono a quienes desde el PP acceden a cargos institucionales gracias a negociar nuestros derechos con VOX.
No perdono a quienes desde Ciudadanos desarrollan políticas LGTBI en gobiernos que son posibles gracias al apoyo de VOX y a que el PP negocia nuestros derechos fundamentales a cambio de aprobar unos presupuestos.
No perdono al PP que quiso impedir el matrimonio igualitario y que ahora se hace fotos junto a una bandera arcoíris.
No perdono a los gobiernos autonómicos que aprueban leyes LGTBI para no implementarlas jamás.
No perdono a los políticos que sólo se acuerdan del colectivo LGTBI para hacerse una foto el 28 de junio.
No perdono a las mujeres del PSOE que se han hundido en la caverna negando las realidades trans.
No perdono a las feministas que claman al cielo por que una ley va a conceder a las personas trans el derecho a ser sin tutelas ajenas.
No perdono a quienes niegan las infancias trans.
No perdono a las feministas que mienten al afirmar que la ley Trans-LGTBI posibilitará hormonas y cirugías a la infancia trans.
No perdono a quienes conscientemente siguen nombrado a las personas trans con el nombre que le pusieron al nacer.
No perdono a quienes hablan de hombres transfemeninos y transgenerismo cuir.
No perdono a quienes niegan la existencia de personas no binarias.
No perdono a quienes quieren separar a las personas trans del colectivo LGTBI.
No perdono a quienes demonizan a la teoría queer por que no tienen valor de hacerlo con el colectivo LGTBI.
No perdono a los gobiernos que desde el año 2015 han seguido manteniendo que las parejas de mujeres, ya sean lesbianas o bisexuales, tengan que casarse obligatoriamente para poder filiar a sus hijos.
No perdono a los gobiernos de izquierda y de derecha que ha mantenido cerrada la sanidad pública a las mujeres solas o en pareja que optan por las técnicas de reproducción asistida.
No perdono a quienes consideran que “lo LGTBI” es una ideología partidista.
No perdono a quienes no comprenden que el movimiento LGTBI utiliza herramientas políticas en pos de una sociedad más diversa, plural y democrática.
No perdono a quienes quieren imponer el pin parental para que la infancia y la adolescencia no conozcan los valores de igualdad y diversidad.
No perdono a las familias que niegan que uno de los fines de la escuela pública sea la educación en valores.
No perdono a los adultos que adoctrinan a menores, que terminan haciendo bullying a sus iguales por su orientación sexual, identidad de género, expresión de género o pertenencia grupo familiar.
No perdono a madres y padres que rechazan a sus hijas, hijos o hijes por su orientación sexual o identidad de género.
No perdono a las autoridades educativas que siguen sin posibilitar que la educación afectivo sexual, familiar y de género sea obligatoria en los centros educativos.
No perdono a las autoridades educativas que siguen permitiendo que las editoriales de libros de texto solo reflejen un tipo de familia en sus páginas.
No perdono a los médicos y padres que mutilan a bebés intersexuales.
No perdono a los activistas LGTBI que acusan a las familias homoparentales de perpetuar una sociedad neoliberal y capitalista, cuando ellos lo hacen a diario en su vida personal.
No perdono a quienes siguen negando a las infancias LGTB y las hijas e hijos de personas LGTB el derecho de expresar sus opiniones y que estas sean tenidas en cuenta en la petición o desarrollo de políticas que les afectan a ellos directamente.
No perdono a quienes vulneran la dignidad de las hijas e hijos de personas LGTB independientemente de cual sea su origen.
No perdono a quienes, por rechazar la gestación subrogada, utilizan un lenguaje violento y mutilador que acaban dañando a los seres más vulnerables de las familias creadas por este proceso: las personas menores de edad.
No perdono a quienes siguen afirmando que las personas LGTBI tienen los mismos derechos de las heterosexuales.
No perdono a quienes utilizan la palabra “maricón” como un insulto.
No perdono las empresas que rechazan las demandas de empleo de las personas trans.
No perdono a quienes por sus palabras o acciones impiden que las personas LGTBI puedan mostrarse libremente en sus centros de trabajo.
No perdono a la jerarquía de la iglesia católica que sigue afirmando que dos hombres o dos mujeres con hijos no pueden conformar una familia.
No perdono a la iglesia católica que afirma “aceptar” a las personas LGTB siempre que no mantengan relaciones afectas y/o sexuales.
No perdono a quienes “aceptan” a gais y lesbianas siempre que “no se les note” lo que son.
No perdono a quienes son testigos de un agravio a una persona LGTB y miran hacia otro lado.
No perdono a homosexuales que rechazan a otros homosexuales por no tener una expresión de género normativa.
No perdono a quienes siguen abogando por las terapias de conversión.
No perdono la LGTBIfobia.
No perdono a los asesinos de Samuel.
Y no perdono porque el perdón debe ser un ejercicio íntimo y veraz de la persona que comete un acto vil hacia una persona y debe hacerse sin esperar que la víctima acepte ese perdón. Y esto no está ocurriendo.
No perdono y en la ausencia del perdón hay una aspiración infinita por seguir luchando por la dignidad lesbianas, gais, bisexuales y personas trans, no porque uno se crea un superhéroe capaz de cambiar el mundo, si no por es posible crear espacios personales libres de LGTBIfobia en la familia, en las amistades, en la vecindad, en los centro de trabajo… pequeñas burbujas que pueden unirse a otras burbujas para posibilitar una sociedad más libre.
No queda otra que seguir luchando, no callarse, no permanecer inmóvil, no declararse imparcial. Ya no vale que no seas activista o que seas heterosexual. Ya no vale, por que la vida de un joven ha sido derramada en A Coruña a causa de nuestra pereza y falta de compromiso como sociedad democrática.
Levantemos las piernas e iniciemos la lucha:

