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De aquellos polvos, estos lodos. O de cómo el odio a las personas LGBTIQ+ se ha convertido en abanderamiento político del gobierno ruso

Por Tamara Gámez Ramos, de @AltramuzEditorial y Daria Kornilova*

 

Es de dominio público que el gobierno liderado por Vladimir Putin no bebe los vientos por lo que a las mariquitas se refiere, pero no siempre fue así en la madre patria rusia. El porqué de los giros de los acontecimientos históricos, o los polvos de este lodo, son el kit de la cuestión para entender qué se cuece en Rusia y cómo afecta a las personas LGBTIQ+ el caldo de esa olla.

Las primeras sanciones a la homosexualidad que se registran en el país son en el siglo XVII. Los zares buscaron diferentes formas de reprimir y vetar la disidencia sexo-genérica a partir de esta fecha. El primero de ellos, Alejo I de Rusia, quemaba en la hoguera a las mujeres que tenían relaciones con mujeres y ejecutaba a los hombres que hacían lo mismo entre ellos, no quedaban exentas las mujeres que simplemente aparentaban ser “masculinas”. Esta represión parece estar conectada con los intentos de “modernizar” el estado, puesto que anteriormente existía cierta aceptación de la homosexualidad, sobre todo entre algunos sectores de la población.

En el siglo XIX, durante el gobierno del zar Nicolás I fue aprobado el artículo 995 por el que se sancionaba la sodomía con la expulsión a Siberia entre 4 a 5 años. Las relaciones homosexuales fueron relegadas a la clandestinidad, marcadas por la visión de la Iglesia Ortodoxa que las consideraba como algo inmoral y pecaminoso.

Con el derrocamiento del zarismo por la Revolución Rusa, la República Socialista Federativa Soviética de Rusia eliminó en 1917 la legislación que sancionaba las relaciones entre personas del mismo sexo y la disidencia de género.

Lo anterior, sin embargo, no vendría acompañado de una mayor aceptación social sino de cierta ambivalencia en todos los ámbitos. A finales de la década de los 20 la homosexualidad fue mayoritariamente entendida como una enfermedad mental y, pocos años después, en 1934, el gobierno de la Unión Soviética reinstauraría la legislación punitiva de la sodomía bajo el mandato de Stalin. Las sanciones consistirían en hasta 5 años de trabajos forzados (artículo 121).

Hay historiadoras que indican que el artículo 121 fue usado políticamente para sancionar a opositores al régimen y que, del mismo modo, en este período se inició cierta propaganda por parte del gobierno para asociar la homosexualidad con el fascismo y la pederastia.

Según el estudio de Dan Healey (Homosexual Desire in Revolutionary Russia, 2001) existieron en torno a 25.688 condenas a hombres por el artículo 121 entre 1934 y 1993, aunque las entidades LGBTIQ+ indican que el número pudo llegar hasta las 60.000.

La agencia de noticias Reuters indicaba en 1993 los datos de una encuesta realizada en 1989. Según esta, las personas homosexuales eran el grupo más odiado en la sociedad rusa y el 30% de las personas encuestadas consideraban que las personas homosexuales debían ser liquidadas.

 

El gobierno de Putin.

En 1993, periodo postcomunista bajo el mandato de Boris Yeltsin, la homosexualidad fue legalizada y en 1999 eliminada como enfermedad de la lista de “desórdenes mentales”. A partir de entonces surgieron algunas publicaciones y organizaciones LGBTIQ+ como Triángulo, sin embargo, muchas de ellas desaparecieron por falta de financiación ante un contexto que no dejó de ser represivo.

Vladimir Putin, actual presidente, alcanzó el poder en 1999. En los años 2000, en una sociedad que rechazaba la disidencia sexogenérica, siguieron surgiendo resistencias activistas por parte del colectivo. El proyecto gayrussia.ru fue fundado en 2005 por Nikolai Alekseev. Desde esta iniciativa se propuso la marcha del Orgullo de 2006 en Moscú. Las personas activistas decidieron realizar la misma a pesar de no contar con autorización. Esta finalizó con unas 70 personas detenidas después de que grupos ortodoxos y nacionalistas rusos radicales se opusieran a la marcha con golpes y amenazas.

En 2007 la marcha del orgullo en Moscú fue, del mismo modo, prohibida por el alcalde de la ciudad quien la definió como un “acto satánico”. A pesar de no contar con la autorización, al igual que el año anterior, el grupo de activistas marchó en la ciudad y de nuevo se enfrentaron a la violencia de grupos opositores y a una nula protección por parte de la policía, inclusive varios de los activistas fueron detenidos.

Las marchas del orgullo en Moscú fueron igualmente prohibidas en 2008, 2009, 2010 y 2011.

Desde 2010, la disidencia sexo-genérica se identifica con la inmoralidad occidental e ideologías políticas opuestas al gobierno ruso. La LGBTIQ+fobia se ha construído como una estrategia de diferenciación y de oposición a occidente, para reafirmar los “valores tradicionales”. El gobierno ruso lo expresa sin tapujos en sus declaraciones y posiciones políticas. Así, en 2014 se opuso a una resolución de la Organización de Naciones Unidas en contra de la LGBTIQ+fobia. El mismo año, Rusia celebraba el Congreso Mundial de las Familias, donde reunieron a grupos explícitamente LGBTIQ+fóbicos de múltiples nacionalidades.

Previamente, en 2002 se presentó una propuesta de ley en la Duma para criminalizar la homosexualidad, alentada por la Iglesia Ortodoxa Rusa, quien en varias ocasiones ha pedido que se realice un referéndum para prohibir la homosexualidad en el país. Por suerte, esta propuesta no alcanzó la mayoría necesaria para hacerse efectiva.

Hay cierta dificultad para determinar la opinión de la ciudadanía acerca de las personas LGBTIQ+ en Rusia, puesto que existe un fuerte desconocimiento debido a la utilización política de la disidencia sexo-genérica y la tabuización de todo lo relacionado. Así lo demuestra el experimento que hicieron varios jóvenes en las calles de Moscú con el que entrevistaban a personas en la vía pública preguntándoles sobre su opinión acerca de la heterosexualidad. La mayoría tuvo reacciones de repulsa y rechazo ante la concepción errónea de que este concepto se trataba de personas que mantenían relaciones con personas del mismo sexo.

A pesar del desconocimiento y la desinformación, hay estudios que apuntan a que puede encontrarse entre las más hostiles del mundo. La encuesta de 2007, reflejada en Cross-national Differences in Attitudes towards Homosexuality, mostraba que el 68% de la ciudadanía rusa consideraba que la homosexualidad era algo malo. En la encuesta The global divide on homosexuality reflejaba en 2013 que el 74 % de la ciudadanía rusa consideraba que las personas homosexuales no debían ser aceptadas por la sociedad, lo que indica un aumento en la visión negativa que podría venir dado por las legislaciones anti LGBTIQ+ y el auge de los discursos LGBTIQ+fóbicos que trajeron consigo.

 

La situación del colectivo LGBTIQ+ después de las “leyes contra la propaganda y la pedofilia”.

Estas legislaciones comenzaron a aprobarse en algunos estados desde 2006. En total, diez regiones ya habían prohibido la «propaganda de la homosexualidad» (algunas de ellas también incluían la «propaganda de la bisexualidad y transexualidad») antes de que en 2013 se incluyera una medida en toda la Federación rusa.

La ley federal conocida como contra la propaganda homosexual y pedofilia recibe el nombre oficial de ley «para el propósito de proteger a los niños de la información que aboga por la negación de los valores familiares tradicionales» y fue aprobada por unanimidad por la Duma el 11 de junio de 2013, con la abstención de un único miembro.

Esta ley modifica la ley de protección de la infancia del país y el Código de Infracciones Administrativas de la Federación Rusa, prohibiendo lo que denomina como distribución de «propaganda de relaciones sexuales no tradicionales» entre menores. Esto incluye los materiales que «suscitan el interés», «formen predisposiciones sexuales no tradicionales» con «ideas distorsionadas sobre el mismo valor social de las relaciones sexuales tradicionales y no tradicionales». Prohíbe, del mismo modo, la adopción por parejas del mismo sexo, hecho que se acabó trasladando también a la adopción internacional.

Desde su aprobación son numerosos los casos en los que se han reportado detenciones por inclumplimiento de esta ley, sobre todo en aquellas acciones de activistas LGBTIQ+ que han producido arrestos y multas que se han conocido de manera más mediática y que han ido entre los 4.000 y 100.000 rublos. Las personas extranjeras pueden ser retenidas en calabozo hasta 15 días para luego ser deportadas, o bien, multadas con hasta 5.000 rublos y luego deportadas.

El informe License to Harm. Violence and Harassment against LGBT People and Activists in Russia (2014) de Human Rights Watch da cuenta de las amenazas, el control, espionaje, secuestros, humillación y violencia que vive el colectivo, además de las detenciones. Las denuncias de los organismos internacionales, sin embargo, no están consiguiendo un cambio en la política y sociedad del país, a pesar de que una de ellas se trata de una resolución del Tribunal Europeo de Derechos Humanos respecto a la violación por parte de Rusia del Convenio Europeo de Derechos Humanos al no reconocer de manera legal a las parejas del mismo sexo.

También la infancia está sufriendo graves consecuencias, no pudiendo contar con información acerca de la diversidad y siendo parte de una imposición ideológica de odio desde la más temprana edad. El documental Dyeti 404 (Niños 404), pone de relieve el impacto que esta Ley ha tenido en la infancia LGBTIQ+, siguiendo la vida de un grupo de adolescentes del colectivo después de la aprobación de esta legislación.

