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Reseña para un cable que conecta cabeza y corazón (y mucha pedrería)

Por Rubén Frías

 

Atención, Argonautas, que rastreáis incesantemente el vellocino de oro en busca de la felicidad total a través de la liberación (también total). Si os atrevéis a agarrar este remo llamado Mutantes y Divinas en forma de libro para llevar la nave, con vientos favorables o desfavorables, enhorabuena. Pero cuidado, porque no hay que empuñarlo de cualquier manera.

Ira Hybris no ha escrito un libro. ‘Pero, ¿qué dice? ¿Qué LA pasa? ¿Qué currículum tiene esta tarántula?’, podéis estar ahora pensando, o incluso gritando en mitad del metro, el bus o la sala de espera del dentista. Pero dejad que me explique, que para eso me lo han pedido. Le autore no ha escrito un libro titulado Mutantes y Divinas (solamente, Sole), sino que se ha extirpado un buen pedazo del alma y otro del cerebro, duplicándolos, porque no puede perderlos, los ha amasado con mimo y amor, con todo el corpus teórico queer y marxista que muy hábilmente ha seleccionado, lo ha cocinado como quien prepara un plato para quienes más hay que cuidar, y nos lo regala como un acto de amor revolucionario. ¿Eso es, sencillamente, escribir un libro? Poca justicia hace esa expresión a la barbaridad que ha acometido (que no cometido) Ira con y para nosotres.

Une abre este título con la actitud de quien comienza otro nuevo volumen de teoría queer y, en parte, es eso lo que encontrará. Pero, entre todos los términos y léxico más o menos asimilables por un público neófito, si sabe rascar, la persona lectora estará recibiendo mucho más. Al surcar las aguas de este volumen van a ir adquiriéndose conocimientos nuevos, afianzando otros, dando algún golpecito en el brazo del sillón donde estés sentade, estando de acuerdo y en desacuerdo con lo que se te cuenta, lo que se te ha cocinado y servido, y a la vez va une a paladear las propias contradicciones que emanan de Ira Hybris y su obra, convirtiéndose estas en un reflejo coherente de las nuestras propias. Nuestra alma revolucionaria no mutará, como mutantes son nuestros cuerpos y nuestras mismas mismidades, sino que se verá transformada y fortalecida. Porque, como ya escribió el poeta marica Constantin Kavafis a principios del útil, caduco y ya lejano s. XX, quien surca el mar muda de cielo pero no de alma.

Ya en la introducción y el preámbulo notamos que salir de puerto es lanzarse a la aventura. Bueno, con el título mismo, porque ese Mutantes y Divinas recuerda forzosamente a esa primavera de 2011 en Madrid, en la que surge la asamblea de la Zorras Mutantes, como contra-patologización de la fluidez de las identidades, los cuerpos, los deseos. Sí, hablo de aquel 15M en el que, por ejemplo, Feminismos Sol plantó bien grande para picazón de muchos (masculino intencionado) que La Revolución será feminista o no será, al tiempo que nuevas células de lucha imaginativa aportaban acción y corazón a esa revuelta, como la Asablea Transmaricabollo de Sol.

Ira Hybris nos ofrece en esta nave para surcar los mares de la revolución un refugio desde el que conspirar, desde su propia experiencia transformada y transformadora. La anécdota de la fiesta de disfraces del cole, que no osaré desvelar aquí, es más que suficiente para que quieras abrazarle antes de seguir leyendo. Ira, ¿puedes pasarte por el rinconcito de lectura de cada une de nosotres cuando lleguemos a esas líneas? NECESITAMOS abrazarte ahí. Tuve que abrazar a mi gata, y no es lo mismo.

Partiendo de reflexiones sobre esa anécdota, y de la premisa de que nos han robado el futuro, esgrime el concepto de feminidad masculina para prenderle fuego más adelante a favor de una sistematización de ideas abolicionistas de género, así como de la sociedad de clases capitalista imperante (TODAS las clases). Y freno un poco, que se me calientan los dedos y os destripo el ensayo.

Se trata ese abolicionismo total desde puntos de partida como el Las lesbianas no somos mujeres de Monique Wittig, con sus ecos maricas como los de Serpentarios maricas (Beto Canseco y Walter Deasis, 2.018), e incluso de servidore, si se me permite, cuando conducía el espacio ¡DIGO! En Twitch y YouTube para La Oficina (asociación cultural almeriense), y abría cada programa con Buenas tardes, yo soy Rubén Frías, y no soy un hombre. Con mi barba, mi pene y toda la imagen de lo que el cisheterocolonopatriarcado capitalista nos empuja gaznate abajo que es un ‘hombre’. ¡Sí, hombre!

En este libro (que ya hemos quedado en que no es un libro) encontraréis alegatos muy bien justificados en contra de las etiquetas y, a la par, profusos usos de las mismas, y algunas que a lo mejor ni conocemos. Porque es evidente que luchamos con lo que tenemos, jugamos con lo que tenemos y, en la tarea de liberar(nos) y TRANSformar(nos), estamos donde estamos soñando con donde queremos estar.

Propone le autore aquí una revolución, una ruptura, un salto al vacío sin red en triple tirabuzón carpado, que tenga siempre como telón de fondo, no aceptarnos, sino reivindicarnos como torcides. Por lo tanto se plantea un cambio radical total desde lo que la normatividad considera torcido. Vamos a reventar su normalidad con nuestra torcitalidad.

El llamamiento, como grito parrésico, es a salirse de sí misme y la identidad otorgada y asumida. No asumir. Disentir. Explorar en Argos los mares de las realidades corporales, de (no)género y sexo-afectivas. Si las teorías queer pretenden ampliar los márgenes desde los que surgen, hay que empezar a no asumir el cuestionamiento de la disidencia (auto-cuestionamiento, muchas veces, desde la propia trinchera o refugio, en una suerte de fuego amigo), y empezar a cuestionar el centro cis-hetero-colono-patriarcal normativo y disciplinante, hacia donde se dirige la ampliación de nuestros márgenes. ¿Es dejar de considerarnos un margen? Contestarnos esta pregunta para contestarla al mundo es también una revolución en sí misma.

