Archivo de septiembre, 2023

Pedorretas de la vida

Por Sara Levesque

 

Creo que la última vez que me toqué fue dos semanas antes de que estallara la cuarentena. Era sábado. Sábado sabadete. Una amiga actuaba en una obra de teatro en un pueblo de las afueras y la acompañamos en pandilla. Una de las actrices permaneció unos segundos mirando al público y, cuando su mirada se topó conmigo, me saludó. No me sonaba su cara. Levanté la mano a modo de saludo, extrañada; no por ello iba a ser maleducada. Esa escena se repitió en un par de ocasiones más y mi respuesta siempre fue igual de chocante. Al terminar la obra, mi amiga salió acompañada por la chica cortés, quien sugirió que fuéramos a tomar algo todos. La llamaremos Baa. Nos miramos con cara de «decide tú»; «no, tú»; «no, mejor tú» y, al final, accedimos.

Acabamos en una terraza semicubierta de estilo chill out muy relajante. Los chicos comenzaron a hablar de videojuegos y nosotras nos embutimos en una entretenida charla de literatura teatral en la que despuntó la idea de escribir un libro en prosa poética. Pasado un rato en el que no faltó ninguna risa, de repente Baa dijo algo que me hizo mucha gracia. Levanté la mano para entrechocarla con la suya y respondió a mi gesto. Al poco rato, el mismo patrón con la diferencia de que esa vez retuvo mi mano entre la suya y la condujo bajo la mesa, aparcándola en su dura rodilla. Comenzó a acariciarme el pulgar y me quedé con el brazo derecho en un reino de placer.

Mi amiga me miraba con cara de circunstancia. Traté de distraerla para que dejara de agobiarme con su inquisitiva inspección. Baa me escrutaba con descaro, afilándose los dientes con la sonrisa. En aquel momento, tenía tanta hambre que la hubiera devorado a dentelladas por ponerme en un compromiso y arrebatarme la mano sin permiso, y después le habría devorado a lametones toda su piel.
Intenté hacer malabares con mi cigarro, la bebida y la conversación con un solo brazo. Las caricias en el dorso seguían y comencé a tener palpitaciones. En el corazón, también. De repente, y sin ningún tipo de previo aviso, agarró con fuerza mis dedos y comencé a notar algo mullido y húmedo. La rodilla es un hueso y no es, para nada, mullida ni húmeda. No me atrevía a mover ni un ápice los dedos, pero sabía de sobra que estaban en su entrepierna.

––Disculpad ––le sonó el teléfono, liberó mi mano encharcada y se fue.

Mis amigos se miraron sin saber muy bien qué sucedía. No podía pensar con claridad. A los pocos minutos, apareció de nuevo. Su sonrisa era peligrosa. La mía era muy ancha. Tan vigorosa y esperanzadora como hacía tiempo que no la sentía.

––Disculpadme ––repitió mientras se acomodaba de nuevo––. Era mi marido.

«Su, ¿qué?», pensé. Creí no haber escuchado bien, pero mis oídos son finísimos. Su marido. Había dicho «su marido». Su ma-ri-do.

Inmediatamente, corté el juego. Cuando se sentó a mi lado sonriéndome, yo respondí a su peligro, cogí una servilleta, me limpié la mano, la arrojé al cenicero con desdén, giré la silla y me puse a hablar con los chicos de sus estúpidos videojuegos. Cuando terminamos, la acercamos a la estación de tren, se despidió no sin antes darme dos besos en la comisura de los labios, pero no caí. Mientras regresábamos hice un esfuerzo por tomarme aquello con filosofía y reírme de la situación.

Una vez entré en casa estaba tan cansada, frustrada y cachonda que quería cenar, masturbarme, fumar o dormir. No me decidía por ninguna de las opciones, de modo que las hice todas. Me fui a la ducha y exploté como si hubiera roto aguas. Me aseé, cené algo precocinado, encendí un cigarro y me fui a la cama.

Dos semanas después, estalló la cuarentena. No volví a saber nada de Baa ni me quitó el sueño sentir que la vida amorosa me hubiera vuelto a hacer una pedorreta. Parecía ser lo único con lo que podría usar mi lengua. Pedorretas de la vida.

 

Fases

Viñeta de Teresa Castro (@tcastrocomics)

 

Fire

Por Charo Alises (@viborillapicara)

#CineLGTBI

 

Estrenada en 1996 y coproducida por India y Canada, Fuego es la primera película de la trilogía Elementos de Deepa Mehta. Le siguieron Tierra (1998) y Agua (2005).

