Archivo de la categoría ‘Narrativas’

Carta I

Por Sara Levesque

 

«Querida Musa libre como un pajarillo descansando en una cornisa: gracias por tu mejor sonrisa, que nunca tenía prisa, tan pacífica como una brisa. Gracias por obligarme a madrugar, para que me diera tiempo a reaccionar sin permitirme remolonear. Gracias por escaparte; desde la distancia ignorarme, y con la escritura liarme. Gracias por mirarme y huir. Por ayudarme a saber qué decir. Mi honda cicatriz empiezo a zurcir. Gracias por dejarme soñar con los ojos abiertos, cada una de tus miradas para mí fue un acierto que en prosa convierto. Gracias por seguir y por quererme a tu manera, solo por ello merece la pena abandonar tu espera, mi agónica quimera. Gracias por no querer que insista, aunque mi corazón, de olvidarte, se resista; siempre ha sido un vanguardista…

Gracias por el paréntesis de tantísimas semanas borradas, por un sinfín de jornadas tachadas y por la esperanza del futuro abrigadas. Gracias por las tormentas al tronar, por hablarme de la lluvia, que siempre cala al recitar. Sus gotas nunca dejarán de brillar. Gracias por inspirarme, por orientarme, con tus versos refrescarme y, a veces, por soportarme. Gracias por compartir tu huella con mi escritura. Gracias a ella mantengo la cordura. La bohemia derrotó a la tortura. Gracias por tu sinceridad, encanto. Para nada me resultó un espanto. Por ella, tu dolor ya no lo aguanto.

Gracias, aunque nos separen kilómetros, Mimi, vida mía. Sin ti, no sé qué haría. Quizá me sobrepondría; quizá me moriría.

Si nos volvemos a ver, profundiza en mi mirada. Pero hazlo despacio, preciosa; puede que aún siga con vida. Puede que vuelva a enamorarme de ti. Puede que nos hagamos daño de nuevo».

Con esa carta hemos llegado al final del principio de muchas historias más y me encuentro como si hubiera pasado un tiempo impreciso en un centro de rehabilitación, contándole mis traumas al papel de bata blanca, vaciándome en tinta. Hoy siento que me han recetado dos lapiceros de cinco gramos y escritura cuatro veces al día. He aprendido a pensar en ella sin fruncir el ceño. Ya no convivo con la tristeza de que nunca nadie hablará de nosotras.

Después de sobrevivir a mi dependencia a lo quimérico, puedo recordar sin sangrar lo que representó para mí. Quizá piense que me dio unas pocas tardes a su lado, pero nunca quiso escuchar que, en realidad, me regaló un mundo que empezó en sus caricias y se desarrolló como una inmensa lección de vida con segunda oportunidad incluida.

Después de esta adicción a la ficción, a esta esclavitud a la realidad, viví una locura a los ojos de los demás, pero a los míos de lo más natural. Se me antojó un viaje en concreto. Hice unos cálculos económicos, metí cuatro prendas y varios libros en mi mochila roñosa remendada de parches de diferentes países y me dirigí al aeropuerto. Sentía una mezcla de emociones en mi interior mientras el autobús me acercaba a la terminal. Me encontraba genial por hacer lo que se me antojase sin poner excusas; también preocupada por si me pasaba algo; incluso un poco culpable por cumplir lo que deseaba, por dejarme llevar por una vez en mi vida… En cualquier caso, eso no fue un impedimento para dedicarme unos días.

El viaje se me hizo más corto de lo esperado. Me cruzaba con la gente y sentía armonía entre sus nerviosos andares y mis pasos parsimoniosos. Incapaz de dejar de sonreír, me hallaba en shock envuelta por una misteriosa calma que me trasladaba en volandas.

No sabía de dónde nacía. Ni me importaba. Era como si me rodease una burbuja y, por una vez, la llave para salir de ella estuviera entre mis dedos, no detrás de sus paredes. Como si mi alma hubiera regresado a la vida y pudiera darle la mano en vez de la espalda…

© Sara Levesque

 

Una detrás de la otra

Por Sara Levesque

 

Tropecé con todos los peldaños. De callar tengo carraspera. He amado a la misma mujer muchos años. Me hubiese gustado que, a tiempo, lo supiera.

Hubiese sido mejor arriesgarnos y fallar que seguir soñándonos entre vacilaciones, imaginando un mañana a su lado sin que esté ella, en realidad. En los espacios vacíos es donde más la veo. En una charla de bohemios, cuando más la escucho. Y en los pellizcos de una llovizna, donde más cerca la siento. Y aunque mi corazón, a estas alturas de hojalata, me siga latiendo desconfiado, no puede evitar sentirse feliz porque una vez tuvo cerca su calor. Fue bonito cuando nos terminábamos las frases que dejábamos a medias. Y que, a veces, no acabásemos ni la primera palabra porque hablábamos con las pupilas. Quería quedarme a pasar las noches en su mirada y verla amanecer. Pelearnos por el lado de la cama y llegar a un acuerdo a través de un atajo: ella encima y yo debajo. Mi musa (no) tiene la culpa de que siga fantaseando con poder cumplir nuestras viejas promesas algún día. El día en que aún le asome por la sonrisa un pedacito del amor que nunca cumplimos.