We are the Stonewall girls
We wear our hair in curls
We have no underwear
We show our pubic hairs

 

JUAN ANDRÉS TENO

Periodista y activista LGTBI especializado en Diversidad Familiar

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La fiesta de los que no éramos invitados a la fiesta

Juan Andrés Teno (@jateno_)

 

Al principio no había diferencias, sólo juegos. Con el baby todos éramos iguales, no había sexos, ni colores, sólo eran importantes los tesoros guardados en los bolsillos. Antes de salir al recreo nos daban una botellita de leche y nos sentíamos héroes de una historia jamás imaginada.

Carreras en el patio y muchas risas. Cuando aprendimos a leer, Mari Carmen llevaba un libro de Los Cinco, que recreábamos una y otra vez en el rincón más alejado, en medio de enormes piedras que nacían del suelo no hormigonado como montañas de paisajes lejanos.

Un año llegó una pelota y el fútbol. La unión instintiva entre amigas y amigos desapareció. Los chicos debían jugar al futbol y las chicas a sus cosas. Lo intenté, intenté divertirme dando patadas a un balón y meterlo en la portería. Pero esa dinámica impedía las conversaciones y las risas, que eran sustituidas por la competitividad y ser el mejor. Lo intenté, pero no pude.
Y no jugué más al futbol.

Seguía siendo enormemente feliz, deseando que mi madre me levantara por las mañanas para ir al colegio con mis amigos. Hasta que llegó la palabra “marica”. Parecía que no era un término al azar que se incorporaba a nuestro creciente vocabulario, ya que sólo era utilizada para referirse a mí. Al principio sonreía cuando me lo decían, porque si mis amigos me llamaban así tendría que ser necesariamente algo bueno. No sabía que significaba.

Poco tiempo después la palabra iba acompañada, primero de risas, luego de caras turbias y al final actitudes de rechazo. Seguía sin saber lo que significaba pero ya no era tan feliz. Si esa palabra solamente me la decían a mí era porque yo era diferente, distinto. Y eso no me gustaba.

Cuando empecé a percibir que era un insulto, asimilé que algo en mí no funcionaba bien, que no era lícito, que en mí habitaba un pecado muy poco común. Pero seguía sin saber su significado. Es muy triste abandonar la infancia intuyendo que hay algo malo en ti. Primeras lágrimas.

Aun hoy intento averiguar cómo mis iguales sabían algo de mí que yo desconocía o de donde habrían sacado esa actitud homófoba ante alguien que solo quería ser un niño y ser feliz.

Al llegar la pubertad no solo descubrí el significado de la palabra sino mi orientación sexual. No suponía un conflicto interno, te asumes tal y como eres, pero también aprendes a rumiarlo en soledad.

La palabra cada vez estaba más teñida de odio y se entrelazaba peligrosamente con manos y pies demasiados ligeros que siempre acaban chocando con mi cuerpo.

Fueron pasando los años hasta llegar a la veintena. Mi adolescencia y primera juventud fue un tiempo robado, me robaron la posibilidad de ser, me robaron el primer beso en la boca, me robaron las mariposas en el estómago, me robaron el amor del primer novio, me robaron la posibilidad de ir cogidos de la mano, me robaron el descubrimiento del sexo… me robaron la posibilidad de ser querido.

Vivir una adolescencia secuestrada es una de las experiencias más amargas a las que te puedes enfrentar, un periodo de la vida en la que inventas realidades, te escondes, ocultas tu esencia por miedo. Estos años que me sustrajeron no son recuperables, nunca podrán volver.

La violencia existió en el colegio, en el instituto y en la universidad. Violencia ante la que única respuesta era el silencio por que tu integridad física corría peligro, por que no había apoyos exteriores en los que pudieras estar seguro para poder gritar quien eras.