En Dehli (India), Sita (Nandita Das) y Radha (Shabana Azmi) son dos cuñadas que viven en un hogar compartido con sus maridos, los hermanos Jatin (Javed Jaffrey) y Ashok (Kulbhushan Kharbanda). Las dos mujeres contrajeron matrimonios de conveniencia y se sienten infelices en su vida conyugal. La unión entre ambas es muy estrecha y terminan convirtiéndose en amantes. Radha y Sita recuperarán el dominio de sus cuerpo en una sociedad que las oprime.

Fue la primera película en la India que abordó la homosexualidad. Tras su estreno, grupos fundamentalistas de este país como los Sanaiks, realizaron diversas y encendidas protestas en cines de Mumbai y Delhi alegando que si las mujeres se diesen placer entre ellas la institución del matrimonio (y por tanto la reproducción humana), quedarían erradicadas. Estas protestas fueron apoyadas por el primer ministro de la época, Manohar Joshi.

La cinta propició un debate sobre cuestiones como la diversidad sexual y la libertad de expresión en la India. El argumento se inspira en Lihaf (La manta) de Igmat Chugtal. Lihaf es una colección de relatos sobre mujeres de la India. Los cuentos abarcan gran variedad de temas, desde la magia hasta la religiosidad, pasando por un amplio abanico de relaciones afectivas.
La realizadora muestra en la cinta, paralelismos entre la historia y el Ramayana para explicar las injusticias cometidas contra la mujer en la India. El Ramayana es una de las obras más importantes de la India antigua. Forma parte de los textos sagrados smṛti (textos no revelados directamente por Dios, sino transmitidos por la tradición).

La historia y el reparto son indios, pero el director de fotografía, Gilles Nuttgens, es británico y el editor, Barry Farrell, canadiense. La música corre a cargo de R Rahman La película se rodó en inglés, elección que no es inusual en la India.

De tintes naturalistas, la cinta no oculta su carácter de cine de denuncia. Fuego rompe tabúes como el lesbianismo y el derecho de las mujeres a decidir libremente sobre su futuro. Alejada de las estridencias de Bollywood, destaca por su compromiso social.Evoca la pasión, sentimiento que alcanza su cenit cuando Radha decide perseguir vsu sueño de libertad.

En una entrevista de 2019, Deepa Mehta explicó que no esperaba que sus películas se volviesen polémicas y que lo que la atraía eran las mismas, que ella veía como historias de mujeres, sobre decisiones de las mujeres, o más bien, respecto a la falta de opciones que tienen las mujeres en la India. Mehta cree que ese tipo de historias son controvertidas en sociedades que experimentan “hipernacionalismo” porque se anima a la gente a atacar cualquier cosa que amenace el sentido de una cultura nacional establecida, se sienten incómodos con cualquier cosa que quiera cuestionar o establecer una “conversación” sobre lo que ha sucedido y lo que podría ser necesario cambiar. Para Metha, Fuego es una reflexión sobre la India de hoy, pero también una reflexión sobre las aspiraciones de las mujeres de cualquier lugar, no necesariamente solo de la India. La realizadora comentó, que es el hecho de ser mujer lo que le motiva a contar historias de mujeres. Metha indicó que le molestan mucho las diferencias de clase y la desigualdad de género que provoca injusticias como la brecha salarial entre hombres y mujeres. Su impulso para hacer un cine comprometido, se refleja en esta frase: Toda desigualdad me moviliza
 

 

Memorias de Shangay

Hoy recomendamos Memorias de Shangay, 30 años de historia LGTBIQ+ en España, por Alfonso Llopart, Jose Mola y Roberto S. Miguel.

Los cambios y avances en la comunidad LGTBIQ+ a través de los 30 años de historia de la emblemática revista Shangay. En este enlace puedes leer un fragmento del libro.

¡Yo quiero salir en Shangay!

Pocas publicaciones pueden recoger en su «memoria profesional» que los protagonistas de cada momento hayan dicho «¡siempre he querido salir en Shangay!» cuando eran entrevistados. Si a eso se añade que por las páginas de esta revista ha pasado el who is who del mundo del espectáculo, no solo nacional, sino mundial, esto ya asegura que las memorias de la revista tendrán un contenido, como mínimo, interesante.

