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Vidas contagiosas, aulas limpias

Rodrigo García Marina (@rodrigogmarina)

 

A efectos prácticos, si algo podemos ver con claridad tras las decisiones políticas del gobierno de extrema derecha húngaro son algunas de las debilidades de los argumentos que, en el pasado, empleamos para defender a nuestra comunidad LGTB. Hace unos meses, cuando las personas trans ponían el cuerpo en los espacios virtuales y políticos para la aprobación de la Ley de autodeterminación de género, fue común volver a una noción ingenua del derecho. Se consideraba que la razón última para la aprobación de esta misma ley era un sustrato inherente a ese cajón del desastre denominado “Derechos Humanos”, el cual pareciera contener una serie de derechos naturales obviando que la historia de la justicia es justo una historia de la lucha por alcanzarla e incluso, si decidimos ir más allá, un constante ciclo de su paulatina ganancia-pérdida. Sin dar por válida la consecución argumentativa de los multiculturalistas políticos, cabe aceptar una de sus contraargumentaciones: estos “Derechos Humanos” son un tipo de derechos que solo se exigen fuera de la comunidad occidental. Lo cual, más allá de las buenas intenciones, indica que, si las personas trans son personas, todavía queda alguien-algo en el límite que coteja lo humano y transita el plano de la monstruosidad.

Hannah Arendt en “Los orígenes del totalitarismo” nos explica que, a lo largo del siglo XX, pese a existir una noción común de ser humano, los Estados consintieron que distintos grupos sociales, étnicos, sexuales quedaran fuera de la jurisdicción. “Quedar fuera” de la regulación jurídica es ante todo estar al margen de la norma en un sentido menos obvio de lo que quizá esta frase pretende. Pues quien queda fuera, no solo está excluido por una vía negativa del disfrute de una serie de garantías que lo convierten en sujeto jurídico, sino que se expone a la vulnerabilidad de la imposibilidad real del afuera. Por eso, el margen no es un margen como tal, sino una posición política de subordinación totalizante produciendo, como señala Butler, que estas personas no solo vivan ausentes de derecho, sino que la ley misma les conduce a problemas. Por ejemplo, cuando un policía interpela constantemente a una persona racializada en la búsqueda de “los papeles”. En definitiva, en la búsqueda del afuera con el que cualquier entidad jurídica puede oponerse a quien no queda bajo la regulación positiva de la ley.

La cuestión es más capciosa de lo que cualquiera primeramente pudiera llegar a imaginar. Cabe preguntarse qué se prohíbe realmente cuando se prohíbe hablar sobre cuestiones LGTB en un aula y por qué en un aula y no, por ejemplo, en la parada de autobús, el supermercado o el hospital. Lejos de lo que las campañas de desprestigio han querido vender tanto en Hungría como en España con el auge de la ultraderecha, la promoción de diversidad sexual en las escuelas son proyectos didácticos cuyos objetivos quedan difícilmente definidos en el momento en el que es complejo calibrar para quiénes sirve. En el plano de lo político ocurre que la aprobación de medidas para particulares afecta al cómputo total del grupo. Pongamos un ejemplo: si se adecúa el espacio para que personas con diversidad funcional puedan acceder más fácilmente al aparcamiento, la virtud política no se ejecuta exclusivamente sobre las personas que por sus capacidades físicas tienen una mayor dificultad para operar en carretera. También transforma la totalidad de la sociedad, haciendo entender que determinados sujetos requieren de determinados servicios de los que otros quedamos exentos. Por ello, la educación en diversidad sexual puede serle de utilidad a aquel menor LGTB que se encuentra habitualmente en una situación de exclusión escolar para entender que no es la única persona en el mundo de su condición y que, de hecho, el mundo, pese a las distintas regulaciones y persecuciones sexuales a lo largo de su historia y geografía, posee dicha diversidad. Y también sirve para desenmascarar a acosadores y cómplices, para sensibilizar a compañerxs que a partir de ese momento pueden decidir “poner el cuerpo” como escudo. Ese cuerpo que nos obligan a “poner”, no permitiéndonos salir de núcleos de auto referencialidad constante y que nos hace estar tan cansadxs. Compañerxs: ¡necesitamos tantos escudos solidarios! 