Se nos planta, como ya ocurrió desde Rojo del Arco Iris, el término Marxismo Queer. Probablemente Marx se estará revolviendo en su tumba, pero que se joda. No quiero, que se me calientan los dedos-lengua otra vez, hacer lo que el anglicismo nos impele a nombrar spoiler, pero no puedo dejar de señalar una de las consignas de Mutantes y Divinas, y es que no hay un Marxismo Queer y un Marxismo. El Marxismo, como la revolución y la liberación del mundo, si lo son, son queer. Todo el mundo hacia lo queer en marcha torcitalizante, y si no me vuelvo loca, lo rompo tó y no pago ná. La liberación será queer o no será, como la revolución será feminista o no será.

Este ensayo es, a la vez, una lluvia y una enmienda la totalidad. Por ejemplo, sólo se podrá abolir el género aboliendo el trabajo asalariado, como nos deja ver la Teoría de la Reproducción Social, y que aterriza Ira más claramente desde la militancia crítica del/los marxismo(s) queer(s). Y es que también nos pone Ira por delante la consigna ‘Lo queremos todo. El pan, las rosas y la purpurina’. Un Federico García Lorca de hoy estaría orgullose de ti, hermane.

Hay espacio en este viaje para el riesgo y la empatía, cómo no. El ser humano ha perdido la capacidad de ser el timonel de la historia, dejemos pues que los monstruos se amotinen provisionalmente del barco. Tal vez descubramos, en el proceso, el secreto de que todos los monstruos fueron un día humanos. Pero hay enemigos y no pueden perderse de vista ni bajarse la guardia.

Todo esto se nos ofrece por delante al montarnos en la Argos que supone abrir y abrazar Mutantes y Divinas de Ira Hybris. El bellísimo cierre del Capítulo II, saber que siempre se ha dicho que el rojo y el rosa combinan mal y estar dispuestas a destrozar esa norma, porque a eso hemos venido, a enternecernos con que Itzi Ziga le diga a le autore (y a nosotres) que ‘hay trazas de comunismo, como en los yogures’, y a purpurinizar el recuerdo del Mayo del 68, porque bajo la UIG, está la playa, y debajo de la realidad actual, la playa torcitalizada a la que arribará nuestra Argos triunfante como si fuese el bus de Priscilla Reina del Desierto.

Finalmente bordaremos pájaros en la bandera de la libertad. Ya no más la Loca de Enfrente y siempre, además, la Loca de Enfrente. Un pedazo de cielo rojo, para que podamos volar, con nuestras alitas rotas o restauradas, a placer.

Disfrutad del viaje, y aprovechémoslo bien. Nos vemos a lo largo del arco iris. Buscadme, porque suelo ir por el rojo. Ahí nos cruzaremos con todas las que van asomándose a este ensayo a saludar, como Mario Mieli, Samantha Hudson, Paul B. Preciado, Susan Stryker o Félix Guattari, entre muches otres.

Buen viaje; que los vientos nos sean propicios en nuestras divinas mutaciones transformadas y transformadoras.

Afroqueeridades

 

Hoy recomendamos Afroqueeridades, de Yolanda Arroyo Pizarro publicado por EGALES.

A través de sus páginas, nos sumerge en la vida de personajes que resisten al cistema y al patriarcado como mejor pueden: con sus propias armas. La poderosa historia de la resistencia en Puerto Rico se redescubre entre relatos inspiradores que demuestran un colectivo de «todes» que desafía adversidades y lucha por la justicia y la igualdad en una sociedad marcada por la opresión y la discriminación. Cada cuento es una ventana hacia el pasado-presente, hacia lo afroqueer, hacia el no binarismo para tejer el hilo de la venganza, la esperanza y la determinación. El libro celebra los atinos y defectos de la rica cultura y la indomable esencia de un pueblo que se niega a ser silenciado.

Afroqueeridades rinde homenaje a les héroes anónimes que forjan un camino de libertad y empoderamiento desde sus intimidades de amor, desamor, derrotas y pérdidas, que trascienden fronteras y que dan voz a una nueva épica merecedora de ser contada y recordada.

Sobre la autora

Yolanda Arroyo Pizarro  es escritora y se considera lesboterrorista. Ha publicado libros que denuncian y visibilizan las relaciones entre personajes antihegemónicos, sexodiversos e interraciales. Entre sus apasionados enfoques literarios también promueve la discusión de la afroidentidad, la poliamoría, y la confrontación al opresor. Ha ganado el Premio Nacional de Cuento PEN Club 2013 y el Premio del Instituto de Cultura de Puerto Rico 2012, además del Premio Nacional del Instituto de Literatura Puertorriqueña 2008. Fue seleccionada en 2007 como una de las escritoras latinoamericanas más importantes por el Hay Festival en el Bogotá 39 de Colombia. Ha sido traducida al inglés, italiano, francés, alemán y húngaro. En el año 2013 participó en el congreso literario OWWA, Organization of Women Writers of África en Accra, Ghana. La Editorial Egales ha publicado también «Caparazones» (2010) y «Lesbianas en clave caribeña» (2012).

 

Fuego Queer

 

Hoy recomendamos Fuego Queer, editado por Editorial Imperdible.

 

«Fuego Queer: Historia de la “Brigada George Jackson” y del colectivo gay anticarcelario “Hombres contra el Sexismo” (1975-1978), Ed Mead. Rita “Bo” Brown.

En 1971 moría asesinado a manos de sus carceleros George Jackson, preso afín al Partido Pantera Negra. Su espíritu fue recogido años más tarde por un grupo heterogéneo de militantes de la ciudad de Seattle (Washington). La Brigada George Jackson aglutinó a anarquistas, comunistas, maricas, bolleras, heterosexuales, gente negra, blanca y de ascendencia nativa. Su origen de clase muy baja, con habituales entradas y salidas de los presidios y una cotidiana represión policial y social, era uno de sus puntos de unión. Su compromiso por atacar las instituciones del estado y destruir todo aquello que les oprimía en muchas de sus múltiples formas, fue lo que les hizo constituirse como uno de los grupos armados de EEUU de la convulsa década de los 70.

La presente edición rompe con años de desconocimiento sobre la historia de la Brigada, relegada ante el protagonismo que otras bandas armadas como la Weather Underground o el Ejército Simbiótico de Liberación tuvieron en esa época. La mezcla de sus opresiones con planteamientos anticapitalistas y, una vez en prisión, englobándolos dentro de la lucha contra la cárcel, les convierte en uno de los colectivos más genuinos y rompedores de las últimas décadas de historia de lucha contra el sistema.