Este libro es un recorrido por tres décadas de la historia de la comunidad LGTBIQ+ en España por donde transitan personajes emblemáticos para la comunidad como Alaska, Mónica Naranjo, Marta Sánchez, Ana Torroja, Madonna, Cher, Kylie Minogue, George Michael, Alejandro Amenábar, Miguel Bosé…

Pero no solo son las historias y las anécdotas vividas desde su creación, en 1993, también es el reflejo de unos años en los que se fraguó el cambio de una España de valores católicos, apostólicos y romanos al país diverso, inclusivo y libre que es hoy en día.

 

Más o menos completa

Por Sara Levesque

 

El cirujano le dio buenas noticias sobre el bulto de su pecho. Resultó que su tumor estaba en el amor.

Me he enamorado, no como una tonta, sino como el ser humano normal y corriente que no soy.
Es lo que hizo. Me tocó con suavidad la piel del torso mientras le dejaba entrar hasta mi pecho. Luego, se fijó en las curvas de mi corazón y lo deseó con la mirada. Y para que no se fatigara, lo arranqué y se lo entregué. Metió los dedos en los huecos de la aorta y lo masturbó hasta que el pobre infeliz eyaculó todo su jugo sobre ella. Cuando descubrió que le gustaba más de lo que quería permitirse, más que acceder a pringarse con los latidos de ambas direcciones, más incluso que atreverse a dejarse llevar por lo que sentía me lo devolvió reseco, vacío, marronáceo y hecho una pasa, apestando a indiferencia.

¿Qué se suponía que debía hacer ahora? ¿Esperar a que se me regenerara de nuevo todo mi volumen sanguíneo? Quizá, cuando eso ocurriera, hubiera aprendido a coserle una cremallera. Para algo debían servir los puntos de costura que quedaron en forma de cicatriz.

He llegado a la conclusión de que la única pareja estable con la que he vivido ha sido la escritura. Es un bolígrafo. Un pedazo de papel arrugado. Un recambio de la pluma. Es todo eso. Es más que ella. El único amor del que no me canso tras tantos años de convivencia.

Melancólica en forma de prosa, delicada si se viste de poema, o pura y arrolladora cuando me narra, la escritura es lo que me enseñó y también lo que me dejó. Lo único que aún conserva su esencia y a través de ella puedo escribir su nombre sin que me duela demasiado. O sus iniciales, escondiéndolas donde no sea fácil encontrarlas: en mitad de un párrafo, en tres adjetivos consecutivos o antes de un punto y aparte.
Si me apetece estar con una rubia, me tomo una cerveza. Que quiero una morena, pienso en el café. Y si se me antoja pelirroja, cualquier licor anaranjado me sirve. Sobre todo, un buen vino rosado.

Y luego estaba ella. También era mi amor, pero de esos platónicos. De esos que se escaparon y solo volverán cuando ya no me quede fuerza en los dedos para agarrarlo. Lo malo es que a ella sí la podría cambiar por la primera mujer que me hiciera ojitos. Y acabar así devolviéndole el daño que me dejó de recuerdo.
La verdad es que vivir conmigo debe parecerse mucho a suicidar los sentimientos. Habría días en los que no querría ni mirarla a los ojos, ni me importaría saber cómo le ha ido en el trabajo, ni siquiera hacer el amor con ella. Surgirían instantes en los que preferiría seguir enmarañando mi interior en el sofá, de madrugada, a solas; momentos en que sus caricias me irritasen y la apartase de mí, refunfuñando. Habría días en los que necesitase mandarla muy lejos, allí donde no huele bien… Porque no sé qué extraña conexión se daba en mi cerebro que, cuando me encontraba sola, ansiaba enlazarme con ella; y en los pocos pasos que anduvo a mi lado, deseaba estar muy sola. Nunca acepté esa contrariedad para ninguna de las dos.

Así que me conformo con la escritura. Es la única a la que soporto y me sobrelleva. La única que me hace sentir más o menos completa.

© Sara Levesque

El paisaje de la mujer indie

Por Sara Levesque

 

Ella y yo teníamos un tonteo tan hermoso como ver un amanecer en mitad de la montaña. Era muy musical y siempre que la rodeaba una canción sonreía en todo su esplendor. Pensaba que era porque tenía bastante tristeza que disimular. Le gustaba mantener las distancias debido a que su dolor del pasado podía con sus deseos. Conocía bien la cruz de esa cara… El tono impreciso de sus ojos se ocultaba detrás de un escudo que ella intentaba robustecer y, en realidad, era tan transparente como sus gafas sin montura. Cuando se lanzaba a hablarme, a mí me parecía que lanzaba de paso un latido de su corazón con cada una de sus palabras. Algunas veces me enviaba una canción dance para darme los buenos días. Y yo, que siempre he sido más visual que auditiva, me volví a aficionar a la música para que se sintiera cómoda y poder arrancarle sus lágrimas camufladas desde bien temprano, aunque tuviera que hacerlo de una en una, gota a gota, nota a nota. Le mandaba reggae o blues, que son los únicos sonidos que tolero.