Un día, pasada la treintena confiesas entre lágrimas a tu madre que eres homosexual, que estás enamorado de un hombre que ella creía tu amigo. Y lloras por miedo, por el temor al rechazo, por que quiera esconderte, porque te deje de querer. Entonces tu hermana, sabedora de la salida del armario le dice a tu madre que en esos momentos en cuando más debía quererme. Y tu madre sólo responde: “no puedo quererlo más de lo que lo quiero”. Y un gran suspiro sale de tu alma y te relajas al saber que las cosas pueden empezar a ir bien, que es posible de la felicidad, que vas a poder contar con tu familia.

Y al final del verano te vas a vivir con tu novio, aunque sabes que nunca te podrás casar y que no podrás ser padre de ninguna manera. Y guardas los besos y las acaricias a tu hijo en el bolsillo de las esperanzas y lo canalizas hacia otros tipos de afectos. Asumes que vuelves a ser feliz pese a que nunca podrás ser como lo son los demás, que eligen libremente el unirse legalmente a otra persona por amor o disfrutar dando un biberón a tu criatura.

Pero la vida a veces te sorprende con situaciones inesperadas. Hace 16 se aprobó de repente el matrimonio igualitario y la posibilidad de adoptar (aunque el movimiento LGTB llevaba años luchando para conseguirlo). Con el tiempo límite pisándote los talones te casas e inicias el proceso de adopción. Y llega tu hijo. Y crees que es imposible ser más pleno y más feliz.

Pero, a pesar de ello, te sueltas de la mano de tu marido allí donde no tienes la seguridad de ser aceptado, evitas muestras de afecto en público en lugares que no conoces, en espacios acotados, en escenarios sin luz. Y este ejercicio es diario en tu ciudad, cuando te desplazas a otras localidades, en tu lugar de vacaciones. Sigues teniendo miedo, estás siempre alerta como una presa que puede ser cazada. Y no sólo lo haces por ti o por tu pareja, sino por el niño que llevas en el carrito al que sabes que tienes que defender y aislarle de cualquier situación conflictiva derivada de la orientación sexual de sus padres.

Lo peor de toda esta historia es que sus protagonistas, además de los hombres que hemos nacido en la década de los 60 del siglo pasado, son también los nacidos en la década de los 70, de los 80, de los 90, los del nuevo milenio. Y más terrible es saber que las palabras “marica” y maricón” se siguen escuchando hoy en los patios, los pasillos o los aseos de los colegios, que hay niños que las incorporan a su vida sin saber lo que significa y que luego la asimilan como una señal de estigma, en el mejor de los casos, o de violencia en la mayoría de ellos.

Por todo ello deberían callar para siempre quienes se siguen preguntando el porqué de que salgamos a las calles en el Orgullo LGTBI para reivindicar nuestros dignidades y derechos, porque no todo está conseguido, porque nuestra infancia sigue sufriendo, porque estos niños necesitan ser felices en su infancia para ser plenos en su madurez y no llegar mutilados, como hemos llegado muchos, con vacíos que no pueden ser llenados y con cicatrices que no desaparecen.

Hace unos días Javier Ambrosi decía que el Orgullo LGTBI es “la fiesta de los que no éramos invitados a la fiesta”. Parafraseándole, en esta sociedad existir debe ser la vida de los que no somos invitados a la vida.

Y a pesar de todo, estas situaciones cotidianas las visualizamos como un regalo aquellos que vamos cumpliendo años y consiguiendo metas de respeto. A no ser que no seas invitado a la fiesta y a la vida, porque tienes 24 años, vives en A Coruña, te llamas Samuel y te asesinan a golpes mientras te escupen en la cara la palabra “maricón”.

 

JUAN ANDRÉS TENO

Periodista y activista LGTBI especializado en Diversidad Familiar

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Soy Luisa, la monstrua

Juan Andrés Teno (@jateno_)

Soy Luisa la Monstrua, vieja, fea y pobre; aunque hace muchos años fui un niño guapo que jugaba, feliz, saltando la espuma del mar. Tuve una madre con manos impregnadas en jabón que me abrazaba y me llenaba de besos y un padre que me incrustó la plancha ardiendo en la cara cuando me sorprendió vistiendo las enaguas de mi hermana. Alcancé la madurez con el golpe y supe quien era buscando la causa de las quemaduras.

Un día de primavera robé los ahorros de mi casita marinera y me planté radiante en una Barcelona que creía me daría la oportunidad de ser lo que siempre fui y nunca me dejaron ser. Aunque cantaba y baila como la que más, mi deformidad facial me vomitó directamente a la noche del barrio chino, a los abrazos de veinticinco pesetas y al sexo no deseado de hombres oscuros.