Uno de los aspectos más relevantes de esta ley es el impacto que ha generado en la opinión pública en contra de la disidencia sexo-genérica, combinando deliberadamente los conceptos de orientación sexual y pedofilia. Según un estudio de opinión pública realizado el mismo año de la aprobación legislativa, el 90% de la ciudadanía rusa apoyaba esta ley. Así, desde su aprobación se han organizado grupos contra la comunidad LGBTIQ+, destacando Okupai – Pedofilyai que se dedica a la “caza” de homosexuales (que nombran como pedófilos), a partir de perfiles falsos en internet. Este grupo de ideas abiertamente fascistas ha sido ampliamente denunciado por activistas, quedando sin ningún tipo de investigación policial ni judicial.

La LGBTIQ+fobia se observa del mismo modo en las instituciones y en los espacios de atención a la ciudadanía. Un estudio de 2014 reflejado en The State of Psychiatry in Russia, indicaba que el 62,5 % de 450 psiquiatras entrevistados en Rostov consideraban la homosexualidad como una enfermedad y el 75% estaba de acuerdo en que era un comportamiento inmoral.

 

Más lodo que nunca.

El 1 de abril de 2017 el periodico Novaya Gazeta publicó el artículo sobre el secuestro de alrededor de 100 hombres en la República de Chechenia (parte de Rusia) por motivos de su orientacion sexual. Un hombre llamado Maksim Lapunov fue liberado debido a que no pertenecía a la etnia chechena, y se comunicó con el periódico para contar lo que le había sucedido en el territorio de la República de Chechenia.

Resultó que desde febrero de 2017 se estaban produciendo redadas periódicas en Chechenia, durante las cuales las autoridades detenían a hombres “sospechosos” de tener relaciones homosexuales. Posteriormente, los detenidos eran internados en prisiones clandestinas, donde eran torturados, privados de alimentos y agua, con el fin de obtener información sobre las personas LGBTIQ+ que viven en la república. Luego, algunos de los detenidos fueron entregados a familiares con la recomendación de realizar un «asesinato por honor», mientras que el resto fueron ejecutados en los alrededores de la prisión.
Basada en la historia de Maxim Lapin, la BBC filmó el documental «Bienvenido a Chechenia», en el que por primera vez se utilizó la tecnología de cambio de caras para proteger a los participantes del proyecto. El propio Maxim, junto con su familia, se vieron obligados a huir a del país después de que las autoridades rusas se negaran a investigar lo sucedido. Pero incluso mientras está fuera de Rusia, Maxim continúa recibiendo amenazas y no puede sentirse seguro.

A pesar de esta situación en el territorio checheno, en 2019 se registró en Rusia la tasa de aceptación más alta hacia la comunidad LGBTIQ+ en los últimos 14 años. Este estudio elaborado por el Centro Levada mostraba que el 47% de la ciudadanía rusa estaba a favor de que las personas LGBTIQ+ disfrutaran de los mismos derechos. Una de las explicaciones a este resultado, fue la menor exposición mediática de discursos de odio hacia el colectivo en los medios de comunicación en los años previos a la encuesta.

Con diversas motivaciones, entre ellas reavivar las posturas de odio, en 2022 la ley contra la propaganda homosexual se vio ampliada de manera unánime para incluir toda «la negación de los valores familiares» y la promoción de «orientaciones sexuales no tradicionales» a cualquier grupo de edad, incluyendo por primera vez aspectos tránsfobos como la prohibición de acercar materiales que a los menores les genere un “deseo de cambiar su sexo”.

También prohíbe la “demostración” del comportamiento LGBTIQ+ y su apoyo en público como si se considerase un estilo de vida “normal”. Del mismo modo, veta expresamente toda publicidad, libros, materiales y películas que se considere que promueven esta “propaganda”. Las sanciones supondrían multas que oscilan entre 100.000 y 2.000.000 de rublos, es decir, entre 1.350 euros y 26.600 euros.

Hay quienes consideran que este endurecimiento legislativo está vinculado a la ocupación de Ucrania, con la intención de reafirmar los valores tradicionales rusos y oponerse de manera ideológica a todo lo que señalan como “occidental” o “europeo”.

 

El discurso de odio hacia el colectivo LGBTIQ+, un arma más de la invasión de Ucrania.

El 24 de febrero de 2022 se hizo pública la invasión de Rusia a Ucrania después de 8 años ocupando y reclamando por la fuerza parte de su territorio. Desde entonces, los ataques y el despliegue militar comenzaron a ser mayores tanto en crudeza como en extensión en el territorio ucraniano.

Algunos medios como gayru.info denuncian el aumento de la persecución de las personas LGBTIQ+ en las zonas controladas por los separatistas en Donbás desde el inicio de la ocupación. Ya en 2014 fue atacado el club gay Babilon de Donetsk por 10 personas armadas que dispararon cartuchos de fogueo al aire, robaron a quienes estaban dentro y gritaron amenazas e insultos LGBTIQ+fóbicos. En 2015, según el informe Violation of LGBTI Rights in Crimea and Donbass: The Problem of Homophobia in Territories Beyond Ukraine’s Control (2016), el viceministro de Asuntos Políticos de la República Popular de Donetsk había declarado que: «Se está extendiendo una cultura de la homosexualidad… Por eso debemos matar a todo aquel que esté implicado en esto». Este discurso también se ha observado en parte de la ciudadanía del territorio, con la negativa de una buena parte para acoger a personas LGBTIQ+ desplazadas por el conflicto.

Como vemos, las consecuencias de la guerra tienen un impacto diferenciado en las personas LGBTIQ+. En concreto, hay personas LGBTIQ+ que no están pudiendo salir de Ucrania, especialmente las mujeres trans que no han podido cambiar su documentación ante las exigencias del proceso y que ahora se ven atrapadas ante un posible reclutamiento.
En marzo de 2022, Naciones Unidas estimaba que más de 2.000.000 de personas habían tenido que huir de Ucrania. La mayoría de ellas lo han hecho hacia los países fronterizos de Polonia y Hungría, lugares en los que la población LGBTIQ+ se enfrentan a situaciones de discriminación.

Es importante destacar el papel de las entidades LGBTIQ+ y las personas activistas que se están articulando en estos países de acogida para garantizar la seguridad y protección de las personas refugiadas LGBTIQ+ ante gobiernos vulneradores de derechos.

El activismo LGBTIQ+ en Rusia también se enfrenta a una enorme hostilidad, motivo por el que muchas personas han tenido que huir del país y solicitar protección internacional. La Red Rusa LGBT trabaja para garantizar la protección de los derechos de la comunidad LGBTIQ+ en el país, siendo la mayor organización LGBTIQ+ de Rusia y la primera de carácter internacional. Estas y otras entidades hacen frente a las vulneraciones que se están viviendo en Rusia, donde los derechos de la comunidad LGBTIQ+ están siendo utilizados como un arma más de la guerra.

 

* Daria Kornilova es activista por los derechos LGBTIQ, refugiada de origen ruso. Co-fundadora del colectivo de personas LGBTIQ+ refugiadas Valores Multicolor, y mediadora intercultural en CEAR. Puedes encontrar más información sobre Daria en Linkedin.

Aquí jugamos todes. Representación LGTBIQ+ en los videojuegos.

Por Tamara Gámez Ramos, de @AltramuzEditorial

 

A propósito del estreno esta semana de The last of us, la serie adaptación de un videojuego del mismo nombre con su respectiva protagonista lesbiana, hacemos un recorrido por los personajes LGBTIQ+ de los juegos para PC y consolas que más han impactado en el mundillo del videojuego.

Siempre nos preguntamos sobre la representación de personajes diversos en cine y televisión, pero no es tan frecuente escuchar reivindicaciones sobre la necesidad de que la disidencia sexo genérica tenga sus referentes en el mundo de los videojuegos. Es probable que esto se deba a que el mundo del joystick esté menos popularizado que el de su colega la tele en el escenario adulto, pero la juventud viene reivindicando la necesidad de referentes y es momento de hablar de aquellos espacios donde necesitan encontrarlos. Yes que el mundo de los videojuegos es una parte importante de esto, según el estudio de Roulette de 2021, el 45% de las personas encuestadas afirmó que el juego había desempeñado un papel fundamental en el descubrimiento de su propia identidad homosexual, motivo de más para explorar este tema.

A pesar de esta imperiosa necesidad de ver (o jugar) a alguien como tú, el marcado carácter masculinizado del mundillo ha supuesto que los personajes LGBTIQ+ brillaran por su ausencia. Una mayoría de hombres jugadores y trabajadores en la industria del videojuego venían creando mundos en los que se proyectaban todos los deseos del varón-blanco-cis-hetero del que los doscientosmilFIFAs y el Grand Theft Auto daban esplendorosa cuenta.

El mundo de los videojuegos está cambiando. Las mujeres ya somos el 50% de las personas jugadoras en todo el planeta, según estadísticas elaboradas por Mediacom para Latinoamérica, o la ESA (Entertainment Software Association) para Estados Unidos. Esto supuso al inicio la creación innegable de un doble pasillo, como en el mundo de los juguetes, donde los videojuegos se vieron rosificados y azulados con un pensamiento binarista y sesgado. Le dimos la bienvenida a los videojuegos en los que éramos chefs, veterinarias o creábamos mundo de colores no sanguinolientos. Puzles y plataformas que favorecieron la inclusión de muchas mujeres y niñas en el mundo gamer. Una experiencia fundamental si entendemos el contenido de programación y digitalización que hay delante y detrás de estas pantallas animadas, y en el que los varones nos llevaban sobrada ventaja. Una ventaja en competencias de los que muchas denominan los puestos de trabajo mayoritarios para un futuro próximo.