Althusser, un filósofo marxista estructuralista francés explicó que, en la medida en la que el policía dice “alto” y te para, el poder interpela a las personas. Esta interpelación en el análisis del discurso reparte unos papeles muy distintos entre conversadores. Una de las cuestiones que más pudo consternarme durante el prolongado debate de la “Ley Trans” fue el torticero cambio de tornas. Se puede, y, de hecho, por salud democrática, se debe ser críticxs con los anteproyectos de ley en términos generales. Sin embargo, lo que podría haber sido una discusión acerca de la garantía jurídica rápidamente se convirtió en una cuestión ontológica donde las mujeres trans, para la ultraderecha y algunxs activistas de izquierdas, eran simplemente hombres travestidos con infinitas ganas de entrar en las cárceles y baños públicos para así poder violar a las mujeres cis. Estas barbaridades, junto con las falacias voluntaristas de la identidad y la orientación (habría que preguntarles si acaso ellxs eligieron su condición sexual o si fue, más bien, un modo complejo de expresión con el que viven) lo único que señala es algo que, lejos de ser nuevo ocurre desde hace siglos: la imperiosa lucha por marginalizar nuestras vidas y volverlas contingentes frente a la seudonecesidad cisheterosexual. Toda esta infamia, entre otras cosas, tan solo ha servido para proporcionarle puestos de poder en redacciones a determinadas personas (espero que estén contentxs con el espectáculo montado a costa del dolor ajeno) y generar una imposibilidad de debate acerca de la garantía jurídica y la protección no exclusoria de distintos colectivos.

Sin embargo, esto no ha podido darse sin el surgimiento de una palabra contagiosa y la lucha por la toma del lugar de enunciación. Sigo observando con sorpresa cómo estxs activistxs de izquierdas llevan más de un año tuiteando diariamente sobre las vidas trans. Obviando justo lo esencial: que el anteproyecto de ley acoge vidas y que estas vidas son usualmente precarias. ¿Acaso no existían más problemas sociales? ¿No era necesario alzar la voz a raíz de otras injusticias? El absurdo es tal, que se ha llegado a exigir responsabilidades políticas a la ministra de Igualdad tras la barbarie de la violencia vicaria como una falsa consecuencia compartida con la defensa de la Ley Trans.

Cualquier persona es crítica frente a determinadas cuestiones del tipo que sean, incluso de aquellas que no nos interpelan directamente, pero ¿qué es aquello que nos conduce a enunciarlo día tras día? La interpelación del poderoso. En la medida en la que alguien habla, la otra persona calla pues si no, no podría mantenerse una conversación. En pocas ocasiones consentimos que alguien nos interpele durante el tiempo que quiera sin necesidad de obtener una respuesta por nuestra parte. Las palabras contagiosas, las que por lo visto pregonamos, producen un radical daño en la infancia, en la familia, en la regulación heteronormada de producción social. Necesitan fuerza de trabajo empobrecida e imágenes culturales que reproduzcan el futuro de la servidumbre. Nuestras palabras, como nuestras vidas, cumplen la virtud de ser peligrosas en su contagio. Pues en la medida en la que se expresan, evidencian otro modo de estar en el mundo permitiendo que potencialmente el testigo se libere. La transición política de orden mundial hacia un espectro más conservador requiere del borramiento de lo monstruoso: aquello cuya condición es mostrar o revelar en sueños la existencia de otra cosa. No son acciones disparejas. La paulatina precarización de las relaciones laborales y el empobrecimiento produce sumisión. La muerte del tejido sindical produce sumisión. La a-historización del mundo produce sumisión. Que nuestras vidas no puedan ser vividas produce sumisión.

Seamos víricas. Tomemos sus tribunas, pongamos nuestra voz.