Mi dinero de puta de calle me procuró las primeras hormonas y, años más tarde, muchos años más tarde, una operación clandestina que me robó cualquier placer en la cama, pero que me devolvió la dignidad plena de mujer que nunca deberían haberme negado.

Pasé por la cárcel, como muchas otras, no por vender mi cuerpo, sino por ser un peligro social en un país que estaba enfermo. Lloré mucho hasta ser una mujer reconocida por todas y cuando lo tuve en mis manos supe que seguiría sufriendo por no ser hombre y perder privilegios.

Un 26 de junio, en año 77 del siglo pasado, me lancé a Las Ramblas con mi pancartita de puta feliz, soñando con un país más amable para quienes apenas salíamos a pasear al sol y derretíamos nuestro futuro en sábanas usadas de miserables pensiones.

Esa España de libertad, que me metió en las venas un chico rubio del FAGC, llegó, pero lo hizo demasiado tarde para mi. Es cierto que puede adoptar con orgullo el nombre mi madre en mis papeles oficiales. Sí, ya era Luisa, aunque nunca dejé de ser La Monstrua. 

Fui joven y alegre y tuve un novio alto y fuerte, un toro azul que me bebía la vida en cada mirada. Besaba mis cicatrices con pasión y en sus brazos era una diosa inmaculada y pura. En sólo tres años el sida me lo robó lleno de llagas y terriblemente delgado. A él le dediqué todos mis ahorros en un entierro maldito al que no quiso acompañarme nadie. Con mis lágrimas aboné una tumba de margaritas que nunca pude olvidar.

Me lancé de nuevo a la calle y seguí amando mentiras y mojando camas que no eran la mía, soñando siempre con aquel hombre joven que seguía susurrándome versos al oído. Crecieron cicatrices en mi espalda y el sudor y el olor a tabaco de hombres ajenos me envolvían día y noche mientras devoraba todos los libros que caían en mis manos, libros que me llevaban a otros lugares y otros destinos donde poder ser feliz.

Se hizo una luz catódica en nuestro camino. A mis compañeras de calle las entrevistaban periodistas sedientas de otra Veneno en el chino barcelonés, pero mi cara quemada y las inyecciones baratas de silicona clandestina me hacían imposible reivindicar ante una cámara, aunque fuese la que más había leído, la que más sabia: seguía siendo Luisa la Monstrua.

Una mañana de invierno tuve que llorar a mi madre muerta en la puerta de la iglesia, primero, y tras la verja del cementerio, después, porque mi padre me negó la entrada y me zarandeó entre insultos y amenazas policiales. Dos años después, fui yo, sola, la que le limpió los últimos humores y la que lo amortajé con el triste y raído traje de su boda. Acaricié sus nervadas manos no queriendo olvidar las tardes de otoño en las me enseñó a pescar mientras acariciaba mis rizados cabellos. Supe que tenía que perdonarle para poder seguir viviendo.

Me llegó la vejez y la acepté plácidamente, pero seguía trabajando con mi cuerpo, ya agrietado por los años, frio, casi inerte, siempre suspirando por aquel novio joven que me envolvió en sonrisas durante tres veranos. Mi esfuerzo era intentar ahorrar para que cuando mis huesos se quebrasen pudiera comer, aunque fuera una vez al día. Sólo tenía a mis queridas amigas de la calle, con quienes compartía el chocolate caliente en el que mojábamos nuestras lágrimas y regábamos con carcajadas estruendosas antes de volver a las esquinas.

Hace unos meses escuché en la radio que nos llaman mutantes, que abusamos de los niños, que lo nuestro sólo es un deseo, que no es real. Ese no es el feminismo que he leído y la sororidad que he practicado en las calles. Me levanto, me miro al espejo y las cicatrices me recuerdan lo mucho que me ha costado llegar y que no puedo claudicar. Mi dolor no pueden heredarlo las que vienen detrás, ni los golpes, ni las zonas oscuras… Nunca, nunca renunciaré, aquel chico del FAGC me lo inoculó y mi activismo durará siempre.

Tengo la alacena de mi pequeño piso del Raval llena de lentejas y arroz. Vivo en cuarentena constante y no es la pandemia lo que me preocupa sino que no haya nadie que me cierre los ojos cuando todo acabe. He tenido la triste suerte de cumplir demasiados años y ver morir, una a una, a todas mis amigas del Chino. A todas las maquillé dentro de su ataúd, todas volaron guapas y lloradas. Pero para mí no habrá lágrimas.

La semana pasada salí por última vez de la casa y una chica que se ofreció a llevar mis bolsas hasta la casa me dijo “señora”. En 95 años era la primera vez que lo oía: “señora”, “señora”, “señora”.