Hemos sido sobre todo las mujeres y el colectivo LGBTIQ+ quienes hemos ido dando porrazos a los estantes de esos pasillos divididos para reivindicarnos como un público a tener en cuenta en esta industria que no parecía hecha para nosotras. Los SIMS fueron ese videojuego con el que probablemente por primera vez pudimos construir un personaje a nuestra imagen y semejanza y con el que, a partir de muchos rosebud (la palabra secreta para rellenar tus arcas dinerarias) podíamos vernos viviendo en una casaza con nuestra pareja del mismo sexo. No es casual que este videojuego también haya sido pionero en reconocer la disidencia genérica. En 2016, con SIMS 4, aun manteniendo el binomio en el momento inicial, ya podíamos escoger cualquier registro de voz o de caminar para nuestro personaje que durante el juego podía transitar con la estética que también nos diera la gana.

En Mass Effect también podíamos personalizar ya en 2007 al personaje protagonista. El capitán o capitana Shepard de la flota de Alianza de Sistemas podía, del mismo modo, explorar relaciones con personas de distinto género y sexualidad. Y es que, pensándolo bien, cómo no iba a existir esta libertad en el año 2.183 en otra galaxia, aunque para 2007 quienes eligieron ser la comandante Shepard rebobinaron hasta el desgaste la famosa escena de sexo con la alienígena bisexual Liara T´Soni.

Podríamos decir que BioWare, la empresa que desarrolló Mass Effect, ha sido una de las grandes aliadas para la existencia virtual de la disidencia. Después del título anterior vendría el aclamadísimo Dragon Age o ¿quién no se ha dado un pipazo con una elfa? Amiga, si Casandra te dio calabazas este es tu artículo, aunque desde 2009 que salió esta entrega ya hemos aprendido que no todas las mujeres masculinas son lesbianas o bisexuales. En este juego de rol y fantasía encontraremos también a Dorian, un poderosísimo mago gay, rechazado por su contexto por no ser normativo, y podremos implementar personajes no binarios con algunos de los paquetes descargables para el juego.

En el mismo año apareció la primera entrega de Borderlands, un videojuego de rol de acción en un mundo de ciencia ficción con una historia misteriosamente parecida a una reciente estrenada segunda parte de una película taquillera de Disney. Ya desde la primera entrega del videojuego encontraremos a la bisexual Moxxi; en la segunda jugaremos con un personaje protagonista lésbico, además de algunos secundarios, y en Borderlands 3 conoceremos a Lor, una persona no binaria que se plantea la transición durante el desarrollo del juego.

Fuera del mundo RPG (Role Playing Game), pero dentro de la dinámica de decisiones en la construcción de parte del trasfondo del personaje, encontramos Life is Strange, de Square Inc y Dontnod Entertainment, la aventura gráficaque nos ha dejado a uno de los personajes lésbicos que más nos han impactado en el mundo de los videojuegos. Con Before the Storm nos adentramos en la historia de Chloe, una adolescente en plena construcción y ebullición identitaria que se rebelará ante los patrones del mundo adulto y encontrará en Rachel su mejor aliada. Ya en el primer videojuego podíamos tomar decisiones en torno a la relación de Chloe con Max, su otra protagonista. Si bien estos dos videojuegos no desarrollan escenas explícitas de estas relaciones, la profundidad en la construcción de los personajes y el vínculo entre estos (y la banda sonora, dicho sea de paso) son dignas de cada una de sus horas de juego. De Chloe y Max hay una gran comunidad de fans, tanto que existe una serie de cómics donde se explora su historia más allá del juego, nunca mejor dicho si justo al final tomas la decisión que supone que esto sea imposible (sin spoilers, pero guiñoguiño). Estos no son los únicos personajes LGBTIQ+ de la saga, ya que tanto en The Life is Strange 2 como en el tercer videojuego, The Life is Strange: True Colors, los protagonistas contarán con opciones de poder establecer una relación romántica con un chico o una chica.

Sin excesiva explicitación queda también la bisexualidad de Ciri en The Witcher 3, un RPG basado en la saga literaria de Geralt de Rivia, y también adaptado a serie, a la espera de ver cómo explorará esta faceta de la protagonista en su siguiente temporada.

The Outer Worlds es otro RPG de acción, en este caso con un mundo abierto y una ambientación futurista. Galardonado en los premios LGBTQ GLAAD Media Awards 2020 por el desarrollo de Parvati, un personaje asexual que deseará establecer una relación romántica con la ingeniera Junlei. Algo fundamental es que en el diseño de este videojuego y concretamente en la historia de Parvati, estuvo implicada Kate Dollarhyde, una persona asexual, diseñadora de juegos y escritora de ficción, ganadora de los premios Nebula y GLAAD Media. Este es el mismo caso que el del juego independiente Celeste y su creadora, Maddy Thorson, quien también profundizó en su identidad de género a la vez que escribía la historia de Madeleine, la protagonista del videojuego.

Pero no todos los ejemplos son de buenas prácticas y representaciones perfectas. Del mismo modo que no todos los personajes LGBTIQ+ han sido acogidos con entusiasmo. Este fue el caso de Overwatch, un juego de disparos y por equipos de Blizzard, compañía que recibió un aluvión de críticas homófobas en 2019 con el anuncio de la homosexualidad del Sodado 76, un personaje “demasiado masculino” que al parecer no estaba en la lista de los que algunos fans permitirían que cruzaran de acera.

Juegos en línea como este generan un espacio de interacción donde la identidad de género y la sexualidad de quien juega también pueden verse en juego (valga la requeteredundancia). En una encuesta realizada en 2021, el 73% de las personas jugadoras LGBTQ+ declararon haber sufrido acoso por su orientación sexual o identidad de género. Este era el motivo principal para que casi la mitad de los jugadores homosexuales (40%) decidieran dejar de jugar en línea. La respuesta a cómo crear espacios seguros de juego online integra necesariamente varias fórmulas y una de ellas es la necesidad de continuar contando con personajes principales diversos.

Ellie, la superviviente de The Last Of Us, el videojuego adaptado a serie que abre este artículo, ha sido una pionera como personaje lésbico protagonista en los videojuegos para el público mayoritario. Hasta entonces, buscarpersonajes LGBTIQ+ protagonistas, fuera de las dinámicas de elección personal que hemos visto, era observar el mismo páramo que el de los escenarios apocalípticos de este juego. Nadie por aquí, nadie por allá (¡chasqueador que te crió!).

Bromas aparte, poco se habla de las críticas homófobas que aparecieron cuando la sexualidad de la protagonista se intuyó a partir del DLC Left Behind, un capítulo que cuenta brevemente la historia de Ellie antes de conocer a Joel. Oposiciones que se volvieron aún más peliagudas cuando la compañía, Naughty Dog, reiteró la sexualidad y el protagonismo de Ellie de cara a la segunda parte del videojuego. Esto desató un review bombing, hordas de gamers homófobos (en este caso) que buscaban hundir al juego y la compañía en su miseria a partir de dejar reseñas negativas en masa en la página Metacritic. Nada de esto consiguió arrebatarle elpremio a mejor juego del año 2014 a The Last of Us en los DICE Awards, y a Ellie como mejor personaje de videojuego. Premios más que merecidos para un juego que retrata de manera honesta y realista la diversidad. Intentado no hacer demasiado spoiler para quienes sean más de series que de videojuegos, solo decir que Ellie no es el único personaje LGBTIQ+ y que entre ellos encontraremos un chico trans, cuya voz en el videojuego es interpretada por un actor trans, aunque para ello tendremos que esperar a la segunda parte con más ansias que si buscáramos un botiquín en la Boston apocalíptica.

Un hogar seguro para la juventud LGBTIQ+ en Albania

Por Tamara Gámez Ramos, de @AltramuzEditorial

 

El 20 de enero de 1995, tras la presión internacional del Consejo de Europa y de ILGA Europe (Asociación Internacional de Gays y Lesbianas), el Parlamento albanés despenalizó las relaciones consentidas entre personas del mismo sexo.

La Constitución de 1998 amplió la protección de los derechos humanos con una cláusula específica sobre la lucha contra la discriminación, que incluye el género como motivo de no discriminación, y será la Ley de Protección contra la Discriminación, aprobada en 2010, la que prohíba la discriminación por motivos de orientación sexual e identidad de género. El Código Penal fue modificado en 2013 e incluye la orientación sexual y la identidad de género como circunstancias agravantes en los casos de delitos de odio (artículo 50j).

Legislar a medias, discriminar sin medias tintas.

A pesar de los avances aparentes en relación con la protección de las personas LGBTIQ+, la ley en Albania no permite las uniones entre personas del mismo sexo, y las personas trans que lo desean no pueden acceder al tratamiento hormonal ni cirugías.