También me gustaba mucho Phil Ochs, pero sus melodías las reservaba única y exclusivamente para mí. Y con ese tonteo soportábamos mejor el peso de la semana, en especial, el de los lunes por la mañana. Sin darme cuenta, empecé a aplaudir sus virtudes, que a ella parecían habérsele olvidado. Era fácil, bastaba con mirarla, aunque fuera a su recuerdo. Su estampa comprendía todos los paisajes en uno. El pacífico océano en calma naciendo de entre sus idealizadas piernas sumado al monte frondoso que posee las mejores vistas del mundo, el de Venus, formaban el paraje ideal para una amante de los deportes de riesgo como yo. Los lunares de su espalda componían una abstracta constelación si lo que se me antojaba era hacer un viaje espacial y ver las estrellas junto a ella.

La cascada de sus cabellos era el lugar ideal para ser más atrevida y zambullirme sin temor a ahogarme en su inmenso perfume. Para tomar el sol lo mejor era recostarme entre sus dos acogedoras dunas color arena, y si me entraba frío siempre podía echarme su piel por encima. El destino más romántico no era París sino sus labios, que hablaban un único e inmortal idioma: el de los besos. Si tenía el día nublado y le llovía por la cara, no se me ocurría mejor plan que mojarme bajo el destello de su verdoso mirar. Pero sin duda, el panorama más asombroso era su desértico corazón, que parecía haberla desterrado de sí misma. Un lugar al que yo ansiaba peregrinar con un billete de ida y alojarme sin fecha de salida para construir castillos en el aire de su aliento con toda la arena que le asfixiaba la respiración.

Si entre tanta expedición se sentía perdida, le mencionaría el día en que se compró una brújula y un mapa para algo más que una excursión, que podía usarlos para recordar que no estaba sola, que su risa valía un millón y, para encontrarla, yo no necesité un instrumento de orientación. No me atreví a decirle que me perdería en su mundo interior para degustar su hogar tan acogedor, que adoraba hacer chistes malos sobre nuestra edad, que sería genial tratar de cocinar una tarta con sabor a caricias y, si nos salía mal, comernos abrazadas cucharita, aunque fuese a parpadeos. Quizá debiera ser valiente y dejar de huir para bailar junto a su corazón al ritmo de una canción dance de esas que tanto le gustaban…

3 generaciones (About Ray)

Por Charo Alises (@viborillapicara)

#CineLGTBI

La directora Gaby Dellal firma esta cinta estadounidense estrenada en 2015. Ray (Elle Fanning) es un adolescente trans que quiere someterse a una cirugía de reasignación para adecuar su cuerpo a su identidad masculina. La madre soltera de Ray, Maggie, interpretada por Naomi Watts, debe ponerse en contacto con el padre biológico de su hijo para que autorice la operación. La abuela del chico , Dolly (Susan Sarandon), tendrá que acostumbrarse a la idea de que no tiene una nieta sino un nieto. Las tres generaciones deberán transitar por el camino de la comprensión.

La película no cae en sentimentalismos, es suave y firme. Estamos ante una historia honesta interpretada por tres actrices sólidas en sus papeles. Esta cinta se centra en la necesidad de un adolescente trans de ser reconocido como el joven que es y describe el impacto que causa en una familia el descubrimiento de que, quien creían hija y nieta, es en realidad hijo y nieto. Así se lo intenta explicar Maggie al padre de Ray cuando éste muestra sus reticencias a la hora de autorizar el proceso de transición de su hijo: Ramona ya no existe, ahora solo está Ray.

La cinta plantea temas como la confusión entre orientación e identidad sexual: -Por qué no puede ser lesbiana y ya está? Pregunta la abuela de Ray a su madre y ésta le aclara: Porque no es lesbiana mamá, es un chico. En este sentido, hay que recordar que orientación e identidad son dos conceptos distintos: la orientación sexual es la atracción afectiva y sexual que sentimos hacia otras personas: heterosexual, homosexual ,bisexual, asexual, pansexual, demisexual, polisexual. La identidad sexual hace referencia a quienes somos: personas cis (si la identidad de la persona coincide con el sexo asignado al nacer), personas trans (si la identidad de la persona no coincide con el sexo asignado al nacer). Otra cuestión distinta a la orientación y a la identidad es la expresión de género, que podríamos definir como la forma en la que nos mostramos al mundo a través de nuestra forma de vestir, peinados y actitudes.