A día de hoy la mayoría de sus integrantes siguen vivos y participan en colectivos anticapitalistas y anticarcelarios, procurando mantener viva la memoria de la Brigada y la lucha que llevaron mediante charlas, entrevistas y escritos, algunos de los cuales vienen incluidos en este libro. Estamos ante una útil herramienta de interseccionalización de luchas en una época en que, cuarenta años después, seguimos soportando un sistema racista, machista, sexista, heterocentrado, clasista y autoritario, para cuyo combate la intersección entre opresiones sigue siendo de vital importancia.

“Te diré lo que éramos: éramos unos maricones macarras”. Ed Mead.

 

Consulta todo el catálogo de Editorial Imperdible en este enlace.

 

Hoy recomendamos: El feminismo queer es para todo el mundo

Redacción 1 de cada 10

 

Gracia Trujillo publica este ensayo con Catarata, sobre el feminismo queer.

¿Qué es “lo queer”? ¿Cuáles son sus orígenes y herramientas teóricas? ¿Cuáles son sus discrepancias con un sector del feminismo que lo considera un caballo de Troya dentro del movimiento? En un momento en que estos debates parecían haber pasado, la reacción del llamado sector trans-excluyente y la ultraderecha los han traído de vuelta, alimentando no pocos malentendidos. “Lo queer” no es un producto neoliberal ni las personas queer eligen su sexo/género/identidad así, sin más. Las teorías queer aportan muchas claves para entender de forma más fluida cuestiones relativas a los géneros, las sexualidades, identidades y corporalidades, más allá de los binarismos. Además, tienen en cuenta cómo se entrecruzan el género, la clase, la sexualidad, la edad, la capacidad, la raza, la etnia, el estatus migratorio… cuestiones clave para cuestionar los propios privilegios de blanquitud, clase o ciudadanía, entre otros.

Gracia Trujillo reivindica también que las pedagogías queer lleguen al ámbito educativo, que se conozcan y valoren los recorridos activistas, las coaliciones entre la lucha feminista y la de los colectivos LGTBI+ y queer. Recuperar estos pactos, centrarse más en objetivos comunes y menos en identidades, adquiere ahora especial relevancia.

Biciosas o la necesidad de queerizar lo queer

Redacción 1 de cada 10

La editorial Kaótica Libros presenta Biciosas o la necesidad de queerizar lo queer, un libro recoge por primera vez la historia de la bisexualidad en el contexto español.

La investigadora, educadora y activista Ana M. Amigo-Ventureira (Ferrol, 1989) aporta con esta obra una nueva investigación para desmontar los prejuicios a los que se enfrentan las personas bisexuales. En Biciosas. O la necesidad de queerizar lo queer, Ana Amigo-Ventureira reflexiona sobre los discursos acerca de la bisexualidad en España desde los años setenta hasta principios de los dos mil, la invisibilidad de esta opción sexual en general, y la ausencia de activismos organizados hasta la última década, intentando explicar sus causas y consecuencias.

La socióloga e historiadora Gracia Trujillo señala en el prólogo de la obra que «este libro desmonta muchos lugares comunes, estereotipos y prejuicios hacia la bisexualidad que seguimos oyendo a día de hoy, como que todo el mundo es bisexual, es una fase, no es política, etc. Ana muestra sus dudas, plantea preguntas, contradicciones, limitaciones… y las pone sobre la mesa, compartiéndolas con la persona que lee. Esto es algo muy valioso de este libro: son estos los ingredientes necesarios para seguir pensando de manera crítica y avivando la reflexión colectiva, frente a las ortodoxias, las intransigencias, y los actuales marcos discursivos del conmigo o contra mí… vengan de donde vengan.»

La obra ha sido editada por Kaótica Libros en su colección de ensayo Teorías del Caos, donde han aparecido otros títulos de gran relevancia actual como Transfeminismo o barbarie (VV.AA.) o Feminismos fronterizos de la filósofa Carolina Meloni.

Barco a Venus. Onyx y los ángeles.

Por Victor Mora (@Victor_Mora_G)

 

La venusiana de seis tetas dejaba Drag Race España, después de 5 programas y una legión de fans en aumento (con bautismo incluido) y, si es cuestión de confesar, las tentaculonas, es verdad, ayer lloramos un poquito.

No importa discutir si ha sido o no ha sido justo, (hija, es televisión y en televisión nada lo es), lo que sí es importante, creo yo, es hablar de la brecha que artistas como Onyx abren en los imaginarios populares, cuando atracan con su barco en los puertos de lo mainstream. ‘Atracan’, digo, mejor que ‘aterrizan’ (que sería más apropiado, quizá, en el caso de esta extraterrestre), porque es algo así lo que sentimos las pocas veces que vemos entrar por las puertas de un espacio cultural masivo a una de las raras, a una de las freaks, de las que desbordan lo imaginable por imposibles, por anómalas y excesivas.

Ni qué decir tiene que Onyx (como todas las chicas, que os veo venir), no está ahí por casualidad ni ha atracado a nadie. Su enorme talento y constancia a la hora de perseverar en la creación de un universo propio queerizando lo alien, lleno de purpurina cyborg y de tentáculos de moco brillante y extensible, conecta además con multitud de referencias. Desde los club kids neoyorkinos de los 90 y los 2000 hasta la reina Juana encerrada por loca, desde la Lolita kitsch inenarrable que deviene muñeca de Lladró hasta el Ángel Caído en su versión más dramática, iracunda y erótica. Onyx nos ha hecho soñar durante semanas, porque sus pasarelas no eran únicamente looks muy trabajados, sino que abrían, más bien, puertas a narraciones paralelas.

Onyx es un puente al otro lado, al over the rainbow, al espacio exterior. A ese lugar donde a las raras nos cogió de la mano una alienígena una vez, y nos dijo ‘pasa, encuentra tu ficción, aquí estarás segura’. Onyx es esa ficción, esa alienígena y esa acción artística comunitaria de supervivencia que significa pasar el testigo. Porque a muchas nos ha salvado la ficción, lo excesivo y lo maravilloso, lo camp y lo kitsch, lo cyborg y lo trascendente. A muchas nos ha salvado un brillo que ha cruzado nuestro camino por accidente, un destello que nos ha hecho seguir, tirar del hilo y descubrir todo un submundo extraordinario, donde otra existencia era posible, fuera de los confines taxativos de la normalidad. Necesitamos la señal, el destello, la bengala disparada al aire, para entender que hay más mundos y que están en este.

Ayer pensé que para muchas y muches Onyx ya es la mano tendida a lugares que aún no imaginan, y que sólo intuyen como espacios de libertad; y también pensé que para otres es el impulso del recuerdo vivo de los mundos que, en nuestro propio devenir, a veces parece que hemos olvidado.