Hace dos días que no puedo levantarme a hervir arroz, el único alimento que ingiero desde el martes. Sólo tengo fuerzas para manejar este lapicero que brinca desbocado entre reglones.

Las persianas están bajadas y no sé si es de día o de noche.

Tengo sueño, mucho sueño.

A veces creo que veo amanecer desde la casita de mi infancia.

Siento que el sol y la brisa acarician mi rostro.

Oigo que me llama mi madre.

Huelo sus manos.

Tengo sueño

Soy tu hija, mamá ¿dónde estás?

JUAN ANDRÉS TENO

Periodista y activista LGTBI especializado en Diversidad Familiar

Cuenta en Twitter: @jateno_ 

Blog: https://familiasdecolores.wordpress.com/

 

¿LA FAMILIA? BIEN, GRACIAS

Juan Andrés Teno (@jateno_)

Tras la brevísima intervención de Ana Iris Simón hace unos días en un acto organizado en el Palacio de La Moncloa han surgido una legión de opinadoras y opinadores que se posicionan, no ya contra las ideas expuestas por la escritora, si no alrededor del concepto de familia, en singular, que parece ser que familia solo hay una.

Estos artículos vienen impregnados de una supuesta posición progresista, de izquierdas, y han fijado su atención en las intrínsecas maldades que trae consigo la familia, siempre en singular, y concibiendo la misma como la integrada por progenitores heterosexuales con hijos.

Retrocedamos en el tiempo. Hace 16 años las fuerzas reaccionarias de este país, la jerarquía de la iglesia católica y el Partido Popular, llevaron a centenares de miles de personas a Madrid para manifestarse contra el matrimonio de personas del mismo sexo. Acudieron a la llamada del Foro de la Familia para que toda la orbe no olvidara que solo existía un modelo de familia: La conformada por un padre y una madre con hijos en común.

Ese mismo modelo de familia es el que ejemplifican en estos momentos quienes critican las palabras de Simón y por tanto hacen el mismo ejercicio de reduccionismo ideológico que los que se lanzaron a las calles en el 2005.

Aquella llamada a la cordura carpetovetónica de una España provinciana pareciera que había quedado sepultada por las vivencias de una sociedad avanzada que reconoce y aplaude los distintos modos de familias, en plural, por que hablar de familias es hablar de heterogeneidad y diversidad.

Las familias homoparentales ganamos aquella batalla con el ejercicio diario de crianza y cuidados a nuestras criaturas. Y creíamos haber salido vencedoras de una guerra, a la que, visto lo visto, aún le quedada un refriega final.

Los próceres del pensamiento social de este país que ahora critican a Ana Iris han olvidado un dato fundamental. En España sólo el 30% de los hogares los habitan familias biparentales con hijos (y se incluyen aquí el fenómeno de la homoparentalidad) y que hay un 70% más que ha elegido un modo diferente de convivencia. Y todas ellas son familias. 

Pareciera ser que estas personas de artículo fácil han sufrido experiencias negativas en su familia de origen (algunas llegan a relatarlas) y resulta que todas ellas declaran no haber constituido aún su propia familia. Este último aspecto es importante porque su opinión, aun siendo aceptable en un estado democrático y de derecho, tiene la misma validez moral que la que sale de la boca del obispo de turno, que habla de lo que no conoce pero que lo hace por una suerte de superioridad moral emanada del cielo en su caso o esgrimiendo la intelectualidad y la modernidad en el caso de los otros.

Se ha llegado incluso a poner en duda la capacidad de crianza de madres y padres por basarse en un modero rígido de convivencia en el que las personas mayores de edad imponen sus criterios y las menores de edad obedecen a la fuerza como si fueran el último reducto de la esclavitud. Solo cabe afirmar que aún no se ha inventado (y se han intentado en muchas ocasiones) un modelo de crianza más óptima que la se da en seno familiar.

Y claro que no todas las familias son perfectas, claro que padres y madres nos equivocamos, pero ni somos dictadores de las costumbres ni pretendemos serlo, al menos las madres y padres que yo conozco.

Ellas y ellos, en mayor o menor medida, además de fórmulas teóricas de análisis social, con frases y citas propias de una agenda gregoriana, acaban relatando los males de sus propias familias de origen y proyectan sus frustraciones al conjunto de la sociedad. Yo les pediría que se diesen una vuelta por los parques infantiles (ahora que la pandemia los ha reinaugurado) y contemplen a niñas, niños y niñes felices; por las puertas de los colegios y oigan a progenitores preocupados por la educación de sus criaturas y por desarrollar modelos de crianza que posibiliten su desarrollo más óptimo. Y sobre todo que salgan a cualquier calle y comprueben, oh maravilla de las maravillas, que existen familias con dos madres, dos padres, un solo padre o una sola madre, familias con hijos adoptados o acogidos, familias donde coexisten diferentes razas o culturas, en fin: familias.