Y llegó el día que, en realidad, era mi mejor sueño. Abrí la boca y salieron las palabras en su dirección.
—Me gusta tu sonrisa.
—Gracias, es una cicatriz. Deberías haberla visto en sus mejores días.
—Tranquila. Todos cometemos terrores.

Con esta conversación tan escueta me di cuenta de que empecé a sanarme de la herida con que suicidé mi corazón durante tantos años. He descubierto que descalza soy mucho más alta. Sin maquillaje estoy mucho más guapa. Sin el ceño fruncido brilla más mi mirada. Si no grito, me escucharás mejor. Y sin ropa, soy más auténtica.

Necesité siete años para dejar de ponerme unas gotas de perfume en las muñecas y el cuello. Una fragancia que me recordaba bastante a la suya, con ese peculiar aroma tropical y sensual. Siete años para dejar de meterme en la cama, apagar la luz y hacerle el amor a distancia, como tantas veces desde que nos conocimos. Siete años para que mis dedos no mutaran en su tacto ––la pasión es la suma de dos personas que se cruzan por el camino; ella era mi pasión––. Siete años para no volver a explotar de puro gozo, empapando de lujuria la sábana y, por ende, todo el dormitorio. Siete años para sobrevivir al asfixiante olor a fantasía. Siete años para dejar de mentirme en la cama.

Necesité siete años para confesarle lo que escondía. Me alegro de haberlo hecho, aunque ahora no quiera saber nada. Huyendo de mí como si sufriera de peste y no de amor, aunque sea un amor que ya apesta. Creo que, a veces, es bueno ser sincero. Así se puede meditar desde otra perspectiva, hacer cambios y seguir adelante. Avanzando sin tropezarte con tus propios pies en los errores pasados.

Sin tener ni idea, ideo algo de lo que sea. Sea más fácil o difícil, difícilmente puedo evitarlo. Evitar lo mismo de siempre. Siempre pensando en sus piernas sin fin. Fingiendo que ya no duele, duele más que si lo admito. Admito que fui una cobarde que ardía, ardía en deseos de no volver a callar. Callarme sería un gran error, error que no pienso permitir. Permitir a mi vergüenza irse, irse a un mundo mejor. Mejor me voy con otra, otra que me sonría. Sonriéndonos, miro de rebote su foto. Fotofobia me provoca aquel instante nuestro. Nuestro mundo pasó a mejor vida. Vida pasada que ya no temo. Temo pocas cosas ya. Ya ves lo que cambian esas hostias del ayer. Ayer pensaba en nosotras. «Nosotras» hoy se ha alterado gracias a otra. Otra mujer por la que soñar. Soñar sin miedo a provocar un nuevo nudo en mí. Mi única duda es si le queda mejor el pelo largo o corto. Corto de raíz con todo aquello. Aquello que me anulaba ahora me aprueba. A prueba quedo con todas las mujeres que surjan a partir de ahora. Ahora deseo estar feliz con una; una detrás de otra.

 

© Sara Levesque

 

Ven

Por Sara Levesque

 

La quería cerquita para decirle:

«Ven, cielo, que estás muy guapa para andar lejos. Ven y mátame de ganas al desnudarte. Ven a sacarme los colores de mi vida gris. Ven a la cama, pero no a dormir. Desvístete hasta la piel, despega mi ropa y ven. Deja que te coma y te devore, y luego hazlo tú, corazón. Ven a vivir encima de mí empezando por abajo. Vamos a jodernos en el buen sentido. Une tus labios a los míos, y no hablo de la boca. Acopladas, empapadas, ven y enlázate conmigo. Las perlas de tus pechos creciendo con mi lengua. Tu sonrisa viciosa y tus curvas dementes. Ven, y si te vas, no olvides volver».

Pero ella fue más rápida que mis palabras y me preguntó si quedábamos en la calle Goya y creí ganar un premio. El premio de verla. De que quisiera estar conmigo. Pero al hablar, me bajó de las nubes de un tortazo, porque el Goya lo había ganado otra candidata. Aquel día charlamos de tonterías durante un rato ante un par de humeantes cafés. Sería lo único que me calentaría, por lo visto. Con la taza en la mano, fingí saber aguantar el equilibrio.

Al despedirnos, me miró igual que siempre. Levantando las cejas como diciendo «en fin». Quise despedirme de ella como en las grandes películas, cortándote la respiración con un beso de cine. Nada de lágrimas salvo las oportunas, cuando ya estuviera demasiado lejos como para distinguirlas. No montar una escena, solo un guion que yo escribiría y, por supuesto, luego no seguiría. No gané ni el premio a la peor actriz secundaria. Ni siquiera estuve nominada. Lo que vivimos fue el tráiler de una película que nunca llegará a estrenarse.

Ahora son las musa menos cuarto de la madrugada. Ahí es donde estoy: en mi cuarto. Me vuelvo loca, deliro, suspiro, apenas respiro, solo de pensar que puede que esté por la ciudad sin acordarse de mí. Me pone del revés saber que yo he desquiciado todos los segundos del reloj pensando en su sonrisa y a ella el verme no le corre ninguna prisa.