A esto se añade que el trato hacia las personas LGBTIQ+ por parte de profesionales de la salud es frecuentemente discriminatorio, según apuntan Informes como Community (Self) Organizing of Transgender Movement in Wester Balkans Region (2021). Las personas trans se enfrentan a menudo a la discriminación o la denegación de la atención sanitaria. El personal médico carece de formación de las identidades trans y, por ello, suelen ser percibidas con sospecha, realidad que se hace aún más compleja para aquellas personas que se han sometido a una cirugía de reasignación de sexo en el extranjero y ahora residen en Albania.

El trato discriminatorio por parte de las instituciones genera que el colectivo LGBTIQ+ tenga un nivel de confianza muy bajo en las mismas. Como resultado, y siguiendo el informe Challenges Faced by the LGBTI Community in Access to the Justice System (2018), de la entidad LGBTIQ+ albanesa Streha, las personas del colectivo se encuentran desinformadas sobre los recursos existentes en el país y no conocen dónde pueden acudir en caso de necesitar ayuda.

Este trato discriminatorio no solo sucede en las instituciones y el sistema sanitario, sino que se trata de una situación generalizada. Según una investigación realizada en 2018, hubo 450 casos de discriminación reportados en un solo año (Informe sobre la situación de la comunidad LGBTI en Albania, Aleanca 2018).

Un estudio del Consejo de Europa en 2021 destacaba que dos tercios de los incidentes de incitación al odio en Albania se dirigían a las personas LGBTIQ+. Así, la encuesta de la entidad LGBTIQ+ Aleanca de este mismo año indicaba que el 79% de las personas encuestadas podría abandonar Albania debido a la discriminación.

Discursos LGBTIQ+fóbicos a viva voz.

Añadidos a la discriminación en los espacios de participación, se encuentran los ataques de odio por parte de grupos religiosos, personajes mediáticos, políticos y ciudadanía general, tanto en la televisión nacional como en redes sociales y el resto de medios de comunicación, que fomentan los estereotipos negativos y prejuicios hacia las personas LGBTIQ+. Estos, a menudo, se acompañan de la idea de que la homosexualidad es una norma social importada de países occidentales. Las entidades LGBTIQ+ indican el fuerte impacto cuando estos mensajes de odio se articulan en las redes sociales, por la inmediatez y la repercusión, lo que va en detrimento de los esfuerzos que las organizaciones hacen de manera cotidiana para sensibilizar a la población.

En junio de 2021, la periodista Blerta Tafani hizo varias declaraciones homófobas en televisión, con afirmaciones como: «Es una gran desgracia [que una persona LGBTIQ+] dé a luz a un niño»; “las personas LGBTI quieren eliminar la palabra madre”; «la vida con dos padres no funciona, la vida con una familia gay se acaba”. Las cuentas de las redes sociales de la activista LGBTIQ+ cofundadora de Aleanca kunder diskriminimit LGBT+» (Alianza contra la discriminación de las personas LGBT+), Xheni Karaj, fueron bloqueadas en su intento de denunciar públicamente estas declaraciones.

En noviembre del mismo año, el fundador de la Coalición para la Familia Tradicional, el pastor Akil Pano, organizó un acto en su iglesia donde la periodista italiana Nausica Della Valle compartió sus experiencias como «ex lesbiana curada» por la Iglesia. Como resultado de este evento, Pano y Della Valle dieron una entrevista en la televisión nacional declarando que la homosexualidad puede ser curada.

Las entidades que trabajan con personas LGBTIQ+ en Albania expresan encontrarse ante un colectivo con mucho estrés y alta incidencia de problemas de salud mental como resultado de la intimidación, las amenazas y discursos de odio generalizados en el país. Esto tiene un impacto añadido en la juventud, en la que observan un mayor aislamiento y una baja autoestima.

La juventud expulsada por la LGBTIQ+fobia.

La juventud LGBTIQ+ es la que enfrenta mayores dificultades. Las entidades cuentan con obstáculos para trabajar con el Ministerio de Educación y no se han producido avances en la inclusión de temas relacionados con los derechos LGBTIQ+ en los planes de estudios. Una investigación de Aleanca kunder diskriminimit LGBT+ con estudiantes de secundaria y personas universitarias LGBTIQ+ indica que el 65% siente inseguridad en la escuela, el 93% ha escuchado insultos LGBTIQ+fóbicos en el Centro Escolar muy a menudo y casi un tercio ha abandonado o cambiado de colegio debido al acoso.

En el mercado laboral, ser joven y LGBTIQ+ ahonda en el desafío de la disidencia sexo genérica para acceder y mantener un empleo. Una encuesta realizada en 2018, indicaba que solo 231 de las 734 personas LGBTIQ+ encuestadas se encontraba trabajando y la mayoría de ellas expresaba temor a ser expuestas, discriminadas y/o despedidas por ser LGBTIQ+, no hablando abiertamente sobre su orientación sexual y/o identidad de género en el entorno laboral (Informe sobre la situación de la comunidad LGBTI en Albania, Aleanca 2018).

Adelajda Alikaj, directora de Streha Center, indica el acceso a la vivienda como una de las principales dificultades que las personas LGBTIQ+ están experimentando en la actualidad. Este impacto corresponde a tres realidades, en primer lugar, la discriminación en el acceso al mercado de la vivienda, especialmente hacia las personas trans, reportando casos de negativa por parte de las personas propietarias a arrendarles por su pertenencia al colectivo LGBTIQ+. En segundo lugar, encontramos la LGBTIQ+fobia, desencadenante de la expulsión del hogar que se ha visto exacerbada a partir de la pandemia de COVID-19 cuando muchas personas LGBTIQ+ tuvieron que permanecer con familias inseguras, expuestas al rechazo y a la violencia. En tercer lugar, la discriminación en ámbitos como el laboral supone una situación de mayor empobrecimiento que limita el acceso a la vivienda; esto se ha visto acrecentado por la situación económica actual y el aumento en los precios de los alquileres.

Adelajda, quien lleva más de tres años en la entidad y es activista por los derechos del colectivo, destaca que “el primer gran problema que enfrentan las personas LGBTI+ en Albania es la marginación y la exclusión social en casi todas las áreas de la vida; el segundo gran problema son los estereotipos negativos de las personas LGBTI+ por parte de la sociedad albanesa en general”. La directora de Streha ha formado parte este año de Defenders´ Days, una de las mayores conferencias del mundo en la que se encuentran cada dos años 200 defensores de los derechos humanos de los cinco continentes. En su experiencia, la lucha por los derechos LGBTIQ+ en el país sigue siendo un asunto casi exclusivo de la disidencia sexo-genérica y las entidades del colectivo, sintiendo una ausencia de apoyos ante situaciones como las agresiones LGBTIQ+fóbicas.

Streha, construyendo hogares seguros para la juventud LGBTIQ+.

Streha es la entidad LGBTIQ+ que gestiona el primer y único centro residencial para jóvenes LGBTIQ+ sin hogar en Albania y en la región de los Balcanes. Una organización de base con sede en Tirana que prioriza la vivienda segura y trabaja para empoderar a la comunidad LGBTIQ+ proporcionando apoyo de emergencia, refugio, asistencia legal, asistencia médica y psicológica, ayuda en el empleo y apoyo en la cobertura del alquiler.

El Centro Streha fue seleccionado en 2020 como una de las 17 mejores prácticas de servicios de vivienda en Europa, y la red IRIS, que conecta a más de 200 organizaciones que prestan servicios sociales en la región de los Balcanes Occidentales, seleccionó a Streha en 2021 como caso de estudio por sus buenas prácticas.

Cuando un único amor (one love) es posible. Los cambios que las personas LGBTIQ+ siguen esperando en Jamaica

Por Tamara Gámez Ramos, de @AltramuzEditorial

 

América Latina engloba una región muy amplia y diversa de países ubicados tanto en el norte de América, como en centro América y Caribe y el sur del continente. Esto conforma una realidad muy variada en todos los sentidos, también en la situación de las personas LGBTIQ+, los derechos garantizados para el colectivo y la visión social que determina unas experiencias de vida concretas en cada país.

En esta diversidad entre países encontramos realidades especialmente opuestas entre aquellos firmantes de la declaración de la Organización de Naciones Unidas sobre orientación sexual e identidad de género que, por ende, eliminaron las prohibiciones a la disidencia sexo genérica en sus códigos civiles, y aquellos países en los que las relaciones homosexuales siguen siendo prohibidas con sanciones en su legislación, penas que incluyen desde los 2 años en prisión y la cadena perpetua.

En concreto, son 8 los países de la región que aún penalizan la homosexualidad: Guyana, Granada, Jamaica, San Cristobal y Nieves, Santa Lucía, Barbados, Dominica, San Vicente y Granadinas.

Todos ellos se encuentran en el Caribe (exceptuando La Guyana, en América del Sur). Y en 5 de los 8 la homosexualidad entre hombres es la única penalizada (Guyana, Granada, Jamaica, San Cristóbal y Nieves y Santa Lucía). Esto no siempre corresponde a una ausencia de punitivismo social hacia las mujeres sino a una falta explícita de visibilidad, puesto que estas leyes pertenecen a un período en el que la existencia del lesbianismo ni siquiera era considerada.

Cabe destacar que la legislación punitiva y la persecución a la disidencia sexo-genérica se inician con la colonización, trayendo consigo la persecución y castigo de la sodomía, con la instauración incluso de tribunales de la inquisición que penaban con la muerte a los supuestos sodomitas, y la aprobación de leyes que sancionaban las relaciones entre personas del mismo sexo. Muchas de estas legislaciones son las que perduran hoy día en los países que continúan sancionando la homosexualidad.