Sobre la necesidad de Ray de adecuar su apariencia física a su identidad sexual, la película nos muestra cómo el joven trans hace lo posible por ganar musculatura y engordar: Estoy super emocionado, he engordado dos kilos doscientos, le oímos decir. Además el protagonista intenta reforzar su masculinidad utilizando un vestuario socialmente asociado a lo masculino.

Otra cuestión que refleja la cinta es la necesidad que tienen muchas personas trans adolescentes de empezar con los bloqueadores hormonales lo antes posible para evitar el desarrollo de caracteres sexuales no deseados. La afirmación del médico que está tratando a Ray es esclarecedora en ese aspecto: El periodo no es algo fácil para los chicos jóvenes.

La agresión que sufre el adolescente es un ejemplo de la transfobia que muchas personas trans tienen que soportar a lo largo de su vida en diferentes espacios. Los centros educativos son uno de los lugares en los que, desgraciadamente con demasiada frecuencia, la infancia y la adolescencia trans sufre violencia. Ray lo sabe:

-No iré a un instituto nuevo con este cuerpo.

A pesar de que está dispuesta a apoyar a su hijo en su transición, la madre tiene miedo por la trascendencia del paso que está dando el adolescente: Y si de repente un día me dice: mamá, cometí un error. Pero el adolescente tiene clara su identidad y, tal como dice, esperar no me hará ser chica más tiempo, me impide ser quien ya soy ahora.

Tres generaciones nos plantea la importancia del apoyo y el acompañamiento de las familias en los procesos que las personas trans adolescentes decidan iniciar para sentirse bien social y corporalmente .

 

Tradiciones

Por David Breijo de Asociación ANDIT

 

¡Qué tiempos aquellos en los que se respetaban las tradiciones!
Ha mucho tiempo, tradicionalmente, los festejos consistían en unos señores medio desnudos, dándose espadazos hasta que solo quedaba uno con vida. También había otras modalidades para los que gustaban de la naturaleza: una persona frente a un león. ¡Qué lucha! ¡Qué espectáculo! Normalmente ganaba el animal.
Y a la gente le divertía. Pagaban sus denarios y sus sestercios con mucha alegría.
Pero no había muchos voluntarios. Debe ser que preferían que se los comiese la tierra.
Lo fueron modificando, adaptando a los nuevos tiempos. Ya no había tantos participantes y con ello, los pobres animales, morían de hambre. Y, cómo no, un grupejo de activistas se quejaban de ello, hasta que caló en la sociedad. Otro alegre festejo y tradición que se perdió.

Hoy en día, lo más parecido es con otro tipo de bestia: un toro en vez de león. Y en vez de estar solo uno medio desnudo con una espada, viste traje de luces, tiene varios ayudantes y hasta uno de ellos montando un caballo. Por lo general, ahora, gana el gladiador.

No es lo mismo, pero se ve que a la gente le gusta, aunque se hubiese adaptado a los nuevos tiempos. Debe ser que la sociedad no consideró malo la adaptación a la realidad y sensibilidad de la sociedad contemporánea. Ahora, para colmo, algunos dicen que la bestia sufre. ¡La bestia! ¿Cómo va a sufrir una bestia?

Tradición era, también, que las mujeres no actuasen en las obras de teatro.
Todos los papeles eran representados solo por los hombres y, si necesitaban una voz más aguda o un cante femenino, pues acudían a los castrati. Así se mantuvo desde los antiguos griegos hasta la época de Shakespeare, si no más.
Pero, no se sabe muy bien por qué, cuando tocaba ser el castrato, a todos se les iba su inspiración, su alma artística. Quizá necesitaban sus partes pudendas para enfrentarse a otros desafíos más tarde.
Se fue adaptando a la nueva sociedad, conforme a los nuevos tiempos y, aunque ya no es lo mismo porque el papel de mujer lo hace una mujer, pues ahí está: con aceptación del público y de la sociedad. Ahora lo tradicional es esto. A nadie le ha importado, hasta consideran que así es mejor. Incluso ahora la mujer interpreta papeles de hombres.

Destrozando auténticas tradiciones.