Resulta agotador intentar explicar lo obvio a una parte de la supuesta progresía de este país que niega implícitamente la existencia de familias sin hijos, familias de una sola persona o familias poliamorosas.

Uno, que ha deambulado por los centros educativos difundiendo eso de la diversidad familiar, ha podido comprobar que la infancia y la adolescencia de este país tiene muy asimilado que existen diferentes tipos de familias y que lo importante no es quienes las integren, sino las relaciones que se establezcan entre ellos.

Las familias, como escenario necesario de socialización, no son entes abyectos que persiguen la alineación del ser humano, no tienen capacidad en sí mismas de ninguna acción, pues quien les dan “vida” son las personas que la integran. Y, como es ridículamente obvio, estas personas pueden ser o pueden tener conductas que sean buenas, malas o regulares.

Ser familia no implica consanguineidad y parentesco. Parece increíble que tengamos que explicar una obviedad como esta en pleno siglo XXI y ante quienes se suponen que apuestan por los avances sociales. Pero ahí seguimos.

Y como parece que no se entiende nada si no hay ejemplos concretos, paso al modo empírico. Hace 25 años que constituí una familia con otro señor, por lo que es fácilmente deducible que somos gais. Cuando la ley nos lo permitió nos casamos y adoptamos un niño de raza negra. Ahora estamos a la espera de que nos asignen otra criatura a través de la figura del acogimiento. En nuestra casa no existen roles de género, la consanguineidad no rige nuestros destinos y los apellidos son una fórmula legal y no un modo de vida. Nuestra criatura está creciendo bajo los principios de la igualdad y la diversidad. Somos elementos activos de una revolución social (como muchas otras personas) callada y pacífica que, considero, es la más importante que ha vivido este país en las últimas décadas: la que tiene como protagonista a la familia, a su estructura, a los miembros que la integran y a las relaciones que se dan entre ellos. Y eso a pesar de que no nos consideramos salvadores de la patria y de que compramos en algunas ocasiones en grandes almacenes que tienen una banderola verde en su anagrama.

Y, para ir terminando, y seguir cultivando la amistad en este delirio postmodernista en el que han sumergido al hecho familiar, quiero hacer saber a los amantes de los animales que sus mascotas nunca podrán ser “sus hijos”, serán parte de su familia, los querrán desde lo más profundo de su corazón, pero no son “sus hijos”. Sobre todo por lo pernicioso que es humanizar a los animales y animalizar a los humanos. No es cuestión de prioridades, si no de veracidades.

Nótese que el título de este artículo no es una copia del de la película de Masó, sino una interpretación evolucionada del mismo, por que los seres humanos evolucionamos, las familias evolucionamos y, además, nos hemos convertido en motor de cambio social.

JUAN ANDRÉS TENO

Periodista y activista LGTBI especializado en Diversidad Familiar

Cuenta en Twitter: @jateno_ 

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Reivindicar a las familias

Juan Andrés Teno (@jateno_)

Hoy es 15 de mayo y en muchos espacios se multiplica desde hace unos años la conmemoración del Día Internacional de las Familias. En torno al concepto de familia se ha divagado mucho desde el inicio de la humanidad y en su nombre se han cometido algunas de las bellaquerías más indignas de la Historia. Debería haber quedado ya atrás la época en la que familia era utilizada como arma ideológica, y ser asumida como un bien común.

La sociedad española ha protagonizado importantes cambios sociales en las últimas décadas, pero sin duda unos de los más destacados son los que han tenido a la familia como actriz principal. Han cambiado los miembros que la integran, los roles que desempeñan, las dinámicas de las relaciones, pero sobre todo, ha variado su estructura.

Y a ello han ayudado los cambios legislativos que se han sucedido desde la década de los 80 del siglo pasado con las leyes de divorcio, reproducción asistida o adopción y que, por ahora, tienen su último capítulo en la reforma del Código Civil en materia de matrimonio, que posibilitó la unión entre personas del mismo sexo.

En junio del año 2015 altos cargos del Partido Popular y obispos encabezaron en Madrid una multitudinaria manifestación en contra del matrimonio igualitario con tres pancartas en las que se afirmaba “La familia sí importa”, “Por el derecho a una madre y un padre” y “Por la libertad”.

Allí teníamos a la derecha de este país y a la jerarquía de la Iglesia reivindicando como válida su parcial y lastimera visión de lo que es una familia. Con los años hemos conseguido arrebatarles la autoridad moral y hacerles comprender (al Partido Popular, la jerarquía católica mantiene impoluta su visión LGTBIfóbica de la sociedad) que la familia no era un bien privativo y que hay tantos modelos de familia como formas de amar y maneras de incorporar a los menores de edad en ellas.