Este es el caso de Jamaica, donde la Ley de Delitos contra la Persona, de la época colonial británica (1864), sanciona las relaciones entre hombres hasta con 10 años de prisión, además de la imposición de trabajos forzados. Se trata del artículo 76 que prohíbe expresamente «el abominable crimen de la sodomía». El artículo 77, por su parte, condena el «intento de sodomía» hasta con 7 años de prisión, y el artículo 79 prohíbe «cualquier acto de escándalo público» entre hombres, en público o en privado, con condenas de hasta dos años de cárcel, con o sin trabajos forzados. El «escándalo público» no es un concepto definido en el código penal del país, pero ha sido interpretado como cualquier indicio de homosexualidad entre adultos varones.

Estas regulaciones se defienden como parte de los valores cristianos del país. Sin embargo, como señala la única organización de derechos LGBTIQ+ en Jamaica, J-FLAG (Foro Jamaiquino de Lesbianas, Pansexuales y Gays), el país no cuenta con legislación respecto a otras realidades sancionables en la Biblia como el adulterio, el cual, al contrario, es elogiado como una muestra de masculinidad en el caso de los hombres.

Todo este imaginario se visibiliza y refuerza a través de la cultura. En este sentido, el reggae y el dancehall, por ejemplo, dan cuenta de algunos artistas y letras que incitan al odio y al asesinato de personas homosexuales. Cantantes jamaicanos internacionalmente conocidos como Sizzla, Capleton o Buju Banton cuentan con canciones explícitas de LGBTIQ+fobia. Este último fue arrestado por formar, supuestamente, parte de un grupo de 12 hombres que entraron en una casa y apalearon a 6 chicos por ser homosexuales.

La incidencia del movimiento LGBTIQ+ ha conseguido que algunos de los conciertos de estos artistas sean cancelados, y varias de estas canciones fueran eliminadas del repertorio, incluso de la discografía y de las listas de reproducción, como es el caso de la canción Boom Bye Bye de Buju Banton retirada de la mayoría de plataformas desde 2019, con letras que invitan a disparar a la cabeza a los homosexuales (o batty bwoy en la jerga jamaicana, nombre despectivo que viene del inglés butt boy o chico del culo).

Aunque el lesbianismo no está tipificado como delito en la legislación jamaicana, los hombres homosexuales no son el único objetivo de este tipo de violencia en Jamaica. Amnistía Internacional ha recibido numerosos reportes de actos de violencia contra mujeres lesbianas, incluidas «violaciones correctivas» y otras formas de violencia sexual. Estas, en ocasiones, se producen cuando una mujer es identificada como “masculina”, evidenciando la violencia explícita también hacia la disidencia de género.

Ejemplo de ello, fue el asesinato de Dwayne Jones en 2013. La chica, de 16 años, acudió a una fiesta de baile en Montego Bay. Cuando los asistentes a la fiesta se dieron cuenta de que era una chica trans, le agredieron en masa hasta dejarla sin vida. Dwayne se encontraba en situación de sinhogarismo desde los 12 años, rechazada por su familia debido a su identidad de género.

El asesinato de Dwayne recibió la atención de los medios de comunicación nacionales e internacionales, sirviendo de catalizador para el debate sobre la situación del colectivo LGBTIQ+ en Jamaica. El ministro de Justicia en aquel momento, Mark Golding, condenó la brutalidad de los hechos y pidió a la policía que «no escatimara esfuerzos para llevar a los autores ante la justicia». En el Parque de la Emancipación de Kingston tuvo lugar una pequeña protesta pública contra el asesinato. La policía entrevistó a los testigos; sin embargo, no realizaron ninguna detención ni identificaron a ningún posible sospechoso.

Varios organismos internacionales se han pronunciado sobre esta legislación vulneradora de los derechos humanos. En 2005, por ejemplo, el Parlamento Europeo aprobó una resolución apelando a que Jamaica revocara sus leyes contra la sodomía y combatiera activamente la homofobia. En 2008, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos solicitó a Jamaica que derogara las leyes que prohíben las relaciones sexuales consentidas entre personas del mismo sexo, considerando que las leyes de Jamaica violan el derecho a la intimidad y a la igualdad de protección. El gobierno jamaicano, sin embargo, considera estas intervenciones como una intromisión en la política del país, cuyos valores se encuentran representados en la legislación vigente.

Una encuesta en 2004, indicaba que el 96% de la ciudadanía se oponía a cualquier cambio que pudiera conducir a la legalización de las relaciones homosexuales. En la Encuesta Nacional de 2015 sobre Actitudes y Percepciones hacia las Relaciones entre Personas del Mismo Sexo, elaborada por J-FLAG, apenas existe evolución, solo el 12% de la ciudadanía manifestaba tolerancia hacia las personas LGBTQI+.

La ausencia de estadísticas y la invisibilidad de las personas LGBTIQ+ no facilitan conocer la situación real que se encuentra viviendo el colectivo.

J-FLAG indica que tiene constancia de que 30 hombres fueron asesinados en Jamaica entre 1997 y 2004. Y entre 2009 a 2021 registró más de 600 denuncias de ataques contra personas LGBTIQ+, entre los que se encontraban allanamientos de morada, agresiones físicas y ataques en grupos multitudinarios (turbas).

El papel de los colectivos LGBTIQ+ y las personas activistas es fundamental. J-FLAG se creó en 1998 y desde entonces lucha por reivindicar y garantizar los derechos del colectivo. Ha liderado la celebración del Orgullo en el país desde el 2005, visibilizando y sensibilizando sobre la necesidad de despenalizar la disidencia sexo-genérica.

Su fundador, Brian Williamson, quien se evidenciaba abiertamente como activista LGBTIQ+, fue asesinado en 2004. El periodista Gary Younge para The Guardian recogió el testimonio de Rebecca Schleifer, del Observatorio de los Derechos Humanos, quien al acudir a su cita con Williamson en el domicilio de este, encontró a los agresores festejando el asesinato con insultos y canciones homófobas. A pesar de esto, la policía negó la motivación homófoba del asesinato.

Brian Williamson no ha sido el único activista LGBTIQ+ asesinado en el país. Lenford Steve Harvey, trabajador social involucrado en la lucha contra el VIH-Sida fue asesinado en 2005, concretamente el 1 de diciembre, coincidiendo con el día mundial de la reivindicación de esta causa.

Human Rights Watch presentó el informe Not Safe at Home. Violence and Discrimination against LGBT people in Jamaica (2014), que documenta la violencia generalizada contra las personas LGBTIQ+ en el país. Entre otros aspectos, el informe reporta los resultados de 71 entrevistas a personas LGBTIQ+. Del total, más de la mitad (44) había sido víctima de alguna forma de violencia basada en su orientación sexual o identidad de género, únicamente 19 de ellos había denunciado estos hechos a la policía y solo se tomó declaración en la mitad de los casos.

El Informe The developmental cost of homophobia. The Case of Jamaica (2016), con una encuesta basada en 316 personas entrevistadas, indicaba que en los cinco años anteriores a la encuesta, el 32% de las personas entrevistadas había sido amenazada con ser agredida físicamente, mientras que el 12% había sido agredida. El 23,7% había recibido amenazas con violencia sexual, y el 19% había sufrido agresiones sexuales. Solo el 59% había denunciado estos hechos. El 41% que no lo hizo, sentía vergüenza, temor, le restaba importancia a lo sucedido o desconfiaba de la actuación de la policía y de las posibles represalias.

Tanto esta encuesta como las anteriores, deben enmarcarse en un contexto en el que la visibilidad de las personas LGBTIQ+ está fuertemente condicionada, lo que impacta en la exposición a la violencia. En la encuesta anterior, por ejemplo, el 38% no era visible en el trabajo o en la Universidad, y el 42% no había salido del armario con ningún miembro de la familia. Esta cifra se ve aumentada en otros contextos: frente al personal médico (55%), sus superiores de trabajo (60%), las organizaciones religiosas (63%) y el vecindario (68%).

A nivel institucional y legislativo, en 2011 se introdujeron algunos avances. El gobierno jamaicano aprobó la Carta de Derechos y Libertades Fundamentales, pero ello no trajo consigo ninguna garantía de no discriminación al colectivo LGBTIQ+, a pesar de las reclamaciones internacionales y de parte de la ciudadanía jamaicana.

El único acercamiento a este respecto ha sido la creación del Formulario de Evaluación de la Atribución de la Violencia, desarrollado por el Ministerio de Seguridad. En él se menciona específicamente el «delito de odio» como causa de los delitos violentos y se enumera la «orientación sexual e identidad de género» como una de las posibles motivaciones. En estos casos, se exige que la policía lleve a cabo evaluaciones inmediatas para determinar si realmente se ha producido un delito de odio. Sin embargo, este concepto no ha sido definido, lo que genera una articulación confusa en la práctica para corroborar los hechos.

En febrero de 2021, la Comisión Internacional de Derechos Humanos publicó un informe sobre los derechos del colectivo LGBTQI+ en Jamaica, estudiando las peticiones de dos personas del colectivo LGBTIQ+ jamaicanas que exponían que, al criminalizar la homosexualidad, el país estaba violando la Convención Americana de Derechos Humanos. El informe concluyó en la responsabilidad del gobierno de las violaciones de derechos reportadas. Aunque no ha supuesto cambios legislativos, ha reforzado los discursos que apoyan la derogación de la penalización de la homosexualidad, la dificultad para ello es la alianza visible con miembros influyentes y agentes de la política, puesto que la mayoría no quiere exponerse a los grupos y ciudadanía que se opone a la derogación de estas leyes.