Aquí me he atascado, esperando a que la pieza que le falta a mi corazón encaje por sí sola. Evocando la curva de su boca y el sentimiento que aún me provoca. Recuerdo que se me paró el corazón para dejarla entrar en condiciones. Y también cómo hacer el amor con ella debía equivaler a explotar de placer, empapando de erotismo toda la cama, desde su piel hasta la almohada. Ahora solo me queda menosturbarme.

En aquel tiempo sabía que nunca más pasaría frío porque me abrigaba con un montón de sueños que empezaban dentro de sus ojos.

Recuerdo una etapa en que nos íbamos a tomar algo y lo fue aplazando hasta que le vino mal quedar porque se había mudado de país. Que ese café que pensábamos compartir ya debe estar tan frío que sabrá a no.

«Mantengámonos juntas», nos decíamos en la época en que nos veíamos. Era casi como un mantra. Palabras con que nos cubríamos de los pies a la garganta. El tiempo nos cambió, como a la gran mayoría. Tras una rutina capciosa, ella por su lado; por el mío yo moría. Un rumbo en cada mano, ¿en cuál se escondía la victoria? Así es el ser humano.

Punto y final de la historia.

© Sara Levesque

 

Ella lo inspiró; yo lo respiro

Por Sara Levesque

 

Hoy hay un señor en el metro con aspecto de no tener trabajo. Lo primero que pienso de él es que será un artista aficionado. Lleva el pelo cortado casi al cero, pero le distingo las entradas. Las gafas se le aguantan a duras penas sobre una nariz enrojecida. Calculo que cargará unos cuarenta años de esclavitud encima, condena arriba, condena abajo. Lleva una mochila que no es de marca, y ropa no muy maltratada. Cobija sus pies en unas botas de montaña que parecen haber ansiado más cimas de las que podían subir. Va abrigado con nada más que una camisa vaquera grisácea. Parece cansado de la vida, o como si la vida se hubiera cansado de él.

Yo estoy de pie al final del vagón, él va sentado en el suelo. A veces me mira. También al resto de pasajeros. Escribe en un cuaderno con un pilot fuertemente agarrado con tres dedos, como si ese fuera su último instrumento de trabajo, la última oportunidad laboral que le quede y temiera que se le escapase. Yo hago lo mismo que él: emborrono el libro que estoy leyendo con un lápiz casi consumido, con mi mala y preciosa letra. Me pregunto si le llamaré tanto la atención como para escribir sobre mí, como estoy haciendo yo con él.

Parece un artista asimétrico. Una de esas personas que cierra todos los bares, recordando la victoria de su propia existencia, cuando le conocían y era número uno en ventas. Ahora, parece que no le queda más remedio que tirarse a una rubia detrás de otra, bebiendo sin sed. Durmiendo sin sueño. Los días dorados pasaron a mejor vida mientras él ansía oxígeno en la peor cara de la moneda hasta que se canse de respirar. A este virtuoso, ahora miembro de la bajeza, parece que solo le quedan sus propias mentiras, que solo le aguantan sus viejas traiciones.

Me hace recordar el tremendo discurso que redacté para leer en el funeral de mi primera novela, en los crudos momentos en que pensaba que jamás sería publicada:

Estamos aquí reunidos, en una gélida mañana, para decir adiós a una novela que, aunque desconocida, llegó a ser muy querida por sus artistas más cercanos: Ramón y yo misma. Fue asesinada cruelmente a manos del «no» editorial. Sus restos yacen ahora entre tantos manuscritos manoseados, consumidos, olvidados, despojados, desterrados…

Más gélida es la ausencia de esta obra en el mercado. Nunca la veremos expuesta en librerías. Nunca saldrá en los periódicos ––salvo su esquela––. Nunca renacerá en forma de película. Y, por supuesto, sus personajes nunca seguirán el guion de su versión teatral.

Tus horas de esfuerzo, tinta sobre papel, tecleos de madrugada y cigarros sin fin te echarán de menos. La autora pide discreción y que se rece una oración por los editores, para que aparten el dinero de su mente y aprendan a descubrir la importancia de la esencia artística.

Luz a la luz. Tierra a la tierra. Cenizas al cenicero. Y polvo tras polvo.
Hasta siempre, Bohemia.
Descansa En Paz.

El banquete de bodas

Por Charo Alises (@viborillapicara)

#CineLGTBI

 

Ang Lee dirigió esta película taiwanesa en 1993. El guión lo firman el propio Lee junto a James Schamus y Nelll Feng. Simon y Wai-Tung son un pareja gay que vive en Manhattan. Ante la inminente llegada de los padres de Wai-Tung, organizan una boda de conveniencia entre Wai-Tung y Wei-Wei, una joven inmigrante que necesita la carta verde de inmigración para poder permanecer en los Estados Unidos. Todo se complica cuando los padres de Wai-Tung llegan a Nueva York y pretenden organizar el banquete.