Hace unos meses hablamos sobre el potencial revolucionario de lo alienígena, de la inclinación hacia el romper la forma, sobre las posibilidades de lo cyborg y el construirnos a través de múltiples ficciones en simbiosis. Sin embargo, creo que nunca te conté que, siendo yo niño (y niña y ángel), me explicaron lo que era la soledad con la misma metáfora que has utilizado tú en el programa. Me dijeron que la soledad no tenía nada que ver con estar o no rodeada de gente, sino con sentirte marciana en todas partes. La Onyx venusiana, la que hemos visto con cuernos fluorescentes afilados y saliendo de huevos de anime, es también la que hemos visto partida de risa, desbordando talento y creando comunidad. La que ha sido puente a otras ficciones interestelares cargaba a la vez sobre sus capas con su propio niño (y niña y ángel), y así de consciente y abierta se nos ha mostrado.

Onyx desatraca, barco a Venus, pedazo de arco iris, en realidad el viaje acaba de comenzar.

 

Género y violencia: sobre la abolición, las fronteras y les hijes de otres

Por Victor Mora (@Victor_Mora_G ‏)

 

A propósito de la afirmación tan contundente como poco específica de la “abolición del género”, se despliegan de tanto en tanto tormentas de críticas y agresiones en red (que más pronto que tarde, como sabemos, pueden transformarse en otra cosa). El uso de ‘todes’, por ejemplo, como marca de género neutro, se critica hasta la náusea por parte de ‘abolicionistas del género’. Es frecuente también ver el enfrentamiento violento contra personas o familias que optan por una crianza crítica con los estándares del género. Una crianza crítica que puede ir desde cuestionar los elementos tradicionales asociados al género y ponerlos en disputa, hasta posicionarse políticamente en el uso lingüístico de ese neutro en lo que refiere a sus hijes, para generar con ello un espacio de habitabilidad del género más libre y, en fin, respirable. Quienes se enfrentan y tratan de ridiculizar estos posicionamientos hablan como si utilizar las marcas de género binarias y tradicionales no fuera también un posicionamiento político que, por demás, es continuista de la violencia que la estructura misma del género contiene. Pero, ¿de qué hablamos cuando hablamos de abolición del género?

Hasta hace unos años afirmar que el género era una cuestión cultural, una construcción (esto es: no natural) era algo común salvo, claro está, en reductos conservadores. Las implicaciones de la naturaleza quedaban atrás desde el consabido “no se nace mujer” para comenzar un nuevo camino en la desarticulación de la subordinación de las mujeres, sometidas a una opresión política, social y cultural, que nada tenía de natural (o ‘biológico’). Mucho ha llovido desde entonces.

La desvinculación de la “naturaleza” del sexo de sus devenires políticos supuso una revolución epistémica que sigue siendo difícilmente rebatible, aunque de unos años a esta parte, no obstante, se haya pretendido desmantelar todo el trayecto en nombre, paradójicamente, de la lucha contra la misma opresión. Quizá, lo más difícil de desmantelar era la propia noción de género, por lo que se ha pretendido afirmar que como tal ‘construcción cultural’ no era, pues la ‘opresión verdadera’, que pasaría a ser, entonces, el sexo (ese natural, ese biológico). Lo único cierto es que el hecho de que unos genitales sean visibles y tangibles y la normatividad de género no sea algo medible en los mismos términos no quiere decir, evidentemente, que el género no exista o exista menos. La primera opresión que se administra al sexo es, efectivamente, el género, como conjunto de códigos sociales, culturales y políticos que se administran simbólicamente a cada criatura que nace con unos genitales determinados.

Aquí hay dos problemas, el primero es entender que ese “simbólicamente” conlleva toda una estrategia establecida de códigos que se traducen también en elementos físicos (como ropa, adornos, juguetes o libros) y en otros que, nuevamente, no por no ser físicos existen menos (comportamientos, actividades sociales, formas de hablar, etc.). Todo ello está marcado por el género. El segundo problema, y es el más difícil de comprender porque no tiene una respuesta concreta (ni tiene porqué tenerla, pero ya hablaremos de eso), es que si bien todas las existencias en sociedad, todos los cuerpos, están marcados por una relación entre el sexo y el género, es una relación que en muchos aspectos permanece velada para nosotros, es diversa, inesperada, no es siempre binaria, y sigue siendo, en gran medida, misteriosa. Los códigos culturales de la masculinidad y la feminidad se imbrican en los cuerpos de maneras variadas, complejas y plurales. El binarismo es un empeño (contextual, cultural y situado) que no se corresponde con el despliegue de múltiples formas de habitar el espectro que conforma la relación sexo-género. Históricamente hemos tratado de buscar respuestas paramédicas, morales, religiosas… todas han contribuido a la violencia. Y es que el género es la violencia, y en esa afirmación podríamos encontrar un principio de acuerdo, pero, ¿desde dónde/cuándo comenzamos?

Primero, quizá, por asumir que sea cual sea nuestro habitar sexo-género, hubo un principio de imposición de un modelo (patriarcal, cis, binario, heterosexual) que se dio por hecho cuando nacimos y que se nos desplegó encima con toda su fuerza cultural (y toda su violencia implícita).

Decir que el género es la violencia, es afirmar que es una opresión que nos afecta a todes, lo cual no significa que sus implicaciones sean equivalentes. Sí significa, sin embargo, que es una cuestión estructural que atraviesa a todos los cuerpos y que organiza su distribución en el espacio social, y condiciona el acceso a la redistribución y el reconocimiento, como lo hacen todas las opresiones estructurales. Si decimos que el género es la violencia, ¿convenimos en que abolir el género es un objetivo común? De acuerdo, por qué no, vamos a probarlo. ¿Cuáles son las estrategias? Veamos dos de ellas.