Tras más de 20 años de incidencia y activismo de la entidad J-FLAG y de la lucha de las personas del colectivo, en la actualidad se observa una mayor tolerancia y una mayor interacción con la comunidad LGBTIQ+, lo que impacta en la construcción de una ciudadanía más segura y una atención más adecuada en todas las áreas de la vida. En particular, J-FLAG ha conseguido formar a más de 500 personas trabajadoras del área sanitaria, a partir de un acuerdo con el Ministerio de Salud del país, con el deseo de que este sea uno de los muchos avances que consigan despenalizar al colectivo y garantizar a las personas LGBTIQ+ una vida libre de miedo.

 

Rainbow pride flag flying in the daytime breeze. Original public domain image from Wikimedia Commons

Lo que ‘Carmen y Lola’ no me enseñó.

Por Tamara Gámez Ramos, de @AltramuzEditorial

 

La primera vez que vi a Sandra Carmona pensé que era vasca. Recuerdo verle caminar delante de mí en la Nogalera, el barrio LGBTIQ+ de Torremolinos, en una celebración post reivindicación del Orgullo. Pelo corto, flequillo arriba, rasgos marcados (sobre todo los pómulos y barbilla) y ojos claros. Con seis años de mi vida en Navarra y un amor profundo a lo vasco, no podía perder la oportunidad de hablarle con mi Euskera chapurreado nivel parvulario. Allá que fui, armada de valor y unas cervezas, segurísima de que la mujer hacia la que me dirigía se llamaría como mínimo Izaskun o Maitane.

«No soy vasca, soy gitana».

El porrazo contra la realidad fue flagrante. Mis estereotipos de la vasquitud no eran una guía del mundo, pero tampoco los de la gitaneidad. Me tocaba aprender todo lo que la película Carmen y Lola no me había enseñado.

Sandra Carmona es ilustradora, educadora y activista por los derechos del pueblo Rrom y el colectivo LGBTIQ+. Trabaja con mujeres en exclusión social y utiliza sus ilustraciones para visibilizar la diversidad dentro del pueblo gitano.

Con la naturalidad y la certeza al hablar del mundo como si me diera la hora, y la preocupación por que algo no se entienda («tú esto luego lo cortas si ves que no…que no hay por donde cogerlo»), me cuenta que su activismo comienza en el momento en el que se relaciona con personas gitanas más allá de su contexto familiar. Esto le permite entender el carácter estructural de la opresión, canalizar su rabia y adquirir herramientas para afrontar la realidad. Como lesbiana, comienza a participar en contextos de activismo LGBTIQ+ donde descubre que el ser gitana y pertenecer al colectivo LGBTIQ+ son realidades inseparables.

Una de las primeras cosas que aprendí al conocerte es que el imaginario que tenemos de las personas gitanas, también las LGBTIQ+, está lleno de prejuicios y estereotipos. ¿Cómo se ha ido construyendo esto?

Se construye a base de vivir y convivir durante 600 años en una sociedad totalmente antigitanista. Es un racismo estructurado con leyes que prohíben a las personas gitanas existir. No podemos olvidar que en este país se cometió el primer intento de exterminio en Europa y fue hacia las personas gitanas. Incluso hasta se nos impuso la palabra que tenía que definirnos, la palabra gitano/a aparece para nombrar a alguien que no es de aquí de una manera despectiva. Al mismo tiempo, para que la ciudadanía asuma estas leyes como algo natural, se construye un imaginario colectivo a base de crear toda una serie de estereotipos negativos, a partir de la literatura, el cine, el teatro, la música… a lo largo de casi 600 años… Es normal que ahora mismo a cualquier persona le cueste mucho pensar en la diversidad del pueblo gitano o verme a mí y pensar que soy gitana y que dentro de ser gitana no voy a cumplir esos estereotipos que se esperan.

¿Cómo se puede construir otro imaginario de las personas gitanas y, en concreto, de lo LGBTIQ+ dentro de la realidad romaní?

Escuchando a las personas gitanas. Muchas veces creemos que por hablar y mencionar a las personas gitanas estamos dejándoles ya ese espacio, pero no es así. Sobre el tema LGBTIQ+ y gitano pocas veces he escuchado hablar, ni siquiera mencionarlo. Creo que incluso hay personas LGBTIQ+ que cuando hablan sobre temas relacionados con el colectivo no tienen en su imaginario esa posibilidad. Pero hay muchas personas gitanas LGBTIQ+ que necesitan entrar en esos espacios y comenzar a ver otros referentes. Me viene a la cabeza Jota Carajota, un chico joven gitano, bisexual, artista drag. Seguramente ha sido un vendaval de aire fresco para muchas personas gitanas LGBTIQ+. Necesitamos más ejemplos así en todos los espacios del colectivo. Para eso hay que ceder esos espacios.

Tu existencia, entonces, es un desafío para la construcción de esa imagen estereotipada de las personas gitanas en la que no cabe una chica lesbiana, feminista, activista… Pero estas son tus identidades, ¿cómo vives tú esa interseccionalidad?

Mi realidad la viví hasta cierta edad intentando ocultar esta interseccionalidad porque era mucho a lo que enfrentarme, no estaba preparada. Por desgracia, todas las personas nos hemos educado en el antigitanismo, personas gitanas y no gitanas. Vivía en un armario étnico, pero al mismo tiempo también estaba dentro del armario LGBTIQ+. Es un conflicto de identidad que muy pocas personas saben lo que significa porque es estar entre dos aguas, una idea que se ha romantizado mucho, como si automáticamente se escuchara la musiquita de Paco de Lucía (risas). Pero estar entre dos aguas…como no sepas separarlas bien…te ahogan. Literalmente. Lo que me ayudó a cambiar esto y visibilizarme fue encontrar, de repente, a alguna persona que me dice: «yo estoy en tu misma situación».

La semana pasada nos encontramos con una noticia de enorme tristeza, el fallecimiento de George Ward (Cherry Valentine), a los 28 años. Artista drag, competidor en RuPaul’s Drag Race de Reino Unido y una de las pocas personas roma LGBTIQ+ más mediáticas. Tú eres una referente para la comunidad, pero todo el mundo necesita los suyos. Entre las personas gitanas LGBTIQ+, ¿quiénes son tus referentes?

Mi primer referente fue Demetrio Gómez, fue la primera persona que conocí. Recuerdo la primera vez que lo vi, estaba dando un pregón en el Orgullo. El amigo con el que yo iba me dijo: «pues es gitano y está en una asociación que se llama Ververipen». Deme es un activista internacional desde hace más de 30 años. Leí las cosas que él había escrito y busqué información de Ververipen (palabra que significa diversidad en Romaní). Ahí encontré también a Curro Camacho. Ellos se convierten en mis referentes y mis amigos. Me han ayudado a llenar un vacío que siempre estaba ahí, que incluso estando con personas del colectivo LGBTIQ+ me faltaba llenar porque, aunque podía hablar de la realidad de las personas gitanas, sentía que no me podían entender igual que otra persona gitana LGBTIQ+. Todas buscamos y necesitamos personas con realidades parecidas a las nuestras para sentirnos comprendidas.

Entre mis referentes lesbianas tengo a Sandra Selimovic. Es verdad que ella es un modelo importante para mí, pero al final necesitas que tus referentes estén cerca de ti. Para mí también son referentes otras mujeres lesbianas gitanas que conozco y están en mi contexto, aunque no sean activistas, hacen su vida, son mamás… Para mí, mostrarse, ser visible, siendo esa su realidad, es lo que necesito ver. Estos referentes cotidianos que son a lo que yo quiero aspirar. No quiero aspirar a montar una compañía de teatro…porque me parecería súper difícil, imposible (risas), pero sí aspiraría a poder tener una visibilidad y que otras mujeres gitanas lesbianas también pudieran tenerla sin ser cuestionadas.

No has montado una compañía de teatro como Sandra Selimovic, pero sí una editorial…y tu activismo también está vinculado al arte ¿Cómo se conecta tu papel como ilustradora con tu lucha por los derechos de las personas gitanas LGBTIQ+?

Yo me di cuenta de que tenía una de las mejores armas que podía utilizar en el activismo. El arte es algo que puede llegar a emocionar, y a través de la emoción las personas pueden empatizar un poco más con la causa de la que estés hablando. En mi caso, también es una manera de reapropiarme de algo que nos habían arrebatado para utilizarlo, además, a la inversa, mostrando una imagen real del pueblo gitano.

Yo leía mucho sobre personas gitanas, pero la gran mayoría estaba escrito por personas que no eran gitanas. Por eso nace Altramuz, una editorial especializada en diversidad social que se enfoca precisamente a eso, a que los libros estén escritos, narrados y/o ilustrados por las personas que pertenecen a esa realidad diversa. El primer libro que publicamos fue Alma, el cual escribo e ilustro. Es el primer libro que se publica a nivel nacional en el que la protagonista es una niña gitana y que, además, no cumple con estereotipos. Es una realidad cotidiana de una niña, vinculándola a su cultura. No podemos olvidar que las personas gitanas tenemos una cultura, elementos y códigos culturales que nos hacen ser quienes somos. Mi objetivos eran que toda la infancia disfrutara con este cuento y que la infancia gitana comenzara a tener referentes. Pero también hay una parte dirigida al público adulto. Hay un momento del cuento en el que unos niños gritan la palabra “gitana” a Alma y luego se van corriendo. Eso hace que ella empiece a cuestionarse qué es ser gitana. El mensaje ahí está para las personas adultas, la reflexión sobre cómo utilizamos el lenguaje y trasmitimos esto a la infancia, cómo se va construyendo que los niños y niñas piensen que ser gitanos es algo negativo. Después de Alma, continuamos con obras como La Zúa u Orgullo (Volumen I), donde por primera vez hablamos de personas roma LGBTIQ+.