Lee es un punto medio entre Woody Allen y Eric Rohmer. El cineasta consigue tener una objetividad sobre los personajes que hace que en sus películas no haya ni buenos ni malos. Esa objetividad no es indiferencia, sino una suerte de simpatía hacia los personajes que recuerda a Renoir. Destaca en el realizador su capacidad para rodar desde la distancia justa, la habilidad para colocar la cámara en el lugar adecuado, la cotidianeidad que imprime a sus escenas y la utilización de elementos cómicos que , a veces, resultan totalmente disparatados pero siempre dentro de un enorme realismo y espontaneidad. Estos toques de comedia el director los mezcla hábilmente con un cierto melodrama para tratar cuestiones de familia y de convenciones sociales. que es común denominador en todas sus películas. Por otro lado señalar el toque oriental de la cinta, que recuerda a El Viaje a Tokio de Ozu . Sobre los puntos en común de ambas películas, señalar que utiliza el mismo material: las relaciones dentro de una familia que está en estado de dispersión .’En este caso la dispersión es cultural y geográfica. En la película, Ang Lee trata a los personajes con objetividad pero siempre con una actitud positiva. Esto hace que la cinta tenga una gran frescura.

El Nueva York de Ang Lee es muy personal y así se refleja en las escenas de esta película con las calles y los restaurantes que filma. Hay una escena, cuando están comiendo, en la que se ve el río y podemos sentir la humedad a través un plano inusual de la gran manzana. Y todo ello sin una impronta orientalista de las localizaciones. Por otro lado, la escena en la que los dos protagonistas hablan por teléfono está cargada de emotividad y afecto. A ello contribuye la planificación que nos muestra una relación pura y consistente llena de amor. El director va subiendo la escena de tono poco a poco hasta que termina en un abrazo. La economía de medios se nota en los planos largos que rueda el director. La forma en la que los actores se mueven por los espacios imprime a las escenas de esa cotidianeidad que, como se ha mencionado anteriormente, caracteriza a Lee. Con esa misma impronta de lo cotidiano , el realizador describe la relación de amor entre los dos hombres de la misma manera que hubiese contado una relación heterosexual.

Las situaciones que se `producen con la organización de la boda están rodadas con gran frescura. La fiesta es una locura que tiene planos de comedia disparatada. Sin embargo también se filma con normalidad lo que permite que cualquier persona que vea la película, independientemente de su nacionalidad o su cultura, se pueda identificar con esos momentos. Hay un momento en la preparación de la boda, cuando están peinando a la novia, en el que esta parece tener la ilusión de que al final se quedará con Simón, lo que nos hace pensar en su soledad. Esta circunstancia también se plasma en la escena de la bienvenida en el aeropuerto. Wei Wei quisiera que esa fuera su familia también.

Un tema que trata la película es la problemática de las personas que están en situación administrativa irregular en Estados Unidos y la frustración que muchas veces les provoca esa circunstancia vital. Es esta circunstancia, la que lleva a Wei Wei a aceptar el matrimonio de conveniencia. Sin embargo hay un instante en la que la chica dice: Quizás no haya merecido la pena tanto esfuerzo para esconderse en Estados Unidos. La cuestión es que hay millones de personas que buscan un lugar estable que difícilmente les llega porque nunca serán como las personas nativas que tienen unas posibilidades de prosperar que les vienen dadas por el nacimiento.

La cinta trata con habilidad la relación entre Taiwan y la China continental. Con destreza nos describe la necesidad que tienen todos los personajes de entenderse a pesar de pertenecer a culturas distintas. La escena de la presentación en el aeropuerto recuerda a Ozú. También destaca la escena del hospital en la que Wai Tung , de espaldas, le cuenta la verdad a la madre y va sintiendo una liberación a medida que habla. Cuando el joven termina, la madre le espeta: Tu padre no debe saberlo, eso le matará. Esta frase describe a la perfección el trauma que, a veces, supone para algunos padres el hecho de que sus hijos tengan una orientación sexual o una identidad de género no normativa.

El guión sabe alternar la comedia de equivoco con el drama. Planea siempre el miedo de que el padre , que está enfermo del corazón, se entere de la relación entre su hijo y Simon. Los secretos familiares que provocan el drama se mezclan con los momentos de comedia de enredo.

Dentro de los personajes principales solo hay un occidental, Simon que aparece habitualmente en un segundo plano sin embargo siempre eso no disminuye su peso en la historia. Es un personaje muy bien tratado. El joven americano tiene un gran encanto, se enfada en un par de ocasiones, pero con motivo. En la despedida, el padre le dice a Simon que cuide de Wai-Tung, mostrando así su aceptación a la relación entre el joven americano y su hijo.

El director dedica la película a una pareja de amigos suyos que cuando vienen los padres tienen que cambiar la decoración de su casa para que no se diesen cuenta de la relación que ambos tienen.

Las trampas de Lánthimos: ¿Es «Pobres Criaturas» una película antifeminista?

Por Konstantinos Argyriou

 

Vi Pobres Criaturas (Poor Things) en Atenas, el segundo día de su estreno en cines. Me quedé estupefacto por el guion tan elaborado y transgresor, las excelentes actuaciones, la escenografía mágica, primero en blanco y negro y luego en color, y por supuesto, la dirección de este director tan potente y distinguido que es Giorgos Lánthimos. Pero por alguna razón, no compartió todo el mundo la misma visión que yo. ¿Qué le pasa a esta película y genera tanta polémica?