 

«Happy Gay Pride?» by A.Davey is licensed under CC BY-NC-ND 2.0

Solicitantes de asilo olvidadas e invisibilizadas

Por  Beatriz Losa,  coordinadora del proyecto de apoyo y acompañamiento a las personas LGTBIQ+ privadas de libertad en los Centros Penitenciarios de Cataluña Aquí también somos diversasde ACATHI (@ACATHI)

«No necesitamos la educación patriarcal» – Ilustración de Christopher Dombres (2014)

Sufrir repetidas palizas a manos de familiares directos cuando eres menor de edad por mostrar una expresión de genero distinta a la asignada al nacer. Ser violada por vecinos siendo menor y guardar el secreto por temor a ser castigada. Ser víctima de violencias constantes e intentos de asesinato por parte de las maras y pandillas por tu disidencia de género. Ser extorsionada por grupos criminales para ejercer la prostitución. Ser víctima de la violencia policial. Que te sea negado el acceso a tratamiento farmacológico para el VIH. Ser ignorada por todas las instancias gubernamentales ante todas estas violencias simplemente por ser una mujer trans*.

Según la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951 cualquier superviviente de estas crueldades tiene motivos suficientes para solicitar protección internacional. Pero, ¿qué pasa si la persona que ha sido víctima de todas estas violencias en su país de origen, es arrestada al llegar a uno de nuestros aeropuertos e ingresada en una prisión de nuestro territorio? Lee el resto de la entrada »

Bolleras tensionando los espacios

Por Ana Murillo (@anamurilloa), bollera, feminista y activista LGTB

Foto: Ángel Leranoz (EHGAM) | Archivo MALEANTES

Ocurre de nuevo. Me pregunto y pregunto a mis compañeras bolleras: ¿creéis que es casualidad que, cuando vais de la mano por la calle con otra mujer, alguien se choque contra vosotras? El número de veces que me ha pasado es lo suficientemente significativo y llamativo como para pensar que no es producto del azar o de la torpeza de unos y otras.

En ese choque, en ese cuerpo ajeno que se abalanza contra nuestro cuerpo y en nuestro gesto extrañado de apartarnos o retroceder, se concentra toda la violencia heteropatriarcal que nuestros cuerpos bolleros absorben y normalizan por ocupar un espacio público que parece no pertenecernos. Nos lo han hecho saber de formas muy diversas a lo largo de nuestra historia. Desde las miradas de desaprobación a las agresiones verbales, físicas y sexuales, pasando por el aislamiento y la negación de nuestros derechos, en cada uno de los lugares que hemos querido habitar y que hemos querido reivindicar también como propios.  Lee el resto de la entrada »

Orgullo Frente al Fascismo

Por Carlos Asensio (@carloslasensio), sociólogo, politólogo, editor y poeta

 

Cuando luchamos por nuestros derechos no estamos sencillamente luchando por derechos sujetos a mi persona, sino que estamos luchando para ser concebidos como personas

Judith Butler

Foto: Orgullo Frente al Fascismo

En los últimos meses hemos presenciado cómo, desde determinados sectores de la sociedad y la política, se ha intentado atacar y desprestigiar al movimiento LGTB+.

Como si nuestra propia existencia, ya de por sí llena de obstáculos, tuviera que ser puesta en entredicho una y otra vez.

Como si tuviéramos que estar continuamente justificándonos por lo que hacemos, cómo lo hacemos y con quién.

Como si la gente no acabara de aceptar que somos personas absolutamente diversas y condicionadas por capas de múltiples y muy distintas discriminaciones.

Como si el mundo diera por sentado que vamos a permitir que se dé el más mínimo paso atrás en la conquista de nuestros derechos.

Con este motivo, el de reivindicar nuestras vidas y luchar contra el fascismo y todas aquellas personas que nos quieren invisibles o silenciadas, este sábado 21 de septiembre tuvo lugar la primera manifestación organizada por la plataforma Orgullo Frente al Fascismo. Lee el resto de la entrada »

¿Por qué es tan importante que sepas que eres cisexual?

Por Marcos Ventura Armas (@MarcosVA91), licenciado en Derecho y activista de Gamá, Colectivo LGTB de Canarias

Leí hace poco una polémica sucedida en las redes sociales estadounidenses que me chocó mucho, y sobre la que creo que conviene reflexionar aunque no se haya producido en nuestro entorno inmediato. La polémica se generó porque una serie de personas rechazaban que les etiquetaran como cisexuales (o cisgénero, dependiendo de las definiciones que usemos de sexo y género… en definitiva, como cis) llegando a decir una personalidad abiertamente gay que si las personas trans querían el apoyo de la comunidad LGB (lesbianas, gays y bisexuales) tenían que dejar de nombrarles con una etiqueta que rechazaban. Lee el resto de la entrada »