Solicitantes de asilo olvidadas e invisibilizadas

Por  Beatriz Losa,  coordinadora del proyecto de apoyo y acompañamiento a las personas LGTBIQ+ privadas de libertad en los Centros Penitenciarios de Cataluña Aquí también somos diversasde ACATHI (@ACATHI)

«No necesitamos la educación patriarcal» – Ilustración de Christopher Dombres (2014)

Sufrir repetidas palizas a manos de familiares directos cuando eres menor de edad por mostrar una expresión de genero distinta a la asignada al nacer. Ser violada por vecinos siendo menor y guardar el secreto por temor a ser castigada. Ser víctima de violencias constantes e intentos de asesinato por parte de las maras y pandillas por tu disidencia de género. Ser extorsionada por grupos criminales para ejercer la prostitución. Ser víctima de la violencia policial. Que te sea negado el acceso a tratamiento farmacológico para el VIH. Ser ignorada por todas las instancias gubernamentales ante todas estas violencias simplemente por ser una mujer trans*.

Según la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951 cualquier superviviente de estas crueldades tiene motivos suficientes para solicitar protección internacional. Pero, ¿qué pasa si la persona que ha sido víctima de todas estas violencias en su país de origen, es arrestada al llegar a uno de nuestros aeropuertos e ingresada en una prisión de nuestro territorio?

Queremos poner el foco en un grupo de personas solicitantes de asilo olvidadas e invisibilizadas: las mujeres trans* migradas que están ingresadas en centros penitenciarios.

El pasado año a raíz de la innovadora instrucción que puso en marcha la Dirección General de Servicios Penitenciarios de Cataluña para “garantizar los derechos y la no discriminación” de las personas trans* ingresadas en los Centros Penitenciarios de este territorio, un periodista me dijo: “…cuéntame más sobre esas vivencias de violencia que las “trans” sufren en sus países de origen, porque eso las humaniza”.

Después del enfado y la indignación ante esas palabras, pensé que en el imaginario colectivo las mujeres trans* no son humanas. En ese imaginario colectivo tránsfobo las mujeres trans* son solo un cúmulo de etiquetas peyorativas, despectivas y ofensivas

Como dice Kimberlé Crenshaw*, cuando las cosas pasan en marcos que son desconocidos, las personas tenemos dificultades en nuestro pensamiento para integrarlas, pensarlas y recordarlas.

Cuando hablamos de estas mujeres trans*, no tenemos un marco referencial apropiado para ellas y, por tanto, es difícil verlas y recordarlas, más allá de los conceptos estigmatizantes que utilizan los medios y la opinión pública. Si, además, las políticas de inclusión no tienen en cuenta las diversidades que se solapan acaparando discriminaciones múltiples, estas mujeres seguirán en el olvido y, por tanto, continuarán en los márgenes de la exclusión y en situaciones de vulnerabilidad y violencia perpetua, ya sea en las prisiones o en las calles. Si reducimos la existencia de estas mujeres a las etiquetas de la trans, o la puta o la traficante, negaremos su derecho individual a ser solicitante de asilo.

Estas mujeres trans*, procedentes de países donde su identidad de género no es respetada ni por las leyes ni por sus comunidades, tienen historias trágicas que en muchas ocasiones acaban en asesinatos que ni siquiera son investigados por las autoridades. Al igual que podemos entender que las personas atraviesan el Mediterráneo en cayucos o pateras poniendo sus vidas en riesgo porque huyen de situaciones de violencia en países en conflicto bélico, o que las personas atraviesan fronteras físicas vigiladas para evitar la detención de agentes policiales por manifestar ideas contrarias a regímenes dictatoriales, deberíamos poder entender que la única opción de muchas de estas mujeres trans* es poner sus vidas en riesgo (a veces ingiriendo más de 100 cápsulas de cocaína y mantenerlas en el cuerpo en viajes transoceánicos), bajo las ordenes y amenazas de organizaciones criminales que se dedican al tráfico de drogas internacional, para poder abandonar, por fin, un país donde están viviendo situaciones de violencias y persecución contantes, sin ningún tipo de protección por parte de sus gobiernos.