Es verdad que estas Navidades, la gente en Grecia se volvió loca con la nueva referencia cultural que llevaría la reputación nacional hasta los Óscar. Hubo, además, mucho batiburrillo respecto a los contenidos de la película, que culminó en varios memes contra quienes habían expresado sus opiniones no solicitadas sobre ella. Es cierto que hubo mucha gente comentando la película en redes y en medios, así como en el espacio público en su conjunto. Fue, definitivamente, el talk-of-the-town a lo largo de este enero.

Pero, ¿dónde está el problema? Para algunas voces, es por el “tono woke” que hace que la película parezca feminista sin que lo sea. Quienes apuestan por esta lectura no son ninguna sorpresa: se trata de neorrancios y ciertas “feministas radicales”. Para otras, es por la parafernalia de engendrar éticas y seres humanos interviniendo a la lógica celeste –crítica de neoconservadores cristianos. Por último, miradas puritanas que se molestan por el exceso de escenas sexuales y provocadoras. Al menos hay poca gente que critique la actuación de Emma Stone, Willem Dafoe o Mark Ruffalo (que sí se merecen muchas distinciones).

Lánthimos sigue siendo una figura polémica, particularmente en Grecia. Representa a aquella gente que ha tenido que buscarse la vida fuera, traicionando a su patria y rechazando sus recursos y desafíos –se queja muy a menudo en prensa de que en Grecia no podía desarrollar sus ideas adecuadamente por falta de fondos. Incluso ahora que se celebra su obra y ha ganado fama a nivel internacional, hay gente en Grecia que lo sigue considerando irrelevante, impertinente, usurpador, descarado. En definitiva, no todo el mundo le concede la importancia, el éxito y la lucidez que se merece.

La película molesta porque transmite una metamorfosis incómoda, atravesada por una experimentación que no está exenta de peligros. Pero yo incluso diría que molesta porque viene a interrogar saberes expertos y científicos, a hablar de temas incómodos como la emancipación a través del trabajo sexual y la lectura de libros filosóficos, y a liberar a los sujetos subalternos de una tradición (aquí decimonónica, pero persistente hasta nuestros días) que los mantiene subordinados a la observación autoritaria.

En cuanto a las críticas de antifeminismo, ellas se basan principalmente en la mirada masculinista y cosificante que supuestamente emplea el director. Bella Baxter es el objeto de satisfacción de los deseos escopofílicos de toda una congregación de tíos que, tanto en la trama como en la propia ejecución de la película, la manipulan y se aprovechan de ella. Bajo esta lectura, Emma Stone no le otorga ninguna faceta emancipadora a su personaje, sino que reproduce acríticamente la hegemonía misógina de Lánthimos.

Es más, según esas lecturas, la hipersexualización y cosificación tan exuberante (sucumbir a caprichos de clientes en el burdel de París, descubrir deseos lesbianos, y para culmen, someterse a la luz de gas del nuevo marido) parece que no hace más que validar, humorísticamente, la explotación sexual como acto legítimo de subjetivación. Como leí en una infame página del Facebook griego, Feminismo Herético:

“El mayor fracaso de la película es el intento de dar una connotación feminista a una historia que no trata de lo que quieren las mujeres, sino de lo que los hombres imaginan que quieren las mujeres, ya que las elecciones de la protagonista están determinadas por las posibilidades del mundo de los hombres. El sexo, el matrimonio y el secuestro de una niña por hombres adultos no son violación, explotación y trauma sino un despertar sexual. En el universo cinematográfico de Lánthimos, una niña puede dar su consentimiento para casarse, viajar e incluso suplicar por más sexo (lo que se llama salto furioso para que no olvidemos que estamos tratando con una niña) y la autorrealización definitiva llega a través de su prostitución. La definición de la mirada masculina con una endeble fachada de empoderamiento femenino donde nunca vemos al personaje realizar algo verdaderamente empoderador.”

Me pregunto cómo es posible que se lea tan superficialmente un largometraje que, ya de por sí, implica una indagación y una profundización del público en cuestiones transversales, universales, que plantean una transformación social precisamente a partir de la independización de una mujer de los mandatos de su padre creador, sus pretendientes y maridos, y de la cultura patriarcal en su conjunto.
Estamos ante una historia que requiere de nuestra participación activa en las formas de mirar, de interpretar conductas y motivos, de comprender los cuerpos y de construir relatos, es cierto. Pero ¿acaso se puede pensar tan inocentemente que una película dirigida por un hombre no puede tener ninguna implicación feminista? ¿Se pueden reducir todos sus mensajes en un plan malvado de quitar agencia femenina?

Evidentemente, Lánthimos no es ningún paria de la cinematografía contemporánea. Al contrario, si desde los 2010 se consideraba avant-garde con sus lecturas contra la familia, ahora nos lleva a su nueva era más literaria-filosófica con la fuerza de alguien que ya sabe usar las herramientas que le ofrece el stardom hollywoodiano. Pero antes de tacharlo de woke y antifeminista a la vez (woke antifeminista sería una panacea maravillosa, la que nos faltaba), ¿qué tal si nos fiamos de sus intenciones?