Una de las estrategias más recientes en nuestro contexto, en nombre de la abolición del género, ha sido atacar a una minoría vulnerable. Como sabemos el argumento que más se suele utilizar contra las personas trans (concretamente contra las mujeres trans) es que perpetúan los roles de género, y como lo que se pretende es abolir el género, atacar a las mujeres trans se ha convertido en el estandarte de un sector que se autodenomina ‘radical’ y que, desde luego, ha reproducido y esparcido radicales violencias. Sobre el problema TERF, es interesante ver el video que compartió en 2019 la youtuber ContraPoints, titulado ‘Gender Critical’, en el que expone claramente todos los puntos (hasta el absurdo) de este posicionamiento político (porque es un posicionamiento político, que elige la exclusión de cuerpos vulnerables y la violencia sobre los mismos). ContraPoints explica que un buen símil podría ser posicionarse políticamente en contra de la existencia de las fronteras geopolíticas, y como estamos en contra de las fronteras geopolíticas, nos negamos a dar la documentación a los migrantes que las cruzan, porque lo que hay que hacer es abolir las fronteras. Y más allá, en lugar de ir en contra de las instituciones políticas que recrudecen la división fronteriza, elegimos ir en contra de los migrantes que las cruzan, es decir, de las personas que más sufren esta división política. Otra estrategia podría ser la de asumir que las fronteras existen y que, como el género, por más que no sean visibles o tangibles, los parámetros históricos y políticos han levantado estas divisiones que desembocan en situaciones, a veces, de invivible injusticia. Si asumimos que las fronteras, como el género, existen, por más que nuestra intención final sea abolirlas (esto es: que no sean necesarias), el camino que tenemos por delante, el primer paso, el urgente, es hacer que sea lo más habitable, lo más fácil, lo menos violento posible para todas las personas.

A la luz de esta idea (que también es un posicionamiento político), parece que, por ejemplo, una crianza crítica con los estándares del género, que los enfrente, que no asuma el despliegue patriarcal cis heterosexual sobre unos genitales como necesario y dé por hecho una identidad esencial, es un posicionamiento que va, precisamente, contra las estructuras y no contra personas o colectivos. Es un posicionamiento que genera otro espacio posible de desarrollo, no sometido a los estándares que el sexo-género impone, y que tratará de dar la mayor autonomía y libertad posibles sobre el propio reconocimiento. En resumen, parece que las tentativas críticas de agitación de los estándares, la transformación de usos lingüísticos, la reapropiación de conceptos y el intento de generación de espacios de intimidad y desarrollo más respirables, al final, hacen más por deconstruir la estructura del género que ir en contra de las personas que más se perjudican de esta división binaria, construida y cultural (y que no por construida y cultural, insisto, existe menos).

Quizá no se trata tanto de imponer un eslogan contundente que caiga en lo inespecífico (y que sirva como excusa para llevarse por delante a quien te incomoda), sino de tratar de crear más y más espacios de libertad con alternativas posibles para hacer que el género sea (o intentar, al menos, que acabe siendo) un lugar habitable para más personas, menos violento, menos determinista y lo más fluido posible.

 

 

Imagen: «Autorretrato como niña trans», Roberta Marrero, 2018

Ni un paso atrás, etc. (de ampliaciones horizontales, cuerpos urgentes y alianzas queer).

Por Victor Mora (@Victor_Mora_G ‏)

 

El término queer no alude a la identidad de una persona, sino a su alianza
Judith Butler.

 

Me pregunto si merece la pena un balance del año basado en dos columnas de lo bueno y lo malo, de logros y derrotas, como si fueran equiparables los eventos, como si enumerarlos y hacer listas pudiera hacer también que el número más alto gane. No es posible unlance en esos términos porque el dolor y la violencia, como la alegría, no son resultado de sucesos que puedan contraponerse o equipararse y, por demás, no es útil ni realista pensarnos así. Hay cosas que están cambiando, otras que permanecen, emergen nuevas violencias que se superponen y asimilan a viejos fantasmas, como también brotan insólitas formas de resistencia y protesta. Ocurren, como todas las demás cosas, en paralelo. No hay pasos hacia atrás ni hacia delante, porque todo está ocurriendo a la vez, en sincronía. El fin de año y las listas nos invitan a hacer resumen para comenzar de nuevo, como si el año plantease un reseteo, una línea de salida, y así visto no hay, quizá, cosa más absurda, porque parece que es entonces asunto nuestro decidir cuándo y cómo podemos plantarnos y volver a comenzar. ¿Es así?

Yo este fin de año sigo preguntándome, también, qué nos hace falta para comprender el nexo entre la teoría y la práctica, entre lo abstracto de una reflexión y la conexión necesaria que ésta tiene con la realidad física, inmediata, con los cuerpos a los que esas teorías (o esos abstractos que dejan, entonces, de ser abstractos) atraviesan. Todavía cuesta entender que lo simbólico (por ejemplo, el lenguaje) tiene efectos materiales sobre las vidas que nombra y distribuye, que la violencia verbal carga con todo el peso político del estigma, y que todo ello condiciona los espacios que habitamos (virtuales y no virtuales). No se hace la relación. En otras palabras: no bajamos a tierra lo que tan felizmente transitamos en terrenos simbólicos, como si no fuera unido, como si no fuera «real».

No hay nada de casual en el incremento de la violencia contra determinadas realidades, como no hay nada de inocente en elegir hacer “chistes” sobre unas vidas y no sobre otras, o sobre unos dolores y no sobre otros, sobre dolores ajenos que no se comprenden porque no son los propios. Eso ya lo sabemos. Y lejos de hacer el ejercicio continuo de ver (ver) a ese otro cuerpo que no es el mío, que tiene otras condiciones y que precisa de otras herramientas, parece que, como conjunto, hemos optado por la competición, y estamos, pues, en el más triste de los mapas.

El resumen sería que mi opresión sí que vale y la tuya no, o la mía vale más, o la mía va primero. La cartografía de la competición no permite otro resultado que el binario, el nosotros/ellos; el fatal conmigo o contra mí que impide, efectivamente, la convivencia. Y una vez convertidos en enemigos, qué. ¿Qué hacemos ahora? ¿Cómo vamos a imaginar el futuro? ¿Qué futuro es el que imaginamos? ¿Quiénes imaginamos qué cosas? Si hemos llegado a este punto de atomización sólo nos queda pensar en reconstruir las alianzas, en repensarlas y cambiar de foco. Lo cierto es que aunque el día 1 se parezca tanto al 31, como se parece cualquier día al anterior, siempre estamos ante un posible territorio nuevo, que podemos construir con esperanza. Pero ¿cuál es ese terreno que imaginamos? ¿Hay acaso un nosotros, un nosotras, un nosotres común? Perder, como hemos perdido, el sujeto colectivo desde el que enunciar el horizonte, nos ha devuelto a lugares de violencia que, aunque conocidos, dibujan una realidad que parece más distópica que presente y tangible. ¿Es acaso posible, o necesario, un sujeto colectivo? ¿Cómo configurarlo?