Cuando muchas de las mujeres trans* privadas de libertad, a miles de kilómetros de distancia de sus países de origen, sin ningún tipo de red social ni familiar de apoyo cerca, te dicen “prefiero estar aquí (prisión) que en las calles de mi país”, a sabiendas de lo complicada que puede ser su vida en una prisión, te están manifestando, de una manera cruda y sincera, cómo de insegura, frágil, difícil y miserable eran sus vidas previas.

No deberíamos olvidar que aceptar, respetar y cumplir las condenas penales y civiles impuestas por la infracción de la ley, no debe suponer la negación de un derecho humano fundamental como es solicitar protección internacional. Y, en ese sentido, deberíamos recordar a jueces/zas, fiscales y abogad@s, que la imposición de una orden de expulsión del territorio y devolución a sus países de origen como parte de sus penas, en el caso de estas mujeres, puede suponer una condena a sufrir violencia nuevamente o incluso a la muerte.

La multiplicidad de identidades oprimidas que tienen estas mujeres no es detectable ni imaginable desde la visión de privilegio de la persona binaria blanca heteronormativa, n tampoco desde las relaciones que este grupo diseña a nivel social, político y económico.

¿Qué es necesario para que estas mujeres trans* puedan ejercer este derecho?

En primer lugar, es imprescindible que estas mujeres sepan que tienen este derecho y, para ello, es necesario que sean informadas por los diferentes profesionales que entran en contacto con ellas, desde el momento de su detención en los aeropuertos hasta el cumplimiento de sus penas privativas de libertad.

Es necesario que empecemos a crear ese marco referencial, al que hacía referencia K. Crenshaw, sobre quiénes son estas mujeres trans* y la multitud de interseccionalidades que las atraviesan, para poder entender que sus vidas están marcadas por las violencias personales e institucionales que ellas han normalizado y, por tanto, que se sienten incapaces de nombrar por temor o sentimiento de invisibilidad.

Para crear este marco podríamos empezar haciendo dos cosas:

  1. Eliminar nuestros marcos, distorsionados desde el privilegio vivencial binarista, heteronormativos y eurocentristas del s.XXI, para aceptar que la realidad es  mucho más amplia, variada y colorida. Dejar de señalar a la mujer trans como una anécdota folclórica, esté donde esté, y pensarla en todo su contexto y diversidad.
  2. Crear un imaginario colectivo sobre estas mujeres trans* migradas positivo, adaptado a todas sus realidades posibles. Un imaginario que, aunque genérico, permita desmontar estigmas y restaurar capacidades que les han sido negadas en sus países de origen. Es nuestra obligación pensar en ellas como mujeres que  tienen una gran capacidad de resiliencia que hay que poner en valor. Una capacidad positiva que las ha permitido superar situaciones difíciles y adversas, demostrando sus competencias para aprender y trabajar y valerse por ellas mismas desde bien temprana edad. Mujeres que tienen mucho que enseñar sobre el dolor y la capacidad de perdonar para poder sobrevivir.

Cuando estas mujeres tienen la oportunidad de ejercer su derecho de solicitar asilo, las estamos haciendo participes de su propia historia, sin victimizarlas, pero reconociendo su sufrimiento.

Al reconocer y compartir sin vergüenza esa violencia sufrida a lo largo de sus vidas, que normalmente ha sido ocultada, negada y a veces hasta naturalizada, podrán deconstruir muchas corazas protectoras y pieles endurecidas que se vieron obligadas a crear para evitar el padecimiento constante. Y solo así podrán construirse esa identidad y expresión de género reivindicada desde sus infancias, pero ahora en un contexto de respecto e igualdad.

Quizás, solo así, con el compromiso de todos y todas (periodist@s, educador@s, trabajador@s sociales, agentes judiciales, policías, abogad@s, juezas y jueces, fiscales,  funcionari@s de prisiones, psicólog@s, profesor@s, profesionales sanitarios…), de construir un imaginario colectivo sobre estas mujeres trans* que haga justicia a su existencia y que les permita ejercer todos sus derechos fundamentales sin restricciones, las personas cisgénero nos humanizaremos.

Con humildad y admiración hacia todas vosotras que os levantáis cada día reivindicando vuestra identidad. Con reconocimiento a l@s profesional@s que “humanizáis” el sistema. Con cariño a Jordi, que has abierto puertas y ventanas

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