De igual modo se hizo tradicional la resolución de disputas al amanecer. Entre caballeros siempre, aunque la ofendida fuese una mujer. Era sencillo: uno violentaba a otro (hay que tener en cuenta la digna tradición de que la mujer era propiedad del esposo y, por ello, si se la violentaba, sería el esposo -o padre, hermano o cualquier varón que tuviese la posesión de aquella dama- quien defendería el honor), el otro le tiraba un guante y, si se lo recogía el primero, pues una cita con el alba. Unos pasitos de espaldas al contrario y, al terminar de contar, dar la vuelta y un pequeño pistoletazo.

Todo muy elegante, majestuoso. Bien vestidos, respeto, educación, nobleza. ¡Qué tiempos aquellos!
Pero se ve que la gente, tras la fiesta, pues como que no tenía ganas de acudir a que le diesen un perdigonzo.
Tenían otra versión, quizá más elegante: se podían batir en duelo con espadas. Pero a esas horas uno no estaba para esos menesteres.

La sociedad también se cargó esta admirable tradición.

Otra pérdida. Y, al igual que las anteriores, parece que a la sociedad le gusta más ahora, sin duelos al alba. Ahora se disputa en los juzgados. Dicen que es más civilizado.

Lo de los juicios también ha cambiado. Antes era más espectacular. Había más emoción por los participantes. Los antiguos jueces (inquisidores) eran los que hacían las preguntas. Si Dios no bajaba y les ayudaba, condena. Rápido y al grano.
Ahí sí que había pasión: gritos de súplica, llantos de verdad, desmayos… ¡qué espectáculo!

¿Y las condenas? ¡Qué ejecución! Cada uno tenía una, a cuál más espectacular: ahorcamiento, corte de cabeza, la hoguera…
Pero también se perdió esa tradición. La sociedad empezó a pensar y, fruto de ese pensamiento crítico, decidieron que eso no era justo ni humano.

¿Y la tradición? Nadie pensó en la tradición.

Se modificó completamente y ahora es más tristona, más aburrida.

Pero la gente lo aceptó y ya no quieren volver al anterior sistema. Evolución, dicen.

En Francia se puso de moda, y llegó a ser tradición, la guillotina entre la realeza. También era un espectáculo, pero se acabaron pronto los artistas. Esa tradición se perdió por la mala cabeza de algunos, que no supieron controlar sus ansias. ¡Si hubiesen hecho cría de nobleza, quizá todavía se mantendría viva la tradición!

¿Y qué decir de las ferias?

Las ferias de hoy son la pantomima de lo que fueron. Antes eran de verdad, auténticas. El hombre de la casa llevaba a su ganado y allí comerciaba con otros hombres.

No como ahora, que se han acomodado a estos tiempos, y en vez de vacas, cerdos, corderos, caballos y muchas moscas, hay casetas donde la gente ríe, comparte, bebe y baila; atracciones, tómbolas… ¡y mujeres participando! Ahí, sin control, como un hombre más. Y nada de ganado. Solo diversión.

Y, ahora, hay quien quiere terminar con las tradiciones que quedan, posiblemente las últimas. ¡Habrase visto!
¿Pues no que quieren que las mujeres participen en los actos de las fiestas del pueblo? Pero si ya participan cosiéndole los trajes a sus hombres, limpiándolos tras la fiesta, preparando las comidas y los adornos. ¿También quieren participar en la música, los bailes, las actividades? ¿En qué lugar deja eso al hombre?

Acabarían con las tradiciones que nos quedan. No les basta con que ya no tengamos gladiadores, que no haya funciones de teatro solo con hombres, los duelos al amanecer, la inquisición… ¿También esto?

Que si la constitución, que si tal ley… Inventos de infieles para que las mujeres puedan disfrutar como si fuesen hombres. ¿Acaso saben bailar, cantar, tienen imaginación? Tampoco el hombre se mete en lo que las hace hermosas. El varón no puede ni debe planchar, cocinar o limpiar, y eso se respeta. La mujer, en las fiestas, debe disfrutar de la visión de los hombres realizando las actividades. Si es casada, enorgullecerse de su marido participando. Si es soltera, encontrar varón entre ellos.

¡Convencieron a cofradías para que pudiesen participar en procesiones de Semana Santa con la falsa creencia de que la mujer podía tener el mismo sentimiento que el hombre!