Si el año que termina nos ofrece una oportunidad de resumen para un “nuevo comienzo”, por absurdo que suene, en realidad es un espacio tan bueno como cualquier otro para hacer una reinterpretación crítica de nuestro lugar, que deje atrás las listas de logros y derrotas, es decir, que abandone la lógica ridícula de la organización binaria que contamina toda visión del mundo, toda pregunta y todo posicionamiento, y comencemos a hacernos otras preguntas. Es un momento tan bueno como cualquier otro para pensar en las alianzas. Porque, quizá, algo que sí hemos hecho y nos ha hecho perder mucho (honestamente: mucho) tiempo, es señalar hasta la extenuación a quienes se aliaban con el fascismo, a quienes elegían hacer chistes sobre dolores ajenos, a quienes temiendo por su redistribución eligieron deshumanizar a otres. Sin dejar, evidentemente, de denunciarlo, un buen propósito sería dejar de alimentar con atención inagotable a quienes quiebran la convivencia y enfocar nuestra mirada (y nuestro cuidado más atento) a la reconstrucción prospectiva de una alianza en aumento, una alianza queer que deje atrás (esto sí) la relación binaria con el mundo.

Aliarse no significa, recordemos, ser un grupo homogéneo, un colectivo homogéneo (no existe tal cosa como un ‘colectivo homogéneo’); aliarse significa (al menos en este texto) compartir espacios de lucha y escucha desde la inclinación al cuidado. Aliarse significa incorporar las diferencias como aquello que explica en qué consiste la convivencia y lo común. Las alianzas son, en definitiva, lo que va a delimitar el mapa de lo posible. Es evidente que cualquier persona que se alce como voz de un proyecto (por muy emancipatoria que asegure ser) que establezca alianzas con el fascismo es, desde luego, cómplice de ese mismo fascismo. Es evidente que cualquier persona que se autodenomine feminista, antirracista (o pro LGTBIQ+, signifique eso lo que signifique) y que a la vez defienda una jerarquía discriminatoria y excluyente, únicamente defiende esa jerarquía discriminatoria y excluyente. 2021 ha sido el año en el que el fantasma de la peligrosidad social asociado a nuestros cuerpos ha resucitado definitivamente, pero, ¿qué cuerpos son, entonces, esos que decimos nuestros

Un buen día se anunció que la Comunidad de Madrid iba a derogar las leyes LGTBI y Trans. Era evidente, se dirá entonces, que iba a ser exactamente así. Era evidente que no hay derechas, por lo visto, que no vayan a tener felices encuentros entre sus extremas partes, en lo que refiere al menos a recortes (tanto económicos como sociales). También era evidente que lo que dijo la Presidenta (como lo dijeron antes otros muchos políticos conservadores), era cierto: que no le importa lo que cada uno haga en su cama; y claro está, faltaba más, qué simpática es en las distancias cortas. Las leyes LGTBI y Trans se derogarán, o no, o se “corregirán sus excesos”, como ocurrirá con las de violencia de género… las manifestaciones en contra (y las manifestaciones en general) les importan lo mismo que nuestras camas, es decir, menos que nada, y al final lo mismo da derogarlas que no, ¿verdad? ¿Qué importa si con no cumplirlas es suficiente? Lo triste de nuestras camas (en soledad o en compañía) es que nada tienen que ver, en realidad, con la cartografía política que organiza y distribuye a los cuerpos según condiciones estructurales de derechos, subordinación, redistribución de recursos, privilegios y opresiones. Ya lo sabemos, ya sabemos que lo personal es político. Y ya nos sabemos también lo que hay que hacer cuando se publica en los periódicos que quieren derogar nuestros derechos, que no se negocian, que nos tendrán en frente, que ni un paso atrás, etc. (y nuestra respuesta, por cierto, está más que medida y sopesada).

Era evidente que al final la derecha haría lo que dijo que iba a hacer, era evidente que lo iba a disfrazar de cualquier excusa, de las más tonta que se te ocurra, la que quieras, cógela. Que la violencia hacia nuestros cuerpos está en la cabeza de la izquierda, o que es esa misma izquierda malvada la que quiere colectivizarnos. Que ya somos iguales por ley, que qué privilegios queréis, que lobby x que tal y cual… en fin, decíamos: era evidente que el recorte progresivo iba a ocurrir y que habrá violencia y cuerpos que quedarán en el camino, y así se dirá, sin embargo, cuando haya pasado el tiempo suficiente. Cuando podamos mirar con distancia. Era evidente y así se dirá cuando ya sea tarde para todos los cuerpos que hoy se quedan sin tiempo. ¿Son los cuerpos que se quedan sin tiempo nuestros cuerpos?

Este gobierno de Madrid pasará a la Historia, entre otras cosas, como aquél que abandonó a su muerte a miles de personas en residencias, y como aquél que dejó sin acceso sanitario (y sin previo aviso) a decenas de miles de personas, como aquél que resucitó el estigma del VIH para instrumentalizarlo en favor de un nosotros/ellos xenófobo, como aquél que inclinó la balanza y sopesó que dejar morir era más conveniente. La necropolítica, como cualquier estrategia de gobierno, escribe un imaginario que se utiliza para hacer sólida una idea de lo común. Aquí, que hay cuerpos válidos y otros que no lo son. Que hay vidas llorables y otras, las migrantes, en este último caso, que conviene eliminar, eso sí, con la conciencia tranquila porque no son problema nuestro. Esa es la imagen de lo común que se dibuja, y  ha llevado el debate y la atención hacia otro lado.

Pero ¿qué cuerpos son nuestros cuerpos? ¿Qué cuerpos son, efectivamente, nuestro problema? Lo común (lo nuestro) es precisamente el imaginario que está en juego, es el espacio social del reconocimiento y la redistribución. Hay que luchar por mirar hacia los lados, hay que luchar por ampliar lo común, sobre todo, porque el lugar del reconocimiento político (es decir, el lugar social de agencia, autonomía, libertad y derecho a tener derechos), es un lugar móvil, que va cambiando. Si no luchamos por conseguir que cada vez sea más amplio, ese lugar mengua. Por eso tenemos que apostar por una dirección opuesta, de ampliación de espacio, de hacer colectiva la diferencia, la diversidad, una alianza queer. La amenaza de recortes de derechos en Madrid y los casos de violencia extrema, desde las agresiones callejeras hasta el terrible asesinato de Samuel, nos han puesto en guardia porque es una violencia contra cuerpos sobre los que no esperábamos que hubiera tal violencia. Sin embargo esos casos son el extremo de un mapa de violencias que ya ocurrían, que estaban (y están) ocurriendo delante de nuestros ojos, en un régimen de invisibilidad, quizá, ¿por qué?  ¿Porque se producían contra cuerpos no nuestros? ¿Quién es el sujeto colectivo, el nosotros, nosotras, nosotres, quién imagina lo común, para quién? ¿A quién apela el ‘ni un paso atrás’ cuando hay cuerpos que no están siquiera en los parámetros proyectados por el antes y el después? ¿A quién apela el progreso? 