Fuera de Altramuz también sigo trabajando como ilustradora en campañas sociales, ilustración feminista… también para otras editoriales, como Ediciones del Genal, donde se publica la novela ilustrada Gitanas.

Has mencionado los libros Gitanas, y Orgullo Volumen I. Estos son uno de los pocos libros en Castellano donde se visibilizan a personas gitanas LGBTIQ+. Cuéntanos un poco más sobre estas obras.

Gitanas es un conjunto de seis relatos, Antonio Rodríguez, su escritor, es gitano y también forma parte del colectivo LGBTIQ+. En estas historias se muestran a seis mujeres gitanas muy diversas y en diferentes épocas históricas. En una de ellas la protagonista es una chica lesbiana, una historia que me llega especialmente y que narra cómo ella tiene exactamente los mismos miedos que tienen el resto de personas del colectivo: se lo tengo que decir a mi familia, quiero que mi madre me siga queriendo igual, quiero que no me vean diferente, tengo miedo de acercarme a esta chica que me gusta porque no sé lo que va a pasar… Es una historia muy humana, además vinculada a una realidad gitana.

En Orgullo, que está publicado por Altramuz, también encontramos seis historias, pero en este caso lo que queríamos era visibilizar a las personas activistas LGBTIQ+, humanizarlas a partir de que ellas mismas contaran sus historias. Dos de estas historias son las de Demetrio Gómez y la de Miryam Amaya, una mujer gitana trans que ya estuvo a la cabeza de la primera manifestación del Orgullo en 1977.

Para finalizar, Sandra, ¿Cómo podemos construir un colectivo LGBTIQ+ más inclusivo?

Las personas del colectivo somos personas que vivimos dentro de este sistema. Un sistema patriarcal, capitalista, racista, colonialista, payocéntrico, cis, heteronormativo… Y, a veces, el colectivo representa también esto. Es decir, a pesar de situarnos en lo no normativo, dentro de nuestra diversidad también buscamos una “normalidad”, una “homogeneidad”, donde el resto

de personas no tenemos cabida: personas racializadas, personas que no cumplen con ese físico canónico estandarizado que hemos creado… Somos la otredad dentro de la diversidad y, de hecho, hay palabras que así lo definen. Si tú no entras dentro de esta normatividad como mujer lesbiana, por ejemplo, ya te tienes que representar como butch. Parece que la palabra colectivo se ha difuminado, la hemos olvidado o pasa como con aquellas palabras tan repetidas que ya no tiendes a pensar en lo que significan.

Creo que es muy necesario que una persona gitana LGBTIQ+, como yo por ejemplo, cuando esté con otras personas LGBTIQ+ no escuche las mismas frases antigitanistas. Así no podemos aspirar a que las personas gitanas se acerquen. Estamos en un momento en el que hablamos cada vez más de la diversidad dentro del colectivo LGBTIQ+, de la interseccionalidad… es importante que pase de lo teórico a la realidad: compartir espacios con personas racializadas que no cumplen con esa normatividad dentro del colectivo, y que también necesitan sentirse parte.

 

Nuestra venganza será ser felices

Por Tamara Gámez Ramos, de @AltramuzEditorial

“Perder el norte” es desorientarse, carecer de razón y buen juicio, incluso tentar a nuestra cordura. Como una estrella polar, el norte es la guía, el modelo con el que compararse, el espejo en el que mirarse y el deseo continuo que construir. El lugar racional. Así, los modelos ideales de bienestar son los de aquellos países más al norte del mundo, cuanta más nieve más sociedad ideal. Cuanto más blanco, más deseable. Y el norte, como modelo del mundo, también lo acaba siendo de nuestro activismo. Pero ¿qué significa perder el sur?

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Letra S es una organización civil mexicana sin ánimo de lucro dedicada a la defensa de los derechos humanos de las personas LGBTI y de quienes viven con VIH, a través, entre otras actividades, de la elaboración y difusión de información sobre temas relacionados con la Salud, Sexualidad y la Sociedad. Su último informe de Muertes violentas de personas LGBT+ en México (2021), reportó 78 muertes violentas, de las cuales 55 eran mujeres trans.

México, en concreto, es el segundo país del mundo donde se registran los números más altos de asesinatos a la población trans, según los últimos datos del Observatorio de Personas Trans Asesinadas (de la Asociación Transrespect Versus Transphobia, Wordlwide), que analiza los datos registrados a nivel mundial desde el 1 de octubre de 2020 al 30 de septiembre de 2021. Encabeza la lista Brasil con 125, y se encuentra en tercer lugar Estados Unidos con 53. Este «ranking» tiene matices si pensamos en aquellos países donde incluso no existen registros.

Paola Buenrostro fue asesinada en Ciudad de México el 30 de septiembre de 2016 en el contexto de su ejercicio como trabajadora sexual, cuando un cliente le disparó en su coche tras descubrir que era una mujer trans. Los hechos fueron escuchados y presenciados por su compañera Kenya Cuevas, a quien también apuntó con el arma que quedó encasquillada. El sujeto fue detenido minutos después de los hechos, con el arma y el cadáver de Paola en su vehículo, pero fue puesto en libertad dos días después con el argumento de una supuesta ausencia de personas que hubieran atestiguado los hechos. A esto se le sucedió la negativa de la entrega del cuerpo de Paola a Kenia, tras rechazar su familia sanguínea la reclamación del mismo.

Estas serían las primeras de una multitud de irregularidades por parte de las diferentes instituciones y de la Fiscalía, pero también supondrían el comienzo de una lucha por la justicia que vio su inicio en la redirección de la marcha del coche fúnebre de Paola al lugar de su asesinato y el homenaje de sus compañeras en el mismo lugar en el que le fue arrebatada la vida. En palabras de Kenya Cuevas en el Comunicado del 4o aniversario del transfeminicidio de Paola:

«Desde aquel día 30 de septiembre de 2016 las mujeres trans comenzamos a existir y ahora lo que nos queda por delante es recuperar nuestros derechos y ocupar el lugar que nos corresponde. Conquistar nuestra feminidad para luego destruirla si así lo deseamos, reinventarnos en ella y romper los esquemas de dominación machista y los estereotipos. Ahora, lo que nos queda por delante es consumar nuestra venganza y ser felices».

A partir del transfeminicidio de Paola, Kenya Cytlaly Cuevas Fuentes fundó el 2 de abril de 2018 la Casa de las Muñecas Tiresias, una asociación civil resultado del activismo y la lucha política, que tiene como objetivo el apoyo integral a las mujeres trans en México. Ante las necesidades de las mujeres (que se vieron exacerbadas por la situación derivada del Covid-19), en enero de 2020 inauguraron la Casa Hogar Paola Buenrostro, primer Centro de acogida dirigido en exclusiva a las mujeres trans en situación de sinhogarismo en America Latina. El 14 de febrero de 2022 pudo abrirse un segundo albergue. Casa Hogar Catherine Danielle Márquez se sitúa en Morelos, el estado mexicano que reportó más crímenes por LGBTIQ+fobia el pasado año.

Desde el asesinato de Paola, Kenia Cuevas fue trasladando todas las irregularidades del caso a la Comisión de Derechos Humanos de Ciudad de México, que tras su estudio emitió una Recomendación (02/2019) por la «falta de debida diligencia y de aplicación de la perspectiva de género y enfoque diferenciado en la investigación de transfeminicidio» al considerarse que la Procuraduría General de Justicia había violado los derechos de Paola por el trato en masculino, la ausencia de comprensión del asesinato en el marco de la transfobia, la puesta en libertad del presunto asesino habiendo presentado evidencias y la ausencia de protección y reparación hacia Kenya como testigo de los hechos.

Esta Recomendación fue aceptada, suponiendo, por tanto, el reconocimiento por primera vez de un transfeminicidio por parte del gobierno mexicano, generando, además, un compromiso para adoptar medidas específicas hacia el caso: plan integral de reparación para Kenya, el reconocimiento y la disculpa de lo sucedido, y actuaciones generales de protección para la comunidad LGBTIQ+ (garantías de no repetición, modificaciones en los protocolos y marcos de actuación, así como la creación de un protocolo específico para los transfeminicidios).

El único compromiso cumplido fue el de la disculpa pública por parte de la Fiscalía de México, emitiéndose esta en 2021, en el quinto aniversario del asesinato de Paola y dos años después de la Recomendación.

Tras esta disculpa pública, uno de los diputados del gobierno mexicano presentó la Ley Paola Buenrostro, elaborada con el apoyo de Kenya Cuevas y otras activistas. El objetivo de esta propuesta de ley es el de incluir el delito de transfeminicidio en el artículo 69 del Código penal de la Ciudad de México (penas de cárcel de 35 a 70 años y aspectos determinantes como el tratamiento adecuado del nombre y pronombre de la víctima o entrega del cuerpo a la familia afecta cuando la familia sanguínea rechace su recogida). Esta ley aún no ha sido dictaminada por la Comisión de Administración y Procuración de Justicia, pero puede ser un nuevo precedente en esta lucha por la justicia, en el objetivo de conseguir la felicidad de las mujeres trans como acto de venganza.