 

 

(h)amor gordo

Redacción 1 de cada 10

 

La editorial Continta me tienes publica el número 8 de (h)amor, dentro de la colección La Pasión de Mary Read

¿Cómo se habita el mundo desde un cuerpo no-normativo? ¿Cómo (se) desea? ¿Cómo se establecen vínculos desde la desmesura? ¿Cómo se vive la violencia disciplinaria del mandato de delgadez? ¿Cuál es la relación entre gordofobia y colonialismo? ¿Cuánto de animalidad y monstruosidad habita las resistencias gordas?

(h)amor8 gordo es una compilación de voces que, desde corporalidades distintas y vivencias diversas, se aproximan a la opresión, el daño y las distintas formas de gordofobia más o menos explícitas que de manera individual y colectiva han visto ejercidas sobre sus/nuestros cuerpos.

Coordinado por la activista mexicana Tatiana Romero, perra prieta y sudaka, y con textos de Irantzu Varela, Lucrecia Masson, Alicia Santurde, Enrique Aparicio, Komando Gordix, Tess Hache, Marta Plaza, Gabriela Contreras, Liz Misterio y Tatiana Romero.

Consulta toda la información sobre éste y otros números de la colección en la web de Continta me tienes.

Patricia Highsmith, maestra de la intriga

Por Charo Alises (@viborillapicara)

#Mujereslesbianas

 

Considerada la gran revolucionaria del thriller psicológico, Patricia Highsmith nació el 19 de enero de 1921 en Ford Worth, Texas. Algunas obras de esta maestra de la novela de intriga fueron adaptadas al cine con gran éxito.

Patricia no fue una hija querida, su madre intentó abortar bebiendo aguarrás durante su embarazo. La tormentosa relación que mantuvieron marcaría a la escritora toda su vida. Tanto es así, que la inspiró para escribir Terrapin, novela en la que una hija apuñala a su madre.

Sus padres se divorciaron diez días antes de que ella naciera por eso, no conoció a su padre hasta los doce años.

En 1924 la madre de la escritora contrajo matrimonio con Stanley Highsmith, del que Patricia tomó el apellido. En 1927 se marcharon los tres a vivir a Nueva York. Su infancia transcurrió en el ambiente bohemio del barrio de Greenwich Village por donde se movían sus padres, que trabajaban como diseñadores gráficos.

A Highsmith la cuidó su abuela , quien descubrió que Patricia era una niña muy inteligente y precoz que con nueve años, ya leía libros sobre psicoanálisis de su biblioteca. Lectora voraz, le interesaban temas relacionados con la culpa, la mentira y el crimen, que serían los argumentos centrales en su obra.

Con ocho años descubrió el libro de Karl Menninger La mente humana y quedó fascinada por los casos que describía de pacientes atormentados por enfermedades mentales. Los análisis de este autor sobre las conductas anormales influyeron en su construcción de los personajes literarios.

Se graduó en 1942 en el Barnard College, donde estudió literatura inglesa, latín y griego. Antes de publicar sus primeros cuentos, Highsmith trabajó para editoriales de cómics. Empezó​ en la editorial Ned Pines escribiendo dos historias de cómics al día por 55 dólares a la semana. Después se convirtió en una autora independiente. Esta situación le permitió encontrar tiempo para trabajar en sus propias historias cortas. Es en esa época cuando descubre su homosexualidad y necesita ir a terapia para aceptar su orientación sexual.
Con 22 años comenzó a escribir su primera novela The click of the shutting, que nunca se publicó. Su primer cuento vio la luz en la revista Harper´s Bazaar, por entonces la escritora tenía 24 años. ​ En 1945, tras una breve estancia en México de cinco meses, aparecen los cuentos En la Plaza, escrito en Taxco, estado de Guerrero, y El coche. En 1950 publica su primera novela, Extraños en un tren, que la haría famosa cuando  Alfred Hitchcock la adaptó al cine.

En 1952 escribe El precio de la sal, bajo el pseudónimo de Claire Morgan. Esta novela cuenta la historia de amor entre dos mujeres con un final feliz insólito para la época ya que hasta ese momento los personajes homosexuales que aparecían en la literatura solían tener un final trágico. Tres décadas después reimprimió esta obra con el título de Carol desvelando ser su autora. En el epílogo explica por qué mantuvo el anonimato cuando la novela se publicó por primera vez y finalizaba así:

Me alegra pensar que este libro le dio a miles de personas solitarias y asustadas algo en que apoyarse.

Estados Unidos no acogió bien sus historias pesimistas que excluían el sentimentalismo, ni sus análisis éticos. Tampoco gustaban sus ideas políticas de carácter  comunista que chocaban con el estilo de vida americano. Por esta razón, ​ abandonó su país y se trasladó para siempre a Europa en 1963.