El término queer, en palabras de Butler, “no alude a la identidad de una persona, sino a su alianza” y por su propio significado de anómalo, extraño, torcido, nos inclina también hacia las alianzas impredecibles en la lucha por la justicia social, política, económica y cultural. Quiero decir que, quizá, para protestar contra la imposición de un nosotros/ellos excluyente y violento, hemos caído en la trampa de una contraofensiva en los mismos términos, sin mirar hacia los lados, sin coger a quien estaba ya quedándose atrás. Y probablemente nos hemos preocupado más de responder rápidamente dentro de un marco argumentativo que era en sí mismo el engaño, el cepo. Nos ha atrapado la fuerza centrípeta de lo concreto y la personalización, en lugar de ampliar y ver la estructura, lo complejo del mapa a vista de pájaro.

Esa es la trampa de evaluarlo todo según el antes y el después, esa es la trampa de pensar que “ni un paso atrás” significa que hay una línea de progreso, de avance, en la que todo funciona bien de facto. No. No hay un antes homogéneo en las violencias, como no hay un ahora homogéneo, como no hay tal cosa como un colectivo homogéneo. Lo que sí hay es una posibilidad de empezar a pensarnos horizontalmente, donde no quepa un binarismo que excluya, donde no haya un nosotros/ellos que dinamite toda posibilidad de convivencia. Lo que sí hay es un nuestro inclinado a la escucha, al afecto y al cuidado de la diferencia. Donde entendamos las diversidades y cada necesidad específica como necesidades colectivas, donde nos comprendamos, por fin, como la suma que articula la vida en común, la comunidad.

Feliz sincronía, feliz alianza queer. Feliz año nuevo, etc.

 

‘¿Quién teme a lo queer?’

Reseña por Alberto Poza

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¿Quién Teme a lo Queer?
Victor Mora, Continta Me Tienes, 2021

 

¿Quién teme a lo queer? es un ensayo que hay que leer como si fuera una película de ciencia ficción. Una en la que les personajes han perdido la memoria y se enzarzan en batallas tribales por ocupar el lugar central de representación política en un futuro utópico (queer) que no termina de llegar. La historia transcurre en un mundo que ya no existe, en un lugar ordenado por categorías que cada vez son más incapaces de representar y hacer felices a los cuerpos que lo habitan.

Naturalmente —¿naturalmente?— estos cuerpos se rebelan contra las categorías que los oprimen mientras que, casi sin saberlo, declaran su amor a otras formas de opresión. En muy pocas páginas, Víctor Mora nos coloca a todes en escena, a quienes temen a lo queer y a quienes creíamos encarnarlo. Aparecemos todes al borde del precipicio, tal y como nos habían hecho imaginarnos, batallando en los márgenes del presente por el monopolio de la utopía queer: Los LGTBeros sobre las carrozas de sus patrocinadores, las feministas con el puño cerrado blandiendo rosas como espadas, y les queers de uñas afiladas amenazando con veneno pa’ tu piel. Y en mitad de este jaleo —perdonadme el spoiler— Víctor Mora nos abre el archivo.

Antes de la publicación de este ensayo ya podíamos intuir quién teme a lo queer. Nos habían hecho imaginarnos en bandos como si esto fuera una guerra y sabíamos que desde algunos sectores del feminismo y del movimiento LGTBI+ había reticencias hacia la teoría queer—o temores si queremos— precisamente porque lo queer propone desnaturalizar las categorías sobre las que estos movimientos se han construido. Unas categorías que aunque invisibilizan las realidades que no llegan a nombrar, evidentemente son muy queridas para aquellos colectivos a los que han acercado a su liberación. Lo que quizá no habíamos intuido con tanta facilidad —o habíamos preferido olvidar— es qué teme lo queer.

Afortunadamente, justo después del interludio —porque este ensayo tiene interludio y artistas invitadas— en la segunda mitad del texto, se abre el archivo de sentimientos de los movimientos disidentes y por la liberación sexual para ofrecernos respuestas y advertirnos de que lo queer no es inmune a la tendencia hacia la rigidez que hemos visto en otros movimientos sociales. Basta una mirada atrás para ver cómo lo queer va poco a poco solidificándose en formas que le impiden alcanzar todo su potencial subversivo, formas de las que el matrimonio igualitario o un orgullo/pride totalmente sometido al mandato del capital son sólo un par de ejemplos evidentes. Este ensayo nos viene a decir que, quienes creíamos encarnar lo queer parece que también hemos cultivado, sin querer ser del todo conscientes, una especie de amor hacia ciertas formas estables de ordenar nuestras vidas que, aunque son poco liberadoras, nos son muy apreciadas y nos sujetan a nuestros privilegios impidiendo que éstos se universalicen. Y es que, ¿quién no ha querido, después de una adolescencia gris, participar de la ficción del amor romántico, o incluso casarse? Que levante la mano quien nunca se ha querido imaginar amado dentro de la forma del amor romántico monógamo. Y si alguien ha levantado la mano, que la sostenga alzada sólo si ha concebido la posibilidad de una relación íntima y romántica que no requiera de encuentros sexuales. Efectivamente, todes nos equivocamos constantemente y encontramos la felicidad in hopeless places que diría Rihanna. Al final, lo que teme lo queer es lo mismo que teme cualquiera de quienes aparecemos en esa escena bélica con la que arranca este texto, porque ningune quiere caer por el precipicio, que caerse de boca en el futuro, y perder por completo las formas que organizan nuestra vida, da miedo.

El uso que hace Víctor Mora del archivo de sentimientos convierte este ensayo ya no en uno de los mejores repasos que se le han dado a la teoría queer en castellano: con profundidad teórica, asequible, pedagógico y con la mayoría de sus fuentes bibliográficas citadas en español y/o de autores nacionales, sino que también consigue hacer del texto un mapa utópico hacia un futuro posible para les que están por llegar. ¿Quién teme lo queer? alimenta un uso crítico de la memoria, nos recuerda que no estamos solos, nos hace conscientes de nuestra vulnerabilidad y nos permite seguir imaginándonos llenos de esperanza al borde de ese precipicio que hay a los márgenes del presente.