Aún hoy persiste en este país un 20% de personas que no comulgan con el matrimonio igualitario, porcentaje se incrementa casi hasta un 40% si se trata de validar el hecho de pueda haber hijas, hijos o hijes. Y no  solamente siguen estando ahí, si no que han ocupado un importante espacio en la representación parlamentaria y han llegado a influir en los gobiernos autonómicos a través de la marca política de Vox.

Con la intransigencia de la extrema derecha ya contábamos, aunque la batalla social de la diversidad familiar hace años que la hemos ganado. Pero, aunque parezca paradójico, tampoco ha sido fácil hacer un activismo a favor del hecho familiar dentro del colectivo LGTBI. 

Muchas y muchos activistas se creyeron el discurso discapacitante ultraconservador y negaron (y siguen haciéndolo) el concepto de familia en  las personas LGTBI. Por un lado están aquellos activistas que consideran que las familias homoparentales hemos reproducido los “males” que siempre han arrastrado las familias, acusándonos de perpetuar comportamientos tradicionales o neoliberales. Siguen sin comprender que la familia no tiene ideología, que, en todo caso, la podrán tener madres o padres (y están en todo su derecho) pero que no la tienen hijas, hijos e hijes. Nos siguen pidiendo un cambio de paradigma y no se dan cuenta que ya lo hemos resuelto. Al demostrar año tras año, día tras día, que el ejercicio de crianza en nuestras casas ha supuesto un avance social imparable, que estamos desmontando la LGTBIfobia que aún anida en las calles. Estudios como los dirigidos por Mar González demuestran científicamente que nuestras hijas e hijos han conseguido romper los estereotipos de género y que se han convertido, ellos, la infancia, en motor de cambio social. Entendedlo: motor de cambio social, que desde que llegan a nuestras familias se convierten en células activas que naturalizan el hecho LGTBI allí por donde pasan, y lo hacen de manera permanente.

 

 

Luego están, dentro del activismo, quienes dejan su vida y su alma por conseguir una sociedad menos machista y LGTBIfóbica y no se percatan de que están perpetuando el tercer gran colmillo que nos desangra socialmente: la adultocracia. Son quienes siguen considerando a las personas menores de edad como incapaces y olvidan que la infancia y al adolescencia también son parte de la ciudadanía, que tienen derechos y que el principal de ellos es el de ser escuchados.

Por último, están los que confunden familia de origen, castrante y reductora de derechos ante la realidades LGTBI en algunos casos, y la capacidad que tenemos todas, todos y todes de crear familias y espacios heterogéneos donde la diversidad marque la convivencia. Que para ser familia no hace falta compartir genes, ni parentesco, ni obligaciones legales; para ser familia solo hay que querer, pero no como hecho volitivo, sino como ejercicio de amor.

Y con este panorama, con hostilidades externas e internas, las personas LGTBI tenemos que seguir celebrando y reivindicando a las familias. Pero para ello es necesario que seamos capaces de comprender la importancia del lenguaje, de nombrar a cada realidad con la palabra más adecuada. 

Se ha generalizado el uso de familias LGTBI para designar a aquellas que tienen progenitores LGTBI o en las que hay criaturas LGTBI, olvidándose que no es del todo correcto designar al todo por una parte. En nuestras familias hay también personas heterosexuales, nunca lo olvidemos. Como sigue siendo muy necesario visibilizar las distintas realidades, sería necesario delimitar términos:

  • Familias homoparentales: aquellas en las que los progenitores son lesbianas, gays o bisexuales, independientemente de su género. Parental procede etimológicamente del término latín parens (pariente) y este, a su vez, del verbo pariré (parir). Es de las pocas palabras en castellano que no tiene un sesgo de género. Por tanto, es incorrecto lingüística y socialmente hablar de familias homparentales y homomarentales, distinguiendo en la segunda de ellas a las conformadas por una o dos madres. “Marental” no significa nada, sencillamente no existe. Aun así, si queremos distinguir, ya que en muchas ocasiones es necesario, si hay madres o padres en estas familias deberían utilizarse los términos homomaternal y homopaternal.
  • Familias diversas. Existe la creencia errónea de denominar como familias diversas a las homoparentales o monoparentales y a todas a aquellas que no sean la familia tradicional. No es cierto, todas las familias son diversas. Familia lleva implícito el adjetivo diversa.
  • Familias con progenitores LGTBI: aquellas en las que los progenitores son personas LGTBI.
  • Familias con menores LGTBI: aquellas en las que las hijas, hijos o hijes son personas LGTBI.
  • Familias con progenitores trans.
  • Familias con menores tras.