Basarse en la igualdad, en la constitución y la ley; en la sociedad actual; en que las tradiciones y fiestas son para todos y todas, para disfrutar y ser feliz al menos esos días; en que las mujeres pueden hacerlo igual que los hombres, o mejor en muchos casos; que las mujeres pueden sentir la emoción del hombre cuando participan; ¡que la tradición se mantiene igual si participan hombres y mujeres, así como si la mujer viste de hombre y viceversa! ¡Cuánta tontería y falacia con tal de destruir las auténticas tradiciones!

Si lo consiguen, si acaban participando en estas tradiciones, ¿qué nos quedará? ¿Qué será lo siguiente: que gays, lesbianas, trans puedan también disfrutar como los demás?

Si eso se consigue, las fiestas no tendrán sentido, no se disfrutarán por todos, no serán alegres ni divertidas. Se perderá la tradición.

¿O no?

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Ojalá

Por Sara Levesque

 

No era por hacerle un regalo en persona. No era por acabar existiendo a base de excusas. Olvidaré lo que dijimos antes de que sea demasiado vieja para perdonarlo. Perdonaré todo lo que no nos sugerimos para poder olvidarlo. Mejor relameré el recuerdo de su acogedora forma de ser.

No era por pasear por Madrid con ella para esquivar los mortíferos dientes de la ciudad tras su cálida sonrisa. No era un deseo, era un sueño que se me perdió por el camino. Ni siquiera me lo robaron, lo extravié yo solita con una maestría de lo más asombrosa.

Sí era por dejar de ser RADICAL y pasarme al bando NEUTRAL, ese en el que las rosas que repartía llevaban las espinas de goma y no herían. Sí era por besarle los versos y sanarme la ausencia de su cariño. A día de hoy, sigo pidiendo en la playa de «Ojalá» la copa que nunca compartimos, que nunca bebimos, porque nunca nos quisimos. Aún doy dos besos en vez de uno en la bifurcación donde se acabó lo que nunca empezó.

La esperé en un lado de la vida y resultó que estaba en el contrario, en una taciturna búsqueda de la que no me percaté por ser ella muda a mis señales y yo ciega a su poesía. Me fui quedando tan invidente del miedo a perderla antes de saber lo que era tenerla, que no tuve ojos en el corazón para poder verla.

Me cago en todo, nunca supe encontrarla, solo imaginarla hasta que me dolía el pensamiento. Hasta que llegaba otra mujer y me hacía ojitos para superponer su estampa al recuerdo de mi musa. Cuando me decidía a cerrar los míos, surgía de nuevo con su arte. Eso no le importaba y a mí me afectaba demasiado.

¿Qué tal si le daban por la puerta de atrás a lo que se debía hacer y parábamos de prohibirnos? A mí el protocolo me tocaba un pie y, de paso, el otro.

¿Por qué no decidimos probar a estar juntas un ratito y dejar de ponerlo por escrito?

¿Por qué no podemos ser ahora valientes o, al menos, sinceras, para cerrar el absurdo paréntesis de años en blanco que nos distanciaron, que fueron más difíciles de superar que cruzar el Atlántico de un salto?

Hoy, mi conclusión es que no existen los puntos suspensivos. No sobreviven más interrogantes. Se acabó vivir en un tiovivo la misma huida repugnante. Ya no tendré vergüenza de invitarle a bailar y desafinar con ella una canción que a ninguna nos acabe de gustar.

Al final comprendí, demasiado tarde, que hacernos daño era mejor que no hacernos nada. Sé que estaba de paso por mis días. Pero sus pasos eran tan bonitos… Y todavía hoy, años después, me pregunto si encontraré alguna vez una mirada que tenga la vista tan linda como la suya.

Ya no distingo qué es felicidad y qué es Musa. Cualquier mujer que pase por mi lado, por mi cama o por mi vida la acabaré comparando con ella y siempre perderá. No es ella, soy yo; nunca logré a olvidarla del todo. Lo único que me queda en el tintero para decirle por escrito es que la sigo queriendo como nunca llegué a quererla.

No existe un final para nuestra historia. Por eso continúo escribiéndola. No se puede cerrar una historia que no comenzó.

 

© Sara Levesque

 

Call me by your name

Por Charo Alises (@viborillapicara)

#CineLGTBI

 

Película de 2017 dirigida por Luca Gadagnino, coproducida por Italia, Estados Unidos y Francia. Cuenta la relación que se establece entre Elio Perlman (Timothée Chalamet), un joven de 17 años, y Oliver (Armie Harmmer), el nuevo ayudante del padre del adolescente, durante el verano de 1983. Elio pasa el tiempo en la casa de campo que su familia tiene en el norte de Italia escuchando música, leyendo, nadando y holgazaneando hasta la llegada de Oliver, un joven atractivo, encantador y seguro de sí mismo. Empezarán a quedar para salir y pronto se producirá una atracción entre ambos. La cinta es la versión cinematográfica de la aclamada novela homónima de André Aciman.