Freddie Mercury: el amante de la vida que nació tres veces

Por Nieves Gascón, (@nigasniluznina), la cuentista de nuestro refugio

A comienzos de este mes de septiembre, se cumplieron setenta y cinco años del nacimiento de Freddie Mercury, en la isla africana de Zanzíbar y en el seno de una familia acomodada. Desde pequeño demostró tener talento y una de sus tías le apoyó para recibir clases de piano desde los siete años. Estuvo en un internado en la India donde formó su primer grupo de música a los doce años. Posteriormente vuelve a Zanzíbar y en 1965 debe dejar la isla tras un golpe de Estado, trasladándose junto a su familia a Londres, donde parten de cero e inician su vida en su recién adquirido estatus de refugiados y refugiadas.

Freddie estudió diseño y se une al grupo de música Smile en 1970, formación que ya integran Brian May y Roger Taylor, y al que posteriormente le cambia el nombre por el de Queen, que respondía al apodo por el que se le conocen en su entorno social, y por su sinigual estilo y elegantes maneras. Como anécdota podemos comentar que Mercury es quien dibuja y diseña el logo de Queen en 1972, inspirándose en los signos del Zodiaco de sus integrantes, e identificándose con la gran corona central de reina de esta imagen.

Esta historia es la que narra con cariño y de forma novelada e ilustrada, nuestra recomendación para este mes de septiembre: Freddie Mercury. Una biografía, de Alfonso Casas, editado por Random Comics en 2018. Se trata de un relato que conocemos pero que aporta la admiración y el cariño de una historia vital y artística a la par, muy bien construida, documentada y muy originalmente ilustrada. A caballo entre el estilo de la novela y el del cómic por la estética de sus ilustraciones, esta publicación con un marcado aire desenfadado, pero fiel a los diferentes acontecimientos de la vida del artista, nos acerca más al mito de Mercury, de quien descubrimos que nació tres veces: en el día de su nacimiento como Farrokh Bulsara, después cuando sus compañeros y compañeras de colegio le comienzan a llamar Freddie, y un tercer nacimiento cuando adopta su nombre y apellido artístico, Mércury, naciendo una leyenda del rock que llega hasta nuestros días, en los que indudablemente el cantante es un eje referencial de nuestra historia y cultura recientes.

La primera vez que vi a Queen fue siendo preadolescente, en el blanco y negro de una televisión roja de diseño futurista con antenas y botones laterales de regulación de la sintonía, cana, imagen y sonido, en una casa de campo familiar, y cuando en la emisión el programa de música Aplauso, de Televisión Española se visionó por primera vez en España el vídeo de la canción I want to break free (1984). Entonces no entendí que en gran parte, en el vídeo se hacía sátira de un popular culebrón de la televisión británica. Me fascinó la fuerza de Mecury entubado en una minifalda brillante de plástico negro, con picudos pechos cubiertos por un estrecho suéter rosa de punto, sin mangas, y su espeso bigote bajo una imponente melena cardada y coronada con un flequillo moldeado. Ese personaje de género no binario y ambiguo para aquella época, atrapado en tareas domésticas, empuñado una aspiradora, y bailando sobre zapatos de tacón alto, se movía por la pantalla con un increíble estilo y fuerza. Me encantó en lo que interpreté como la suma a una reivindicación de identidad de género y sexual, toda una declaración de libertad, la del deseo de salir de armarios herméticamente cerrados por el patriarcado y sus estrictas bipolaridades. Mercury caminando como una reina y mostrando sus largas y preciosas piernas, con ese increíble torrente de voz, me dejó totalmente enamorada. Lo que no supe hasta bastante después, es que el vídeo fue censurado por la MTV y no se emitió en los Estados Unidos, el “país de las libertades”, y que desde 1984 hasta bastante después, Queen fue vetado en las listas de grandes éxitos musicales en este país. Sin embargo, triunfaron en Europa y el resto del mundo, no podía ser de otra manera.

Todo esto y más detalles de su vida son descritos en nuestra publicación recomendada hasta empaparnos de las vivencias y personalidad de una estrella de rock que brilla desde la infancia y que siente un conflicto de identidad sexual que resuelve tras su divorcio y cuando comienza a tener relaciones con hombres. No obstante Mary Austin es la inspiración del tema Love of my life, con quien mantiene una relación de amistad el resto de sus días, e incluso y le acompaña cuando fallece en 1991 por el deterioro derivado del SIDA. No hace pública su enfermedad hasta un día antes de su fallecimiento, porque para entonces, era una maldición asociada a personas toxicómanas y homosexuales por su sobreentendida y etiquetada promiscuidad o estilo marginal de vida, según juzgaban sectores más conservadores que influyeron sobre la opinión pública abrumada por la falta de información y tratamiento efectivo para paliar los efectos de esta infección emergente que podemos incluso definir como la pandemia mortal de finales del siglo XX.

En el libro, Alfonso Casas nos muestra también el lado humano de Freddie Mercury, que fue un gran desconocido para los medios, que no le trataron muy bien en un momento dado. El autor hace una narración con cariño y fiel a la historia y acontecimientos de la misma. Resulta igualmente enternecedora la dedicatoria que hace de este trabajo a alguien muy especial. No pierdan cada detalle, cada reflexión y avance en la trama.

La descripción de una vida creativa, llena de talento y altibajos, soledad y el deseo de encontrar el amor, a lo que se añade un trato privilegiado del personaje por el autor, hacen de esta bibliografía novelada e ilustrada, un libro imprescindible para nuestra biblioteca de diversidad y género, además de una lectura muy recomendada para todas las personas que deseen conocer más y mejor a Freddie Mercury.

Les invitamos a leer esta publicación, recomendable a partir de los doce años, y a disfrutar de sus ilustraciones que construyen al personaje mítico de Freddie Mercury, describiendo con todo lujo de detalles sus distintos looks, su fuerza, elegancia y tesón, igualmente fiel con la descripción de los distintos personajes relacionados y con la reproducción de fotos clásicas tanto del grupo como del cantante que los y las más mayores recordamos, pero que el ilustrador reinterpreta y acerca a quienes las desconocen, de forma muy acertada.

Una vez más, en deseada soledad o junto a jóvenes de su entorno familiar, disfruten del préstamo, obsequio o la lectura de esta obra y dedíquenle tiempo a ver cada una de sus estupendas imágenes.

¡Hasta pronto!