Estas dos últimas definiciones son necesarias actualmente debido al clima de transfobia que está atravesando la sociedad española, tanto por parte de posiciones ultraconservadoras, como por otras supuestamente feministas y que niegan las realidades trans y su derecho de autodeterminación.

Por todo ello, conmemoremos, celebremos y reivindiquemos el Día Internacional de las Familias y hagámoslo desde los criterios de la diversidad familiar. Para poder hacerlo debemos partir de una definición de familia que huya de todo sesgo ideológico y que de cabida a los múltiples modelos de convivencia que existen en este país. Asumamos definitivamente que una familia es un hogar y que todo hogar es una familia.

JUAN ANDRÉS TENO

Periodista y activista LGTBI especializado en Diversidad Familiar

Blog: https://familiasdecolores.wordpress.com/

 

 

De cuidados y dignidad en tiempos de pandemia ideológica

Por Juan Andrés Teno (@jateno_), periodista y activista LGTBI especializado en Diversidad Familiar

Foto de EFE (Luca Piergiovanni)

Acabamos de cerrar un año singular en el que hemos sido sacudidos por una enfermedad que, lejos de remitir, se empeña en arrebatarnos. Comenzamos un nuevo periodo en el que ponemos la mayor de las esperanzas en una vacuna que avanza lentamente hacia nuestras venas.

Prometimos construir una nueva realidad, aprender de la separación, del dolor y de la muerte y la única respuesta que nos hemos dado es seguir siendo tan miserables como años atrás, como décadas atrás, como siglos atrás. La imposibilidad del contacto directo ha propiciado un crecimiento de la realidad virtual, y las redes y los encuentros on line han sido el caldo de cultivo perfecto para los odios y las fobias, dejando arrinconadas las filias en un lugar recóndito del corazón.

El colectivo LGTBI no ha sido inmune ni a esta pandemia si a sus consecuencias y ha sido atravesado por alfileres de odio procedentes del exterior y también nacidos de sus propias filas, que han tenido a la realidad de las personas a trans y a las familias creadas a través de la gestación subrogada como sus principales dianas. Lee el resto de la entrada »

Cuando Gabriel habla de sus dos padres, el activismo de los adultos toma nota

Por Juan Andrés Teno (@jateno_), periodista y activista LGTBI especializado en Diversidad Familiar

En la foto, Jesús Santos y Gabriel Santos acompañados de una coordinadora del Parlamento Europeo en sesión privada sobre familias homoparentales (Foto: Tomada de la página oficial de Jesús Santos Homobono).

 

A veces, sólo a veces, la opinión pública da un tirón de orejas a los activismos y le indica por donde redireccionar los mensajes. A veces la ciudadanía elige discursos singulares que han sido obviados por el asociacionismo y lanza una respuesta a los defensores de los derechos humanos. Porque, a veces, igual que la clase política se desconecta del pueblo y sus palabras no llegan, el activismo LGTBI sufre interferencias en sus campañas y el conjunto de la sociedad le advierte que es lo que despierta su conciencia social y que es lo que se pierde en los canales de comunicación.

Hace unos días Freeda difundía el vídeo de un adulto joven hablando de su familia y se viralizó superando las seis cifras en sus reproducciones.En una sociedad sobreexpuesta a la información y que es bombardeada desde todas las esquinas con discursos, consejos y publicidad, ocurre que algo es oído de verdad, que llega al entendimiento individual y se expande, que tiene éxito, que es escuchado, que se viraliza. Lee el resto de la entrada »

Todos somos las actrices de La Veneno

Por Juan Andrés Teno (@jateno_), periodista y activista LGTBI especializado en Diversidad Familiar

Inmediatamente después de que los Premios Ondas hayan reconocido la profesionalidad de las actrices que encarnan a Cristina Ortiz Rodríguez en la serie de televisión de Los Javis, twitter se ha llenado de contenidos tránsfobos contra este galardón, palabras estiércol en desacuerdo por que se haya dado a estas tres mujeres el premio a la mejor actriz a las que califican de hombres transfemeninos.

De maldad está el mundo lleno, ya lo sabemos quiénes en uno u otro momento de nuestras vidas hemos transitado por la marginalidad social, económica o del pensamiento cisteheropatriarcal. Pero ahora parece que arrecia, como el coronavirus, con la llegada del frio.

Aquellas que en un principio se empeñaban en establecer una diferencia inexcusable entre transexuales y transgénero, las que parecían que sólo daban el carnet de mujer a quien se sometían a una vaginoplastia, ahora arremeten contra cualquier mujer trans; quienes parecían empeñadas en bajar las bragas para comprobar si eran mujeres o no, ahora se lanzan directamente al barro y niegan sin ningún pudor la realidad de unas mujeres, que a fin de cuentas, son las mujeres más mujeres, porque son las que más están sufriendo para que se les reconozca como tal. Lee el resto de la entrada »