Estamos ante una película estética y sensual que equilibra los deseos y los silencios de la pareja protagonista de una forma armoniosa. Es también un placer auditivo que nos permite deleitarnos con las obras de Bach, Liszt y Busoní que el joven Elio interpreta al piano. El director construye un espacio de libertad para que el adolescente protagonista experimente su sexualidad con Oliver, el atractivo y joven visitante.

Luca Guadagnino y James Ivory, dos directores de estilos diferentes y separados por más de cuarenta años, establecen una colaboración de la que resulta una obra detallista, de gestos medidos, sobre el primer amor y el vacío que deja su final. Guadagnino edifica una relación a fuego lento cocinada a base de miradas furtivas y roces disimulados. La historia tiene lugar a principios de los ochenta y la relación entre dos hombres debe mantenerse en secreto.

Armie Harmmer da vida al objeto de deseo valiéndose para ello de su atractivo físico, mientras que Timethée Chalamet, nominado al Óscar por su papel de Elio, describe, a través de su personaje, el asombro, la inquietud y el temor que se siente un adolescente al descubrir que su sexualidad no es la que creía y que además está proscrita socialmente.

Contaba el director que intentó en varias ocasiones llevar a cabo el proyecto y después de varias tentativas infructuosas, se vio en la necesidad de hacer la película porque había una especie de pasión colectiva para ello. Empecé a ver la película como mí película. Lo que acabó por apasionarme fue trabajar con estos actores, de trabajar en mi entorno, que es el campo, que es precioso. Sobre la película, Timothée Chalamet, comentó que quería trabajar con Luca. Me encantaban sus películas. Luego leí el libro y vi que ofrecía un enfoque común pero precioso de la vida de un joven, y pensé: cuándo voy a poder tener un papel así de joven. Armie Harmmer afirmó sobre su experiencia: El hecho de que Luca Guadagnino fuera el director y esta especie…de humanidad de una historia sobre dos personas que se enamoran de una forma tan bonita, hará que todo el que se haya enamorado y al que le hayan roto el corazón se verá representado. Sobre su personaje, Chamelet apuntaba: Él es precoz, le gusta estudiar, entiende bien el mundo y probablemente vaya a decidir buscar una relación con Marcia cuando Oliver llega a su vida y lo desestabiliza todo. De ahí surge una relación hermosa y desgarradora. Harmmer añadiría: Esta relación supone un impacto enorme en la vida de Oliver. Había experimentado algo que sabía que era real y que sentía, y se permitió a sí mismo sucumbir a esta increíble experiencia, pero luego, al final, no fue capaz de comprometerse. Leer a Heráclides, leer a los clásicos. Eso es básicamente lo que tenía que hacer, y el resto era estar presente y permitir que sucediera lo que sucedió en cada momento.

Un conmovedor discurso, muestra la comprensión del padre de Elio respecto a la tristeza de su hijo por el fin de la relación que éste ha mantenido con Oliver:

Ahora mismo, puede que no quieras sentir nada. Probablemente nunca hayas querido sentir nada. Y quizás, no sea conmigo con quien quieres hablar de estas cosas, pero tengo la impresión de que sí sentiste algo. Mira, tuvisteis una bonita amistad, quizá fue algo más que una simple amistad, y te envidio. Cualquier padre en mi lugar, querría que el asunto se acabara de una vez, o rezaría para que sus hijos recuperaran el sentido común. Pero yo no soy ese tipo de padre. Damos mucho de nosotros mismos para curarnos antes de las decepciones, y a los treinta ya estamos agotados, y tenemos menos que ofrecer cada vez que conocemos a alguien ¿Me estoy equivocando? Entonces te diré algo más para despejar las dudas; estuve a punto de vivir algo similar, pero nunca tuve lo que vosotros. Siempre había algo que me reprimía o que se ponía en medio. Como vivas tu vida es cosa tuya, pero recuerda que nuestros corazones y nuestros cuerpos solo se nos dan una vez y, antes de que te des cuenta, tu corazón está agotado y tu cuerpo llegará a un punto en que nadie lo mire, y mucho menos se acerque a él. Ahora mismo hay pena y dolor, no trates de reprimirlo o perderás la alegría que sentiste.