Su biografía, Beautiful Shadow, cuenta que, debido a los problemas de la escritora con el alcohol, tuvo una vida personal complicada. Sus relaciones duraban poco, incluso la que mantuvo con la también novelista Marijane Meaker. La tacharon de misántropa y prefería la compañía de sus gatos y caracoles. Dijo una vez:
Mi imaginación funciona mucho mejor cuando no tengo que hablar con la gente

Cuando apareció su obra Litlle tales of Misogyny, la llamaron misógina y con la publicación de Tales of Natural and Unnatural Catastrophes, se la marcó el calificativo de antiamericana. Su fama morbosa hizo que sus obras no fueran muy comerciales. Escribió más de 30 libros entre novelas, ocho colecciones de cuentos, ensayos y otros textos, y dejó bastante material inédito.

Su visión de la realidad es pesimista y sombría, también su percepción de los seres humanos. Destaca de forma particular como creadora de personajes torturados , ambiguos y turbios que explotan la hipocresía para medrar.

Graham Greene, amigo de la escritora, dijo sobre ella:
Uno no cesa de releerla. Ha creado un mundo original, cerrado, irracional, opresivo, donde no penetramos sino con un sentimiento personal de peligro y casi a pesar nuestro, pues tenemos enfrente un placer mezclado con escalofrío.

El personaje que más se identifica con la obra de Highsmith es, sin duda, Tom Ripley. Mentiroso, estafador, un asesino, que vive instalado en una maraña de crímenes. Dese la publicación en 1955 de la primera novela, El talento de mister Ripley (adaptada al cine en dos ocasiones), hasta la última, Ripley en peligro, aparecida en 1991, el personaje que construye la autora no resulta detestable, a pesar de su comportamiento.

Atea desde su adolescencia, se consideraba de izquierdas; aunque a veces disfrutaba escandalizando a sus conocidos haciendo comentarios racistas o antisemitas. No obstante, apoyó públicamente a Amnistía Internacional y expresó su simpatía hacia la lucha del pueblo palestino.

El 1 de enero de 1947, Patricia anotó como Brindis de año nuevo:
Brindo por todos los demonios, por las lujurias, pasiones, avaricias, envidias, odios, extraños deseos, enemigos reales e irreales, por el ejército de recuerdos contra el que lucho: que no me den descanso.

Patricia Highsmith falleció en Locarno el cuatro de febrero de 1995. Este año se conmemora el centenario del nacimiento de esta escritora rotunda, descarnada, inquietante.

Momentos de magia y lecturas compartidas con perspectiva de género y de diversidad

Por Nieves Gascón, (@nigasniluznina), la cuentista de nuestro refugio

El pasado 11 de noviembre, Día Internacional de las Librerías, tuvimos la suerte de contar con la visita en Madrid de Raquel Díaz Reguera y Susana Isern Gómez, en la librería infantil y juvenil De Cuento , y gracias al apoyo de la editorial Nube Ocho.

Ambas autoras, escritoras e ilustradoras, contaron sus dos últimos álbumes ilustrados publicados: Soy solo mía, de Raquel, y Daniela y las mujeres piratas de la Historia, de Susana.

Es una gozada asistir a encuentros de lectura, pero es mucho más emocionante cuando las personas que los han creado son las mismas que los relatan. La librería De Cuento especializada en publicaciones infantiles, en un enclave céntrico y con una interesante oferta de publicaciones y encuentros, para esta ocasión estaba llena, rebosante de familias, pero sobre todo de niños, niñes y niñas sentadas por todas partes, en el suelo y bancadas de la sala, escuchando expectantes a ambas autoras sin perder detalle. Hubo alguna que otra interrupción inquieta de algún o alguna peque, porque ambas historias invitan a repensar, a removernos en el asiento y sobre todo a sentir a través de las palabras, la perspectiva de género y estupendas ilustraciones.

Comencemos por Daniela Pirata, personaje ya con una trayectoria aventurera que nos acompaña desde 2017 en varias publicaciones (Daniela Pirata, Daniela Pirata y la Bruja Sofronisa, Daniela y las chicas pirata) y desde su inicio rompiendo estereotipos de género y demostrando que las niñas pueden y deben ser libres, valientes, intrépidas y líderes de forma absolutamente positiva y contra todo pronóstico tradicional, rancio o patriarcal. Romper con los prejuicios y estereotipos abre una enorme puerta al crecimiento y consolidación de la identidad de género deseada, sentida y libremente constituida a niñas y adolescentes.

En esta ocasión, con Daniela y las mujeres piratas de la Historia, Susana ,su creadora, y Daniela, la protagonista, nos presentan a diez mujeres piratas, llevándonos a conocer a Awilda, Mary Read, Lai Choi Sab, Grace O´Malley, Ching Shih, y otras piratas que hicieron cosas muy especiales a pesar de los impedimentos y barreras de género que encontraron, y que con su fuerza, superaron, dando presencia a las mujeres invisibilizadas en la transmisión del conocimiento histórico, y completándolo. De la mano de Susana y Daniela, estas historias nos hicieron viajar desde el salón de la librería a diferentes lugares del mundo y épocas, pero sobre todo nos hizo comprender que las niñas son tan capaces o más, de llegar a ser intrépidas aventureras o lograr muchos otros objetivos vitales que se propongan. Gracias a Susana y Daniela.