 

Abramos un melón: violencia ginecológica en mujeres que tienen sexo con mujeres

Por Tamara Gámez Ramos, de @AltramuzEditorial

 

Poco se habla de la exposición infinita y reiterada a salir del armario durante toda nuestra vida. Se suele pensar que una vez que te has visibilizado en tu entorno más cercano ya está todo hecho, como si lleváramos algún tipo de casilla marcada en el cuerpo o como si decirlo a nuestros familiares y amistades fuera algo así como un acto público colgado en una story fija de la red social de nuestras vidas. Nada más lejos de la realidad que nos obliga a revivir ese encuentro cada vez que se nos presupone como personas cis y/o heterosexuales.

Uno de estos forzosos momentos es la primera visita a ginecología de las mujeres que tenemos sexo con mujeres. En ese mundo de preguntas de exploración iniciales siempre están las del tipo de protección que utilizas en tus relaciones sexuales y las de pensamientos sobre quedarte embarazada… preguntas que a veces se formulan explícitamente incluyendo a un “otro” imaginario o que, de estar formuladas desde la generalidad, tienen un corto espectro de respuestas entre las que no suele estar «mi pareja sexual es una mujer».

Soltada la frase bomba anterior, y observadas las mutaciones faciales de quien te atiende, no hay mejor experiencia para reiterar la vulnerabilidad del momento que bajarse las bragas y abrirse de piernas.

Ahí estás tú, que acabas de salir del armario por octogésima novena vez en tu vida (que no ha sido menos raro ni embarazoso que casi todas las ochenta y ocho anteriores), con la persona que te ha empezado a mirar como una vaca al tren después de escucharlo y que, de pie mientras observa tu espatarre, coge el espéculo y te pregunta:

—¿Cuál es la última vez que tuviste relaciones sexuales?

Ahora eres tú la que muge y ve al tren venir. Le recuerdas que le acabas de contar que tienes una pareja sexual habitual y que tienes relaciones sexuales habitualmente. No sabes cuántas veces has dicho la palabra habitual en la misma frase. No importa.

—Me refiero a relaciones sexuales —te insiste levantando las cejas como si eso cambiara alguna parte del concepto.

Sabes lo que intenta decir porque no es la primera vez que banalizan tus relaciones sexuales ni que te enfrentas a comentarios que equiparan el coitocentrismo a sexo, y el resto de prácticas a preliminares de amiguis, sobre todo si son entre mujeres. Te viene a la cabeza el momento en el que te contó tu compañera de curro que le preguntaron si era virgen en la clínica de fertilidad a la que acudió con su novia.

Tu silencio no ha dado pie a más sutilezas. Te dice claramente lo que está pensando:

—Si no has tenido relaciones sexuales con un hombre no voy a hacerte la citología.

Y se queda tan pancha.

La citología es una prueba que sirve para detectar el cáncer de cuello de útero, estrechamente vinculado con el Virus del Papiloma Humano (VPH). El contagio de este virus se ha venido relacionando con la penetración vaginal, como otras Enfermedades de Transmisión Sexual. Siguiendo ese falso imaginario, se nos ha excluido a algunas mujeres de las posibilidades de contraerlo. Pero ni nuestras relaciones son tan simples ni el VPH tiene esos únicos mecanismos de transmisión. De hecho, el contagio de este virus se produce piel con piel, con lo que en prácticas como el sexo oral existe también exposición.

Esta detección, además, no es la única función de la citología, y es que asimismo sirve para identificar infecciones derivadas de hongos, bacterias u otros virus a los que también estamos expuestas.

Siento ser yo quien agüe la fiesta, pero no, ser lesbianas no nos hace inmunes a las ETS ni nos salva de las pruebas (qué más quisiera yo). Y es que ser una mujer que tiene relaciones con mujeres no solo no te da un pasaporte al Mundo de la Inmunidad sino que te regala un pase gratuito al Paraíso de la Lesbofobia. Doble mala noticia.

La negación de la citología es una experiencia común en estos encuentros, pero hay todo un mundo de situaciones lesbófobas en ginecología que generan resistencias para acudir de nuevo a consulta.

Algo que las mujeres no deberíamos dejar de hacer.

Estas experiencias necesitan salir de los momentos del café, de las charlas entre amigas, para incidir en el reconocimiento y la reparación del daño, en la necesidad de formación y transformación de las consultas, porque encontrar una atención adecuada no puede ser una excepcionalidad. Porque de seguir teniendo que espatarrarnos, mejor hacerlo en espacios seguros y libres de violencias.

 

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La ciudad es nuestra

Por Tamara Gámez Ramos, de @AltramuzEditorial

 

Ayer un amigo gay me envió un anuncio sobre la apertura reciente de un local para chicas. Hasta aquí, lo habitual. La sorpresa vino al ahondar en la información y observar que el garito, además de su barra y su pista de baile, contaba con saunas, spa, jacuzzi, zona de cruising; y un añadido en el mensaje por parte del colega: «la ciudad es vuestra, amigas lesbianas».

Indudablemente, era un lugar inaudito en el mundo lésbico, ya que haciendo memoria de mis recuerdos sáficos (esto era: desde que vi Lost and Delirious hasta ahora) no había escuchado hablar de nada parecido.

A una parte de mí le parecía bonito pensar que habíamos alcanzado algún tipo de derecho teniendo, por fin, un sitio explícito para tener sexo entre mujeres, como nuestros colegas gays, que ya lo habían conquistado y garantizado desde hacía tiempo. Pero luego me pregunté si este había sido un derecho reivindicado y agendado por la comunidad lésbica. Y si esto era así: primera noticia.

Esto me llevaba a pensar en la conexión continua entre orientación sexual no normativa y sexo. Muchas veces me he planteado que esto se debe a la ruptura con la norma cishetero, que supone la posibilidad de poner en cuestión y reflexionar en torno a la manera de relacionarnos en todos los sentidos, y desde ahí también cuestionar lo sexual haciendo este debate explícito.

Pero esta exposición a debate de lo sexual y sus prácticas no ha sido igualmente abanderada por todas las siglas. Y es que hay una diferencia de base clara: cómo hemos sido socializados de manera diferenciada en torno al sexo habiendo sido educados y construidos como hombres o mujeres en este sistema binomial y patriarcal. Y esto se traduce en una sencilla premisa: el sexo es para los hombres. Heteros, bisexuales, homosexuales, pansexuales. Hombres. Los que construyen el modelo sexual que luego se extrapola.

Así pasaba con este «paraíso del sexo lésbico». La descripción del sitio, su interior, su propuesta…eran exactamente iguales a las que había visto centenares de veces dirigidas al público hombre gay.

Extraordinariamente, podrían haberse unido varias socias lesbianas a reproducir un modelo como este, pero no: había sido creado por hombres, diseñado por hombres, fotografiado y promocionado por hombres. Y por ahora no voy a ir a averiguar si también son hombres los que trabajan dentro. Sería la repanocha si encima fueran cis y heterosexuales, pero tampoco sería de sorpresa puesto que las lesbianas hemos sido construidas como sujetos sexuales solo cuando ellos miran.

Un sujeto sexual que no es ajeno al sexismo, el racismo y a la gordofobia, con la exotización reiterativa de las mujeres racializadas, y los cuerpos femeninos perfectos según el modelo de la delgadez extrema imperante. Así son las fotos del garito. Así es el porno lésbico. Con un sujeto de deseo que no hemos construido las mujeres lesbianas. Porque las lesbianas no tenemos sexo.

«Para el carro. Que sí, que sí, claro que las lesbianas tenéis sexo. Lo he visto en La vida de Adèle y en Habitación en Roma». Sí, señoras, las películas lésbicas donde más sexo explícito hay entre mujeres. Ambas dirigidas por hombres.

Claro que las lesbianas resolvemos asuntos en la cama, la cocina, el sofá, el suelo, la ducha, bares, callejones, piscinas, coches, parques, hoteles, pensiones, portales; y ahora también en las saunas. Que expresemos nuestro deseo de manera diferente a los hombres no significa que

no tengamos unas ansias voraces de devorarnos, al igual que para mostrarnos como sujetos sexuales no tenemos que igualarnos en el modelo: relacionarnos en los mismos lugares, de la misma manera, con el mismo tipo de encuentros.

Tampoco propongo construir nuestro deseo en oposición al de ningún otro, pero son comunes los relatos en los últimos tiempos en los que se reitera que la fusión entre parejas de mujeres inhibe los encuentros sexuales y que, en definitiva, follamos poco. No hay que olvidar que hablar de más o menos siempre supone una comparativa, y mucho me temo que estas tesis, aun hechas a veces por compañeras lesbianas, están basadas en contraponernos a ese sujeto hegemónico del fucker imaginario.

Sería necesario reivindicar nuestra erótica como válida, reiterar que sí tenemos sexo, sí tenemos deseo, y desde ahí construir espacios de visibilización. Quizás esta sea la clave. Comenzar por ocupar espacios visibles antes de invadir los de cierta clandestinidad sexual (si nos da la gana). Me conformo con tener un bar/discoteca al que ir en Torremolinos o, puestas a ser ansias, dos. Por si, como siempre, el primero cierra y nos encontramos como ahora: desterradas de patria en maritransbollilandia.

Quizás así sí me crea que una ciudad pueda llegar a ser algún día nuestra.