Tras Daniela y las mujeres piratas de la Historia, llegó el momento para escuchar Soy solo mía narrado por Raquel, su autora. El relato nos describe la realidad de una relación de pareja entre ratones que se va haciendo cada vez más violenta por el abuso de poder y transformación del integrante que maltrata a su pareja, hasta convertirse en un felino muy peligroso. Se trata de una escalada de agresiones, de violencia desmedida de género, que también puede darse entre iguales, desde el acto más sutil hasta la casi destrucción del otro, otra u otre, en relaciones diversas de pareja o incluso de amistad.

Frente a las agresiones Raquel nos da una solución: la solidaridad y el apoyo en un entorno de amistad y amor, identificando los actos de violencia, escapando de las relaciones destructivas y rodeándonos de las personas que positivamente alimentan nuestra autoestima y nos fortalecen. Por eso somos “solo nuestres”, que en caso de la ratona protagonista, su Sólo mía se confronta frente el abuso como escudo de protección y salvaguarda. La pareja agresiva, el ratón va transformándose poco a poco en gato, y podemos observar en el desarrollo de la historia, como va consolidándose en este rol agresor a través de situaciones de intimidación y ataques muy concretos. De esto se trata, que niños, niñas y niñes conozcan e identifiquen aspectos muy concretos en sus relaciones, para abandonar libremente las que son perjudiciales y apoyar a las víctimas de violencia. Un regalo que nos hace Raquel, con preciosas ilustraciones, un estilo de crear, entender y trasmitir, muy muy especiales. Un placer escucharle, leerla y conocerla.

El Día Internacional de las Librerías pasamos una preciosa tarde tanto peques, como familias y personas adultas “usurpadoras” de un espacio de literatura infantil absolutamente recomendable.

Solo me queda agradecer e invitaros a vivir estos momentos de lectura y magia todo lo que podáis y más, en familia o en soledad deseada.

¡Hasta pronto y Felices Fiestas!

 

120 pulsaciones por minuto

Por Charo Alises (@viborillapicara)

#CineLGTBI

Película francesa de 2017 dirigida por Robin Campillo que se adentra en la organización parisina Act Up (Pórtate mal) réplica del grupo homónimo fundado en Nueva York en 1987. El objetivo de esta asociación era llamar la atención sobre la pandemia de sida y las personas que la padecían con la intención de obtener legislaciones favorables, promover la investigación científica y la asistencia a las personas enfermas así como la implementación de políticas públicas adecuadas para la erradicación de la enfermedad.

Ganadora del Premio del Jurado en el Festival de Cannes, 120 pulsaciones por minuto es una cinta emotiva y vibrante con una cuidada puesta en escena y un ritmo que rebosa intensidad.

En una entrevista concedida por Campillo a Cineuropa en 2017, comentó que se unió a Act Up en 1992. Vivió el sida y los años 80 como algo extremadamente violento. En aquella época no se hablaba de ello, había una especie de ley del silencio. Como mucha gente en ese momento, infectada o no, el director de la cinta se integró en el grupo porque estaba enfadado. Quería dejar de ser víctima. El objetivo de Robin Campillo era retratar en la película el momento en el que se rompió el silencio que se cernía sobre el sida .La cinta rinde homenaje a esta época, a todos estos pequeños actos minoritarios convertirtiéndolos en eventos históricos importantes para dar vida a una epopeya de las pequeñas cosas.

Una gran parte del guión está basada en los recuerdos del director. Lo que interesaba a Campillo era cómo la gente se unía al colectivo Act Up para dejar de estar sola y formar una fuerza política con la que identificarse. En este contexto el personaje principal se aparte del grupo al contraer la enfermedad. Según explica el cineasta, lo que pretendía era que el espectador tuviera la misma percepción que él tenía cuando entró en el grupo y no podía entender algunas cosas que sucedían.

La película plantea la cuestión de la vida y de la urgencia. El director quería que la cinta fuera como una metamorfosis y que el espectador no tuviera tiempo de ver cómo se pasa de una escena a otra. Las secuencias tenían que ser ecos de las escenas siguientes mientras la escena anterior permanecía creando así una especie de remanencia durante toda la película. Según comentaba Campillo, la película está filmada de una manera un poco cruda, con la idea de reflejar la prisa, la inmediatez que impone esa urgencia que generaba la enfermedad.

El film se desliza de un género a otro, de un estilo a otro. Tiene elementos de documental, ficción, amor y tragedia. El director quería plasmar esos cambios por su idea de que, en la vida real, nos pasamos a otro universo rápidamente. Según el cineasta, cuando estamos enfermos, la comida tiene otro sabor, hay diferentes estados de subconsciencia, y cosas que vemos todos los días, no las percibimos de la misma manera.

Robin Campillo opina que si Act Up tuvo este impacto, fue porque había gente que no tenía otra opción. Eran sus cuerpos los que hablaban, personas que sufrían, que no tenían todo el tiempo del mundo, que ya eran débiles, que ya se trataban, etc. Según apuntaba, esta situación te colocaba en una situación de emergencia proporcionándote fuerza, poder, energía. Fue una lucha política muy personal. Para él era como la diferencia entre defender una causa y estar en el frente de batalla. La lucha de una comunidad que se creó con la idea de superarse a sí misma.